Mons. Frassia habló en el Concejo Deliberante en el homenaje a la Virgen María

Mons. Frassia habló en el Concejo Deliberante en el homenaje a la Virgen María
Sabado 15 Ago 2015 | 12:12 pm
Avellaneda (Buenos Aires) (AICA): Con la presidencia del concejal Hugo Dino Barrueco y la asistencia de todos sus integrantes, el Concejo Deliberante de Avellaneda se reunió en sesión extraordinaria para rendir homenaje a Nuestra Señora de la Asunción, patrona de la ciudad y de la diócesis. La sesión contó con la presencia del intendente municipal, ingeniero Jorge Ferraresi, acompañado por sus colaboradores. Orador principal fue el obispo de Avellaneda-Lanús, Mons. Rubén Oscar Frassia, quien tras agradecer la invitación del cuerpo colegiado, la presencia del intendente municipal y “las intervenciones de los concejales que en lo religioso fueron muy sentidas y edificantes”, pronunció un discurso centrado en el tema de la Misericordia.

 Con la presidencia del concejal Hugo Dino Barrueco y la asistencia de todos sus integrantes, una vez más, como ya es tradición en la ciudad bonaerense de Avellaneda, el Concejo Deliberante se reunió en sesión extraordinaria para rendir homenaje a Nuestra Señora de la Asunción, patrona de la ciudad y de la diócesis. La sesión contó también con la presencia del intendente municipal, ingeniero Jorge Ferraresi, acompañado por sus colaboradores.
 Orador principal de la sesión fue el obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Oscar Frassia, quien tras agradecer la invitación del presidente del cuerpo colegiado, la presencia del intendente municipal y “las intervenciones de los señores concejales que, como cada año, en lo religioso son muy sentidas y edificantes”, pronunció un discurso centrado en el tema de la Misericordia.
 “Consciente de lo abstracto del tema -expresó el obispo-, quisiera hablar desde el horizonte general de la Pascua del Señor, acontecimiento central de la fe, en la concreción de la Pascua de María, nuestra Patrona, en el misterio de su Asunción al Cielo en cuerpo y alma, de un tema que se impone: el próximo Año de la Misericordia que convocó nuestro papa Francisco”.
 Tras una extensa explicación desde el punto de vista teológico de la condescendencia de Dios con el hombre, el obispo de Avellaneda-Lanús dijo que el llamado del Papa al Año de la Misericordia está dirigido a la Iglesia, pero para que ella lo trasmita a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, porque “para reafirmar el sentido de la misión que el Señor le confió el día de Pascua: ser signo e instrumento de la misericordia del Padre, la Iglesia, en estos momentos de grandes cambios de época, quiere ofrecer más intensamente los signos de la presencia y de la cercanía de Dios”.
 Misericordia para los perseguidos solo por ser cristianos 
 En otro momento de su discurso el obispo citó al papa Francisco quien recientemente habló de los dramas que afligen en este momento a miles de fieles: “Resuena todavía en todos nosotros el saludo de Jesús resucitado a sus discípulos la tarde de la Pascua: ¡Paz a ustedes! La paz, sobre todo en estas semanas –decía el Papa- permanece como el deseo de tantos pueblos que sufren la violencia inaudita de la discriminación y de la muerte, solo porque llevan el nombre de cristianos. Nuestra oración se hace todavía más intensa y se vuelve un grito de ayuda al Padre rico en misericordia, para que sostenga la fe de tantos hermanos y hermanas que están en el dolor, mientras pedimos convertir nuestros corazones para pasar de la indiferencia a la compasión”.
 “La Iglesia -afirmó monseñor Frassia-, en este momento de grandes cambios epocales, está llamada a ofrecer con más fuerza los signos de la presencia y de la cercanía de Dios. Es el tiempo para la Iglesia de reencontrar el sentido de la misión que el Señor le confió: ser signo e instrumento de la misericordia del Padre. Estas palabras son para nosotros, en la historia y en el tiempo de Dios. Es por esto que este año santo deberá mantener vivo el deseo de saber aceptar tantos signos de la ternura que Dios ofrece al mundo entero y sobre todo a cuantos están en el sufrimiento, solos o abandonados, y también sin esperanza de ser perdonados y de sentirse amados del Padre. Un año donde nos encontremos con nuestra fragilidad, y con la posibilidad de ser mejores, de tener fuerzas para intentarlo y de mostrar ese camino a nuestros hermanos, un camino que nos saca del egoísmo y nos ayuda a ponernos al servicio del otro”.
 La corrupción es un grave pecado que clama al cielo 
 La palabra de perdón -expresó monseñor Frassia- debe llegar a todos y la llamada a experimentar la misericordia no debe dejar a nadie indiferente, porque el Hijo de Dios combate el pecado, pero nunca rechaza al pecador. Esta misma llamada, dice el papa Francisco llegue también a todas las personas promotoras o cómplices de corrupción. Esta llaga putrefacta de la sociedad es un grave pecado que grita hacia el cielo pues mina desde sus fundamentos la vida personal y social. La corrupción impide mirar el futuro con esperanza, porque con su prepotencia y avidez, destruye los proyectos de los débiles y oprime a los más pobres. La corrupción es una obstinación en el pecado, que pretende sustituir a Dios con la ilusión del dinero como forma de poder. Si no se la combate abiertamente, tarde o temprano busca cómplices y destruye la existencia”.
 “Estos son desafíos constantes para los que nos declaramos creyentes y para aquellos que se entregan a la búsqueda del Bien Común, en especial al mundo de la política: ser creíbles, mejorar y ayudar”, expresó el obispo.
 Por último, monseñor Frassia deseó “que el misterio de la Pascua de María nos anime para recibir generosamente esta invitación del Papa”, y con palabras de Francisco agregó: trabajemos para “que este jubileo de la misericordia sea un tiempo favorable para curar las heridas, para no cansarnos de encontrar a cuantos están en espera de ver y tocar con la mano los signos de la cercanía de Dios, para ofrecer a todos, ¡a todos!, el camino del perdón y de la reconciliación”.
 “Este también es mi deseo para la diócesis de Avellaneda-Lanús. Que todos los que formamos la sociedad y la servimos, nos reconozcamos en las obras de misericordia espirituales y corporales que el Papa quiere que vivamos: dar de comer, dar de beber, vestir, socorrer, visitar, educar….
 El obispo de Avellaneda-Lanús finalizó pidiendo a la Virgen de la Asunción “ayuda para sentir y contagiar el espíritu de Misericordia”.+

 Texto completo del mensaje
Al honorable Concejo deliberante 
Mensaje de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, al honorable Concejo deliberante de Avellaneda, con ocasión de la Solemnidad de Nuestra Señora de la Asunción, patrona de la Diócesis 2015 (15 de agosto de 2015) 

 Como cada año quiero agradecer a este Honorable Concejo Deliberante, a su presidente Hugo Dino Barrueco y a todos sus integrantes que representan a la Comunidad de Avellaneda; ante todo su cordial y respetuosa recepción, como Obispo Diocesano, en esta ya tradicional Sesión Extraordinaria, donde honramos a nuestra madre, la Virgen de la Asunción como Patrona de la Ciudad y de nuestra Diócesis Avellaneda-Lanús. Saludo en particular y agradezco la presencia del Sr. Intendente Municipal, Ing. JORGE FERRARESI y a todos sus colaboradores. Agradezco asimismo las intervenciones de los Sres. Concejales que, como cada año, en lo religioso, son muy sentidas y edificantes. 
 En la sesión de este año, consciente de lo abstracto del tema, quisiera hablar desde el horizonte general de la Pascua del Señor, acontecimiento central de la fe, en la concreción de la Pascua de María, nuestra Patrona, en el misterio de su Asunción al Cielo, en cuerpo y alma, de un tema que se impone: el próximo año de la Misericordia que convocó nuestro Papa Francisco. 
 La teología católica, tiene una peculiaridad, y es, que todos los aspectos de ella se interrelacionan, se trata de la analogía de la fe. Ésta, no parte de un ente de razón (que existe solo abstractamente, como las matemáticas, aunque ellas se aplican en la realidad) sino que se hunde en el misterio de la Revelación de Dios, en lo profundo de la realidad, fruto de la creación. Y a nivel teórico hablamos de una condescendencia, de una pedagogía, Dios se adecua a nuestro entendimiento, pero esto también en la realidad de nuestra vida, por su misericordia (nivel del ser, de la realidad) se acerca a nuestra finitud e imperfección. 
 Esta idea de la condescendencia divina la encontramos en el Concilio Vaticano segundo, en el documento sobre la Palabra de Dios. Según este texto, que desarrolla la idea de Dei Verbum 2, la condescendencia de la Sabiduría eterna se verifica tanto en un nivel lingüístico-comunicativo, como en un nivel ontológico. Según el primer nivel, la condescendencia consiste en la adaptación del lenguaje de Dios a nuestro lenguaje humano. Y, en un segundo nivel, en el nivel ontológico, el texto afirma que la condescendencia de Dios consiste en el hecho mismo de la Encarnación: es la Palabra del Padre que se hizo semejante a los hombres. Recurriendo a la analogía [sicut] del Verbo encarnado, la Dei Verbum refiere el nivel lingüístico al ontológico: así como la Palabra se hizo semejante a los hombres [simile factum], así la palabra de Dios se hizo semejante [assimilia] al lenguaje humano. Para expresar esta condescendencia de Dios, tanto en el nivel lingüístico como ontológico, el Concilio –al igual que lo había hecho la Encíclica Divino afflante Spiritu (Pío XII, 1943)– cita a San Juan Crisóstomo, quien habla de una synkatábasis (condescendencia en griego) de Dios en su Palabra hecha carne, en Cristo. 
 Me parece importante distinguir estos dos niveles y, a la vez, reconocer la unidad que se establece entre ellos por medio de la analogía. De lo contrario, el nivel lingüístico pudiera ser visto como en una mera objetividad externa al acontecimiento mismo de la salvación. En cambio, el Concilio nos invita a comprender esta primera semejanza en relación a una semejanza mayor: a la semejanza que Dios ha querido tener con el hombre desde la creación del mundo y que, en Cristo, ha llevado a su plenitud. En efecto, en el despojamiento de sí mismo (Filp 2,7), el Dios trascendente se ha hecho Dios con nosotros (Mt 1,23), cumpliendo así las promesas hechas a su Pueblo (Is 7,14; 8,8), mostrándonos la radicalidad de su condescendencia. Desde la compasión por la muchedumbre que lo sigue, que estaba cansada y hambrienta, hasta regalarle a la Virgen la prerrogativa de la Asunción, puesto que no había tenido pecado original. Permítanme subrayar de nuevo que esto no queda en abstracto, puesto que en el Evangelio el criterio de la salvación es bien concreto: “tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestiste, preso y enfermo y me viniste a ver…” (Cf. Mt. 25, 35) 
 Por eso este llamado del Papa al año de la misericordia está dirigido a la Iglesia, pero apelando a que se trasmita a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Este no es un “tiempo para la distracción, sino por el contrario, para estar atentos y vigilantes, para mantener despierta la capacidad de mirar lo esencial”. Es una época para la Iglesia de reafirmar el sentido de la misión que el Señor le ha confiado el día de Pascua: ser signo e instrumento de la misericordia del Padre”. Hay, quizá, una pregunta en muchos: ¿Por qué el Papa convoca a un año de la misericordia? Simplemente porque la Iglesia, en estos momentos de grandes cambios de época, está llamada a ofrecer más intensamente los signos de la presencia y de la cercanía de Dios”. Lo ha afirmado el Papa Francisco en su homilía durante la celebración de las Primera Vísperas del domingo de la Divina Misericordia, cuando a través de la Bula “Misericordiae vultus” “El rostro de la misericordia”, convocó el año santo extraordinario. 
 Este Jubileo extraordinario de la Misericordia se abrirá el próximo 8 de diciembre y concluirá el 20 de noviembre de 2016. 
 En la prédica el Pontífice partió de la Resurrección de Cristo y habló de los dramas que están afligiendo en este momento a miles de fieles: “Resuena todavía en todos nosotros el saludo de Jesús Resucitado a sus discípulos la tarde de la Pascua: ¡Paz a ustedes! La paz, sobre todo en estas semanas –decía el Papa- permanece como el deseo de tantos pueblos que sufren la violencia inaudita de la discriminación y de la muerte, solo porque llevan el nombre de cristianos. Nuestra oración se hace todavía más intensa y se vuelve un grito de ayuda al Padre rico en misericordia, para que sostenga la fe de tantos hermanos y hermanas que están en el dolor, mientras pedimos convertir nuestros corazones para pasar de la indiferencia a la compasión”. 
 El papa Francisco subrayó que san Pablo nos ha recordado que fuimos salvados en el misterio de la muerte y resurrección del Señor Jesús. Él es el reconciliador, que está vivo en medio nuestro para ofrecernos la vida de la reconciliación con Dios y entre los hermanos. El Apóstol pone en evidencia que, “no obstante las dificultades y los sufrimientos de la vida, crece todavía la esperanza en la salvación que el amor de Cristo sembró en nuestros corazones”. Y la misericordia de Dios se derramó en nosotros haciéndonos justos, dándonos la paz. 
 He aquí la ilustración de pensamientos, reflexiones, consideraciones y deseos que han llevado al Papa Francisco a anunciar el Jubileo extraordinario de la Misericordia. “Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón” (cf. El rostro de la misericordia, nº 3) La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner límite al amor de Dios que perdona. 
 La Iglesia, en este momento de grandes cambios epocales, está llamada, a ofrecer más fuertemente los signos de la presencia y de la cercanía de Dios. Es el tiempo para la Iglesia de reencontrar el sentido, decíamos antes, de la misión que el Señor le confió el día de Pascua: ser signo e instrumento de la misericordia del Padre. Estas palabras son para nosotros, en la historia y en el tiempo de Dios. Es por esto, que este año santo, deberá mantener vivo el deseo de saber aceptar tantos signos de la ternura que Dios ofrece al mundo entero y sobre todo a cuantos están en el sufrimiento, solos o abandonados, y también sin esperanza de ser perdonados y de sentirse amados del Padre. Un año donde nos encontremos con nuestra fragilidad, y con la posibilidad de ser mejores, de tener fuerzas para intentarlo y de mostrar ese camino a nuestros hermanos, un camino que nos saca del egoísmo y nos ayuda a ponernos al servicio del otro. 
 “La palabra del perdón puede llegar a todos y la llamada a experimentar la misericordia no deje a ninguno indiferente”. Es muy certero afirmar que el Hijo de Dios combate el pecado, nunca rechaza al pecador. Esta misma llamada, dice el Papa Francisco (cfr. nº 19) llegue también a todas las personas promotoras o cómplices de corrupción. Esta llaga putrefacta de la sociedad es un grave pecado que grita hacia el cielo pues mina desde sus fundamentos la vida personal y social. La corrupción impide mirar el futuro con esperanza, porque con su prepotencia y avidez, destruye los proyectos de los débiles y oprime a los más pobres. Dicha corrupción es una obstinación en el pecado, que pretende sustituir a Dios con la ilusión del dinero como forma de poder. (cfr. Nº 19) “Si no se la combate abiertamente, tarde o temprano busca cómplices y destruye la existencia” 
 Estos son desafíos constantes para los que nos declaramos creyentes y para aquellos que se entregan a la búsqueda del Bien Común, en especial al mundo de la política: ser creíbles, mejorar y ayudar.
 Cada año este honorable Concejo sesiona en honor de su Patrona, y se expresa con palabras muy sentidas y religiosas. El misterio de la Pascua de María nos anime para recibir generosamente esta invitación del Papa; trabajemos para “que este jubileo de la misericordia sea un tiempo favorable para curar las heridas, para no cansarnos de encontrar a cuantos están en espera de ver y tocar con la mano los signos de la cercanía de Dios, para ofrecer a todos, a todos –ha repetido el Papa- el camino del perdón y de la reconciliación”. 
 El santo Padre ha concluido con una invocación a la Madre de la Divina Misericordia, para que “abra nuestros ojos, para que comprendamos el empeño al que estamos llamados y nos obtenga la gracia de vivir este Jubileo de la Misericordia con un testimonio fiel y fecundo”. 
 Este también es mi deseo para toda la Diócesis de Avellaneda-Lanús. Que todos los que formamos la sociedad y la servimos, nos reconozcamos en las obras de misericordia espirituales y corporales que el Papa quiere que vivamos: dar de comer, dar de beber, vestir, socorrer, visitar, educar… 
 Virgen de la Asunción ayudamos a sentir y a contagiar el espíritu de Misericordia. 
 Muchas gracias! 

 Mons. Rubén O. Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús 
 Avellaneda, 15 de agosto de 2015.

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