Mons. Frassia alentó a vivir como resucitados y comprometidos con el anuncio del Evangelio

Mons. Frassia alentó a vivir como resucitados y comprometidos con el anuncio del Evangelio 
 Miercoles 17 Abr 2013 | 11:03 am 
Remedios de Escalada (Buenos Aires) 
(AICA): El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Oscar Frassia, alentó a los fieles a “vivir como resucitados”, con la Dignidad que Dios otorga a los bautizados, y señaló que, en la actualidad, considera que la Iglesia necesita “gente madura” y convencida, que tenga claridad, con ¨testigos creíbles y no testigos dibujados o pintados”. El prelado se expresó de esta forma durante la misa que presidió luego de acompañar la procesión en la parroquia Nuestra Señora de los Remedios, y que sirvió para obtener la indulgencia plenaria según lo establecido con motivo del Año de la Fe. 

 El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Oscar Frassia, alentó a los fieles a “vivir como resucitados”, con la Dignidad que Dios otorga a los bautizados, a la vez que llamó a reconocer este sacramento de iniciación cristiana como “cosa muy seria”.
 El prelado se expresó de esta forma durante la misa que presidió luego de acompañar la procesión que se realizó el sábado 13 de abril en la parroquia Nuestra Señora de los Remedios, del Decanato 4, y que sirvió para obtener la indulgencia plenaria según lo establecido por el obispo con motivo del Año de la Fe.
 “Vivir como resucitados –indicó- significa vivir con esa dignidad de Dios, que nos dio en nuestra humanidad, como personas. Significa vivir dignamente la gracia del bautismo, cuando Dios besó nuestra alma y nos hizo sus hijos. Y cuando hizo esa alianza que no se romperá jamás.
 “Pueblo de Dios y Dios para nosotros que somos su Pueblo. Por lo tanto, la vida humana y la vida cristiana bautismal es una cosa muy seria. ¡Un don tremendo! Y tanta gracia debe crear en nosotros admiración, sorpresa, gratitud y responsabilidad”, subrayó.
 Monseñor Frassia buscó generar conciencia del inmenso amor de Dios a los hombres, en esta jornada en la que muchos fieles alcanzaron el don de la indulgencia plenaria: “Las cosas de Dios son para los hombres y nosotros las recibimos inmerecidamente. Por eso hoy nos damos cuenta, y queremos reconocer una vez más, que todo es gracia y gracias a Cristo nosotros adquirimos un lugar en el Reino, un lugar en el cielo, un lugar en lo infinito, en lo eterno que no tiene ocaso, que no tiene fin”.
 “Dios nos abrió el cielo -continuó. Dios nos divinizó. Dios nos dio su gracia. Dios nos da su amistad, su ternura y su amor. Es cierto que todos somos pecadores, pero más grande que nuestra miseria es la misericordia de Dios. Por eso, siempre tenemos que saber que Dios es rico en misericordia; Él nos salva, nos perdona, nos transforma y nos cambia”.
 Luego, el obispo llamó a no caer en derrotismos ante los modelos de comportamiento que imperan en la actualidad, porque, de no ser así, “ya no se vive como resucitado”.
 “Pensar que el mundo es malo y pensar: ¿para qué voy a hacer el bien, si todo es inútil?, podría ser muy negativo en nuestras vidas. Es importante darnos cuenta de que el fruto de nuestra misión y el fruto de nuestros compromisos, de nuestra acción para con los demás, será siempre sostenido en la firme fe que nos da la esperanza en el Señor. Si no tenemos convicción y experiencia del encuentro con Dios, Jesucristo vivo, no vamos a tener fuerza ni convicción para la misión, porque nos falta el fundamento, nos falta lo esencial”, sentenció.
 Monseñor Frassia concluyó su homilía confesando que, en la actualidad, considera que la Iglesia necesita “gente madura” y convencida, que tenga claridad: “El que tiene claridad no se confunde, ni confunde a los demás, ni se confunde con las cosas que hacen los demás. De allí la importancia de saber que tenemos el don de Dios pero una tremenda responsabilidad como Iglesia. Todos, cada uno en su lugar, en su edad, en su formación, en su posibilidad, tenemos el don y la responsabilidad”.
 “El mundo necesita de la Iglesia aunque la pateen, aunque la pongan en el rincón y la quieran reducir a la sacristía. El mundo necesita de testigos creíbles del Evangelio. Y nosotros tenemos que ser testigos creíbles y no testigos dibujados o pintados”, redondeó.
 La procesión en el Decanato 4 comenzó a las 16 en las parroquias Nuestra Señora de Lourdes e Inmaculado Corazón de María.+

 Texto completo de la homilía
Peregrinación Año de la Fe 
Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia obispo de Avellaneda-Lanús en la peregrinacion del Año de la Fe en la Parroquia Nuestra Señora de los Remedios (13 de abril 2013) 

 Queridos sacerdotes, diáconos, diáconos permanentes, seminaristas, queridas religiosas. 
 Querido pueblo fiel: 

 Es una alegría muy profunda que estemos celebrando esta peregrinación en este tiempo de la Pascua; donde todos nosotros a través de nuestras comunidades, podemos reflexionar en algo que es muy común: el misterio de Cristo que muriendo ofreció su vida por nosotros, para que nosotros vivamos de la vida de Él. Hay una frase antigua muy importante que nos pone en el marco de lo que tenemos que vivir y pensar: “carne y sangre, tengan confianza porque gracias a Cristo han adquirido el cielo y un lugar en el Reino de Dios.” 
 La acción salvífica de nosotros, y de la Iglesia, es obra de Dios. Por lo tanto no cabe la menor duda que Cristo, obedeciendo al Padre, asumió el pecado y la escoria del mundo y también nuestro pecado y nuestra escoria. Cristo cargó sobre sus espaldas ese tremendo peso. Cristo como cordero inocente, sin gemir palabra, se entregó por nosotros. Por eso, sabiendo que Él resucitó, también nosotros podemos vivir como resucitados. 
 Vivir como resucitados significa vivir con esa dignidad de Dios, que nos dio en nuestra humanidad, como personas. Significa vivir dignamente la gracia del bautismo, cuando Dios besó nuestra alma y nos hizo sus hijos. Y cuando hizo esa alianza que no se romperá jamás: “a partir de este momento tú serás mi pueblo y yo para ti seré tu Dios.” Pueblo de Dios y Dios para nosotros que somos su Pueblo. Por lo tanto, la vida humana y la vida cristiana bautismal es una cosa muy seria. ¡Un don tremendo! Y tanta gracia debe crear en nosotros admiración, sorpresa, gratitud y responsabilidad. 
 Las cosas de Dios son para los hombres y nosotros las recibimos inmerecidamente. Por eso hoy nos damos cuenta, y queremos reconocer una vez más, que todo es gracia y gracias a Cristo nosotros adquirimos un lugar en el Reino, un lugar en el cielo, un lugar en lo infinito, en lo eterno que no tiene ocaso, que no tiene fin.
 Dios nos abrió el cielo. 
 Dios nos divinizó. 
 Dios nos dio su gracia. 
 Dios nos da su amistad, su ternura y su amor. 
 Es cierto que todos somos pecadores. Es cierto que tenemos dos realidades como parte de un mismo verbo: misericordia de Dios y miseria nuestra. Pero más grande que nuestra miseria es la misericordia de Dios. Siempre tenemos que saber, en la esperanza, que Dios es rico en misericordia, nos salva, nos perdona, nos transforma y nos cambia. 
 Pero esa misericordia de Dios, que es infinita, no tiene límite en Él pero puede tener límite en nosotros. Y nosotros no podemos abusar denodadamente de la misericordia que Dios nos tiene: “total, como Dios tiene misericordia, no voy a cambiar”, “total, como Dios tiene misericordia, no voy a ser un buen cristiano”, “total, como Dios tiene misericordia, no voy a ser un buen cura” “total, como Dios tiene misericordia, voy a vivir mi vida así nomas” No podemos abusar de la misericordia de Dios porque esa misericordia, que es gracia, crea en nosotros responsabilidad. 
 Hay dos cosas que podrían ser muy negativas en nuestra vida. Una es pensar que el mundo es malo y la otra que podemos pensar es “¿para qué voy a hacer el bien, si todo es inútil?”, “¿para qué voy a ser bueno si triunfan los infames?”, “¿para qué voy a ser honesto si sobresalen los corruptos?”, “¿para qué voy a ser fiel si todo el mundo hace lo que se le canta?”, “¿para qué me voy a romper si todo el mundo vive de otra manera?”, “¿para qué voy a tener un corazón integro y puro si todo el mundo hace cualquier cosa?” Es allí que ya no vivimos como resucitados, vivimos como derrotados porque el mal nos venció y porque el bien en nosotros no tiene valía. 
 Es importante darnos cuenta que el fruto de nuestra misión y el fruto de nuestros compromisos, de nuestra acción para con los demás, en lo personal, en lo familiar, en lo social, en lo apostólico y en todos los ámbitos será siempre sostenido en la firme fe que nos da la esperanza en el Señor. Si no tenemos convicción y experiencia del encuentro con Dios, Jesucristo vivo, no vamos a tener fuerza ni convicción para la misión, porque nos falta el fundamento, nos falta lo esencial. Podríamos decir que tenemos demasiadas valijas para un muy corto viaje. Nos cansaremos enseguida; nos vendremos abajo; nos vamos a quebrar; y allí ciertamente el sostén no es el Señor sino nuestras ideas y nuestros protagonismos. Por eso vamos a ser derrotados. 
 Creo que hoy más que nunca la Iglesia necesita de gente madura. Gente convencida. Gente que tenga claridad. El que tiene claridad no se confunde, ni confunde a los demás, ni se confunde con las cosas que hacen los demás. De allí la importancia de saber que tenemos el don de Dios pero una tremenda responsabilidad como Iglesia. Todos, cada uno en su lugar, en su edad, en su formación, en su posibilidad, tenemos el don y la responsabilidad. 
 El mundo, que está haciendo agua por todos lados, que vive cada vez más confundido y en una crisis más grande de lo que en tantos años podemos experimentar, ese mundo necesita de la Iglesia aunque la pateen, aunque la pongan en el rincón, aunque la quieran reducir a la sacristía. El mundo necesita de testigos creíbles del Evangelio. Y nosotros tenemos que ser testigos creíbles y no testigos dibujados o pintados. 
 Pidamos al Señor resucitado, que vivamos como resucitados en serio; dejando que el Señor vaya entrando cada vez más en nuestra vida para que seamos personas íntegras, apostólicas, generosas, abiertas y fieles.
 Que la Virgen, ella que es Reina de toda sabiduría, que entendió perfectamente a Dios por medio de la fe, nos enseñe a tener fe y a entender perfectamente lo que Dios quiere de nosotros hoy, en este tiempo, en esta época y ante estos desafíos. 
 No hay tiempo que perder. No hay situación para mirara a otro lado. Creo que la verdad del Evangelio y la verdad de Jesucristo nos tienen que meter en serio en el misterio de Dios, en el misterio de Cristo y en el misterio de cada uno de nosotros. 
 Vivamos obremos y testimoniemos como resucitados. 
 Que así sea. Mons. 

Rubén Oscar Frassia, 
obispo de Avellaneda-Lanús

Comentarios

Seguidores