Cierre del jubileo diocesano de Avellaneda-Lanús

Cierre del jubileo diocesano de Avellaneda-Lanús
Avellaneda (Buenos Aires), 19 Oct. 11 (AICA)
Mons. Rubén Frassia clausuro el año jubilar de Avellaneda-Lanús

El sábado 15 de octubre, el obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Oscar Frassia, celebró el cierre del jubileo diocesano y la fiesta de Santa Teresa de Jesús, co-patrona de la diócesis, en la parroquia San Pedro Armengol.

En su homilía, monseñor Frassia dijo: “Damos gracias a Dios por todo lo que ha hecho en esta Iglesia particular, hoy en Avellaneda Lanús, y en todas las comunidades presentes. Así se va constituyendo la Iglesia, a través de la presencia, de la participación, de la comunión; a través de un espíritu de comunión entre todos nosotros, como una porción del Pueblo de Dios”.
“En este Jubileo de los cincuenta años – dijo el prelado- nos reunimos para dar gracias a Dios. Es importante tener memoria, es importante ser agradecidos, pero no nos podemos quedar mirando hacia atrás. Tenemos que vivir con intensidad el presente y este presente nos tiene que lanzar con decisión y con fuerza para un futuro que, ciertamente, puede ser bastante difícil para todos nosotros y para el mundo entero. Pero siempre con esperanza”.
El pastor señaló que “como Iglesia diocesana, tenemos que recurrir al espíritu del Concilio Vaticano II, que no pasó. No podemos olvidarlo sino que tenemos que actualizarlo, leyéndolo e incorporándolo, y darle vida”, y agregó: “Quien piense que no puede convertirse, se equivoca. Quien piense que Dios no tiene fuerzas, se equivoca. Ciertamente, si uno lo deja hacer a Dios, es posible que viva el espíritu de la conversión a Jesucristo”.
“El Evangelio no cambia, la tradición viva de la Iglesia no cambia. Cambiará el lenguaje, cambiará la formulación, cambiará el modo de presentación, cambiarán los tiempos, los tiempos de los sacerdotes, de los laicos, de las estructuras, un montón de cosas deberán cambiar, ¡pero siempre la Iglesia está y busca a Jesucristo! Esto es lo que no puede cambiar”, afirmó.
En el marco del Año de la Vida, monseñor Frassia consideró que “nosotros no defendemos la vida desde la concepción simplemente por ser creyente, la defendemos porque es un derecho natural de la vida humana. Si no se puede caer en una tremenda discriminación de quién tiene que vivir y quién no tiene que vivir”.
El obispo llamó a aprender de nuevo, como Iglesia, a trabajar en comunión y en equipo, ya que aseguró que “somos muy individualistas todavía. Muchas veces queremos hacer las cosas a nuestra manera, pero si diéramos lugar a Dios, nuestro corazón se abre; nuestra vida se abre y mejora nuestro trato interpersonal con los demás y nuestra calidad de vida”.
“Terminamos este año jubilar -¡cincuenta años!- pidiendo que el Señor nos siga bendiciendo: que bendiga a nuestras familias; y que nuestras familias vivan en serio el misterio de ser cristianos”, aseguró.
Como conclusión, monseñor Frassia pidió: “Que nuestra Iglesia diocesana, nuestra Iglesia particular de Avellaneda Lanús, sepa contar con el gran amigo que es Jesús, el Señor; el de las horas buenas y el de las horas amargas”. +

Texto completo de la homilía
CIERRE DEL JUBILEO DIOCESANO
Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, al cerrar el jubileo diocesano - Fiesta de Santa Teresa de Jesús, co-patrona de la diócesis (Parroquia San Pedro Armengol, 15 de octubre de 2011)
Querido Pueblo de Dios:

Damos gracias a Dios por todo lo que ha hecho en esta Iglesia particular, hoy Avellaneda Lanús, y en todas las comunidades presentes. Así se va constituyendo la Iglesia, a través de la presencia, de la participación, de la comunión; a través de un espíritu de comunión entre todos nosotros, como una porción del Pueblo de Dios.
Nadie nació por generación espontánea ya que siempre tenemos una procedencia. Así nació Avellaneda que cuando se crea la Diócesis, en 1961, se desprende de Lomas y la integran: Avellaneda, Quilmes y Berazategui, más tarde se anexa Florencio Varela. En 1976 se crea la Diócesis de Quilmes y la nuestra se reduce al departamento de Avellaneda. Finalmente, hace diez años, el Santo Padre toma la decisión de que Avellaneda Lanús es una nueva realidad. Y aquí, en esta parroquia, celebramos aquel 10 de junio de 2001, la unión de estas dos realidades. Entendíamos que queríamos hacer lo que el Señor quería: un solo corazón, una sola alma. Así lo entendieron los sacerdotes.
Recuerdo en aquella reunión, que tuvimos con anterioridad, donde se tomaron decisiones y los sacerdotes se estrecharon en un abrazo fraterno de comunión, de hermandad, y sabiendo que era voluntad de Dios. Ni Avellaneda lo había pedido, ni Lanús lo había pedido, ni el Obispo lo había pedido, pero así se dio y así formamos esta Iglesia diocesana.
En este Jubileo de los cincuenta años, nos reunimos para dar gracias a Dios. Es importante tener memoria, es importante ser agradecidos, pero no nos podemos quedar mirando hacia atrás. Tenemos que vivir con intensidad el presente y este presente nos tiene que lanzar con decisión y con fuerza para un futuro que, ciertamente, puede ser bastante difícil para todos nosotros y para el mundo entero. Pero siempre con esperanza.
La Iglesia tiene su identidad y tiene su vocación. Cada uno de nosotros tiene que ser agradecido por lo que ha recibido, ha sido llamado y porque cada uno de nosotros tiene una misión que cumplir.
El marco de estos festejos de los cincuenta años de nuestra querida diócesis, también está muy cercano. No podemos olvidar que fue en al año 1962, un 11 de octubre, que inició el Concilio Ecuménico Vaticano II. Ciertamente ese Concilio debe marcar toda nuestra vida, de los adultos, de los mayores y sobre todo de los jóvenes, porque la historia no tiene que ser olvidada. El Concilio debe seguir siendo una brújula ya que es una referencia permanente para la Iglesia y el mundo. Creo que nosotros, como Iglesia diocesana, tenemos que recurrir al espíritu del Concilio Vaticano II, que no pasó. No podemos olvidarlo sino que tenemos que actualizarlo, leyéndolo e incorporándolo, y darle vida.
Otro marco importante en esta celebración es el espíritu de Aparecida, en 2007, en Brasil. Allí todos los obispos latinoamericanos y del Caribe, se reunieron y nos presentaron el Documento Latinoamericano de Aparecida. Allí se hace hincapié, y no tenemos que olvidarlo jamás ni repetirlo de memoria como si fuera una mera frase para quedar bien, en ser “discípulos y misioneros” y pasar necesariamente -en el encuentro con el Señor- por un encuentro personal de conversión. Conversión personal.
Todos los que estamos acá, que queremos ser sus discípulos, tenemos que vivir como convertidos. Quien piense que no lo necesita, se equivoca. Quien piense que no puede convertirse, se equivoca. Quien piense que Dios no tiene fuerzas, se equivoca. Ciertamente, si uno lo deja hacer a Dios, es posible que viva el espíritu de la conversión a Jesucristo.
Luego, Aparecida nos insinúa fuertemente: discípulo y testigo, discípulo y misionero. Todos tenemos una misión que cumplir y cambiar las estructuras que muchas veces son obsoletas o que no responden al mundo de hoy.
El tercer marco referencial es el próximo Sínodo a realizarse en octubre de 2012, acerca de la evangelización. El Papa Benedicto XVI llama a las iglesias para que piensen, reflexionen, acerca de la Nueva Evangelización.
Y ahora nos situamos nosotros. Nosotros que vivimos en este año, y desde el 15 de agosto del año pasado, momentos especiales de Gracia y de regalo de Dios para todas nuestras iglesias. Tenemos que ser agradecidos, pero no nos podemos quedar solamente en el agradecimiento. Tenemos que ver cómo lo incorporamos a nuestra vida y cómo esta realidad va a tomar fuerzas para el futuro inmediato y no tan lejano.
A nadie se le escapa que el mundo cambió y que la Iglesia también está cambiando, que nosotros estamos cambiando, que la gente está cambiando y cuál es el programa que nosotros podríamos tener en la Iglesia, como decía el papa Juan Pablo II acerca del inicio del tercer milenio, “el programa es el Evangelio y la tradición viva”. ¡Estas cosas no cambian!
No vamos a hacer programas fantasiosos, sino vivir la vida ordinaria y cotidiana de un cristiano metido en una comunidad y en el mundo que nos toca vivir a todos, en la sociedad. Es allí donde tenemos que vivir realmente convencidos de nuestra vocación humana; también estamos convencidos que somos cristianos y tenemos que actuar y vivir como tal. ¡Esa es nuestra postura y eso no cambia!
El Evangelio no cambia.
La Tradición viva de la Iglesia no cambia.
¿Qué cosa debe cambiar?
Cambiará el lenguaje, cambiará la formulación, cambiará el modo de presentación, cambiarán los tiempos, los tiempos de los sacerdotes, de los laicos, de las estructuras, un montón de cosas deberán cambiar, ¡pero siempre la Iglesia está y busca a Jesucristo! Esto es lo que no puede cambiar.
¡Un discípulo, un cristiano, nosotros, no podemos dejar de buscar a Jesucristo para hacer con Él la voluntad del Padre! Para eso hemos venido, para eso estamos aquí, para eso Dios nos dio la vida, para eso Dios nos regaló el Bautismo. Somos cristianos.
Si nosotros negamos o ignoramos esta realidad, ¡no hemos entendido nada! Vivimos en el mundo y en la Iglesia para buscar y hacer la voluntad de Dios. ¡No buscarla sería traición! ¡No buscarla sería infidelidad! ¡No buscarla sería dilación y pérdida de tiempo!
Pidamos al Señor, en esta Eucaristía, que nos de fuerzas para que podamos vivir intensamente el sentido de nuestra vocación. Tenemos que vivirla y desarrollarla, pero también es cierto que si el mundo cambia ¿no tendremos que cambiar nosotros?, ¿no tendremos que ver cómo pensamos?, ¿no tendremos que ver cómo ofrecemos, en nuestra identidad, el pensamiento?
Supongamos lo que significan los derechos humanos, la vida, la bioética, lo que significan las leyes y muchas cosas más. La Iglesia Católica no debe estar ausente frente a estas realidades, pero también tiene que tener sentido de lo que dice, de lo que muestra y de lo que expresa. Es importante, por ejemplo, el tema del aborto. Nosotros no defendemos la vida desde la concepción simplemente por ser creyente, la defendemos porque es un derecho natural de la vida humana. ¡Y hay que defender la vida humana ya que es un derecho humano, al que nosotros también queremos defender! Si no se puede caer en una tremenda discriminación de quién tiene que vivir y quién no tiene que vivir, es un ejemplo.
Nosotros como Iglesia no podemos estar al margen y ausente para tener criterios, para tener pensamientos y para tener acción. Siempre detrás de cada acción tiene que haber un pensamiento. Si no hay pensamiento la acción se debilita.
Como Iglesia diocesana, como comunidades, no tengamos miedo a llamar las cosas por su nombre. Nosotros decimos si queremos ser abiertos, y queremos ser una comunidad abierta. Muchas veces cuando voy a visitar las parroquias lo he dicho, y varias personas han asentido diciendo que sí. Decimos que la gente venga a nuestras comunidades, la Iglesia es misionera y de puertas abiertas, pero cuando vienen no les damos lugar; cuando vienen no tienen lugar para trabajar; cuando vienen a veces no les damos espacio. Es una incoherencia.
Tenemos que aprender de nuevo, como Iglesia, a trabajara en comunión y en equipo. Somos muy individualistas todavía. Muchas veces queremos hacer las cosas a nuestra manera, según nuestro proyecto y nuestro pensamiento, pero si diéramos lugar a Dios, si diéramos lugar a la oración, si diéramos lugar a la escucha atenta de la Palabra de Dios, nuestro corazón se abre; nuestra vida se abre y nuestro trato interpersonal con los demás mejora y mejora nuestra calidad de vida.
Dios quiere que nosotros vivamos humanamente.
Dios quiere que nosotros vivamos santamente.
Dios quiere que nosotros vivamos en comunión.
Por lo tanto, hermanos, no tengamos miedo de esta realidad
Quiero que nos preguntemos: ¿y nosotros qué tenemos que hacer?, ¿cómo tenemos que vivir?, ¿qué tenemos para ofrecer? En aquel diálogo famoso entre Madre Teresa y un periodista, ella decía “tiene razón, la Iglesia tiene que cambiar, ¡empecemos, cambie usted y cambio yo; si usted cambia y yo cambio, la Iglesia va a cambiar!”
Cuando regresemos a nuestra comunidad, a nuestra familia, a nuestros apostolados, a nuestro trabajo, que la vida de Dios tenga cabida en nosotros y que volvamos a ser sal de la tierra y luz del mundo; que no tengamos vergüenza de ser creyentes; no tengamos vergüenza de quemarnos por el Señor; y no tengamos vergüenza de dar razón, aunque a veces después quizás nos vaya mal, o nos separen, o nos aparten.
Es preferible vivir convencidos y no vivir aguachentos, acomodándose a todas las circunstancias, perdiendo el sentido y el gusto de la vida humana y de la vida cristiana. ¡Sal de la tierra y luz del mundo!
Terminamos este año jubilar -¡cincuenta años!- pidiendo que el Señor nos siga bendiciendo: que bendiga a nuestras familias; y que nuestras familias vivan en serio el misterio de ser cristianos. ¡Qué cosa hermosa!, es lo mejor que nos pudo haber pasado; es lo mejor que hemos recibido: ¡la vida; y la vida de fe! Pero también hay que trabajarla laboriosamente, espiritualmente. La fe se expresa en obras y las obras están respaldadas por la fe.
Le decimos a la Virgen, Nuestra Señora de la Asunción, ¡gracias Madre por ser Madre nuestra! Santa Teresa ¡gracias! por habernos dado el ejemplo de ser amiga de Jesús, amiga de Dios, y haber vivido entrañablemente, superando dificultades, persecuciones y vivir en serio la amistad con Jesús.
Que nuestra Iglesia diocesana, nuestra Iglesia particular de Avellaneda Lanús, sepa contar con el Gran Amigo que es Jesús, el Señor; el de las horas buenas y el de las horas amargas. Pero Jesús, Cristo, el Hijo de Dios, es el Gran Amigo que quiso compartir con nosotros nuestra vida cristiana. Sigámoslo, escuchémoslo, recibámoslo y démoslo a conocer a los demás. Es su fuerza en nuestra fuerza; es su vida en nuestra vida; es su ayuda en nosotros que somos frágiles, pero Dios nos dice: “Yo estoy con ustedes hasta el final de los tiempos”
Seguimos no a un Cristo crucificado sino a un Cristo resucitado; por supuesto que para resucitar pasó por la cruz, pero ahí está la victoria. ¡Vivamos convencidos de la fuerza que Él nos trae!
¡No vivamos como derrotados!
¡No vivamos como mediocres!
¡No vivamos a medias como cristianos en riesgo!
¡Vivamos en serio y que el Amor de Dios, el amor fraterno entre nosotros, que las relaciones profundas entre las personas sean claras, transparentes, limpias, honestas y fraternas!
¡Eso es lo que el mundo necesita!
¡Eso es lo que la gente quiere de nosotros!
Y eso es lo que Dios nos pide a nosotros.
No tengamos miedo, Él venció al mundo.
Que Santa Teresa nos ayude a amar un poco más a la Iglesia, a vivir como hijo y a tratarnos entre nosotros como hermanos.
Que así sea.
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
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