La asamblea pastoral de Avellaneda-Lanús, en clave de conversión misionera

La asamblea pastoral de Avellaneda-Lanús, en clave de conversión misionera
 Miercoles 15 Oct 2014 | 11:27 am
Wilde (Buenos Aires) (AICA): La diócesis de Avellaneda-Lanús celebró su tercera asamblea pastoral con un encuentro de tres días en el colegio San Ignacio, de Wilde, que estuvo presidido por el obispo, monseñor Rubén Oscar Frassia. El domingo 12 de octubre, al presidir la misa dominical, el prelado alentó a los fieles a identificarse con Jesús, muriendo al pecado y viendo en su testimonio el ejemplo y la fuerza para construir la Iglesia diocesana.

 La diócesis de Avellaneda-Lanús celebró su tercera asamblea pastoral con un encuentro de tres días en el colegio San Ignacio, de Wilde, que estuvo presidido por el obispo, monseñor Rubén Oscar Frassia. El domingo 12 de octubre, al presidir la misa dominical, el prelado alentó a los fieles a identificarse con Jesús, muriendo al pecado y viendo en su testimonio el ejemplo y la fuerza para construir la Iglesia diocesana. Los alentó a vivir “una vida resucitada, una vida nueva, plena del Espíritu Santo”.
 “¡Somos sus seguidores empedernidos, enamorados! Porque creemos que Jesucristo está vivo, que ha compartido su amor, su divinidad y su humanidad con nosotros. Por ello somos agraciados, liberados y tenemos que vivir conformes a nuestra vocación. Vivir en verdad, en libertad, en entrega y en servicio. Este servicio, que el Señor nos llama, tenemos que aplicarlo a todas las realidades de nuestra vida”, pidió el obispo.
 Monseñor Frassia también convocó a los fieles a llevar la dimensión apostólica a todos los ámbitos: “La fe en Jesucristo tiene que estar en las parroquias, capillas, barrios, en la sociedad, el mundo, la familia, con un espíritu simultáneo en todas estas realidades porque estamos definidos en Él; porque Jesucristo es el Señor de la vida y de nuestra historia”.
 “Desde ahí sacamos la fuerza y el sentido para todo lo demás”, reconoció el prelado, quien también aseguró que “el que no está convencido no tiene fuerza para ser testigo ni para cumplir con la misión”.
 “Como Pueblo de Dios tenemos que aceptar la invitación, vivir la experiencia de la conversión pastoral y personal, abrir el corazón, la vida, los trabajos y las estrategias. ¡No tenemos que tener miedo, no vivir acobachados y encerrados en nuestros pequeños mundos, sino que tenemos que salir!”, insistió.
 “Que el Señor nos dé fortaleza, nos dé luz, nos dé creatividad y convicción para vivir este presente y preparar el futuro convenientemente; pero lo preparamos entre todos, sabiendo que nos necesitamos y que cada uno tendrá que decir lo suyo”, concluyó el obispo.+

 Texto completo de la homilía
Cierre de la 3ª Asamblea Diocesana 
Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en la misa de cierre de la 3º Asamblea Diocesana (Paroquia Nuestra Señora del Carmen, 12 de octubre 2014) 

 Muchas gracias por las conclusiones de los distintos escenarios, de la 3ª Asamblea del Pueblo de Dios. Agradezco a la comisión que preparó este encuentro, a su trabajo, a su esfuerzo. Gracias también a las Hermanas que nos han prestado el Colegio San Ignacio, de Wilde, con toda disponibilidad. También a cada uno de los actores que contribuyeron para que estos tres días fueran agradables, llevaderos, ágiles, para lograr el objetivo. 
 Sinceramente agradezco la presencia de los sacerdotes que están aquí; lamento los que están ausentes que tendrán sus razones o motivos, ya que me gustaría que hubiesen acompañado al Pueblo de Dios, a los representantes de distintas parroquias y comunidades. Pregúntenles qué les pasó que no pudieron venir y así tienen noticias de lo que eso significa y de la carencia de la ausencia. 
 Queridos hermanos: 
 El tiempo que estamos viviendo como Iglesia y como Pueblo de Dios, es un regalo que Dios nos hace a todos, llamándonos a identificarnos con Jesucristo y a entrar en el misterio del Pueblo Santo de Dios, que es la Iglesia. Cada uno de nosotros tiene roles, funciones y estamos metidos e insertados en Jesucristo, para anunciarlo como crucificado y resucitado. No sólo crucificado, no sólo resucitado, Jesucristo se encarnó en el seno de la Virgen, asumió nuestra naturaleza, padeció en la cruz por nosotros, su Pueblo, aceptando ese sacrificio redentor, que Dios Padre le pidió. Cristo vino a este mundo no a hacer su voluntad sino la voluntad del Padre. 
 Ahí tenemos el ejemplo, la fuerza y el seguimiento. También nosotros unidos a Cristo, tenemos que morir a nuestro pecado para seguirlo y así vivir una vida resucitada, una vida nueva, una vida plena del Espíritu Santo. Esta pertenencia al Cristo vivo -no muerto sino resucitado- tiene que estar muy presente en nuestra vida porque es el Señor que está, el Señor de todo. El único que fue puesto como cimiento en nuestra vida. A Él seguimos, creemos, buscamos, amamos y adoramos. 
 ¡No hay otro señor, que Jesucristo! ¡Somos sus seguidores empedernidos, enamorados! Porque creemos que Jesucristo está vivo, que ha compartido su amor, su divinidad y su humanidad con nosotros. Por ello somos agraciados, liberados y tenemos que vivir conformes a nuestra vocación. Vivir en verdad, en libertad, en entrega y en servicio. Este servicio, que el Señor nos llama, tenemos que aplicarlo a todas las realidades de nuestra vida. 
 Cuando hablamos de Iglesia y decimos “iglesia ad intra”, -hacia adentro- e iglesia hacia afuera, estamos diciendo que la fe en Jesucristo tiene que estar, en lo apostólico, en todos los ámbitos: de parroquias, de capilla, de barrio, de sociedad, de ambiente, de mundo, de familia, con un espíritu simultáneo en todas estas realidades porque estamos definidos en Él; porque Jesucristo es el Señor de la vida y de nuestra historia. Desde ahí sacamos la fuerza y el sentido para todo lo demás. En los trabajos que tengamos que hacer, en los escenarios que tengamos que vivir, pero convencidos por la fuerza y la presencia de Jesucristo. Quien no está convencido no tiene fuerza para ser testigo, ni para cumplir con la misión. 
 En segundo lugar, hay algo que el Evangelio de hoy nos dice: el Señor invitó y todos los invitados pusieron excusas razonables. Todos. Luego, el Señor se enojó porque sintió el desprecio y por eso llamó a otros. A nosotros nos llama personalmente. Cada uno ha sido rescatado, purificado, revestido de los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Cada uno ha experimentado en su vida un antes y un después. Cuando Él te toca, te transforma, te cambia la vida, te da una orientación distinta, da sentido a tu vocación y a la misión. 
 Jesucristo nos ha tocado en nuestra existencia, en nuestro bautismo, en nuestra confirmación y en los demás sacramento respectivos de cada uno. Pero estos son los esenciales, son los que dan sentido a los demás. 
 Como Pueblo de Dios, que peregrina en Avellaneda Lanús, tenemos que aceptar la invitación que Dios nos hace nuevamente, tenemos que vivir la experiencia de la conversión pastoral y personal, tenemos que abrir el corazón, la vida, los trabajos, las estrategias, para estar más presentes en todos lados. ¡No tenemos que tener miedo!, no vivir acobachados y encerrados en nuestros pequeños mundos, sino que tenemos que salir. 
 Salir significa hacia afuera, pero también significa hacia adentro. No ignorarnos. Tratarnos con respeto. Buscarnos con interés. No vivir ni responder “de memoria”. No hacer las cosas “por hacerlas”. También significa saber y descubrir cuáles son las necesidades en nuestro barrio, en nuestra comunidad y en nuestra parroquia. 
 Conozco algunas de esas necesidades. ¡Cuánta gente mayor está sola, no tiene a nadie, ni siquiera para que le compren los remedios! ¿Dónde está la comunidad? ¿Estamos respondiendo a esas necesidades? ¿Estamos atendiendo o simplemente le llevamos la comunión para justificar nuestra conciencia? NO. 
 El amor es integral y completo. No debemos acostumbrarnos a hacer las cosas “más o menos”, no disimular nuestra conciencia y mucho menos anestesiarnos. Tratar en serio las cosas hacia nuestros hermanos y para con la Iglesia y no hacerlo “más o menos”. No podemos hacer todo pero lo que hagamos hacerlo bien. Eso es vivir el presente en la presencia de Dios. 
 Hermanos, todos tenemos que despertarnos; no pensemos en uno, o en otro, o en otro, porque de nuevo surgen las excusas. Preguntémonos “yo que estoy aquí, en esta tarde, ¿qué me pide el Señor y qué tengo para entregar, para responder? 
 ¿Escucharon bien la parábola del Evangelio que se leyó recién? ¿Recuerdan que se llamó a todos los demás y vino uno que no tenía traje de fiesta y el Señor se indignó? Por supuesto que no se indignó porque no tenía ropa “elegante”. ¡Se indignó porque no tenía nada que decir! ¡Cuidado! Con nuestra vida, con nuestra entrega, con nuestro servicio, con nuestra fidelidad, con nuestro sacrificio, también tenemos que decir algo. ¡Decir algo de Dios! ¡Decir algo de la Iglesia! ¡Decir algo del hombre! ¡Decir algo de la vida! ¡Qué hermoso es poder decir algo! ¡Y qué triste es ser infecundo y no tener que decir nada! 
 Que en este encuentro el Señor nos dé fortaleza, nos dé luz, nos dé creatividad y convicción para vivir este presente y preparar el futuro convenientemente; pero lo preparamos entre todos, sabiendo que nos necesitamos y que cada uno tendrá que decir lo suyo. 
 Que así sea. 

 Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús

Comentarios

Seguidores