Avellaneda-Lanús peregrinó a Luján

Avellaneda-Lanús peregrinó a Luján
 Martes 9 Sep 2014 | 12:37 pm
Luján (Buenos Aires) (AICA): Con el lema “Con María, caminamos sin miedo”, el sábado 6 de septiembre se realizó la peregrinación de la diócesis de Avellaneda-Lanús a la basílica de Nuestra Señora de Luján. El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, presidió misa concelebrada con el clero diocesano y religioso, y al terminar la celebración, los peregrinos rezaron en la Plaza Belgrano el Rosario Misionero.

 Con el lema “Con María, caminamos sin miedo”, el sábado 6 de septiembre se realizó la peregrinación de la diócesis de Avellaneda-Lanús a la basílica de Nuestra Señora de Luján. El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, presidió la misa concelebrada con el clero diocesano y religioso.
 Durante la celebración eucarística, monseñor Frassia reflexionó sobre la fe y la alegría que Dios quiere comunicar a los hombres. Manifestó que en un mundo de dolor, los creyentes “pueden beber de la fuente de Dios el don de la alegría”.
 La alegría, señaló el obispo, “consiste en saberse amados por Dios y confiados en Él de que seremos salvados”. Al respecto, agregó: “No tenemos alegría porque las cosas nos van bien; ¡tenemos alegría porque sabemos que, para Dios, somos importantes, que nos ama entrañablemente, que no juega con nosotros, que nos considera, nos piensa, nos bendice, nos protege, nos cuida y nos ama!”.
 Monseñor Frassia también puntualizó que la alegría de saberse amado por Dios debe llevar al cristiano a ser capaz de consolar a los demás. Esto implica “salir del egoísmo”, apuntó, y dejar de lado “el individualismo y el consumismo que esclavizan la vida”.
 “Dios nos transmite alegría y consolación, y nos invita a consolar a los demás –insistió-. Porque Cristo es el centro de nuestra vida, tenemos que hacernos a un lado, descentrarnos para que el centro sea el Señor. Cuando Cristo es el centro de nuestra vida, la alegría no va a faltar jamás y la consolación va a estar presente en medio de nosotros porque Cristo es nuestra fuerza y sostén”.
 El obispo también indicó que el fervor apostólico nace cuando Dios tiene presencia en la vida, y en cambio, se apaga cuando el Señor “ya no tiene más nada que decir”. Al respecto, invitó a tener siempre una actitud humilde, que se manifiesta en el peregrinar, en el acercarse a la Virgen intercesora “como pobres”, para que Jesús permanezca en la vida de cada uno.
 Monseñor Frassia concluyó su homilía invitando a rezarle a María por la diócesis y por cada uno de sus miembros, para que todos vuelvan a dar frutos.
 Al terminar la celebración, los peregrinos rezaron en la Plaza Belgrano el Rosario Misionero.+

 Texto completo de la homilía
Peregrinación diocesana a Luján 
Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús en la peregrinación diocesana a Luján (Basílica Nuestra Señora de Lujan, 6 de septiembre de 2014) 

 Queridos sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas, querido pueblo fiel: 

 Una vez más venimos al Santuario de la Virgen para darle gracias, para encontrarnos con Dios; y vamos a encontrarnos con el Señor por medio de la Virgen, por medio de la Madre. Ella nos enseña a seguir sus pasos para estar más cerca de Dios, más cerca de Jesús. 
 Una de las cosas que debemos tener en cuenta, fundamentalmente en estos tiempos que nos toca vivir, es que por medio de la fe podemos hacer cosas extraordinarias. Estoy seguro que, cada uno de nosotros ha venido con intenciones de los demás, de las personas que no pueden estar por distintos motivos o razones; venimos portando las intenciones, los dolores, y las ilusiones de tantos hermanos nuestros. Y la Virgen recibe, en su regazo y en sus manos, todo lo que hoy estamos dispuestos a ofrecer. 
 Una de las cosas que iluminan nuestra vida, nuestra existencia, es la alegría que Dios nos quiere comunicar. En un mundo de dolor, que está triste y que ha perdido su esperanza, nosotros creyentes venimos a beber -de la fuente de Dios- el don de la alegría. 
 Ahora bien, ustedes me podrán preguntar “¿y la alegría, por qué?, ¡si nos pasan tantas cosas, si tenemos tantos problemas, si hay tantas dificultades!” Y les respondo: la alegría consiste en saberse amados por Dios y confiados en Él de que seremos salvados. Por eso tenemos alegría. No tenemos alegría porque “las cosas nos van bien”; ¡tenemos alegría porque sabemos que, para Dios, somos importantes, que nos ama entrañablemente, que no juega con nosotros, que nos considera, nos piensa, nos bendice, nos protege, nos cuida y nos ama! Por eso tenemos alegría. 
 Esa alegría de sabernos llamados a la existencia, llamados a la Iglesia por ser cristianos, y cada uno de nosotros llamados de un modo particular porque Dios nos tiene en cuenta. Los hombres, quizás, se olvidan de los demás hombres. Nosotros mismos nos olvidamos de los demás, ¡pero Dios no se olvida jamás! Por eso tenemos alegría. Una alegría que no tiene precio, una alegría que no tiene que desaparecer jamás de nuestro horizonte, de nuestra mirada y de nuestros proyectos. 
 Dios está en medio de nosotros y nos invita a ser capaces de consolar a los demás. Cuando uno dice “consolar a los demás” significa salir del egoísmo, de la esclavitud del pecado, de los vicios, de tanto individualismo, de tanto consumismo, de tantas cosas que esclavizan nuestra vida. Y tenemos que saber y tener fuerza para consolar a nuestro pueblo, para consolarnos entre nosotros, para amarnos, respetarnos, cuidarnos, ayudarnos y sostenernos para que seamos siempre fieles al Señor. 
 Alegría y consolación que Dios nos transmite y nos invita a consolar a los demás. Y porque Cristo es el centro de nuestra vida, nosotros tenemos que hacernos a un lado, descentrarnos para que el centro sea el Señor. Cuando Cristo es el centro de nuestra vida, la alegría no va a faltar jamás y la consolación va a estar presente en medio de nosotros porque Cristo es nuestra fuerza y sostén. 
 El alma de todo discípulo, de todo creyente, de cada uno de nosotros, en la medida que dejemos entrar al Señor en nuestra vida, seremos creativos, tendremos coraje, saldremos de nuestros egoísmos y saldremos con entusiasmo a servir a nuestro pueblo, a nuestros hermanos. 
 Si faltan garras apostólicas, si falta entusiasmo en el servicio, si falta alegría en el creyente, ¿saben qué pasa?, estamos alejándonos de la presencia de Dios. Por eso nuestra vida es tan tibia y tan opaca. No caigamos en la petulancia, el orgullo, la soberbia; como pobres que somos siempre tenemos que permitirle a Dios que Él sea nuestra alegría, nuestro consuelo y nuestro sostén. 
 Cuando el creyente se quebranta es porque Dios ya no tiene nada más que decir en su vida. Por eso venimos como peregrinos, como pobres, a pedirle a Dios por medio de la Virgen que nos venga a animar en nuestro camino; que nuestro itinerario de discípulo sea cabal en la respuesta, que no hayan obstáculos ni pecado que obnubile ni deteriore la amistad con Jesucristo. La Virgen nos ayuda a vivir el milagro de nuestra fe en la querida y amada Iglesia. 
 Es importante que nos demos cuenta que el mejor testimonio, el mejor servicio que podemos dar y hacer a los demás es permanecer en Jesús. ¡Que Jesús permanezca en el centro de nuestra vida!, ¡en el corazón, en el pensamiento, en las entrañas!, ¡en las actitudes, en los gestos y en el comportamiento! Hay que perseverar, hay que permanecer; pero si no se permanece ni persevera no hay gusto de Jesucristo, ni de la cruz redentora de Nuestro Salvador. 
 Quiero pedirle a la Virgen por nuestra querida y amada Iglesia en todas partes; por nuestra querida y amada diócesis Avellaneda Lanús para que sus miembros, el Pueblo de Dios, laicos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas, Obispo, todos volvamos a dar frutos “y frutos en abundancia” No tenemos otro conocimiento, no conocemos a otro que sea capaz de dar la vida como Cristo nos la dio a todos nosotros. Hoy queremos refundar, volver a pedir, a decidir y a tener la acción fundamental por Cristo, por la Iglesia y por el Pueblo Santo de Dios. María, nuestra Madre, nos vuelve a decir, nos susurra al oído: “hijo mío, haz lo que Jesús te diga” 
 Que cada uno de nosotros, en su interior más profundo, en su conciencia, escuche el pedido clamoroso de la Virgen Madre. Que tengamos la dicha de hacer lo que Jesús nos diga. 
 Que así sea. 

 Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús

Comentarios

Seguidores