Llamados a contagiar la esperanza que suscita la Resurrección

Llamados a contagiar la esperanza que suscita la Resurrección 
Martes 26 Mar 2013 | 11:33 am 
 Mons. Rubén Frassia 
Avellaneda (Buenos Aires) 
(AICA): El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Oscar Frassia, presidió el pasado domingo 24 de marzo la celebración del Domingo de Ramos en la catedral diocesana de Nuestra Señora de la Asunción y Santa Teresa de Jesús. En su homilía, señaló que todos los hombres están invitados a participar y meternos en el misterio de Dios, por el cual Jesús Jesús “asumió y vino a ser obediente al Padre” a fin de llenar al hombre de vida. El prelado pidió contagiar la esperanza que suscita en el cristiano la Resurrección del Señor y transmitir esa misma esperanza para transmitirla a un mundo “que está vacío y que muchas veces no nos quiere hablar, ni quiere reconocer la presencia de Dios”. 

 El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Oscar Frassia, presidió el pasado domingo 24 de marzo la celebración del Domingo de Ramos en la catedral diocesana de Nuestra Señora de la Asunción.
 En su homilía, el obispo señaló que todos los hombres están invitados a participar y meternos en el misterio de Dios, por medio de la liturgia, e invitó a no desaprovechar la ocasión: “Una vez más tenemos la oportunidad de pensar, reflexionar y darnos cuenta del gran amor que Dios nos tiene a nosotros”.
 Monseñor Frassia invitó a reconocer la calidad de pecadores de todos: “somos pecadores, somos mezquinos, somos individualistas, egoístas y a veces mentimos, nos falta la justicia, nos falta la verdad; sin embargo, sabiendo todo esto y sabiendo que somos mucho peor todavía, el Señor consciente y libremente se ofrece al Padre por cada uno de nosotros”.
 Seguidamente, enseñó que Jesús “asumió y vino a ser obediente al Padre” para salvar a la humanidad, y por lo tanto, la entrega, ofrenda y sacrificio de Cristo en la cruz libera al hombre del pecado, y por medio de la muerte, lleva al hombre a la vida.
 “¡Nos lleva a todos a la vida! –expresó- ¡La muerte no tiene la última palabra! ¡El pecado no es definitivo! Porque Dios, con su amor, con su Cuerpo y con su Sangre divinas, nos purifica, nos sana, nos renueva y nos hace personas nuevas”.
 Monseñor Frassia compartió con los fieles el sentido del Domingo de Ramos, que hace ingresar a la Semana Santa, e invitó a “incorporar las cruces” de cada uno. “Todos tenemos cruces, todos tenemos límites, todos tenemos sufrimientos, todos tenemos debilidades. Acompañémoslo, pero sepamos que ese misterio de dolor será traspasado por el misterio gozoso y glorioso de la resurrección”, recalcó el prelado.
 Asimismo, el obispo pidió embeberse de la esperanza que suscita en el cristiano la Resurrección del Señor y transmitir esa misma esperanza para transmitirla a un mundo “que está vacío y que muchas veces no nos quiere hablar, ni quiere reconocer la presencia de Dios”.
 “Dios viene a sanarnos, a edificarnos, a fortalecernos y tenemos que ser conscientes de que, debemos ser más adultos, más maduros y vivir más en serio, porque la fe se tiene que conectar y meter en la vida. No puede haber un divorcio entre fe y vida. La fe es lo central, la raíz de nuestra salvación que lleva a comprometernos cada vez más”.
 “Que podamos recibirlo, vivirlo y transmitirlo a los demás”. Con esa frase conclusiva de su homilía resumió el obispo su deseo de conversión en el corazón de los fieles.+

 Texto completo de la homilía
Domingo de Ramos 
Homilía de monseñor Ruben Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el Domingo de Ramos (Catedral Nuestra Señora de la Asunción, 24 de marzo 2013) 

 Queridos hermanos: 
 El misterio que estamos celebrando, el misterio de la Pasión, es muy fuerte y todos nosotros estamos invitados a participar y meternos en el misterio de Dios. La Iglesia, en la liturgia, vuelve a repetir el misterio, vuelve a repetir la historia y como Dios es eterno y está presente siempre, cuando nosotros –por medio de la liturgia- celebramos un misterio volvemos a repetirlo una sola vez para siempre, pero se vuelve a repetir.
 Una vez más tenemos la oportunidad de pensar, reflexionar y darnos cuenta del gran amor que Dios nos tiene a nosotros porque, sabiendo que como pueblo y como personas nosotros somos pecadores, somos mezquinos, somos individualistas, egoístas y a veces mentimos, nos falta la justicia, nos falta la verdad; sin embargo, sabiendo todo esto y sabiendo que somos mucho peor todavía, el Señor conciente y libremente se ofrece al Padre por cada uno de nosotros. 
 No fue engañado, no fue sin darse cuenta; Él asumió y vino para ser obediente al Padre, para salvarnos y salvar a la humanidad, a todo el pueblo de Dios. Por lo tanto, el acto de Cristo, el entregarse, el ofrecerse, el sacrificarse, el morir por nosotros, quitándonos el pecado y liberándonos de la muerte con su resurrección, por medio de la muerte, nos llevó a todos a la vida. ¡Nos lleva a todos a la vida! ¡La muerte no tiene la última palabra! ¡El pecado no es definitivo! Porque Dios, con su amor, con su Cuerpo y con su Sangre divinas, nos purifica, nos sana, nos renueva y nos hace personas nuevas. 
 Entramos en este misterio, del Domingo de Ramos al Domingo de Pascua, donde vemos y vamos a seguir viendo durante toda la semana, lo sangriento, lo doloroso, lo terrible, sin embargo Jesús sabe perfectamente que no será defraudado jamás por el Padre. “¡Sé en quien he puesto mi confianza, pues el Padre y yo somos una misma realidad!” 
 Por lo tanto, acompañemos a Cristo y también incorporemos las cruces; porque todos tenemos cruces, todos tenemos límites, todos tenemos sufrimientos, todos tenemos debilidades. Acompañémoslo pero sepamos que ese misterio de dolor será traspasado por el misterio gozoso y glorioso de la resurrección.
 Como Pueblo de Dios y como Iglesia, estamos imbuidos por la esperanza. La esperanza de un mundo nuevo; la esperanza de un cielo que viene a nosotros y la esperanza de poder ser amigos de Jesús, del Señor, de la Virgen; amigos de la Iglesia, hijos de la Iglesia. ¡Cuántas cosas Dios nos regala a todos nosotros! Pero tenemos que seguirlo, estar atentos y tenemos que comprometernos. 
 No podemos caer en la incoherencia de las palabras: decir una cosa y hacer otra. No podemos quedarnos y aturdirnos después con el bullicio de un mundo que está vacío y que muchas veces no nos quiere hablar, ni quiere reconocer la presencia de Dios. No queremos ese mundo. No queremos una familia que no esté unida a los valores más importantes. No queremos que se nos engañe y nos falte la fuerza de la verdad, en Dios y en cada uno de nosotros. 
 Dios viene a sanarnos, a edificarnos, a fortalecernos y tenemos que ser concientes que, como Iglesia, tenemos que ser más adultos, ser más maduros, vivir más en serio, porque la fe se tiene que conectar y meter en la vida. No puede haber un divorcio entre fe y vida. La fe es lo central, la raíz de nuestra salvación que lleva a comprometernos cada vez más. 
 Quiero hacer silencio. Quiero que Dios nos hable y que ninguno de nosotros sea capaz de resistir al amor de Dios. Si nos damos cuenta que nos amó, que nos ama y que está a nuestro lado, en nosotros, que nos acompaña siempre, que nos bendice, que nos protege, que nos ilumina, que enardece nuestra vida, que da sentido y gusto a nuestra vida incluso en la enfermedad, hasta el pecado y la muerte, nosotros viviremos en paz. 
 Una paz que no se compra con dinero. 
 Una paz que no se compra con éxito, 
 Una paz que no se compra con trampas. 
 Una paz que no tiene precio. 
 En todo caso, si esa paz tiene un precio, ¡lo pagó Jesucristo por nosotros! 
 Es así: ¡hubo alguien que pagó por nosotros!, ¡que dio la vida por nosotros y que nos entregó su amor! 
Por eso: no hay otra paz. Jesucristo, muerto y resucitado, es nuestra paz. 
 Que podamos recibirlo, vivirlo y transmitirlo a los demás. 
 Que así sea. 

 Mons. Rubén Oscar Frassia, 
obispo de Avellaneda-Lanús

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