LOS TRES ALFAJORES

Gerardo Scioscia 

LOS TRES ALFAJORES 

 La Bety había nacido en el Chaco y en su infancia pasó todo tipo de necesidades. Allí trabajó duro desde muy pequeña. Primero en el cuidado de sus otros cuatro hermanos y también, en la cosecha de algodón en plantaciones ajenas. Así fue creciendo alimentandose a pan, mandioca y algunas legumbres que solía cocinar su madre para la familia. Esa era la vida que llevaba en el rancho que Valerio, su padre, pudo levantar en un asentamiento en el que vivian también, otros braceros. Para ella, como tampoco para sus hermanos hubo escuela. Es que hacian falta brazos que ayudaran a la economía familiar, por lo que pronto fueron ocupados en esas plantaciones, recibiendo a cambio un magro jornal. Al finalizar su labor, la Bety también debía ocuparse de los quehaceres domesticos, porque su madre atendía al resto de los hermanos mas pequeños y su padre, se emborrachaba y dormia hasta el día siguiente. Las jornadas para la Bety entonces eran interminables. 

 

Una tarde, mientras regresaba de cosechar capullos de algodon pensó que era tiempo de cambiar su vida, pero no encontraba la forma de hacerlo. Agotada por el duro trabajo del día se acostó sin cenar, pero casi ni lo noto, porque no era mas que una taza de mate cocido y unas rodajas de pan que dejó sobre la mesa. Unas horas de sueño le alcanzaron para reponerse, por lo que a las cinco de la mañana ya estaba nuevamente de pie. Calentó el tazón de mate cocido que dejó la noche anterior y con un poco de pan duro desayuno para luego rumbear a su trabajo. En el camino no dejaba de pensar en su futuro. 

Una tarde, en la que ya estaba oscureciendo y mientras retornaba por el sendero que la llevaba a su casa, Pedro, uno de los camioneros encargado de transportar los bultos al deposito de ese establecimiento algodonero se ofreció a llevarla hasta su casa. Así, los casi dos kilometros que debía hacer a pie, se cubrieron en pocos minutos y en silencio, porque entre ambos no cruzaron una sola palabra. 

La Bety andaba por los 20 años y en el algodonal, nadie dejaba de mirarla pero ella solo tenía in pensamiento: como cambiar esa vida miserable que llevaba. Pedro también se había fijado en la joven y por eso siempre tenía una excusa para encontrarla al final del dia. Asi una y otra vez en el camión de la empresa la alcazó hasta su casa pero ahora cubrián el trayecto hablando de sus vidas y del futuro. A Pedro eso le costó la enemistad del capataz, que también, había puesto sus ojos sobre la muchacha veinteañera. De todos modos la Bety y Pedro ya pensaban en una vida juntos, solo faltaba la oportunidad para concretar ese cambio. 

Una mañana, Pedro y el capataz discutieron por ella. Hubo golpes y hastá una puñalada en el brazo de Pedro que fue socorrido por sus compañeros. El puntazo no era grave, pero perdió su conchavo a pedido de su atacante que hizo valer su autoridad frente a los empleadores. Con el brazo vendado, pero sin el camión volvió a encontrarse con la Bety, a quién le contó lo sucedido y entre ambos, decidieron que era momento de abandonar esa vida . 

Una noche, luego de juntar sus escasas pertenencias, pusieron rumbo a Buenos Aires donde llegaron luego de un largo viaje en micro. Aquí comenzarían una nueva vida juntos. Al bajar del micro, Pedro buscó en su bolsillo un papel con una dirección que le había apuntado uno de sus compañeros. Alli le indicaba verlo a Silveira, un pariente suyo que desde hacía tiempo estaba afincado en barrio humilde de Buenos Aires. Le recomendo que lo vea porque siempre tiene un lugar para los paisanos que llegan sin nada a la "Gran Ciudá". A su encuentro fueron en un taxi que le consumio parte del escaso dinero con el que habían salido de su provincia. Luego de cruzar el Riachuelo y andar por la avenida Hipólito Yrigoyen, el taxi se internó por la localidad de Remedios de Escalada hasta llegar a la Villa conocida como de "Los Chaqueños". Allí preguntaron por Silveiro y rápidamente lo ubicaron. 

Luego de charlas sobre cosas del pago que Don Silveiro habia dejado atrás hacia años, acomodó a la pareja en una pieza que siempre tenía dispuesta para quienes llegan del Chaco. "Acá pueden quedarse hasta que consigan trabajo", les dijo amablemente a los recién llegados, al tiempo que les ofreció un espacio en el terreno que habia tomado tiempo atrás, para que luego de encaminados, levantasen su casita. 

En esa barriada humilde la pareja comenzaba una nueva vida. Recomendado por Silveiro, Pedro consiguió emplearse en un empresa constructora y la Bety, se dedicó un tiempo a trabajar en casas de familia, ocupación que dejo cuando llegó su primer hijo, en realidad una nena. Entre tanto su esposo en ratos libres levantaba las paredes de su nuevo hogar. Eran felices ya que la vida les sonreia. 

La primera que alegró la casa de la jovén pareja, fue María y luego llegarón Juan y José y los tres, la mantenian muy ocupada. Así había dejado de ser "la Bety" y en la mesa familiar ya no solo de servía mate cocido, sino también otras exquisitedes que compraba en el almacén de "La Paraguaya", al que concurría gran parte del vecindario por su sistema de "libreta". Es que esa modalidad, les permitía comprar y pagar cuando cobraban. Por otra parte, ese era un punto de encuentro entre vecinos y allí se charlaba de todo lo que ocurría en el barrio. En el, Bety solia cruzarse con un paisano muy mayor y de modales pocos refinados, aunque nunca la molesto. 

Al hombre avanzado en edad le decian "el chaqueño" y se había criado en medio del monte cerca del limite con Santiago del Estero. Con el vecindario tenía poco trato por lo que nadie sabía de su pasado. A ella, cuando coincidían en la caja jamás le dirigio la palabra, pero siempre observaba con atención su compra, que concluía siempre con tres alfajores, un ritual de todas las semanas, pero se habia habituado a esa mirada curiosa de su paisano. 

Era una tarde de invierno cuando dos compañeros de Pedro llegaron a su casa. Al verlos presagió lo peor. Los dos hombres le contarón que en la obra en la que trabajaban hubo un derrumbe y a Pedro lo llevaron grave al hospital Fernández. A ella le temblaron las piernas y en cuanto se recompuso ubicó a sus tres hijos en la casa de Silveiro y marchó a verlo a su Pedro. En el hospital le djeron lo que no se atrevieron a decir los compañeros de su esposo; "Pedro no resistio a los golpes producto de la caida y murio en la obra", le dijo el médico que la recibio. Ella rompio en llanto y unas enfermeras trataron de consolarla. 

Por la noche, y luego de los trámites de rigor, volvio a cruzar el Riachuelo y al tomar la avenida Yrigoyen recordó el dia que con tanta esperanza y alegría la recorrio por primera vez junto a su esposo. Ahora lo hacia sola y con lágrimas en los ojos. 

Del traslado del cuerpo sin vida de Pedro desde el hospital hasta Remedios de Escalada se hizo cargo la empresa donde prestaba servicios. En cambio, los gastos del velorio y el sepelio fuerón costeado con lo producido por una colecta entre los vecino. Pedro fue sepultado en el cementerio de Lanús y solo su esposa lo visitaba esporádicamente. Ahora sola y con tres hijos menores de edad, la vida se le tornaba difícil. 

Con su hija mayor con apenas seis años y cuatro y dos Juan y José respectivamente todo se complicaba para ella, ya que para disponer de cierto dinero debió esperar que se le asignara la pesión correspondiente. Fuerón dias difíciles. En las compras que efectuaba en lo de la paraguaya ya no incluía los tres alfajores con los que gratificaba a sus hijos y que ella, nunca había podido comer de niña. La pensión apenas le alcanzaba para lo impresindible y por que esa golosina ahora estaba excluída de la lista. Pero "el chaqueño", ese hombre de pocas palabras noto la situación por la que atravesaba su vecina y se propuso ayudarla. El sabia lo que es ser niño y no poder disfrutar de una golosina aunque sea de tanto en tanto poque eso, él lo había vivido. Ese hombre del que nadie conocia su pasado, de modales rudos y pocas palabras, desde entónces llegaba todos los fines de semana a la casa de su vecina, con una caja de alfajores para los pequeños. Así, pretendía endulzar un poco la amarga situación que vivían las criaturas al perder a su padre y Bety, a su esposo, con quien tanto habían soñado tener una vida mejor. Con el tiempo, ese hombre, del que nadie conocía su pasado, se convirtió en el abuelo de los niños, dandole el cariño que él, no tuvo en su infancia.

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