Avellaneda-Lanús tiene tres nuevos diáconos

Avellaneda-Lanús tiene tres nuevos diáconos
Martes 19 Abr 2016 | 09:19 am
Avellaneda (Buenos Aires) (AICA): El 16 de abril, la diócesis de Avellaneda-Lanús celebró la Jornada del Buen Pastor en el santuario San Cayetano. Allí se realizaron actividades de animación, reflexión, oración comunitaria y adoración eucarística. El encuentro finalizó en la parroquia San Juan María Vianney (en Monte Chingolo), con una misa presidida por monseñor Rubén Oscar Frassia, en la que tres personas, uno en preparación para el sacerdocio, y dos para el diaconado permanente, recibieron el ministerio diaconal.

 El 16 de abril, luego del encuentro diocesano por la Jornada de Jesús Buen Pastor, en el santuario de San Cayetano, la diócesis de Avellaneda-Lanús, celebró junto al obispo diocesano, monseñor Rubén Oscar Frassia, la ordenación diaconal de dos nuevos diáconos permanentes y un diácono en preparación al sacerdocio, en la parroquia San Juan María Vianney (Kloosterman y Tucumán, Monte Chingolo).
 En su homilía, el obispo expresó que el misterio de Dios -en el misterio de la Iglesia- “es algo que supera nuestra inteligencia, nuestra capacidad de amor y todos nuestros proyectos”, y afirmó que el Señor es rico en misericordia: “No sólo nos dio la existencia, sino que también fue capaz de enviar a Jesucristo, el Buen Pastor, quien dio la vida por todos nosotros, concediéndonos la posibilidad de vivir una vida nueva”.
 El Señor “no teniendo necesidad de nosotros, quiere tener necesidad y nos llama a cada uno de nosotros”, aseguró y explicó que “así, nos elige gratuitamente en su misterio y nos hace repetir -cada uno en su lugar, en su vida, en su historia- ese misterio de misericordia de Dios”.
 A los diáconos 
“El tema que hoy nos congrega es el llamado a estos hermanos nuestros al diaconado -cada uno en su historia- al servicio del diaconado, que es entrar y pertenecer jerárquicamente a la Iglesia, y a la vez recibir la incardinación a la propia diócesis que hoy los recibe, Avellaneda-Lanús, que les da lugar a cada uno de ustedes”, expresó.
 El obispo también les pidió “que sean agradecidos, y no ingratos; que la amen entrañablemente porque, por esta Iglesia, reciben este don del ministerio diaconal”. “No se olviden, porque si uno se olvida después se hace ingrato”, enfatizó.
 “El ministerio diaconal para ustedes –continuó el prelado- tendrán que llevarlo a cabo sabiendo que Dios es quien los llama y que ustedes tendrán que cumplir responsablemente. No es un honor ni un privilegio, es un llamado al servicio y en este servicio de misericordia tendrán que amar más. Son llamados para eso, para amar más”.
 Vocación: verdad y humildad 
 “Recuerden que todos tenemos una vocación que debemos descubrirla. Pero para poder descubrirla hay que tener actitudes que después se convierten en aptitudes”, aseveró el obispo y continuó: “La actitud es saber escuchar y escuchar bien. Porque quien escucha bien podrá responder bien”.
 Luego, pidió vivir en la verdad y con humildad: “Recuerden que todo es una gracia y un regalo de Dios. Pero será posible vivirlo cuando uno lo viva en la verdad. Busquen, vivan y conságrense en la verdad”.
 “Y en segundo lugar, como es un don y un regalo, hay que vivirlo en la humildad”, aseguró y advirtió que si no hay humildad, puede pasar que uno “empiece a apropiarse, a sentirse dueño, a hacerse patrón de las cosas que uno dice, transmite y comunica”.
 “Busquen y vivan siempre en la verdad y en la humildad, concluyó.+

 Texto completo de la homilía
Domingo del Buen Pastor - Ordenación de Diáconos 
Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús en la ordenación de diáconos (Parroquia San Juan María Vianney, 16 de abril de 2016 

 Agradezco la presencia de ustedes, queridos sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos, religiosas, queridas familias y queridos jóvenes, que a lo largo de este día han venido reflexionando a cerca de la Misericordia de Dios. 
 El misterio de Dios –en el misterio de la Iglesia– es algo que traspasa nuestra inteligencia, nuestra capacidad de amor y todos nuestros proyectos. El Señor es rico en misericordia, no sólo que nos dio la existencia, sino que también fue capaz de enviar a Jesucristo, el Buen Pastor, para dar la vida por todos nosotros. 
 Esto nos hace deudores insolventes de la Misericordia de Dios: Cristo, el Buen Pastor, dio la vida por nosotros; no vivió para sí, no se escapó de la cruz, asumió, rezó, le pidió al Padre “si es posible que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” y Cristo, el Buen Pastor, libremente entregó la vida por amor a nosotros, nadie se la quitó. 
 Este acto, este sacrificio de Cristo, esta salvación que nos concede, nos da la posibilidad de vivir una vida nueva; nos puede liberar del pecado y de toda esclavitud, de toda mentira, de todo egoísmo y de toda injusticia. También permite darnos la capacidad de la Vida Eterna, de aquello que no tiene ocaso, que no tiene fin. ¡Nos da la vida nueva! ¡Una vida por siempre y para siempre! 
 No teniendo necesidad de nosotros, el Señor quiere tener necesidad y nos llama a cada uno de nosotros. Por eso el llamado seguirá siendo un don, un regalo de Dios. Dios nos llama a vivir en su pueblo, como pueblo elegido, como pueblo santo, como pueblo de hijos de Dios, como pueblo que se expresa y se trata como hermanos. Esta realidad, el Buen Pastor nos lo consiguió para cada uno y para todos nosotros. Así, nos elige gratuitamente en su misterio y nos hace repetir -cada uno en su lugar, en su vida, en su historia- ese misterio de misericordia de Dios. 
 Al darnos la vocación, Dios nos pide repetir este misterio de misericordia. Un amor entrañable e incondicional a Dios. Si nos olvidamos de ello no tendremos fuerza para la misión, porque nadie puede ser enviado si antes no ha tenido la experiencia del encuentro personal con Jesucristo. 
 Así les pasó a todos. Así le pasó a Saulo que perseguía a los cristianos hasta que se topó con Cristo y Cristo le dijo “¿por qué me persigues?” Luego Saulo se convirtió, se bautizó y creyó en el Señor. A partir de ese momento se dio cuenta que su vida era para anunciar el nombre vivo de Jesucristo a todos sus hermanos. 
 Por eso creo que, como Pueblo Santo, como pueblo creyente, tenemos que darnos cuenta que tenemos que repetir en nuestra vida este misterio de misericordia. Hay que amar entrañablemente a Dios y amar con mucho respeto a cada uno de nuestros hermanos. 
 Es una novedad quizás un poco “trillada” donde muchas veces se habla de estas realidades, pero muy pocas veces se experimenta, se hace visible y se hace una expresión concreta. Todos tenemos que darnos cuenta que estamos llamados a vivir estas realidades. 
 El tema que hoy nos congrega, el llamado a estos hermanos nuestros al diaconado -cada uno en su historia- al servicio del diaconado que es entrar y pertenecer jerárquicamente a la Iglesia y a la vez recibir la incardinación a la propia diócesis que hoy los recibe, Avellaneda Lanús, que les da lugar a cada uno de ustedes. 
 Por lo tanto, les pido que sean gratos, agradecidos, y no ingratos; que la amen entrañablemente porque por esta Iglesia ustedes hoy reciben este don del ministerio diaconal. No se olviden, porque si uno se olvida después se hace ingrato. 
 El ministerio diaconal para ustedes -en la forma del servicio de la Palabra de Dios, de la predicación, de algunos sacramentos y del servicio a los hermanos-tendrán que llevarlo a cabo sabiendo que Dios es quien los llama y que ustedes tendrán que cumplir responsablemente. No es un honor ni un privilegio, es un llamado al servicio y en este servicio de misericordia tendrán que amar más. Son llamados para eso, para amar más. 
 El mundo necesita ser amado más; las personas necesitan ser amadas más; las familias, los fieles, los que están afuera, los que pertenecían y ya no pertenecen porque se han alejado, tendrán que saberlos buscar a través de la oración, a través de su vida y su testimonio. 
 Juan Manuel: vos te preparas para el Ministerio Sacerdotal, es un don que Dios te confía. No eres digno pero Dios te da la dignidad para que lo lleves a cabo. Recuerda que es gracia, que es don, y en la medida que siempre lo tengas presente lo podrás realizar con total libertad y plenitud porque todo, todo, es gracia. 
 Y a ustedes, Mario y Víctor, que tienen el doble rito sacramental –están casados, tienen una hermosa familia cada uno y que sus esposas tuvieron que dar el consentimiento para que hoy en la Iglesia reciban este sacramento del diaconado– que el Señor los siga santificando como así también a sus familias y que continúen trabajando en nombre de Dios, en nombre de la Iglesia y en nombre del Obispo que hoy los consagra. ¡No tengan miedo! Porque todo lo que Dios pide, todo Dios lo da. 
Nuestra iglesia diocesana ha recibido, y recibe, una gracia muy especial. Es una bendición para todos nosotros y para tantas comunidades, para tantos jóvenes, chicos, chicas. Recuerden que todos tenemos una vocación que debemos descubrirla. Pero para poder descubrirla hay que tener actitudes que después se convierten en aptitudes. 
 La actitud es saber escuchar y escuchar bien. Porque quien escucha bien podrá responder bien, pero quien no sabe escuchar, cuando dé una respuesta, posiblemente se va a equivocar. Por lo tanto, escuchen el llamado que Dios les hace a transmitir, a comunicar, a vivir y testimoniar el amor misericordioso de Dios que no sólo ama a algunos sino que ama a todos; y no solo que ama a todos sino que es capaz de ser el primero en sacrificarse y dar la vida por los demás. No se guardó para sí nada: el amor bien recibido también deberá ser bien entregado. 
 Dos cosas quiero decirles: primero, recuerden que todo es una gracia y un regalo de Dios. Pero será posible vivirlo cuando uno lo viva en la verdad. No vayan detrás de una ilusión, de una utopía, de cosas que los puedan alejar. Busquen, vivan y conságrense en la verdad. Porque la verdad nos hace libres y la mejor libertad que uno pueda adquirir es la Verdad de Dios en Jesucristo, porque sin Jesucristo no hay cercanía a la verdad. 
 Y en segundo lugar, como es un don y un regalo, hay que vivirlo en la humildad. La humildad nos permite acercarnos, reconocer nuestros errores, pedir perdón por nuestros pecados; pero si no hay humildad ¿saben qué puede pasar?, que uno empiece a apropiarse, a sentirse dueño, a hacerse patrón de las cosas que uno dice, transmite y comunica. Busquen y vivan siempre en la verdad y en la humildad. 
 Que la Virgen, la llena de gracia, la Madre de Dios, los ayude a saber decirle SI al Señor, sin condiciones. Y cuando no tengamos luz, que tengamos la capacidad de preguntar, como preguntó María que fue capaz de responder “Yo soy la Servidora del Señor” 
 Y el Santo Cura de Ars –hoy que estamos en este santuario tan especial, tan bendito– los ayude a amar mucho a Dios, amar mucho a la gente y amar mucho a la Iglesia, porque la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y no podemos vivir sin amor a la Iglesia. Que vivamos en ese amor, en la comunión y en esa unidad que Jesucristo nos da al compartir ese Pan partido, el Cuerpo del Señor. 
 Queridos diáconos, que Dios los bendiga, que sean fieles y recuerden que han sido elegidos para amar y servir más. 
 Que así sea. 

 Mons. Rubén Osar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús

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