Jornada del Buen Pastor en Avellaneda-Lanús: “Dios te llamó para amar”

Jornada del Buen Pastor en Avellaneda-Lanús: “Dios te llamó para amar”
Martes 28 Abr 2015 | 11:21 am
Monte Chingolo (Buenos Aires) (AICA): El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, presidió la misa de clausura de la Jornada del Buen Pastor en la parroquia San Juan María Vianney. El prelado invitó a los jóvenes a vivir el amor de Dios en sus vidas y responder, si el Señor los llama, a la vida sacerdotal o religiosa.

 El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, visitó la parroquia San Juan María Vianney, el santuario diocesano de las vocaciones, en el marco de la Jornada del Buen Pastor convocada por la Pastoral Vocacional. El prelado celebró allí la misa de clausura del encuentro e invitó a los jóvenes a vivir el amor de Dios en sus vidas y responder, si el Señor los llama, a la vida sacerdotal o religiosa.
 La Jornada del Buen Pastor llevó por lema “Dios te llamó para amar”. Cientos de jóvenes de las parroquias de la diócesis se acercaron hasta Monte Chingolo, donde escucharon los testimonios vocacionales de sacerdotes, religiosos y religiosas. Luego participaron de la misa celebrada por el obispo.
 En su homilía, monseñor Frassia observó que Jesús resucitado, que se presenta como el Buen Pastor, muestra de qué modo tiene que vivir el hombre. “Tenemos que vivir sabiendo que nuestra vocación, la que tenemos en la vida y en la Iglesia, es vivir el amor de Dios”, dijo.
 Monseñor Frassia también invitó a descubrir que este amor de Dios tiene que vivirse desde la infancia. “Desde ahora tienen que darse cuenta que Jesús, el Buen Pastor, es el amigo entrañable que jamás los va a decepcionar”, afirmó el prelado.
 El obispo también recordó que esa cercanía de Dios pide una respuesta del hombre. Dijo que “hay que decidirse a vivir, decidirse a amar”, y explicó que “no se ama simplemente cuando uno tiene ganas o cuando uno está bien”, sino que “el amor implica una decisión que sale del corazón, se mete en la inteligencia y está favorecida por la voluntad”.
 “Si queremos vivir así, como vive Jesús, a lo mejor Dios nos llama a una vocación especial”, subrayó. “Podés vivir como he vivido yo, diría Jesús, que te llama más de cerca, a una vocación especial, o sacerdotal, o religiosa, o de especial consagración. O te llama a una vida matrimonial en serio, donde tenés que vivir la santidad de Dios en la familia”, añadió.
 Monseñor Frassia observó que la vocación surge de Dios, pero desde la Iglesia y desde las comunidades, parroquias, capillas, que tienen que estar abiertas a esa disponibilidad. “Que el Señor hoy les ayude a descubrir. ¿Saben cómo van a descubrir? Cuando vean las necesidades de los demás. ¿Saben cómo se van a animar? Cuando vean a Jesús, el Buen Pastor, que cargó sobre sus espaldas el pecado del mundo y dio vida al mundo, hasta el final, sin límites”, aseguró.
 “Que cada uno de nosotros, cuando salgamos de este lugar, digamos convencidos ‘tengo una vocación y quiero vivirla, no la quiero perder porque si lo hago pierdo mi vida, y como no quiero perder mi vida quiero vivir intensamente esta vocación al amor de Dios, en el amor a nuestros hermanos’”, concluyó el obispo en su mensaje a los jóvenes.+

 Texto completo de la homilía
Jornada del Buen Pastor 
Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús en la Jornada del Buen Pastor (Santuario de la Vocaciones - Parroquia San Juan María Vianney, Monte Chingolo - Lanús, 25 de abril 2015) 

 Queridos chicos, queridos jóvenes, queridas familias, sacerdotes, diáconos, seminaristas y religiosas:  
En esta tarde nos hemos reunidos para “remachar”, por decirlo así, nuestra atención a Jesucristo. Todos estamos con el gozo de la Pascua, que representa eficazmente la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte y nos lleva a vivir como resucitados. Así, nuestra mirada es a Jesús resucitado.
 Este Jesús resucitado es el Buen Pastor que vino a dar la vida por todos nosotros. Que nos amó y nos ama entrañablemente. No puso escusas, no tuvo miedo, no se guardó a sí mismo, obedeció al Padre a quien le dijo en un momento “si es posible, aparta de mí este cáliz pero que se cumpla tu voluntad y no la mía”, y aceptó obedientemente, no tuvo revancha ni resentimiento. Cristo dijo: soy yo quien da la vida, no me la quitan” y todavía, en la cruz, fue capaz de decir “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”; todavía les da el perdón a aquellos que lo traicionaron y lo mataron. 
 Jesús, el Resucitado, el Buen Pastor, nos muestra cómo tenemos que vivir. Y tenemos que vivir sabiendo que nuestra vocación, la que tenemos en la vida y en la Iglesia, es vivir el amor de Dios. El amor de Dios que no tiene límites, que siempre disculpa, que siempre está dispuesto a perdonar, dispuesto a levantar a aquél que está caído; un amor que es paciente, que no tiene envidia, ni revancha, ni remordimiento, ni resentimientos, ni nada que se parezca. Nuestra vocación es al amor de Jesús, el Buen Pastor. 
 Uno puede decir “¿cuándo tenemos que empezar a darnos cuenta que nuestra vocación es mirarlo a Él, estar cerca e imitarlo?” ¡Ahora! Desde pequeños, ustedes chiquitos, desde ahora tienen que darse cuenta que amar a Jesús, el Buen Pastor, es el amigo entrañable que jamás los va a decepcionar. Jesús es el Gran Amigo, que está siempre con nosotros, en las buenas y en las malas, al lado nuestro, en nosotros y camina con nosotros. 
 Esa cercanía que Dios nos tiene pide de nosotros una respuesta, una decisión. Hay que decidirse a vivir, decidirse a amar. No se ama simplemente cuando uno tiene ganas o cuando uno está bien; el amor implica una decisión que sale del corazón, se mete en la inteligencia y está favorecida por la voluntad. Es ahí donde somos personas, porque amar es una decisión, como Jesús. Comenzamos desde pequeños, desde ahora. No es chiste, no es un cuento, ni anécdota, ni pasatiempo, es una decisión: ¡queremos amarte Jesús, como Tú nos amas, sin límite y sin medida! 
 Y como te amamos Jesús, vemos que mucha gente sufre, que muchos chicos no tienen a nadie, que muchos jóvenes se están perdiendo -en el sexo, en la droga, en la indiferencia-, que muchos adultos están como desorientados y han perdido el motivo y sentido de sus vidas. Vemos también que la sociedad, muchas veces, es indiferente; que cada uno quiere vivir a su manera, que las personas no importan; que sólo importan cuando salen en la foto o cuando solo consiguen votos. Nada más, porque después las personas no significan para muchos. 
 Así nos damos cuenta que en la Iglesia queremos amar en serio, donde Dios nos muestra que tenemos una vocación que no debemos aplastar, ni apagar, ni destruir, porque podemos amar en serio, con el mismo amor de Jesús; amar de verdad, llevarnos bien, respetarnos, cuidarnos, atendernos, acompañar a los demás. 
 Si queremos vivir así, como vive Jesús, a lo mejor Dios nos llama a una vocación especial. Podés vivir como he vivido yo, diría Jesús, que te llama más de cerca, a una vocación especial, o sacerdotal, o religiosa, o de especial consagración. O te llama a una vida matrimonial en serio, donde tenés que vivir la santidad de Dios en la familia. 
 Así Dios nos va llamando a cada uno, a los distintos lugares que podemos ocupar en la Iglesia, pero para vivirlo sin miedo. ¿Y habrá que hacer algún sacrificio? ¡Claro que sí! ¡Hay que sacrificarse! Como hay que sacrificarse para ser fiel en la vida matrimonial, o en la vida sacerdotal, o en la vida religiosa o consagrada. 
 Hay que sacrificarse porque el amor, cuando uno ama, sabe que está acompañado del sacrificio. Pero es un sacrificio que no te amarga la vida; un sacrificio que te cambia el corazón, te gasta pero no te destruye. ¿Saben lo que destruye? ¡El pecado destruye! ¡El aburrimiento destruye! ¡La indiferencia destruye! ¡El egoísmo destruye! ¡La envidia destruye! Todo eso esclaviza, pero cuando Dios está no esclaviza nada sino que libera, ensancha el corazón, la mirada, tu paternidad, tu maternidad. En la Iglesia uno puede amar y vivir como lo hizo Jesús. 
 Esa vocación surge de Dios pero desde la Iglesia y nuestras comunidades, parroquias, capillas, tienen que estar abiertas a esa disponibilidad. “Si tú me miras a mí, que soy un pecador, te digo que SI porque tú, que me llamas, me conviertes; porque tú, que me invitas, me das la gracia; porque tú me envías a mis hermanos y en ellos cubrirás la muchedumbre de mis pecados”. El llamado que Dios nos pueda hacer es por amor, por gratitud, para vivir la entrega y la misión. 
 Nos llama a todos y cada uno; a los chiquitos, a los jóvenes, a los adultos, a todos los que estamos aquí, y si alguien dice “no, yo no soy capaz, yo no voy a poder, o yo no tengo ganas, o voy a dejarlo para más adelante, yo tengo miedo”, les digo que escuchemos a Jesús que nos dice: no tengas miedo, yo estoy contigo y te voy a ayudar. Cuando uno se da cuenta que Jesús está, y que está vivo y no muerto, que está resucitado ¡nos transforma la vida! 
 Estamos alegres porque el Señor nos ama, alegres porque estamos viviendo esa vocación humana y cristiana, que ambas coinciden en el amor a Dios y en el amor mostrado a cada uno de nuestros hermanos. ¡No tengan miedo, yo estoy con ustedes! 
 Que el Señor hoy les ayude a descubrir. ¿Saben cómo van a descubrir? Cuando vean las necesidades de los demás. ¿Saben cómo se van a animar? Cuando vean a Jesús, el Buen Pastor, que cargó sobre sus espaldas el pecado del mundo y dio vida al mundo, hasta el final, sin límites. 
 Cuando miramos a Jesús, cuando miramos a los demás que tienen necesidades, ¡cómo no lo vamos a seguir!, ¡cómo no lo vamos a imitar!, ¿por qué vamos a cambiarlo, por qué ser indiferentes, distraídos, egoístas, tontos?, pues podemos perder la vocación cuando no vivimos en el amor. 
 Que la Virgen nos ayude a decirle que SI. 
 Que el Santo Cura de Ars nos de fuerza para saber que el amor de Dios es lo más importan te en todos nuestros hermanos. 
 Que nuestras familias se vean iluminadas por nuestras respuestas. 
 Que cada uno de nosotros, cuando salgamos de este lugar, digamos convencidos “tengo una vocación y quiero vivirla, no la quiero perder porque si lo hago pierdo mi vida, y como no quiero perder mi vida quiero vivir intensamente esta vocación al amor de Dios, en el amor a nuestros hermanos”. 
 Que así sea. 

 Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús

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