LA ESTAMPILLA, ESA VIAJERA OLVIDADA

Gerardo Scioscia 

 LA ESTAMPILLA, ESA VIAJERA OLVIDADA 

Ya casi ni se usa porque los tiempos han cambiado, pero la estampilla o sello postal tuvo su momento de esplendor aunque apenas era un trocito de papel con permiso para viajar por el país y a lugares remotos. Ella era el pasaporte adosado en el frente de un sobre y eso le permitía andar por el mundo entero, luego de aplicarle el ¨matasellos¨, que impedía su reutilización. Dentro del sobre, un papel hablaba de sueños y afectos. De los sueños que buscan cumplir quienes por distintas razones llegaron a esta tierra buscando paz y prosperidad. Con letra despareja en la carta se preguntaba por la salud de los afectos dejados al partir, al tiempo que se contaban cosas relacionadas a la nueva vida que llevaban adelante y lejos de sus lugares de nacimiento. Era una especie de dialogo con familiares o amigos, que respondían del mismo modo muchos días después. Por esa razón el intercambio epistolar era frecuente y, la estampilla, posibilita que eso ocurriera. 

 

Es que una carta timbrada en el país de origen era el desahogo para el emisor y una caricia para el destinatario, que por lo general eran padres o hermanos, que así se sentían más cerca, a pesar de la distancia que imponía ese exilio voluntario. 

Una estampilla, un sobre y dentro un papel escrito con mano temblorosa y, casi siempre húmedos por lágrimas emotivas que borroneaban algunas letras permitía ese dialoga a distancia. Así preparadas viajaban las cartas, aunque lentas y siempre en búsqueda del ser querido que había quedado lejos. Unas iban y otras volvían contando cosas sobre la vida, por lo que unos y otros esperaban esa comunicación con ansiedad. 

 Pero no todas hablaban de vida. Otros sobres con sus estampillas y el correspondiente ¨matasellos¨ llegaban con un borde teñido de negro, y eso anticipaba malas noticias. Entonces, con el corazón oprimido se la abría y, al sacar el manuscrito, sobre él caía alguna lagrima que se mesclaba con las vertidas por el emisor en su momento. Hoy la comunicación es mucho más rápida, pero también fría. Ahora alcanza con apretar algunas teclas y el mensaje, en segundos llega al destinatario. Es cierto, es una comunicación casi instantánea, pero le falta el calor que la mano le daba a cada trazo cuando guiada por el corazón escribía sobre el blanco papel. Es lo moderno y no necesita ya del sello postal porque eso es algo de otro tiempo, del tiempo en que las cartas iban y venian luciendo estampillas en el frente de los sobres.

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