Concluyó la misión diocesana por Villa Corina

Concluyó la misión diocesana por Villa Corina
 Martes 3 Sep 2013 | 10:36 am
Lanús (Buenos Aires) (AICA): La diócesis de Avellaneda-Lanús concluyó este domingo la misión diocesana, que movilizó a la Iglesia particular hacia el barrio de Villa Corina, en el partido de Lanús, con el objeto de compartir la fe y llevar un mensaje esperanzador a los vecinos de esta zona carenciada del conurbano bonaerense. El obispo diocesano, monseñor Rubén Frassia, destacó la experiencia y llamó traducir este momento en acciones simples, cotidianas y ordinarias de la vida. Pidió convertirse, descubrir a Dios en la vida y “dejarse de embromar”.

 La diócesis de Avellaneda-Lanús concluyó este domingo la misión diocesana, que movilizó a la Iglesia particular hacia el barrio de Villa Corina, en el partido de Lanús, con el objeto de compartir la fe y llevar un mensaje esperanzador a los vecinos de esta zona carenciada del conurbano bonaerense.
 La actividad se desarrolló con la participación de los seminaristas diocesanos y más de 100 jóvenes pertenecientes a diversas instituciones, movimientos y grupos parroquiales, a quienes se sumaron los miembros de la Junta de Laicos, la Pastoral Urbana y la Pastoral Universitaria, entre otros equipos. Visitaron a las familias y recorrieron las escuelas y plazas motivados por el lema “Discípulos y misioneros para que el mundo crea”, inspirados en las enseñanzas que el Papa dejó en su paso por el Brasil con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud.
 “Nos encomendamos muy especialmente a Dios, nuestro Padre celestial, para que infunda en nosotros su gracia y para poder anunciarlo a quienes todavía no lo conocen”, sostuvieron desde la escuela de formación de las futuras generaciones de sacerdotes.
 Este domingo 1º de septiembre, el obispo diocesano, monseñor Rubén Oscar Frassia, presidió en la capilla María Madre de la Iglesia la celebración eucarística de clausura de la misión, y destacó la acción de jóvenes, seminaristas, religiosas y sacerdotes que salieron para anunciar que Jesucristo está vivo y ama a los hombres.
 El obispo destacó la experiencia evangelizadora, y los frutos que puede dar en cada persona; sin embargo, advirtió que se trató de un “momento extraordinario” para la comunidad, que requiere traducirse en cosas simples, cotidianas y ordinarias de la vida.
 “Este encuentro –sostuvo- va a pasar mañana a ser cosas simples, cotidianas y ordinarias de la vida. Es decir la vida continúa y cada uno a su puesto, a su lugar, a su realidad. Pero con la memoria y la conciencia de lo que ustedes han vivido estos dos fines de semana. Y si Dios los tocó, ¡no tengan miedo! ¡No se lo van a olvidar! Cuando uno se topa o encuentra con Dios, hay una transformación, un impacto, hay una fuerza que nos transforma y a la vez transforma a los demás”.
 Monseñor Frassia les aseguró a los jóvenes misioneros que Dios los eligió para anunciar su nombre a los demás. “¿Saben lo que esto significa? –les preguntó-. ¿Saben lo que significa para el que perdió la esperanza, que se dedicó a la bebida, o se dedicó a robar el escuchar el mensaje de Jesús, hacerle saber que Dios no mira lo que está haciendo sino que está llamando a otra cosa distinta?”.
 “Vamos a darle gracias a Jesús porque nos dio un cachetazo”, les dijo. “Ciertamente el Señor es exigente y nos pide que lo amemos en serio, que vivamos una vida en serio y que nos comprometamos en serio ¡hoy, no más adelante, porque “más adelante” es nunca!”, espetó.
 El obispo de Avellaneda-Lanús llamó a los laicos, religiosos, seminaristas y sacerdotes a cambiar, poniendo la voluntad y “dejarse de embromar”.
 “Que el Espíritu Santo nos toque a cada uno, y le damos gracias porque ya nos tocó, como el rayo del sol sobre nuestras cabezas. ¡Qué hermoso es el Señor! Es lo mejor que nos puede pasar. Es lo mejor a lo que estamos llamados. Es lo mejor en que podemos dar y comprometer nuestra vida. Se los deseo y me lo deseo, de todo corazón”, concluyó.+

 Texto completo de la homilía
Cierre de misión diocesana en Villa Corina 
Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Labnús, en la misa de cierra de la misión diocesana en Villa Corina (Capilla María Madre de la Iglesia, 1 septiembre 2013) 

 Queridos jóvenes, queridos hermanos: 
 Las lecturas de este día nos ponen una breve consideración que da sentido a toda nuestra vida: hay que ser humildes. El humilde es el que reconoce que ha recibido: la vida, la familia, la gracia a través de la Iglesia. El humilde es el que, porque reconoce, se anima a decir la verdad. 
 Hay dos tentaciones contra la actitud de humildad: el engrupido, el soberbio, el que cree que no tiene necesidad, que piensa que “está todo bien”, que no tiene necesidad de Dios ni de los demás, que no tiene necesidad del perdón ni de la oración; esta tentación descarta a los demás. 
 En sentido opuesto a la anterior, hay otra tentación contra la humildad: el que se achica, el que se desanima, el que no tiene ánimo, el que es cobarde; que piensa que como la cosa es tan importante, tan grande, tan fuerte, él no será capaz de hacer nada. Como es un pecador, una persona frágil, débil y como no puede, se va a la “covacha”, se encierra y no hace nada. La primera actitud, del soberbio, y la segunda, del cobarde, ambas son negativas ¡no son buenas! 
 Yo quiero que hoy tomemos en cuenta algo importante: el contacto con los demás. Otros jóvenes, de otras comunidades, de otras parroquias, de otros barrios, se juntaron -estos dos sábados y estos dos domingos- con otros de distintos lugares y procedencias, distintos movimientos y realidades, con seminaristas, religiosas y sacerdotes para ir JUNTOS a dar testimonio; y JUNTOS a anunciar a los demás que ¡Jesucristo está vivo y que no está muerto! ¡Que Dios vive y nos ama!, ¡que nos quiere y nos cuida! ¡Y nos pide que continuemos con las mismas actitudes! Que nos amemos, que nos cuidemos, que nos respetemos, que nos ayudemos y que caminemos juntos, no separados ni aislados ¡juntos! 
 Eso les ha dado ánimo porque, al verse que son otros, no sólo cada uno de ustedes sino los demás, y que cada uno enriquece el encuentro con su propia persona, con su experiencia, con sus equivocaciones, pero con su entusiasmo, con su alegría, ¡eso hace mucho bien! Y esto es lo que podemos llamar un momento extraordinario para esta comunidad. Que no va a ser siempre así, pero sí que fue y es un momento importante para la Iglesia diocesana. 
 Este encuentro importante, extraordinario, va a pasar mañana a ser cosas simples, cotidianas y ordinarias de la vida. Es decir la vida continúa y cada uno a su puesto, a su lugar, a su realidad. Pero con la memoria y la conciencia de lo que ustedes han vivido estos dos fines de semana. Y si Dios, Jesús, los tocó ¡no tengan miedo!, ¡no se lo van a olvidar! No va a pasar lo que pasa con muchas cosas del tipo “ya fuiste”, “ya fue”, “ya pasó”, porque no es un descarte. Cuando uno se topa o encuentra con Dios, hay una transformación, un impacto, hay una fuerza que nos transforma y a la vez transforma a los demás. 
 De este encuentro hay que sacar consecuencias y ellas van a ser en el marco de la humildad, porque cada uno de ustedes, y cada uno de nosotros, somos muy grandes pero también somos muy pequeños y eso es parte de la condición humana; somos así. 
 Pero Jesús les dice algo a ustedes y a los demás. Son ustedes los que fueron elegidos para que digan eso a los demás: no se tapen la boca, no cierren sus manos, no cierren el corazón, no cierren el ímpetu de su vida. Sepan que Dios los elige para que ustedes puedan anunciar su nombre a los demás. 
 ¿Saben lo que esto significa? ¿Saben lo que significa decirle a un chico -que está harto de vivir, que está aplastado por el desánimo, por la droga, por la tristeza, por la bronca, por el resentimiento, por su soledad- decirle “Jesús te ama en serio”, “vos valés”, “Jesús te quiere”, “Él vino por vos”, “vino por mí”? ¿Saben lo que significa para el que el que perdió la esperanza, que se dedicó a la bebida, o se dedicó a robar, o hacer “la suya” sin importar nada de los demás; escuchar el mensaje de Jesús que le dice “Dios no mira lo que estás haciendo sino que te está llamando a otra cosa distinta, y con El vas a poder, con Él puede cambiar tu vida”? 
 ¿Sabés porque te puedo decir que con Él va a cambiar tu vida? ¡Porque antes me cambió la vida a mí y me hizo distinto!, ¡me abrió los ojos y me doy cuenta del tiempo que perdí!, ¡pero qué hermoso lo que he ganado! Entonces, amigos, ¡cómo no dar testimonio!, ¡cómo no hablar de Cristo, de la Virgen, de la Iglesia, del Pueblo de Dios que es santo, de todo lo que podemos hacer, transmitir y vivir! Y todo esto es en serio. No es un chiste, no es una mentira, no es mera palabra 
 Queridos jóvenes, vamos a darle gracias a Jesús porque nos dio un cachetazo, nos despertó, nos sacudió a todos -cada uno sabe cómo y dónde- pero ciertamente el Señor es exigente y nos pide que lo amemos en serio, que vivamos una vida en serio y que nos comprometamos en serio ¡hoy, no más adelante!, porque “más adelante” es nunca; ¡hoy mi vida tiene que cambiar!, yo seminarista ¡hoy mi vida tiene que cambiar!, yo soy cura ¡hoy mi vida tiene que cambiar!, yo soy obispo ¡hoy mi vida tiene que cambiar!, yo soy laico ¡hoy mi vida tiene que cambiar! Cada uno sabe que queremos cambiar la vida, pero si no ponemos la voluntad ¡no va a haber cambio! Y es necesario amar en serio, poner la voluntad en serio y dejarnos de embromar.
 Le pedimos hoy al Espíritu Santo, ese que no nos deja quietos, que “enciende el fuego de su amor en nuestro corazón”, ¡cómo no vamos a hablar!, ¡cómo no vamos a estar contentos!, ¡cómo no vamos a estar llenos de Dios y sabiendo que lo podemos decir y tratar -porque lo somos- ¡hermanos! ¡Qué cosa estupenda lo que Dios nos regala en este día para todos! 
 Sabemos que no nos podemos cruzar de brazos. Hay mucho trabajo que hacer pero no podemos hacer todo. Pero sí podemos hacer algo que está al alcance de cada uno de nosotros. No queramos hacer todo pero hagamos los que nos corresponde, lo que nos compete. No seamos metidos en muchas cosas. Hagamos lo que tenemos que hacer, pero hagámoslo bien. ¿Saben por qué? Porque es para el Señor, para los hermanos y porque uno no puede desear otra cosa que lo mejor. Así nuestras comunidades serán más ricas espiritualmente, más fuertes, más profundas y más comprometidas. 
 Que el Espíritu Santo nos toque a cada uno y le damos gracias porque ya nos tocó, como el rayo del sol sobre nuestras cabezas. ¡Qué hermoso es el Señor! Es lo mejor que nos puede pasar. Es lo mejor a lo que estamos llamados. Es lo mejor en que podemos dar y comprometer nuestra vida. Se los deseo y me lo deseo, de todo corazón. 
 Que así sea. 

 Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús

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