Mons. Frassia animó a responder a Dios con la vida

Mons. Frassia animó a responder a Dios con la vida
 Martes 15 Oct 2013 | 10:51 am
Valentín Alsina (Buenos Aires) (AICA): Al celebrar la confirmación de decenas de niños y jóvenes, el obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Oscar Frassia, exhortó a los jóvenes de la comunidad a escuchar la voz de Dios, que habla por medio de la Palabra, de la Eucaristía, a través de los demás y por medio de su Madre, la Virgen. Los instó a ser agradecidos a Dios con la vida, el testimonio diario del Evangelio.

 El obispo de Avellaneda, monseñor Rubén Oscar Frassia, celebró la fiesta patronal de la parroquia Nuestra Señora de Fátima, en una jornada que se vio realzada por la confirmación de 79 niños y jóvenes de la comunidad. En su homilía a los confirmandos, el obispo los animó a reflexionar sobre el don de la vida y los animó a ser agradecidos a Dios y a sus padres. Les dijo que la vida es igual que un regalo, que se debe agradecer de igual modo.
 Luego, monseñor Frassia reflexionó junto a ellos sobre el sacramento del bautismo y de la confirmación. “¡Cómo serán de importantes que se dan una sola vez en la vida y para siempre!”, expresó.
 “En el bautismo Dios nos tomó e hizo un pacto con nosotros: a partir de ese momento es para nosotros Dios; y nosotros su pueblo. Es una alianza indeleble, no se va a destruir ni quebrantar jamás. ¿Saben por qué? Porque Dios no se arrepiente de lo que hace. A veces somos nosotros, los hombres, que nos borramos, nos apartamos, nos alejamos; pero Dios no se aleja jamás, está siempre”, explicó.
 “El sacramento de la confirmación –añadió- es la gracia de Dios mismo que nos dice que va a estar siempre con su amistad para que seamos siempre discípulos y para que siempre seamos testigo de esto”.
 El obispo relató una situación de su vida personal, cuando de niño sentía miedo al perder de vista a su padre en la calle. Entonces, él gritaba y su padre le aseguraba que lo iba a encontrar. Formaba parte de un juego de “escondidas”.
 “En este ejemplo personal, veo cómo obra Dios. Dios va a estar siempre al lado nuestro, pero esto no asegura que nosotros estemos al lado de Él. Dios estará siempre a nuestro lado, en las buenas y en las malas; nos portemos bien o nos portemos mal. ¿Por qué va a estar siempre? Porque es misericordioso, tiene ternura y bondad”.
 A partir de este ejemplo, el prelado exhortó a los jóvenes de la comunidad a escuchar la voz de Dios, que habla por medio de la Palabra, de la Eucaristía, a través de los demás y por medio de su Madre, la Virgen. Respecto a María, dijo: “Ella está presente en nuestra vida. Nos enseña a escuchar a Jesús, que su palabra no esté en vano en nosotros y que le podamos responder. ¿Y cómo se responde? Con todo lo que somos, con toda nuestra vida, con nuestros límites, fragilidades, errores, pero queremos responderle”.
 Así, monseñor Frassia instó a ser agradecidos a Dios con la vida y el testimonio diario del Evangelio: “Sepan que ser cristianos nos hace superar un límite muy fuerte, el que nos quiere proponer la sociedad. ¿Cuál es? El que nos quiere hacer vivir al capricho, al sólo por hoy, ‘vivo mi vida y lo demás no me importa’”.
 “El alma no se llena con cosas –aclaró-. Se llena con amor, con valores, con dignidad, con buen servicio, siendo buenos hijos y buenos hermanos, el alma se llena con eso. ¡Y nuestra alma es tan importante que no tiene precio, no se compra ni se vende! Nuestra vida es tan importante que tenemos que vivirla con intensidad y en plenitud”.+

 Texto completo de la homilía 
Fiesta patronal parroquia Nuestra Señora de Fátima 
Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en la fiesta patronal de la parroquia Nuestra Señora de Fátima y confirmaciones de 79 niños y jóvenes (Lanús, 13 de octubre 2013)

 Queridos chicos, queridos jóvenes, hermanos: 
 En este momento hay tantas situaciones que nos llevan a reconocer la importancia de esta Misa, que trataremos de unirlas para que esta celebración tenga un sentido muy especial. 
 Primero tenemos que reconocer que nuestra vida la recibimos, que nadie nació porque uno mismo decidió nacer. Antes no existíamos y a partir del momento, por la obra de Dios y por el amor de nuestros padres, empezamos a existir en el vientre de nuestra mamá. Y fuimos llamados a la vida que se nos dio, se nos regaló, se nos prestó. Por lo tanto la primera palabra que tenemos que decir es ¡gracias! Como cuando nos dan un regalo, lo abrimos y decimos “¡gracias, muy amable!” Nuestra vida es un regalo y hay que ser agradecidos a Dios y a nuestros padres. 
 Esta vida que se nos da, después tenemos que desarrollarla e ir creciendo por la experiencia, por los errores, por los consejos, por las palabras, por los cuidados. Y Dios está siempre en nosotros, desde el momento de nuestra existencia. También está cuando nuestros padres nos llevaron a la Iglesia y nos hicieron bautizar. Recibimos este sacramento tan importante como lo es también la Confirmación. ¡Y cómo serán de importantes que se dan una sola vez en la vida y para siempre! 
 En el bautismo Dios nos tomó e hizo un pacto con nosotros: “a partir de este momento Yo, para ti, seré tu Dios; y tú serás, para mí, mi Pueblo”; esta alianza que Dios hizo es indeleble, no se va a destruir ni quebrantar jamás. ¿Saben por qué? Porque Dios no se arrepiente de lo que hace. A veces somos nosotros, los hombres, que nos borramos, nos apartamos, nos alejamos; pero Dios no se aleja jamás, está siempre.
 Entrar en la Iglesia, en una comunidad, en el Pueblo Santo de Dios -que para nosotros son las parroquias, capillas, lugares, pero siempre parte de ese Pueblo de Dios- nos lleva a no ser indiferentes; no sólo conocemos a los que conocemos, sino que también tenemos que reconocer a los que no conocemos; por eso decimos, con la Iglesia, que todo hombre es nuestro hermano, porque si es hijo de Dios es hermano nuestro. Y si es hijo de Dios y hermano nuestro, no tenemos ningún derecho a despreciarlo como hermano, ni tenemos derecho destruirlo como hijo de Dios. 
 ¿Por qué esto? Porque la fe nos responsabiliza y debemos darnos cuenta que tenemos que ser cada vez más hijos de Dios y aprender a tratarnos entre nosotros con respeto, con amor y como hermanos. 
 El Sacramento de la Confirmación es la gracia de Dios mismo que nos dice algo estupendo: “mira, yo voy a estar siempre contigo; te voy a dar mi amistad para que seas siempre mi discípulo y para que siempre seas testigo de esto.” A veces, uno no se da cuenta de estas afirmaciones y les cuento algo de mi vida personal: cuando era chiquito, ocho o nueve años, iba por la calle caminando con mi papá y él, a veces, se escondía detrás de un árbol para que yo lo buscara y él aparecía; otras veces íbamos caminando, él entraba en un negocio y yo me desesperaba porque no veía a mí papá y gritaba “¡papá, te perdiste, no te encuentro, tengo miedo!”, hasta que él me dice “hijo, no tengas miedo, yo te voy a encontrar”. Cuando papá me dijo eso mi vida cambió, no tuve más miedo. ¿Y por qué? Porque yo confiaba en la palabra de mi papá cuando me dice “¡acá estoy, yo te encuentro, no me vas a buscar porque yo te voy a encontrar!” Me dio mucha serenidad.
 En este ejemplo personal veo que Dios obra así. Yo lo tengo que buscar pero Dios me va a encontrar porque somos de Él. Dios va a estar siempre al lado nuestro, pero esto no asegura que nosotros estemos al lado de Él, sin embargo Dios estará siempre a nuestro lado, en las buenas y en las malas; nos portemos bien o nos portemos mal. ¿Por qué va a estar siempre? Porque Dios es Dios y no hay otra razón, otro motivo; porque es Padre, es Misericordioso, tiene ternura, bondad y no reacciona como lo hacemos nosotros que nos apartamos, nos peleamos, nos quebrantamos; con Dios no es así. Él está siempre y cuando dice siempre es siempre. 
 Queridos hijos, Dios estará siempre en sus vidas y la prueba es el sacramento de la confirmación que es indeleble, que no se borra, que es de una sola vez en la vida y para siempre. ¡Dios no los va a dejar jamás!
 Pero nosotros ¿qué tenemos que hacer? Escucharlo, y escuchándolo también hay que responderle, Dios nos habla por medio de la Palabra, a través del sacramento de la Eucaristía, a través de los demás y también nos habla por medio de su Madre, la Virgen María, porque Dios la eligió; no fue un invento de los hombres, una decisión de algunos genios o sabios, no; fue Dios quien la eligió para ser la Madre del Verbo. Y María, que es la obra cumbre del Espíritu Santo, que no sabía nada, que no entendía nada, le creyó, aceptó y dijo “¡Amén, hágase tu voluntad!” 
 La Virgen está presente en nuestra vida. Donde está el Hijo, está la Madre. Donde está la Madre, está el Hijo. Por eso la Virgen tiene mucho que ver en todos nuestros pueblos con tantos nombres: la Virgen de Luján, la Virgen de Fátima, la Virgen de Lourdes, la Virgen del Milagro, la Virgen del Valle; en Uruguay Nuestra Señora de los Treinta y tres, en Paraguay la Virgen de Caa-cupé, en Bolivia la Virgen de Cochabamba, en Brasil Nuestra Señora de Aparecida. Distintos nombres pero siempre la misma, la única, es la Madre de Dios y Madre nuestra. 
 La Virgen nos enseña a escuchar a Jesús, que su palabra no esté en vano en nosotros y que le podamos responder. ¿Y cómo se responde? Con todo lo que somos, con toda nuestra vida, con nuestros límites, fragilidades, errores, pero queremos responderle. Ustedes, que reciben el sacramento de la confirmación, saben que Dios no se irá nunca de su vida, saben que tienen que escuchar bien para responder bien, y saben que hay que hacerse merecedores de la amistad de Jesús. 
 Tenemos que ser agradecidos, pero ¿cómo somos agradecidos? Con la vida, no sólo de palabras. Den testimonio, conozcan el Evangelio, vívanlo, anúncielo a los demás; sepan que ser cristianos nos hace superar un límite muy fuerte, el que nos quiere proponer la sociedad; ¿cuál es? El que nos quiere hacer vivir al capricho, al “sólo por hoy”, “vivo mi vida y lo demás no me importa”, “rompemos todos los vínculos, total quedamos nosotros”. Como no debemos nada a nadie y el mundo nos quiere meter eso por todos lados, en la cabeza, en el corazón, en la cultura, en el modo de vivir donde todo se usa y se tira como un sachet, donde hay que cambiar el celular todos los años porque viene un modelo nuevo ¡y cómo no vas a tenerlo!, así las cosas nos van llenando el alma como si esas cosas puedan hacerlo. 
 El alma no se llena con cosas. Se llena con amor, con valores, con dignidad, con buen servicio, siendo buenos hijos y buenos hermanos, el alma se llena con eso. ¡Y nuestra alma es tan importante que no tiene precio, no se compra ni se vende! Nuestra vida es tan importante que tenemos que vivirla con intensidad y en plenitud. 
 Queridos jóvenes y adultos, el Señor los bendice para siempre, den frutos y no tengan miedo. Ustedes son importantes pero, por favor, escuchen bien y respondan bien; den lo mejor: calidad de vida y no cantidad de vida. Dios, que no viene a competir con nosotros, con su presencia nos humaniza y la Virgen viene a consolarnos para que podamos vivir en paz. 
 Para la salvación del mundo, sin verdad, sin justicia, sin libertad y sin amor, la paz entra en peligro. Vivamos la verdad, el amor, la justicia en la libertad y la Virgen hará en nosotros lo que hoy le pedimos. 
 Que así sea. 

 Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús

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