Evangelio del Domingo, una catequesis sobre la misericordia y la reconciliación

Evangelio del Domingo, una catequesis sobre la misericordia y la reconciliación
Martes 18 Jun 2013 | 09:02 am

El obispo reafirmó que Cristo vino por los pecadores. 






Avellaneda (Buenos Aires) (AICA): El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Oscar Frassia, compartió una reflexión en torno al evangelio propuesto para el domingo 16 de junio, que –según advirtió- contiene “algunas cosas fundamentales” que valen la pena afirmar. Reafirmó que Cristo vino por los pecadores y subrayó que la misericordia es más importante que las miserias personales. Invitó a no caer en posiciones falsas, como pensar que Dios no perdonará los numerosos pecados de cada uno o la inexistencia de faltas y errores. “Es importante saber que Dios está dispuesto a perdonar. Confiemos y tomemos la decisión de no pecar más”, exhortó.

El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Oscar Frassia, compartió una reflexión en torno al evangelio propuesto para este domingo 16 de junio, que –según advirtió- contiene “algunas cosas fundamentales” que valen la pena afirmar.
El obispo reafirmó que Cristo vino por los pecadores, los que “tienen necesidad de un médico”, en alusión al pasaje en el que se relata la comida que compartían Jesús y un fariseo al momento en que María Magdalena irrumpe en la escena y se postra a los pies de Jesús para expresarle su arrepentimiento y conversión. “Cristo es el gran médico: el que viene a curar, el que viene a sanar, el que viene a rescatar, el que viene a llamar y el que viene a perdonar”, estimó.
Monseñor Frassia también hizo notar dos palabras con igual raíz y distinto significado: “miseria” y “misericordia”. Indicó que la misericordia es más importante que las miserias, aunque sostuvo: “También es importante que sean reconocidas estas miserias, porque si no se las reconoce no se puede recibir el perdón. Y sólo Dios perdona los pecados, pero es necesario reconocer el propio pecado”.
El prelado también advirtió la falta de confianza en Dios, que lleva a pensar que Dios no va a perdonar los numerosos pecados de cada uno. Por ello, sostuvo que si bien Dios “no convive con el pecado”, llama y perdona al pecador: “Pensar que Dios no tiene fuerzas, Dios no es capaz o Dios es tan duro es tener una idea equivocada de la imagen de Dios. Él perdona de corazón”.
En segundo lugar, el obispo llamó la atención sobre otra actitud: la de aquellos que no reconocen el pecado en sus acciones, en sus gestos u omisiones. Alertó que esto puede llevar a la presunción y el orgullo. Pero a la vez explicó que en el camino de profundización de la vida de fe lleva a encontrar y reconocer los pecados. No obstante, no es suficiente: “El único que perdona es Dios. Cualquier tipo de cerrazón a Dios, desintegra al hombre. Cuando uno se abre a Dios, ahí recibe el perdón, se integra, se unifica y mejora la relación con la comunidad”.
Asimismo, monseñor Frassia indicó que el perdón de los pecados no significa solamente una restauración individual, sino que también contempla una restitución del perdonado en la comunidad, que había quedado lesionada por su apartamiento. Así, enseñó que la reconciliación “es un acto personal que redunda en la comunidad y repercute en la Iglesia e incide en el bien común”.
“Es importante saber que Dios está dispuesto a perdonar, que nosotros tenemos que reconocer nuestros pecados, pero cuando los reconocemos escuchamos estas palabras: «Tú tienes muchos pecados, pero de ahora en adelante ¡no peques más!». Confiemos y tomemos la decisión de no pecar más”, concluyó.+

Texto completo de la alocución
Dios no convive con el pecado pero llama y perdona al pecador
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (XI domingo durante el año, 16 de junio de 2013)
"Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces, una mujer pecadora, que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, tomó un frasco de perfume, se colocó detrás de él, a sus pies, y se puso a llorar. Sus lágrimas empezaron a regar los pies de Jesús y ella trató de secarlos con su cabello. Luego le besaba los pies y derramaba sobre ellos el perfume. Al ver esto el fariseo que lo había invitado, pensaba “Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca, lo que ella es, una pecadora.” Pero Jesús, tomando la palabra, le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”, “dí Maestro”, contestó él. Y Jesús le dijo: “Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar perdonó la deuda a ambos. ¿Cuál de los dos lo amará más?» Simón contestó: «Pienso que aquel a quien perdonó más.” Jesús le dijo: “Has juzgado bien.” Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no derramaste agua sobre mis pies, en cambio ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste, pero ella, desde que entró, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados; por eso demuestra mucho amor. En cambio aquel al que se le perdona poco, demuestra poco amor.” Jesús dijo después a la mujer: “Tus pecados te son perdonados.” Los invitados pensaron: “¿Quién es este hombre que llega hasta perdonar los pecados?” Pero de nuevo Jesús se dirigió a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz.” (San Lucas 7,36-50)"

Es un hermoso texto del que es importante afirmar algunas cosas fundamentales. La primera es que Cristo vino para nosotros, para los pecadores ya que, ciertamente, “los sanos no tienen necesidad del médico” sino que los enfermos tenemos necesidad del médico. Cristo es el gran médico: el que viene a curar, el que viene a sanar, el que viene a rescatar, el que viene a llamar y el que viene a perdonar.
Dos palabras que tienen la misma raíz: “miseria” nuestra y “misericordia” de Dios. Es más importante la misericordia que las miserias. Pero también es importante que sean reconocidas estas “miserias”, porque si no se las reconoce no se puede recibir el perdón. Y sólo Dios perdona los pecados, pero es necesario reconocer el propio pecado.
Hay actitudes muy frecuentes en nuestra sociedad: “tengo tantos pecados, que Dios no me va a perdonar”, esto demuestra una falta de confianza porque Dios no se achica ante el pecado del hombre; Dios no convive con el pecado pero llama y perdona al pecador. Pensar que “Dios no tiene fuerzas”, “Dios no es capaz” o “Dios es tan duro”, es tener una idea equivocada de la imagen de Dios: Dios perdona de corazón.
En segundo lugar, puede pasar que haya personas que digan “yo no tengo pecados: no robo, no mato, soy fiel, no hago esto, no hago lo otro, no soy como aquél”, y pareciera que uno es “un 10”, que está por encima de todo el mundo. Ciertamente ahí también se puede caer en la presunción y en el orgullo.
Cuando uno va “afinando el oído”, profundizando en su vida, o se va dando cuenta, no es que “inventa” pecados sino que los va descubriendo y en esa situación también descubre la importancia de reconocerlos, la necesidad de reconocerlos; pero que es algo insuficiente porque el único que perdona es Dios. Cualquier tipo de cerrazón a Dios, desintegra al hombre. Cuando uno se abre a Dios, ahí recibe el perdón, se integra, se unifica y mejora la relación con la comunidad.
Siempre sucede que, cuando se perdona a alguien, se lo reintegra a la comunidad. Se había separado, distanciado, enfriado o lesionado el bien común pero al recibir el perdón se lo restituye al seno de la comunidad. No es un acto meramente individual, es un acto personal que redunda en la comunidad y repercute en la Iglesia e incide en el bien común.
Es importante saber que Dios está dispuesto a perdonar, que nosotros tenemos que reconocer nuestros pecados, pero cuando los reconocemos escuchamos estas palabras: “tú tienes muchos pecados, pero de ahora en adelante ¡no peques más!” Confiemos y tomemos la decisión de no pecar más.
Les dijo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén 

Mons. Rubén Oscar Frassia, 
Obispo de Avellaneda-Lanús

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