El que no cree verdaderamente en el Señor es un discípulo vacilante y mediocre

El que no cree verdaderamente en el Señor es un discípulo vacilante y mediocre
 Jueves 23 Ene 2014 | 09:16 am
Avellaneda (Buenos Aires) (AICA): “¡Jesús es el Hijo de Dios y nosotros tenemos que ser sus seguidores y sus discípulos! Pero vamos a serlo porque creemos en Él. Si creemos en Él vamos a tener fuerza para ser auténticos discípulos. Pero si no creemos en Él nuestra presencia y nuestra respuesta serán vacilantes, serán mediocres”, dijo el obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, este martes 21 de enero, al presidir las celebraciones patronales de la parroquia Santa Inés, en el barrio de Monte Chingolo de Lanús Este, cuyo párroco es el padre Alejandro Alonso.

“¡Jesús es el Hijo de Dios y nosotros tenemos que ser sus seguidores y sus discípulos! Pero vamos a serlo porque creemos en Él. Si creemos en Él vamos a tener fuerza para ser auténticos discípulos. Pero si no creemos en Él nuestra presencia y nuestra respuesta serán vacilantes, serán mediocres”, dijo el obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, este martes 21 de enero, al presidir las celebraciones patronales de la parroquia Santa Inés, en el barrio de Monte Chingolo de Lanús Este, cuyo párroco es el padre Alejandro Alonso.
 Monseñor Frassia presidió la celebración eucarística, concelebrada por el párroco, y a su término se llevó a cabo una procesión que recorrió algunas calles de la vecindad, encabezada por el obispo diocesano.
 “Es una hermosa ocasión para reunirnos y agradecer a Dios por esta comunidad, para pedirle que siga bendiciendo al párroco, padre Alejandro, al diácono Marcelo, y a todos los que colaboran para que la Iglesia siga siendo creíble, dando testimonio en todas las familias, en el barrio y en todos los ámbitos donde esta comunidad pueda llegar”, dijo el obispo al comienzo de su homilía.
 Al reflexionar sobre las lecturas del día, monseñor Frassia recordó que “sabemos que no estamos solos; sabemos que hay Alguien que dio la vida por nosotros; sabemos que la vida, la gracia y la redención se realizaron en nosotros, en nuestra comunidad, en nuestra familia y en el mundo entero”.
 “¡Jesús es el Hijo de Dios y nosotros tenemos que ser sus seguidores y sus discípulos!, enfatizó el prelado y añadió: “Pero vamos a serlo porque creemos en Él. Si creemos en Él vamos a tener fuerza para ser auténticos discípulos. Pero si no creemos en Él nuestra presencia y nuestra respuesta, serán vacilantes, serán mediocres, serán más o menos, serán “estoy pero no estoy”, “me meto o no me meto”, “es una vida cristiana o no es una vida cristiana”, “soy más o menos”; ¿saben por qué? Porque todavía no nos dimos cuenta que Jesucristo es el Hijo de Dios y que vino para salvarnos, para redimirnos, para darnos la vida nueva. Si creemos en Él seremos transformados, seremos cambiados”.
 Seguidamente monseñor Frassia exhortó a los fieles: “tengan ustedes paz, pero les recuerdo lo que tienen que ser: ¡santos!, ¡cristianos!” Muchas veces pensamos que la santidad es para los demás, para el obispo, para el párroco, para las religiosas o para algunas personas más piadosas, pero no para todos, ¡NO! ¡La santidad es para todos y para cada uno de nosotros!, exclamó.
 Tomando el ejemplo de la santa que estaban celebrando, Santa Inés, el obispo de Avellaneda-Lanús señaló que “ella dio la vida por Cristo”. “Para ser cristianos, para ser santos, para ser hijos de Dios y para vivir en serio, todos tenemos que tomar la decisión de decirle Sí a Dios, aunque haya obstáculos, alguna piedra, algo que nos impida vivir en la verdad”.
 “Que Santa Inés, finalizó el obispos, nos ayude a vivir con gozo el testimonio, es decir el martirio, y nos de la fuerza de la convicción y de la decisión a Jesucristo. +

 Texto de la homilía 
Fiestas patronales de la parroquia Santa Inés 
Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en las fiestas patronales de la parroquia Santa Inés (19 de enero 2014) 

 Queridos hermanos: 
 Es una hermosa ocasión para reunirnos y agradecer a Dios por esta comunidad, para pedirle que siga bendiciendo al párroco, P. Alejandro, al diácono Marcelo, y a todos los que colaboran para que la Iglesia siga siendo creíble, dando testimonio en todas las familias, en el barrio y en todos los ámbitos donde esta comunidad pueda llegar. 
 Las lecturas del día de hoy ponen su acento, su mirada, en Jesucristo el Hijo de Dios, el Enviado, el Mesías. En Israel hay dos figuras muy metidas en la tradición bíblica: el Mesías, el Enviado, será destinado para ser “luz entre las naciones”. Ese Mesías es el Cordero Pascual, aquél que viene a dar la vida por los demás. 
 En Israel, al celebrarse la Pascua, se sacrificaban los corderos y su sangre se esparcía a la comunidad en señal de purificación. Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, ocupa el lugar del cordero que va al matadero sin decir ninguna palabra y ofrece su vida en obediencia al Padre. Jesucristo es el Cordero Pascual que viene a dar la vida por nosotros; es el fundamento de nuestra vida. 
 En segundo lugar, Jesucristo es el Siervo de Dios que viene a obedecer al Padre; viene sufriendo para que la humanidad tenga de nuevo la paz, tenga de nuevo la vida. Es tan importante que Juan, el Bautista, dice de Él “¡este es el Enviado, no hay dudas, es Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, el Ungido”! 
 Sabemos que nos estamos solos; sabemos que hay Alguien que ha dado la vida por nosotros; sabemos que la vida, la gracia y la redención se han realizado en nosotros, en nuestra comunidad, en nuestra familia y en el mundo entero. 
 ¡Jesús es el Hijo de Dios y nosotros tenemos que ser sus seguidores y sus discípulos! Pero vamos a serlo porque creemos en Él. Si creemos en Él vamos a tener fuerza para ser auténticos discípulos. Pero si no creemos en Él nuestra presencia y nuestra respuesta, serán vacilantes, serán mediocres, serán más o menos, serán “estoy pero no estoy”, “me meto o no me meto”, “es una vida cristiana o no es una vida cristiana”, “soy más o menos”; ¿saben por qué? Porque todavía no nos dimos cuenta que Jesucristo es el Hijo de Dios y que vino para salvarnos, para redimirnos, para darnos la vida nueva. Si creemos en Él seremos transformados, seremos cambiados. 
 Veamos el ejemplo de San Pablo cuando habla a la comunidad de Corinto y les dice “tengan ustedes paz, pero les recuerdo lo que tienen que ser: ¡santos!, ¡cristianos!” Muchas veces pensamos que la santidad es para los demás, para el Obispo, para el párroco, para las religiosas o para algunas personas más piadosas, pero no para todos, ¡NO! ¡La santidad es para todos y para cada uno de nosotros! 
 Ustedes podrán decirme “estamos en el mundo”, “hay muchas dificultades”, “hay muchas tentaciones”, “hay muchos problemas”, ¡claro que los hay! Y cada uno los tiene según su manera y los tenemos todos. Pero ciertamente la santidad de Dios hace posible lo que a nosotros, muchas veces, nos resulta imposible. La santidad es posible porque Dios quiere que seamos santos y si Dios así lo quiere, podemos serlo. ¡A no achicarse, a no acobardarse, a no engañarse ni creer que “eso no es para mí!” 
 ¿En qué consiste la santidad? En ser una buena persona, en tener criterios del Evangelio, en tener actitudes similares a Jesucristo, en que el Evangelio y la Palabra de Cristo estén encarnados en nosotros para ser fieles, ser transparentes, ser buenos, tener paciencia, perdonar y pedir perdón, para ser solidarios y ayudar a los otros. Siempre el amor y la caridad se adelantan; como el amor de la mamá que se adelanta a las necesidades del hijo, porque aunque el hijo no abrió la boca, la mamá ya sabe lo que necesita. ¿Por qué esa mamá intuye y se da cuenta de la necesidad de su hijo? ¡Porque ama! El amor es creativo y nos ayuda a descubrir las necesidades reales de los demás. 
 Ahora llegamos a Santa Inés. Su nombre en italiano, “Agnese”, significa “cordero” y en las imágenes está representada con un cordero. Ella ha dado la vida por Cristo, quería consagrarse a Dios. Pero, en aquella época, querían casarla con el hijo de un cónsul romano y ella no aceptó. En aquél momento los cristianos vivían escondidos por ser contrarios a la forma religiosa del Imperio romano. Es así que, aquél joven, despechado por el rechazo, la denunció diciendo “¡esta es cristiana!”, e Inés aceptó el martirio, no cambió de opinión, no cambió de parecer, no cuidó su vida física pero cuidó su vida espiritual y su alma.
 Detengámonos en esto: para ser cristianos, para ser santos, para ser hijos de Dios y para vivir en serio, todos tenemos que tomar la decisión de decirle SI a Dios. Quizás haya obstáculos, alguna piedra, algo que nos impida vivir en la verdad, como decir mentiras, no comprometernos, no amar, “vivir más o menos”. Y cada uno sabe dónde renguea ¿verdad? 
 Es el momento de ofrecer a Dios, a través de Santa Inés, la decisión de ser un buen cristiano, una buena persona. Dificultades tenemos todos, por las edades, por las condiciones, por las experiencias y por tantas cosas más; pero siempre más fuerte es el amor de Dios y más fuerte es que Dios quiere que vivamos en gracia y seamos amigos de Jesús, quiere que vivamos del Evangelio y que amemos a la Iglesia por la que Cristo dio su cuerpo y su sangre. Y todavía Cristo, estando crucificado, dijo “¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!” El mensaje supremo, el perdón. Que quizás también nosotros tengamos que pedir perdón y perdonar a alguien en esta vida. 
 Que Santa Inés nos ayude a vivir con gozo el testimonio, es decir el martirio. ¡El testimonio de una presencia viva y no derrotada!, ¡una vida brillante y no opaca!, ¡una vida con entusiasmo, no una vida que va durando a lo largo de los años y de los tiempos! 
 Queridos hermanos, que Santa Inés nos de la fuerza de la convicción y de la decisión a Jesucristo. 
 Que así sea. Mons. 

Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús

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