Domingo 21 de marzo de 2010
5º domingo de Cuaresma
Evangelio según San Juan 8, 1-11 (Ciclo C)
El caso de la mujer adúltera
Como siempre, el Evangelio es una enseñanza de vida, de fuerza, de amor, de verdad, de misericordia. ¡Cómo nos enseña el Señor! No niega el valor de la ley del Antiguo Testamento, pero ¡cómo lo supera, lo lleva a la perfección! Cómo esta ley, que está escrita en el corazón del hombre, lo lleva al espíritu. Y el espíritu es amor, misericordia, ternura, perdón. Y hay algo que está diciendo en contraposición con los escribas y fariseos.
Los escribas y fariseos, a veces, también podemos ser nosotros en alguna actitud: condenamos, juzgamos, determinamos, “fichamos”, encasillamos, y dejamos a una persona en su problema. Es así que el fariseo acusa pero no resuelve, ¡no sana!, ¡no quita!, ¡no libera! En cambio el Señor, sabiendo que esto es así, perdona, purifica, reviste, sana ¡y cambia! La diferencia del fariseo, del comportamiento farisaico, al de Jesús es notable, ampliamente distinta y sideral.
Porque es el Señor que perdona a esta mujer, diciéndole algo muy claro: “mujer, yo no te condeno pero no peques más”; o sea “yo te perdono pero cambia de vida”. No le está diciendo “seguí haciendo lo que vos hacés”, o “seguí haciendo lo que vos sentís”, o “seguí siendo malo porque, como vos lo sentís, está justificado” ¡De ninguna manera! ¿Estás haciendo esto?, pues no lo hagas más. Dios propone, no impone; pero invita a una conversión, a un cambio de actitud.
En esta Cuaresma, ya cerca de la Pascua, ¿qué actitud vamos a seguir teniendo? ¿La del fariseo que condena, o la de Jesús que tiene misericordia, que perdona pero que invita? El Evangelio hay que anunciarlo, transmitirlo a los demás. La gente tiene hambre y no sólo hambre de pan, sino hambre de Dios y de toda palabra salida de la boca de un cristiano.
Que todos nosotros anunciemos con fuerza y convencidos del Evangelio.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
5º domingo de Cuaresma
Evangelio según San Juan 8, 1-11 (Ciclo C)
El caso de la mujer adúltera
Como siempre, el Evangelio es una enseñanza de vida, de fuerza, de amor, de verdad, de misericordia. ¡Cómo nos enseña el Señor! No niega el valor de la ley del Antiguo Testamento, pero ¡cómo lo supera, lo lleva a la perfección! Cómo esta ley, que está escrita en el corazón del hombre, lo lleva al espíritu. Y el espíritu es amor, misericordia, ternura, perdón. Y hay algo que está diciendo en contraposición con los escribas y fariseos.
Los escribas y fariseos, a veces, también podemos ser nosotros en alguna actitud: condenamos, juzgamos, determinamos, “fichamos”, encasillamos, y dejamos a una persona en su problema. Es así que el fariseo acusa pero no resuelve, ¡no sana!, ¡no quita!, ¡no libera! En cambio el Señor, sabiendo que esto es así, perdona, purifica, reviste, sana ¡y cambia! La diferencia del fariseo, del comportamiento farisaico, al de Jesús es notable, ampliamente distinta y sideral.
Porque es el Señor que perdona a esta mujer, diciéndole algo muy claro: “mujer, yo no te condeno pero no peques más”; o sea “yo te perdono pero cambia de vida”. No le está diciendo “seguí haciendo lo que vos hacés”, o “seguí haciendo lo que vos sentís”, o “seguí siendo malo porque, como vos lo sentís, está justificado” ¡De ninguna manera! ¿Estás haciendo esto?, pues no lo hagas más. Dios propone, no impone; pero invita a una conversión, a un cambio de actitud.
En esta Cuaresma, ya cerca de la Pascua, ¿qué actitud vamos a seguir teniendo? ¿La del fariseo que condena, o la de Jesús que tiene misericordia, que perdona pero que invita? El Evangelio hay que anunciarlo, transmitirlo a los demás. La gente tiene hambre y no sólo hambre de pan, sino hambre de Dios y de toda palabra salida de la boca de un cristiano.
Que todos nosotros anunciemos con fuerza y convencidos del Evangelio.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
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