“Tenemos un mensaje que llevar a los demás”, recuerda Mons. Frassia

“Tenemos un mensaje que llevar a los demás”, recuerda Mons. Frassia
 Viernes 30 Oct 2015 | 11:05 am
Lanús (Buenos Aires) (AICA): El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, presidió las fiestas patronales de la parroquia San Judas Tadeo, y allí invitó a tomar conciencia de la responsabilidad que implica llamarse cristianos. El prelado convocó a contagiar, con buenos ejemplos, la fe y el modo de vida que propone el Señor.

 El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, presidió las fiestas patronales de la parroquia San Judas Tadeo, a quien la comunidad veneró el miércoles 28, memoria litúrgica del apóstol.
 En su homilía, el obispo consideró oportuno que los fieles piensen en el significado profundo de llevar el nombre de cristianos. “No llevamos el nombre de cristianos como un mero adorno. Pertenecemos al pueblo santo de Dios y estamos vinculados por la sangre de Cristo derramada en la cruz”, señaló el prelado.
 Monseñor Frassia trajo a colación el comentario de un bautizado, quien una vez le dijo que le costaba ver a Cristo crucificado y le parecía que en la Iglesia “todo es cruz, todo es negativo, es dolor y tristeza”. Entonces, el celebrante le explicó que la cruz “no es el lugar de la derrota, sino el de la victoria, la redención, porque Cristo nos salvó en la cruz y desde ese lugar nos redime”.
 “Cada uno de nosotros es enviado por el Señor, ¡pero a veces estamos distraídos y no nos damos cuenta del mensaje que recibimos y que tenemos que anunciar!”, dijo el prelado. “Es un mensaje de vida y no de muerte, mensaje de luz y no de oscuridad, mensaje que se encarna en la historia de nuestras familias y no en el fracaso de las mismas”, precisó.
 Monseñor Frassia pidió “dar vuelta” a la página de la indiferencia, “cerrar los capítulos y abrir otros” para contagiar, con buenos ejemplos, la fe y el modo de vida de los cristianos.
 “Como Iglesia parroquial, diocesana, debemos darnos cuenta que tenemos un mensaje que llevar a los demás, porque somos enviados y no podemos ser irresponsables, ni podemos ocultar el don que Dios nos regaló. Tenemos que darnos cuenta de que, si creemos en Él -que está vivo-, todavía tenemos muchas cosas que hacer”, sentenció.
 Fuerza, convicción y entusiasmo fueron las últimas palabras que el obispo dejó a la comunidad de San Judas Tadeo.+

 Texto completo de la homilía
Fiestas patronales de la Parroquia San Judas Tadeo 
Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús (28 de octubre de 2015)

 Querida familia: 
 Este festejo de San Judas Tadeo, sus Fiestas Patronales, es un momento y una ocasión para que pensemos en la Iglesia y en el significado profundo de llevar el nombre de cristianos. 
 Todos nosotros somos llamados, lo sabemos perfectamente, llamados a la vida, llamados a la fe; hemos recibido por nuestros padres, en la Iglesia, el Bautismo y todos somos llamados; no llevamos en vano el nombre de cristianos; no lo llevamos como un mero adorno, o como un integrante de un club u organización. Pertenecemos al Pueblo Santo de Dios. Estamos vinculados por la sangre de Cristo derramada en la cruz. Él hizo posible que estos sacramentos no fueran meros ritos sino que comunicaran la vida de Dios y la vida de Él. Cristo está presente y obra en cada sacramento causando la gracia que Dios nos regala. Por eso, nuestra pertenencia al Pueblo Santo de Dios no es algo así nomás; es algo que nos integra, nos forma y conforta a una comunidad eclesial. 
 ¿De dónde surge todo esto? La obra cumbre es el Padre que -por medio de su Hijo y a través del Espíritu- crea y hace la vida. Dios es una sola naturaleza en tres personas distintas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y cada uno de ellos tiene una propia función. El Padre crea y genera, el Hijo redime, salva y el Espíritu santo ilumina y santifica, pero están presentes los tres. Tres personas distintas en una sola naturaleza, eso es Dios. 
 El Padre es el que envía a su Hijo, porque no se resigna a que la humanidad se pierda, y le pide un sacrificio supremo; se encarnó en el seno de María Virgen, nos da su doctrina, nos enseña con su vida, nos da el Evangelio y muere en la cruz, en ese único sacrificio. Y es allí, en la cruz, donde Él nos salva, nos redime. 
 Decía un cristiano, católico, sin mucha formación “me cuesta ver a Cristo crucificado, pareciera que en la Iglesia todo es cruz, todo es negativo, todo es dolor, todo es triste” y yo le explicaba que la cruz no es el lugar de la derrota, es el lugar de la victoria, de la salvación, de la redención, porque Cristo nos salvó en la cruz, desde ese lugar nos redime. Él también, como fue enviado por el Padre, nos envía a los demás. “¡Vayan, bauticen, anuncien, comenten, digan que Dios está vivo y no muerto!”
 Cada uno de nosotros es enviado por el Señor, pero a veces estamos distraídos y no nos damos cuenta del mensaje que recibimos y que tenemos que anunciar. Mensaje de vida y no de muerte, mensaje de luz y no de oscuridad, mensaje que se encarna en la historia de nuestras familias y no en el fracaso de las mismas. 
 Tenemos que darnos cuenta que recibimos una misión y que no podemos rechazarla, por más que estemos cansados, casi desanimados, fatigados, por más que seamos mayores, ancianos y que no tengamos el mismo vigor que hace veinte o treinta años, no se trata de cantidad de cosas. Lo que estamos tratando es sobre convicciones no sobre cosas. Es imposible que un adulto de sesenta o setenta años se mueva como un joven de veinte, ¡no se le pide eso! Se le pide que obre con convicción, se le pide que cumpla con una misión y que sea persona que reza, que crea en el Evangelio y en la Iglesia; Y que no se reduzca la Iglesia al Papa, ni al Obispo, ni al Vicario, ni a algunos otros. Es mucho más. 
 ¡Cuánta gente que se ha convertido al cristianismo han pasado, y pasan, por tremendas persecuciones! En Irak, en Israel, en los países árabes cuando un musulmán se quiere convertir al cristianismo lo consideran traidor, y no sólo le pegan sino que también pueden matarlo. Y cuando un cristiano convierta a un musulmán, corre la misma suerte. Por eso muchos tratan de huir para poder vivir su fe, otros tendrán que esconderse y ni siquiera enseñar a sus hijitos a hacerse la señal de la cruz porque pueden ser descubiertos y los pueden matar. Es muy serio ser cristiano. 
 A veces hemos tomado el cristianismo como “una condición social”, como algo externo. No nos damos cuenta que es un signo vital, que tiene que incidir y obrar en lo humano, en lo familiar, en lo social y en todos los ámbitos de nuestra vida; tiene que estar presente en la Iglesia; que en la Iglesia no tiene que “durar hasta el último”, tiene que vivir; una Iglesia que tiene que ser abierta y no cerrada, que tiene que dar lugar a los demás y no competir para ver “a quién le toca”, “a quien llama el padre” o “quien ocupa los primeros lugares”, eso no es cristianismo; son pálidos reflejos y la verdad es que no nos podemos conformar con tan poco. 
 Hace cuarenta años yo estaba en San Cayetano, de Liniers, y había una mujer muy buena, era catequista, trabajaba en el laboratorio de un hospital público; tenía todos los nombres de las personas que iban a hacerse los análisis (eran obreros) y cuando los resultados no estaban -porque se había roto la máquina o no habían podido hacerlo- el día anterior se tomaba el trabajo de llamarlos desde el hospital a su casa o al trabajo para decirles “no venga mañana, porque sus resultados todavía no están” ¡Eso es ser cristiano! ¡Obrar en consecuencia y hasta las últimas consecuencias! Obraba con responsabilidad y no le pagaban más, lo hacía así porque tenía un corazón grande y una inmensa responsabilidad. Se llamaba María Elda. 
 Cada uno de ustedes tendrá muy buenos ejemplos que contar y decir “esta es una buena persona, es humana, es cristiana, es comprometida, no habla demasiado pero trabaja, trabaja y trabaja…” Necesitamos esto, necesitamos dar vuelta, cerrar los capítulos y abrir otros. Como Iglesia parroquial, diocesana, debemos darnos cuenta que tenemos un mensaje que llevar a los demás, porque somos enviados y no podemos ser irresponsables, ni podemos ocultar el Don que Dios nos regaló. Tenemos que darnos cuenta que, si creemos en Él -que está vivo-, todavía tenemos muchas cosas que hacer. 
 En Israel de aquel entonces, algunos discípulos, los Apóstoles, la Virgen María y algunas mujeres, porque creyeron en Jesús Resucitado, llevaron ese mensaje a todas partes. Y nosotros, teniendo esa experiencia y esa mentalidad, ¿nos vamos a quedar escondidos en la sacristía?, ¿encerrados en nuestros pequeños mundos?, ¿tenemos derecho a hacer eso? O tenemos que cambiar de pensamiento y ver qué cosas podemos hacer por Dios y por los demás. 
 Fuerza, convicción y entusiasmo es lo que necesitamos. Dios quiera que ninguno de nosotros ponga la excusa del poco amor. 
 Que así sea. 

 Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús

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