Mons. Frassia aconseja hacer silencio para recibir la Palabra de Dios

Mons. Frassia aconseja hacer silencio para recibir la Palabra de Dios
 Miercoles 16 Jul 2014 | 11:24 am
Avellaneda (Buenos Aires) (AICA): El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Oscar Frassia, brindó una reflexión por radios del conurbano bonaerense y la capital federal sobre el evangelio dominical, en el que Jesús presenta la parábola del sembrador. El prelado afirmó que Dios envía su Palabra para ser escuchada atentamente y espera a cambio una respuesta. Aconsejó “hacer silencio” y “sacar los ruidos” para que la Palabra penetre en el corazón y dé frutos en abundancia.

 Monseñor Frassia afirmó que la Palabra de Dios es la semilla y Jesús es el sembrador. Indicó que lo más importante es que Dios da su Palabra, el Verbo que fue hablando permanentemente por varios interlocutores, hasta que en el último tiempo habló con su misma Palabra, Jesucristo -el Verbo, la Palabra de Dios propiamente dicha-.
 El obispo afirmó que Dios envía su Palabra para ser escuchada atentamente y espera a cambio una respuesta. Sostuvo que algunos no la comprenden y permiten que venga el maligno para arrebatarlas; o bien, llega pero no se le permite entrar ni fructificar, y entonces se pierde al borde del camino. Otros, en cambio, tienen actitudes y respuestas “acuosas, líquidas y superficiales” que no permiten a la Palabra echar raíz y dar fruto. También están los que se pierden en las preocupaciones del mundo y terminan ahogando esta Palabra.
Monseñor Frassia también señaló que está la tierra fértil, que es “trabajada, abonada y capaz de recibir en serio y de manera consistente la fuerza de esa Palabra”. Se da en quienes escuchan atentamente, responden con diligencia y permiten que produzca frutos.
 “En estos diversos terrenos, tenemos que saber trabajar nuestras actitudes –aconsejó el obispo-. Saber hacer silencio, sacar los ruidos, porque vivimos aturdidamente, distraídamente, segmentadamente y esto nos hace ineficaces en responder como discípulos y somos infecundos en la misión”.
 “Pidamos a la Palabra de Dios que penetre en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra existencia y que demos frutos en abundancia. Cuando uno está enamorado de la Palabra de Dios hay gozo, alegría y paz; y esa Palabra se constituye en nosotros como identidad, pertenencia, verdad, sabiduría y solidaridad”, concluyó el obispo.+

 Texto completo de la reflexión
Palabra de Dios: identidad, pertenencia, verdad, sabiduría y solidaridad 
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (Domingo 13 de julio de 2014) 

" Aquel día, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: "El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta.” (San Mateo 13, 1-9) 

 La Palabra de Dios es la semilla y Él es el sembrador. Lo más importante es que Dios nos da su Palabra, que es su Revelación, el Verbo que nos fue hablando permanentemente a través de la naturaleza, de la creación, de la Historia de la Salvación desde el Antiguo Testamento, a través de los Profetas, de los Reyes, de los Patriarcas. Pero en el último tiempo nos habló con su misma Palabra, Jesucristo –el Verbo, la Palabra de Dios propiamente dicha– que se encarna en el seno virginal de María y es verdadero Dios y verdadero Hombre. 
 Dios nos dirige su Palabra para que la escuchemos atentamente y así podamos responder. Esta acción de Dios, esta carta que nos envía, tiene ciertas características. Algunos no la comprenden y permiten que venga el maligno para arrebatarlas. 
 Esa Palabra viene, está, pero cayó al borde del camino y los pájaros comieron las semillas y estas no fecundaron. A veces escuchamos la Palabra pero no la dejamos entrar, la dejamos fuera de nuestra casa, de nuestra vida, de nuestra existencia. Es así que vienen otros la pisan y desaparece. 
 Otros tenemos un terreno pedregoso, la tierra no es profunda y la Palabra-semilla no echa raíces en nosotros; tenemos actitudes y respuestas tan acuosas, líquidas y superficiales, porque la Palabra de Dios no se profundiza en nosotros, no nos ilumina, no nos enseña, no nos alimenta, no tenemos raíces ¡y así nos va! Muchas veces no tenemos raíces como sociedad, como familia, como personas, de allí que no tengamos pertenencia ni identidad, esto nos hace inconstantes, volubles, cambiantes, superficiales. 
 Otras veces esa Palabra-semilla cae entre espinas, pero cuando va a crecer aparecen las preocupaciones del mundo, la seducción, las distracciones, las fragmentaciones, las riquezas, que terminan ahogando esta Palabra y no da frutos. Muchas veces no dejamos que esa Palabra entre en nosotros, por eso nuestra vida es infecunda. 
 Finalmente, la Palabra-semilla entra en tierra fértil, trabajada, abonada, capaz de recibir en serio y de manera consistente la fuerza de esa Palabra. Escuchamos atentamente, respondemos con diligencia y se producen frutos. 
 En estos diversos terrenos, tenemos que saber trabajar nuestras actitudes. Saber hacer silencio, sacar los ruidos, porque vivimos aturdidamente, distraídamente, segmentadamente y esto nos hace ineficaces en responder como discípulos y somos infecundos en la misión. 
 Pidamos a la Palabra de Dios que penetre en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra existencia y que demos frutos en abundancia. Como decía Jeremías “cuando tu Palabra viene a mi encuentro yo la devoraba con avidez; tu Palabra fue para mí alegría y el gozo de mi corazón porque yo llevaba tu nombre”. Cuando uno está enamorado de la Palabra de Dios hay gozo, alegría y paz; y esa Palabra se constituye en nosotros como identidad, pertenencia, verdad, sabiduría y solidaridad. 
 Que el encuentro de la Palabra en nosotros nos dé una vida más consistente, más convencida, más comprometida y más fecunda. 
 Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén 

 Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús

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