Conocer a Dios implica un compromiso y una misión, recuerda Mons. Frassia

Conocer a Dios implica un compromiso y una misión, recuerda Mons. Frassia
 Miercoles 15 Oct 2014 | 09:17 am
 Mons. Rubén Frassia.

Avellaneda (Buenos Aires) (AICA): El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Oscar Frassia, comentó el evangelio dominical en el que Jesús presenta la parábola de la boda del Hijo, y señaló que Dios invita a todos los hombres a su Reino pero exige “una respuesta, una colaboración, una presentación, una devolución”. El prelado alentó a trabajar para hacer de la Iglesia una comunidad misionera, creyente, orante y dispuesta a anunciar este mensaje a los demás.

 El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Oscar Frassia, comentó el evangelio dominical en el que Jesús presenta la parábola de la boda del Hijo, y señaló que Dios invita a todos los hombres a su Reino pero exige “una respuesta, una colaboración, una presentación, una devolución”.
 En su alocución radial, monseñor Frassia reconoció que los invitados al banquete no respondieron ni participaron valiéndose de “excusas razonables”, pero que no constituyen una verdad y solo demoran la respuesta responsable y personal. “Por eso el dueño de la boda invita a otros y salen a los caminos a buscar gente”, explicó.
 Monseñor Frassia invitó a reconocer cuál es el lugar que debe tener la comunidad cristiana: “¿Dónde tiene que estar la Iglesia? ¿Reducida en las capillas, en las parroquias? No. La Iglesia tiene que estar donde están los hombres, la gente. Como dice el papa Francisco: salir a buscar en las periferias, salir a todos. La Iglesia no tiene límites ni fronteras; invita a todos y hay mucha gente que está esperando ser llamada nuevamente”.
 En este sentido, el obispo alentó a trabajar para hacer de la Iglesia una comunidad misionera, creyente, orante y dispuesta a anunciar este mensaje a los demás. “No pretender, como excusa, que lo hagan los sacerdotes, las religiosas, pero los laicos no. Todos, como Pueblo de Dios, tenemos una vocación y una misión que cumplir”, especificó.
 También monseñor Frassia se refirió al final de pasaje, en el que Jesús cuenta que un invitado fue expulsado porque “no tenía el traje de fiesta”. Al respecto, explicó que ese traje representa las virtudes, la adhesión, la participación, el deseo de estar a la altura del acontecimiento.
 “La adhesión tiene que ser personal, con la inteligencia, con la voluntad y con el corazón, con las tres cosas; que no haya división en la vida de uno, porque si hay división no hay paz; si hay unidad de criterio y de vida, con inteligencia, voluntad y corazón, ahí tendremos paz. Esta es la respuesta: ¡si no tiene este traje de fiesta, que se vaya!”, agregó.
 “Resulta que a veces pretendemos participar y estar por medio de una foto. Pero… ¿y tu compromiso?, ¿qué hiciste de tu vida todo este tiempo?, ¿cómo te comprometés, cómo te involucrás, cómo te responsabilizás? El conocimiento crea responsabilidad y también misión”, resumió.+

 Texto completo de la reflexión
¡Sin excusas! 
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (Domingo 12 de octubre de 2014 - Vigésimo octavo del tiempo ordinario) 

" Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: 'Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas'. Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: 'El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren'. Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. 'Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?'. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: 'Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes'. Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos. (San Mateo 22, 1-14) 

 En la parábola de la boda del hijo, Dios invita a todos porque es una fiesta; nos invita a través de la vida que se nos dio, nos invita a través de la Iglesia -que es el regalo que Cristo consiguió en la cruz-, nos invita a participar en esta comunidad grande, católica, universal, cristiana. Dios nos invita pero también exige de nuestra parte una respuesta, una colaboración, una presentación, una devolución.
 Resulta que frente a la fiesta, que estaba preparada, los invitados -con excusas razonables- no respondieron ni participaron. Uno se fue al campo, otro al negocio y otros maltrataron a los servidores. Las miles de excusas razonables no constituyen una verdad. La verdad es que fuimos invitados y no respondimos. 
 Las excusas del tipo “¡ah, yo no sabía!, ¡yo no podía!, ¡ah, mi carácter!, ¡ah, los demás me hicieron esto o me enseñaron lo otro!, ¡ah, no me di cuenta!” son para demorar la respuesta responsable y personal. Por eso el dueño de la boda invita a otros y salen a los caminos a buscar gente. 
 Ahora es importante saber dónde tiene que estar la Iglesia, ¿reducida en las capillas, en las parroquias? NO. La Iglesia tiene que estar donde están los hombres, la gente. Como dice el Papa Francisco: salir a buscar en las periferias, salir a todos. La Iglesia no tiene límites ni fronteras; invita a todos y hay mucha gente que está esperando ser llamada nuevamente. 
 En esto tenemos que trabajar todos, como Pueblo de Dios, como Iglesia, como Comunidad misionera, creyente, orante, para anunciar este mensaje a los demás. No pretender, como excusa, que lo hagan los sacerdotes, las religiosas, pero los laicos no. Todos, como Pueblo de Dios, tenemos una vocación y una misión que cumplir. 
 Finalmente, entre los invitados, dice el autor, uno “no tenía el traje de fiesta”. Ese “traje” no es la ropa externa sino las virtudes, la adhesión, la participación, el deseo de estar a la altura del acontecimiento. La adhesión tiene que ser personal, con la inteligencia, con la voluntad y con el corazón, con las tres cosas; que no haya división en la vida de uno, porque si hay división no hay paz; si hay unidad de criterio y de vida -con inteligencia, voluntad y corazón, ahí tendremos paz. Esta es la respuesta: ¡si no tiene este traje de fiesta, que se vaya! 
 Resulta que a veces pretendemos participar y estar por medio de una foto: “¡padre, yo fui monaguillo!, ¡yo estuve con el Papa y me saqué una foto con él!, ¡yo lo conocía!”, sí está todo muy bien pero ¿y tu compromiso?, ¿qué hiciste de tu vida todo este tiempo?, ¿cómo te comprometés, cómo te involucrás, cómo te responsabilizás? Los conocimientos no son del estilo “ya fue”; el conocimiento crea responsabilidad y también misión. 
 Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén 

 Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús

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