HISTORIA DE UN PERSONAJE QUE NO EXISTIO

HISTORIA DE UN PERSONAJE QUE NO EXISTIO 
Antonio Sardino 81 años, cantor de tangos. 
Nombre artístico Genaro ¨tano¨ Sobrado. 

Mi vida fue difícil desde el comienzo, pero con los años fui recompensado con el cariño de muchos de los que me aplaudieron en cada escenario que me presentaba cantando. Soy el único sobreviviente de tres hermanos nacidos en un pequeño pueblo de Italia cuyo nombre ya ni recuerdo. Mi llegada al mundo se produjo en un frio invierno de 1935, pero según consta en el documento el nacimiento fue el 12 de febrero de ese año, anotándome además como Antonio Sardino, nombre que tomo prestado de mi abuelo paterno. Claro, esa fue la fecha en que mi padre decidió ir al registro civil de Potenza, pueblo al que solamente llegaba de cuando en cuando, por lo que en uno de esos viajes que aprovecho para dar constancia a las autoridades de mi nacimiento y también del deceso de mi madre, producida pocos unos días después que me pariera. Mi madre María, -a la que no conocí- fue sepultada en el pequeño cementerio ubicado a un costado del camino que lleva a la ciudad. Del agua de bautismo ni por asomo; el cura no llegaba por esos lados y no era cosa de viajar con toda la familia a la iglesia de la ciudad. Así era mi padre, al que recuerdo muy pocas veces sobrio. De mi crianza se encargó mi hermana Rosa que ya tenía 10 años cuando yo llegue a esa casa, si se podía llamar casa a eso. Era una especie de choza levantada sobre el establo, por lo que, de a ratos, los olores eran insoportables. Según me enteré con los años, eso era así porque se aprovechaba el calor de los animales encerrados en ese lugar ya que al ascender junto con los olores propios de burros y caballos allí encerrados, mitigaba el frio de las habitaciones superiores. 

De las pocas veces que vi a mi padre sobrio, la única que recuerdo fue cuando cayó de su burro mientras regresaba luego de uno de los viajes a ciudad de Potenza fracturándose en esa oportunidad algunas costillas. En uno de esos días de reposo forzado me llamó a su lado y me dijo, que era mejor que me mudara a la casa de su hermana mayor de nombre Carmela, que se había establecido en Argentina hacia una década, y allí había logrado una mejor posición económica. Me explicaba que eso era mejor para mí. Además dijo que mi hermana Carmela estaba por casarse y entonces ni él, ni mi hermano Luis ya de veinte años, podían hacerse cargo de mí crianza. De esa charla había pasado menos de un año cuando Luis, que ya trabajaba cargando y descargando barcos en el puerto de Génova y solo venía a vernos dos o tres veces por año, había arreglado con algunos marineros que me ocultarían en el primer barco que saliera para América, por lo que tuve que irme con él, y esperar ese momento. Solamente Rosa y su flamante esposo lloraron mi partida. El rostro de mi padre estaba inmutable, aunque dudo que no se le hayan escapado algunas lágrimas.
 Tres días después de esa separación forzada, ya estaba acomodado en la panza de un buque carguero, y allí pase unos veinte días entre medio de enormes bultos, y asistido por los cómplices de mi hermano, que cumplieron como se habían comprometido a darme agua y comida. De la llegada al puerto de Buenos aires me enteré por los gritos de los marineros -algunos de ellos italianos-, y las maniobras que se hacían. Estaba a un paso de iniciar una nueva vida, solo faltaba escapar de los guardias y lograr que alguien me llevara a hasta el pueblo de Lanús donde vivían mis tíos, a los que yo no conocía. Sin más elementos que lo que llevaba puesto, escape del barco y salí de la zona de peligro. Estaba ya en América con apenas nueve años, un papel con la dirección de mi tía Carmela y muchas ganas de llorar.
Luego de respirar varias veces muy profundo, comencé a caminar en una y otra dirección, hasta que resuelto mostré el papel a una dama que no solo entendió lo que me pasaba sino que también me dio unas monedas y acerco hasta la parada del tranvía veinte que dijo, llegaba al pueblo de Lanús. Muerto de miedo por lo desconocido y también con mucho temor de ser descubierto por la policía, ya que había ingresado de contrabando al país. Casi temblando subí al tranvía y para mi suerte el guarda, era de origen italiano, uno de esos tantos que llegó a la Argentina para enderezar su vida. Le mostré el papel con la dirección y hablando en mi idioma me dijo que me quedara tranquilo, que él me alcanzaría al lugar, ya que estaba cerca de donde terminaba el recorrido tranviario y, además, él viva a pocas cuadras de esa dirección. Si estaba a unas cinco cuadras y luego, durante muchos años lo visite en su casa como agradecimiento a su gesto.
En efecto, mis tíos vivían a unas diez cuadras de la terminal y a su casa llegué acompañado por mi casual guía. Mis parientes que habían sido anoticiados con anticipación de mi llegada me recibieron con buen agrado. Allí en esa casa, comenzaría una nueva vida, sin dejar de visitar a Juan, el guarda del tranvía 20 ya que fuera de las horas de trabajo, él tocaba el bandoneón y me gustaba escucharlo. En su casa fui aprendiendo las primeras notas musicales, que luego servirían para aprender a cantar, algo que nunca había pensado, cuando aún estaba en mi pueblito italiano y al que nunca volví.
Luego de cinco años de convivencia y de trabajo en la verdulería de mis tíos. La relación con ambos se fue deteriorando día a día. Ellos se habían encargado que aprendiera a escribir en castellano y también a pronunciarlo por eso ya me sentía capacitado para independizarme de esos familiares y su verdulería, donde lo único que ganaba era la comida y unas monedas que nunca se convertían en billetes de gran valor. Mientras meditaba que hacer, continuaba aprendiendo a leer partituras musicales con Juan, que se cobraba algunas de mis faltas de atención, con un par de coscorrones en mi frágil cabeza. Así es que luego de la siesta, me largaba a su casa. Fue una tarde en que recorría esos quinientos metros que se me ocurrió que ya podía cambiar de trabajo. Lo converse con él y me dijo que tenía un conocido en el Mercado de Abasto de Avellaneda y que andaba buscando un joven para realizar las tareas de changarin. Arreglamos el encuentro y dos días después viajamos hasta el mercado. Lo que no me había dicho que el trabajo era nocturno.
No había mucho que pensar o lo tomaba o seguía con mis tíos. Me incline por lo primero. El comienzo fue muy duro. Los peones de todos los puestos eran muy rudos y el mal trato era frecuente. De todos modos me fui adaptado a esa vida. Los primeros días fueron muy complicados porque llegar a Avellaneda no era nada fácil. La mitad del trayecto lo realizaba a pie y para el resto, siempre encontraba algún carrero que iba al mismo lugar. Con el tiempo eso se resolvió cuando trabe amistad con otro italiano que con su chata realizaba el mismo trayecto todos los días, porque repartía productos que retiraba del puerto. A los seis meses de estar allí ya era conocido por todos los demás puesteros. El trabajo nocturno me complicaba tomar clases de música con Juan. Eso lo resolví llegando a su casa dos horas antes de partir para el mercado. Con la música avance mucho más que en la escuela, la que finalmente había abandonado cuando estaba en cuarto grado, por las dificultades que se me presentaban con el idioma, pero que más tarde supere al estar en contacto con la gente del mercado. Enzo, mi nuevo empleador tenía conmigo un muy buen trato y eso hizo que se interesara por mi futuro como, si hubieras ido mi propio padre. Un día me conto que en su juventud había estudiado música y canto, por lo que su notorio registro de barítono lo había llevado a cantar en distintos lugares de Italia, tarea que realizó hasta que la guerra del 14 lo arrastro el frente de batalla.
Estando en una trinchera fue herido en un brazo y alcanzado además, por varias esquirlas de metralla. Al término de la guerra y con el brazo inutilizado que ya no le permitía ejecutar ningún instrumento, finalmente resuelve venir a la Argentina. Desde entonces está al frente del puesto de venta se frutas en la nave central del mercado y donde se inicia en mi la vocación de canto. Por mi parte le conté que estaba aprendiendo música y entonces se ofreció a darme clases de vocalización y canto en las horas de menos trabajo en el puesto. Así apagado el bullicio entre carga y descarga de mercaderías se me podía escuchar cantar, muy tímido en un comienzo. Primero fueron las canzonetas que había cantado Enzo y las que ahora repetía yo en el mercado.
Entre los cajones de frutas y los gritos de los vendedores del mercado pasaba las noches de trabajo esperando el tiempo libre para vocalizar con mi empleador y maestro de canto. Con el conocimiento alcanzado se me ocurrió iniciarme en el tango ya que cada vez que podía, escuchaba los discos de Carlos Gardel en un a vitrola de la fonda ubicada en una de las esquina del mercado. Fueron años de trabajo y estudio pero al final ese esfuerzo comenzó a dar sus frutos. Habían pasado seis años de mi primer encuentro con la música y el canto y resolví probar suerte como cantor de tangos en la misma fonda donde escuchaba los discos de Gardel. Allí recibí tibios aplausos, pero no me achique. Esa fue mi prueba de fuego y la experiencia la repetí en varias oportunidades y con mejores resultados. Fue entonces que decidí buscar otros lugares para hacerme oír. Fueron los cafés del bajo donde realice mis primeras presentaciones como profesional los días sábados, aunque la paga era muy escasa, así que durante la semana continuaba en el puesto de Enzo, que por su edad me había anticipado que pronto dejaría el lugar, es decir lo vendería a un paisano suyo más joven. Con mis tíos prácticamente no nos tratábamos, por lo que ya mayor de edad decidí alquilar una pieza en un conventillo de la Boca y allí me mude con mis pocas cosas.
De a poco me fui haciendo conocido en el ambiente del tango y un día llegó lo esperado: un contrato para trabajar todas las noches en teatro Colonial de Avellaneda. Allí me encargaba del número vivo obligatorio entre película y película. Luego vino el café Tortoni y ese fue un salto al Centro de la ciudad. Esos fueron pasos importantes importante en mi vida y el comienzo de mi larga carrera como cantor de tango, que bautizado con el nombre artístico de Genaro ¨tano¨ Sobral pise cientos de escenarios, pero hoy aquí, con mis 81 años estoy en este viejo teatro convertido en un hogar de acianos añorando ese pasado, difícil pero fue mi vida.

Gerardo Scioscia 
Lanús 9 de septiembre 2016

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