MI VIEJO, MI EJEMPLO

EN EL DÍA DEL PADRE 

Gerardo Scioscia 

MI VIEJO, MI EJEMPLO 

De niño, todo me parecía enorme. Un simple escalón era una muralla si lo relacionaba con mi figura, entonces diminuta. Todo lo veía muy grande cuando mi cuerpo se alzaba tan solo un par de cuartas del suelo. En esos años vivía rodeado de gigantes, entre ellos, mi padre que cuando me alzaba en sus brazos, creía ver el mundo desde una atalaya. Ese gigante fue mi ejemplo y héroe, pues siempre estaba dispuesto a sacarme de cualquier peligro. 

 

Para mí también fue el mayor genio que pude haber conocido. Recuerdo emocionado que con unas tablas construyó un camión para que jugara con él. También, con hojas de papel me supo hacer un avión y también un barco, en el que puse a navegar mis sueños de niño. Una vez, intentó hacer un barrilete, pero no salió muy bien. Es que en su país natal no hubo tiempo para aprender eso, pero de todos modos hubo varios intentos porque nunca se daba por vencido. Así finalmente logramos que uno bastante rustico, pues fue realizado con trozos de caña y papel de diario se elevara. Fue una tarde divertida y difícil de olvidar. Así era mi padre tierno y duro a la vez y así lo recuerdo. 

No tenía descanso mi padre. Es que luego de su empleo en la “fabrica” donde estaba ocho horas diarias, tomaba un breve descanso y, con balde y cuchara levantaba paredes para la nueva casa. Con ojos de niño inquieto lo miraba mientras le arrimaba algún ladrillo, en cuyo traslado empleada toda mi escasa fuerza. También buscaba copiar lo que hacía y simulaba “pegar ladrillos” con una cuchara de albañil imaginaria, mientras él mirando de reojo y se reía. Ese era el mejor tiempo compartido y en el que fui aprendiendo que solo el trabajo y el estudio es lo que finalmente te dará un futuro mejor, porque esa frase siempre me la repetía mi padre. Para entenderlo, alcanzaba con mirar sus manos callosas, que con ellas, de la nada, pudo levantar el hogar donde se refugió la familia. Con orgullo decía a quien quería oírle ¨me estoy haciendo la casita¨ y la hizo con sus manos. 

Todos los días y la hora de su regreso, con mi hermana menor, lo esperábamos en la puerta de casa, para correr hacia él apenas asomaba en la esquina. Nuestro premio de entonces, era que nos alzara en brazos, aunque de tanto en tanto también nos gratificaba con alguna golosina porque si bien sobraba cariño, faltaba dinero para esas cosas que a los niños tanto nos gustan. 

Venido de “la Italia “luego de la guerra con escaso equipaje pero muchos sueños, aquí fue puro mate y trabajo, dos hábitos que nunca abandono. A beber del mate cebado lo aprendió apenas piso este suelo, mientras que la afición al trabajo estaba incorporada en su ser y así se argentinizo. Por las tardes y, especialmente en verano gustaba de una pequeña siesta y ese era un momento sagrado y mi vieja se encargaba entonces que nada interrumpiera ese breve descanso. Ese era un momento de silencio en la casa, además del propio de la noche cuando todos dormían. Mi viejo nunca hablaba del pasado, solo lo hacía del presente y el futuro. De pequeño solo le preguntaba por lo que podría pasar mañana, si tendríamos una casa propia o una tele como mucho de mis compañeritos y a cada una se esas peguntas respondía que sí. Sin embargo, lo que nunca le pregunte, fue sobre su pasado, sobre los años de la guerras y las necesidades por la que atravesó antes de llegar a este hermoso país, donde dejó su sangre y sus huesos. 

Los sueños que trajo en el barco se fueron cumpliendo a costa de mucho sacrificio, pero a mí me quedo una deuda pendiente: saber más de su juventud. Hablar sobre ese tema no sé si le hubiera hecho bien o mal. Quizás era al recordar ese pasado ya que de tanto en tanto caía en largos silencios De todos modos me consuela reconocer que tuvimos una vida razonable, sin demasiadas penurias y eso, gracias a que él nunca le aflojó al laburo. Quizás algún día pueda hacerle esas preguntas a mi viejo, que hace años partió al más allá.

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