Mons. Frassia: “Ser encontrados por Cristo debe marcar nuestra vida”

Mons. Frassia: “Ser encontrados por Cristo debe marcar nuestra vida”
Jueves 14 Abr 2016 | 07:46 am
Avellaneda (Buenos Aires) (AICA): El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, reflexionó sobre el Evangelio de este tercer domingo de Pascua en el que se narra la aparición de Jesús en el lago Tiberíades y afirmó que todos tienen “un llamado y una misión que cumplir”, y que “ser encontrados por Cristo, debe marcar toda nuestra vida en el pasado, en el presente y en el futuro”. 

Monseñor Rubén Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en su reflexión del tercer domingo de Pascua, al comentar el episodio de la aparición de Jesús en el lago Tiberíades aseguró que “después de crucificado, muerto y resucitado, el Señor se aparece a los apóstoles y a la comunidad de ese entonces, mostrando de un modo único y original que Dios está presente; que está vivo y no está muerto; que Él es el primero y el último, el principio y el fin; que es el Señor de la vida y de la historia”.
 El prelado expresó que en el encuentro con el Señor resucitado hay una transformación entre el que es encontrado y el que lo encuentra. “Hay un llamado y una misión que cumplir; hay un anuncio que se debe llevar”, afirmó.
 Asimismo, destacó que ser encontrados por Cristo, en algún momento de nuestra vida, debe marcar toda nuestra vida en el pasado, en el presente y en el futuro. “Cristo no nos deja igual. Sería una superficialidad, y una negación, no reconocer que el Señor nos encontró, nos tocó, nos cambió y nos envió”, sostuvo.
 Finalmente, el obispo pidió a cada uno que recuerde dónde apareció el Señor en su vida y lo llamó a que “no se quede igual; que busque, encuentre y cumpla con su misión”.
 “¡Feliz Pascua! ¡Feliz encuentro con el resucitado! ¡Feliz entusiasmo en su apostolado! No sólo en la vida interior sino también en el ámbito de las instituciones: familiares, sociales, políticas, cívicas y eclesiales. Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”, concluyó.+

 Texto completo de la alocución
¡Feliz encuentro con el Resucitado! 
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (Tercero de Pascua, 10 de abril de 2016) 

" Jesús Resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No". El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar". Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres?", porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". El le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos". Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: “Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?". Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras". De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme". (San Juan 21,1-19). 

 Después de crucificado, muerto y resucitado, el Señor se aparece a los apóstoles y a la comunidad de ese entonces, mostrando de un modo único y original que Dios está presente; que está vivo y no está muerto; que Él es el primero y el último, el principio y el fin; que es el Señor de la vida y de la historia. Y este hecho irrefutable -de que está vivo-, se manifiesta a través de ciertas realidades. 
 La pesca milagrosa es asombrosa: pescadores avezados decían que no pasaba nada, sin embargo le hicieron caso a Jesús: tiraron la red y sacaron muchos peces, los contaron porque estaban sorprendidos; el Señor les prepara la comida -pescado y pan-; y después le pregunta a Pedro. 
 En el encuentro con el Señor Resucitado hay una transformación entre el que es encontrado y el que lo encuentra: hay un llamado y una misión que cumplir; hay un anuncio que se debe llevar. Ser encontrados por Cristo, en algún momento de nuestra vida, debe marcar toda nuestra vida en el pasado, en el presente y en el futuro. Cristo no nos deja igual. Sería una superficialidad, y una negación, no reconocer que el Señor nos encontró, nos tocó, nos cambió y nos envió. 
 Que cada uno recuerde dónde apareció el Señor en su vida; que no quede igual; que busque, encuentre y cumpla con su misión. ¡Feliz Pascua! ¡Feliz encuentro con el resucitado! ¡Feliz entusiasmo en su apostolado! No sólo en la vida interior sino también en el ámbito de las instituciones: familiares, sociales, políticas, cívicas y eclesiales. 
 Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén 

 Mons. Rubén Oscar Frassia, Obispo de Avellaneda-Lanús.

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