Mons. Frassia instó a aunarse y a refundar la patria en valores

Mons. Frassia instó a aunarse y a refundar la patria en valores
Lunes 2 May 2016 | 11:30 am
Lanús (Buenos Aires) (AICA): En una charla en el Sindicato de Trabajadores Municipales de Lanús, organizada por la Pastoral Social diocesana, el obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, llamó a los argentinos a “aunarse, a tener capacidad de diálogo, capacidad de amistad social, trabajar todos por el bien común, construir y refundar nuestra patria; porque si le va mal nos va mal a todos”. “Que el Señor nos siga dando fuerzas a cada uno de nosotros para que avancemos con madurez y responsabilidad en los deberes como ciudadanos y como cristianos. No debemos perder esta oportunidad para seguir creciendo en la verdad, en la justicia, en la solidaridad, en la fraternidad y en la reconciliación”, rogó.

 En una charla en el Sindicato de Trabajadores Municipales de Lanús, organizada por la Pastoral Social diocesana, el obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, saludó a los trabajadores en su día, consideró necesario volver a ser una sociedad que viva de los valores y llamó a los argentinos a “aunarse, a tener capacidad de diálogo, capacidad de amistad social, trabajar todos por el bien común, construir y refundar nuestra patria; porque si le va mal nos va mal a todos”.
 “¡Es así queramos o no queramos! Las cosas tienen una intencionalidad, un propósito, una repercusión y un resultado”, sostuvo, y agregó: “Este Año de la Misericordia nos va a ayudar a tomar conciencia de dónde nos tenemos que ubicar y dónde tenemos que trabajar”.
 En este sentido, el obispo consideró “importante respetar las instituciones, respetar las mediaciones”, pero aclaró: “Esto no significa que uno se calle la boca, o sea obsecuente, no; significa que uno luche por una verdad objetiva, que nos ayude a reconocer todos nuestros derechos”.
 “Es importante saber que existe pluralidad, que en el diálogo cada uno tendrá una parte de la verdad o una parte de razón, pero que tenemos que considerarlo, tenemos que trabajarlo y -perdón por una palabra medio grosera- tenemos que saber negociarlo para estar siempre atentos al bien común; porque el bien común es mayor que los intereses particulares. Como sociedad tenemos que seguir avanzando y construyendo todo lo que significa la verdad que nos tiene que hacer más felices”, subrayó.
 Monseñor Frassia felicitó a los trabajadores y pidió a Dios que “nos siga dando fuerzas a cada uno de nosotros para que avancemos con madurez y responsabilidad en los deberes como ciudadanos y como cristianos. No debemos perder esta oportunidad para seguir creciendo en la verdad, en la justicia, en la solidaridad, en la fraternidad y en la reconciliación”.
 “Dios nos ayude a ser Nación y que la Virgen Nuestra Señora de Lujan nos fortalezca para vivir y trabajar con esperanza en una nueva civilización del amor”, concluyó.+

 Texto completo de la exposición
Día del Trabajo 
Palabras de monseñor Rubén O. Frassia en el Sindicato de Trabajadores Municipales de Lanús, con motivo del encuentro por el Día del Trabajo, organizado por Pastoral Social de la diócesis de Avellaneda Lanús (1° de mayo de 2016) 

 ¡Feliz día del trabajo y los trabajadores, para todos ustedes! 

 Como Obispo de Avellaneda Lanús es una alegría y un honor estar hoy aquí, un lugar humilde, como decía el Secretario General, donde vengo con gusto y mucha gratitud para realizar este encuentro y expresarles algunos pensamientos que tengo. 
 Cada uno de nosotros, como personas que somos, hemos recibido la vida que se nos ha dado y eso ya indica una participación donde, de alguna manera, no tuvimos injerencia propia, personal: la vida la hemos recibido de parte de Dios y de parte de nuestros padres. Por lo tanto, frente a esta realidad debemos tener gratitud a Dios y nuestros padres que nos han dado la vida. 
 Luego vino el tiempo del crecimiento, del desarrollo y de la responsabilidad personal para que cada uno vaya creciendo, madurando, evolucionando y es ahí donde entra la responsabilidad personal. Y así nos encontramos que, en la vida y en la sociedad, las cosas cambian vertiginosamente. Cambian las culturas, cambian los modos, cambian muchas cosas a nivel país, a nivel internacional y mundial; se provoca un cambio tremendo. 
 Por eso es importante darnos cuenta que esos cambios que vienen y que son desafíos, nos hacen tomar conciencia que la persona humana, el hombre, el ser humano, es el mismo y que se va a poder explicar y entender en la medida que se relacione hacia la trascendencia, hacia Dios. Porque Dios está presente en nuestra vida; no es un invitado de piedra, no es una persona que molesta. Todo lo contrario: la presencia de Dios nos humaniza, nos enriquece. 
 Decía el Papa Emérito Benedicto XVI que si uno pierde la relación y el equilibrio con Dios, inmediatamente va a comprometer el equilibrio entre los pares, con los demás; porque cuando uno pierde la estabilidad cae y hace caer a otros. De allí la importancia de saber que, como personas, tenemos que ahondar la relación y el misterio con Dios, con la trascendencia. No es algo que sobra sino que es algo que necesitamos para vivir. 
 La Iglesia nunca quiere ser protagonista en el sentido de papeles o de roles definitorios. La Iglesia transmite un mensaje que ha recibido. Lo transmite para los demás. Siempre la Iglesia va acompañar todas las políticas, todos los hombres y todas las ideologías con cierta autonomía y cierto respeto. La Iglesia es consciente de esto y quiere estar donde están los hombres, donde está la gente. Con más razón quiere estar donde está el trabajador. 
 Toda persona tiene derecho a trabajar, tiene derecho a obtener el sustento para sí y su familia, tiene derecho a obtener un salario justo, tiene derecho a la salud, a la educación. También es cierto que, en los tiempos que nos toca vivir, tan complejos y tan difíciles, hemos perdido la cultura del trabajo. Hay que reconocer que cuesta enseñar, cuesta que los jóvenes aprendan, es una especie de diálogo cortado, interrumpido, porque hay niveles distintos. Los adultos tenemos que acordarnos de todo lo que nuestros padres nos enseñaron a trabajar naturalmente, desde chicos. Hoy es muy difícil porque nadie quiere sacrificarse. Es verdad y es cierto. 
 Dice el Papa San Juan Pablo II que el hombre trabajando es feliz; el hombre que no tiene trabajo está triste porque se siente frustrado y para la sociedad es un parásito. Es muy importante darnos cuenta que tenemos que generar y seguir buscando lugares para que la gente pueda trabajar con sacrificio, con responsabilidad, con verdad, con objetividad. No trabajar o no conseguir puestos por amiguismo, sino gente que sea capaz y si no lo es que se prepare para ser capaz. Porque hay una responsabilidad social frente al trabajo que cada uno desarrolla o despliega. Como Iglesia y como sociedad, viviendo en este mundo tan complejo, debemos seguir añorando, soñando y trabajando por el bien común. 
 El bien común siempre es personal pero supera todo individualismo, todo interés particular y tenemos que hacer culto a esta devoción: trabajar por el bien común. Queremos ser nación, pasar de habitantes a ciudadanos, tenemos que tener responsabilidad cívica, trabajar objetivamente por las verdades que nos han inculcado los mayores y tenemos el deber de acuñar y la misión de transmitir a los demás. Es importante saber que lo recibimos pero también es importante saber que lo tenemos que comunicar, dar y anunciar a los jóvenes, a las futuras generaciones; transmitir verdades, compromisos, actitudes, convicciones. Todo esto significa transmitir valores. 
 Tenemos que volver a ser una sociedad que viva de los valores. Valores humanos, valores cristianos para aquél que es cristiano, valores cívicos, respeto, justicia, solidaridad, fraternidad, la amistad social; no llamar enemigo al otro que piensa distinto de mí, en todo caso será adversario pero no es un enemigo, adversario nada más. 
 Es importante reconocer esto para darnos cuenta que la sociedad y el bien común lo construimos entre todos. El Estado no es fuente de este equilibrio, es custodio. Como pueblo soberano tenemos que reconocer y vivir la reconstrucción y la refundación de nuestra patria, la República Argentina. Hay que tener amor a la patria, amor a nuestro país; si tenemos amor en serio no seríamos egoístas, ni mezquinos, ni mentirosos. A los pobres y a los trabajadores se les respeta no sólo por medio de la palabra sino por las actitudes y cómo uno se pone delante de ellos, como los considera y como los trata. 
 Queridos hermanos, es cierto que vivimos un momento difícil para nuestra patria, pero tenemos que recurrir a aquello que todos necesitamos. Y lo que necesitamos, el santo padre Francisco nos lo ha animado en este año de un Jubileo extraordinario de la Misericordia, la misericordia que significa el recordarnos la cercanía de Dios. 
 Dios quiere estar cerca de nosotros, nos da lo eterno y eso eterno no significa que nos crucemos de brazos; al contrario, porque creemos en lo eterno nos comprometemos aquí en la tierra y tratamos de mejorarla y hacerla cada vez más habitable, no con tantas cosas negativas, violencia, corrupción, injusticia, inseguridad, robos y tantas otras cosas más que no lo queremos reconocer. Siempre les echamos la culpa a los demás pero también tenemos que reconocer y preguntarnos ¿qué hemos hecho?, ¿en que nos hemos callado?, ¿en qué nos hemos equivocado?, ¿por qué hemos permitido? ¡Sembremos vientos y vamos a cosechar tempestades! No nos asustemos de estas realidades, porque somos nosotros las que las generamos y también, por qué no, las producimos. 
 Es importante esta delicadeza de Dios, que quiere estar cerca de nosotros, porque todos somos pecadores. Hay dos personas que no tienen pecado: Cristo por ser Dios y la Virgen María por ser la Madre de Cristo, la Inmaculada; después somos todos pecadores. Dios es infinito en su misericordia y es infinito en su perdón. 
 Dios nos perdona a todos si estamos arrepentidos, si reconocemos; porque nadie va a cambiar si primero no reconoce. El alcohólico no va a dejar de ser alcohólico si no reconoce que toma, pero si dice que no toma va a seguir tomando porque no lo ha querido considerar como problema. Es importante reconocer el problema y si uno lo tiene tendrá que trabajarlo, entregarlo, pedirlo, para que haya en nosotros una transformación. 
 En la Iglesia se habla de conversión. La conversión es transformación; salir de aquello que es esclavizante para vivir más en libertad, como hijo de Dios y tratarnos entre nosotros como verdaderos hermanos. El mensaje de la misericordia de Dios nos pone en camino, como peregrinos; pero no peregrinamos solos, peregrinamos juntos. Tenemos que aunarnos, tener capacidad de diálogo, capacidad de amistad social, trabajar todos por el bien común, construir y refundar nuestra patria; porque si le va mal nos va mal a todos. ¡Es así queramos o no queramos! Las cosas tienen una intencionalidad, un propósito, una repercusión y un resultado. 
 Este Año de la Misericordia nos va a ayudar a tomar conciencia de dónde nos tenemos que ubicar y dónde tenemos que trabajar. Para mí, como Obispo, es importante respetar las instituciones, respetar las mediaciones. Esto no significa que uno se calle la boca, o sea obsecuente, no; significa que uno luche por una verdad objetiva, que nos ayude a reconocer todos nuestros derechos. 
 Es importante saber que existe pluralidad, que en el diálogo cada uno tendrá una parte de la verdad o una parte de razón, pero que tenemos que considerarlo, tenemos que trabajarlo y -perdón por una palabra medio grosera- tenemos que saber negociarlo para estar siempre atentos al bien común; porque el bien común es mayor que los intereses particulares. Como sociedad tenemos que seguir avanzando y construyendo todo lo que significa la verdad que nos tiene que hacer más felices. 
 Los felicito y que el Señor nos siga dando fuerzas a cada uno de nosotros para que avancemos con madurez y responsabilidad en los deberes como ciudadanos y como cristianos. No debemos perder esta oportunidad para seguir creciendo en la verdad, en la justicia, en la solidaridad, en la fraternidad y en la reconciliación. 
 Dios nos ayude a ser Nación y que la Virgen Nuestra Señora de Lujan nos fortalezca para vivir y trabajar con esperanza en una nueva civilización del amor. 
 Muchas gracias. 

 Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús

Comentarios

Seguidores