EL MUNDO SERA UN LUGAR PELIGROSO SI SOLO VIVIMOS EL HOY

El mundo será un lugar peligroso si sólo vivimos el hoy
Avellaneda (Buenos Aires), 9 Set. 11 (AICA)
Jubileo de la diócesis de Avellaneda-Lanus

El domingo 4 de septiembre, la diócesis de Avellaneda-Lanús celebró el Jubileo de las Familias con el lema: “Cuna del amor y cuna de la vida”, en el Club Atlético Lanús.

El obispo, monseñor Oscar Frassia presidió la misa central de este acontecimiento y dijo que “la vida que recibimos es un regalo de Dios, es un don. Nadie nos preguntó si queríamos nacer y sin embargo estamos aquí, en la tierra, en la vida, en la Iglesia y en el mundo; por eso cada uno tendrá que hacerse cargo de su vida responsablemente ya que cada uno de nosotros tiene un origen común pero también tenemos una finalidad a la que somos dirigidos”.
El prelado aseguró: “Todos nosotros hemos recibido el don de la vida y también el don de pertenencia a nuestras familias. Y nuestras familias son como son“ y agregó “no queremos una familia ideal, donde todo es bárbaro, donde todo es tan bueno que casi resulta imposible. Fundamentalmente tenemos que partir de una realidad: somos lo que somos. Así como tenemos que ser realistas con nuestras familias, también tenemos que ser realistas con la Iglesia“.
Monseñor Frassia llamó a comprometernos con nuestras propias vidas y pensar “¿qué debo hacer en mi familia? ¿qué debo hacer en la Iglesia?¿qué debo hacer en el mundo?”
“El realismo - afirmó- nos lleva a recibir, pero también tenemos que producir. Así, cada uno de nosotros es responsable de su propio crecimiento, de su propio desarrollo; tiene que mejorar su vida, su familia; nuestra pertenencia a la Iglesia hay que mejorarla“.
El pastor advirtió que “hay que tener cuidado de ¡no perder la luz propia!, que significa no perder la capacidad de humildad y de alimento. Nosotros tenemos que alimentarnos con la Palabra de Dios; tenemos que rezar en familia, porque la familia que reza unida permanece unida”.
El obispo manifestó que si permitimos que se destruya la familia “estaremos cometiendo una insensatez histórica, tremenda. Como fue hace poco en nuestro país con la aceptación igualitaria del matrimonio de personas del mismo sexo, ¡una insensatez!, que quizás todavía no nos dimos cuenta: se lo puso a la par, como si fuera igual”.
“Si se reduce a vivir sólo por hoy, sólo lo que es costumbre o sólo lo que hoy se hace, entonces el mundo va a ser un lugar peligroso para vivir” dijo, y agregó “los valores hay que encarnarlos, esperando al hijo antes de nacer, de esta forma se siguen encarnando en la vida y así cada uno tiene una hermosa tarea que cumplir y desarrollar“.
Monseñor Frassia señaló que “hay una crisis de civilización, hay un cambio de época, pero también los adultos, estamos viviendo con miedo. Y como vivimos con miedo, hemos debilitado nuestra identidad y no estamos firmes en las propuestas que tenemos que hacer a los hijos” y agregó que “estamos como pidiendo permiso; como pidiendo disculpas. Tenemos miedo a que nos pongan la etiqueta de viejos o anticuados, por eso incurrimos en el error de la negociación. Los jóvenes son responsables pero los adultos más, porque los padres son más importantes y más responsables en el trato y en el vínculo con sus hijos”.
El prelado dijo que hay que saber decir sí, y saber decir no, ya que ambas expresiones son positivas cuando hay una verdadera familia.
Como conclusión, el obispo manifestó que “una familia no puede vivir en una campana de cristal, encerrándonos como muchas veces tenemos que hacer por miedo. En los valores, en los vínculos y en las relaciones interpersonales no debemos cerrarnos jamás. La oración, el amor en familia, Dios, el Evangelio, la Iglesia y la existencia de los demás, son un horizonte extraordinario”. +

Texto completo de la homilía.
JUBILEO DE LAS FAMILIAS: “CUNA DEL AMOR Y CUNA DE LA VIDA”
Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús en el Jubileo de las Familia (Club Atlético Lanús, 4 de septiembre de 2011)

Queridos sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos, querido pueblo fiel y queridas familias:
Hoy es un día especial para todos nosotros. Venimos de nuestras comunidades para pedirle a Dios y darle gracias por todo lo que nos da y nos seguirá dando a lo largo de nuestra vida. A mí me gusta ser realista y creo que todos nosotros estamos llamados, como cristianos, a ser realistas.
La vida que recibimos es un regalo de Dios, es un don. Nadie nos preguntó si queríamos nacer y sin embargo estamos aquí, en la tierra, en la vida, en la Iglesia y en el mundo; por eso cada uno tendrá que hacerse cargo de su vida responsablemente ya que cada uno de nosotros tiene un origen común pero también tenemos una finalidad a la que somos dirigidos. Venimos de Dios, caminamos con Él y a Él regresamos.
Podemos tener, en este mundo, una vida superficial, una vida vacía y una vida inútil; o podemos tener una vida plena, profunda, intensa o una vida responsable. Creo que todos nosotros hemos recibido el don de la vida y también el don de pertenencia a nuestras familias. Y nuestras familias son como son. Y hoy quiero que tengamos esta certeza: no queremos una familia ideal, donde todo es bárbaro, donde todo es genial, donde todo es extraordinario, donde todo es tan bueno que casi resulta imposible.
Fundamentalmente tenemos que partir de una realidad: somos lo que somos. Ese es mi hijo, esa es mi hija; este es mi padre, si es que está; esta es mi madre, si es que existe. Esta es mi familia. Hubiese querido otra, hubiese querido algo mejor, o no hubiese querido algo “tan peor”, pero esa es la realidad. Hemos tenido estas posibilidades, no tuvimos otras; quisimos otras pero son estas.
Así como tenemos que ser realistas con el tema de nuestras familias, también tenemos que ser realistas con el tema de la Iglesia. Esta es la Iglesia diocesana que tenemos; esta es la parroquia a la que pertenecemos; este es el sacerdote que dirige y conduce nuestra vida parroquial; esta es la realidad: este es el Obispo, este el sacerdote, esta la religiosa; es esto, esto y aquello.
Yo no soy un pesimista o un resignado para decir “las cosas hay que dejarlas estáticamente, no deben ser modificadas, transformadas o cambiadas”. ¡No! Pero sí, partimos de la realidad y la realidad es que somos lo que somos.
Somos lo que somos con nuestra historia.
Somos lo que somos con lo que nos pasó en la vida.
Somos lo que somos con las realidades a que cada uno de nosotros se ha visto sometida, tentada, indicada, sugerida. Pero ciertamente, no podemos cruzarnos de brazos.
Al comenzar dije que todo lo que recibimos es un don de Dios porque, cuando hemos descubierto la luz, o hemos descubierto la gracia, o hemos sido descubiertos por el Señor, ¡ninguno de nosotros tiene derecho a quedar igual! Y cada uno tiene que interesarse en su vida y comprometerse en su respuesta.
Por lo tanto la pregunta es, no lo que los demás tienen que hacer, sino “yo, ¿qué debo hacer?”
Yo, ¿qué debo hacer en mi familia? Yo, ¿qué debo hacer en la Iglesia? Yo, ¿qué debo hacer en el mundo? ¿Cómo estoy plantado? ¿Qué cosas pienso? ¿Qué cosas admito? ¿Qué cosas siento? ¿Qué cosas permito? Y ¿qué cosas no quiero ver?
El realismo nos lleva a recibir, pero también tenemos que producir. Así, cada uno de nosotros es responsable de su propio crecimiento, de su propio desarrollo; tiene que mejorar su vida, su familia; nuestra pertenencia a la Iglesia hay que mejorarla. No se pueden poner excusas: yo no fui, yo no sé, no me toca a mí, no soy responsable. ¡Porque nadie come vidrio! ¡Todo tiene que ver! El bien, tiene que ver; y el mal, tiene que ver. Lo que vivimos, admitimos, percibimos, proyectamos, todo repercute, o para bien o para mal.
Partiendo con este sentido realista, debemos darnos cuenta que tenemos que formular de nuevo las cosas. Esto significa que hay familias íntegras, que están muy bien, pero hay familias que están debilitadas, que están rotas, que prácticamente no existen, que están divididas. La realidad es tan compleja y tan desafiante, que es ahí donde está el punto de partida para recomenzar.
El que ve es más responsable. Y si uno lo ve, que no nos pase lo mismo. Porque si uno no quiere asumir o reconocer las advertencias de las situaciones, nos va a pasar lo mismo. ¿No están de acuerdo conmigo cuando escuchamos que dicen “hay personas que son brillantes”, “un sacerdote que es brillante”, “una familia que es brillante”, y brillan, y brillan, y brillan, pero de repente se apaga la luz, dejan de brillar y se vienen abajo? Antiguamente se decía “lo que pasa es que hay estrellas que brillan pero han perdido la luz propia, y como no tienen luz propia ya no existen”
Hay que tener cuidado: ¡no perder la luz propia!, que significa no perder la capacidad de humildad y de alimento. Nosotros tenemos que alimentarnos con la Palabra de Dios; tenemos que rezar en familia, porque “la familia que reza unida permanece unida”. Rezar no significa solamente desgranar decenas del Rosario, o decir una fórmula, o unas palabras, o unas jaculatorias nada más. Es una actitud de oración que, por cierto, implica, exige, las decenas del Rosario y las jaculatorias. ¡Pero es un espíritu que nosotros tenemos que tener!
Hoy más que nunca, en estos tiempos tan difíciles, tan convulsionados que nos toca vivir, tenemos que volver a la causa original de nuestra existencia y de nuestra familia: la oración en Dios y Dios tiene que volver a santificar nuestra familia. Y ciertamente que lo quiere porque la familia va a salvar al mundo.
Si se destruye la familia, que es la célula más más importante de la sociedad e incluso es anterior al Estado, y si nosotros permitimos que se destruya nuestra familia estaremos cometiendo una insensatez histórica, tremenda. Como fue hace poco en nuestro país con la aceptación igualitaria como matrimonio de personas del mismo sexo, ¡una insensatez!, ¡una cosa terrible nos ha sucedido!, que quizás todavía no nos dimos cuenta: se lo puso a la par, como si fuera igual.
El Papa Benedicto XVI nos recuerda permanentemente: hay que hacer recurso al derecho natural, hay que hacer recurso a la vida propia y fundamental de los seres humanos. Porque si se reduce a vivir “sólo por hoy”, “sólo lo que hoy acontece”, “sólo lo que es costumbre” o “sólo lo que hoy se hace”, entonces el mundo va a ser un lugar peligroso para vivir. Y como familia, nosotros tenemos que vivir “la cuna del amor y la cuna de la vida”, pero ciertamente tendrá que ser amasada en la oración y en los valores.
Los valores hay que encarnarlos, ¿y saben cómo se “encarnan”?; esperando al hijo antes de nacer, de esta forma se siguen encarnando en la vida y así cada uno tiene una hermosa tarea que cumplir y desarrollar.
Pero nadie puede negar, hoy más que nunca, el deterioro de las relaciones interpersonales; ¡qué difícil es a veces comunicarse!, ¡qué difícil es dialogar!, como si fueran dos mundos que se están enfrentando. ¿Saben cuál es el problema?, hay una crisis de civilización, hay un cambio de época, pero también nosotros, los adultos, estamos viviendo con miedo.
Y como vivimos con miedo, hemos debilitado nuestra identidad. Y como vivimos con miedo y debilitado nuestra identidad, no estamos firmes en las propuestas que tenemos que hacer a los hijos. Estamos como pidiendo permiso; estamos como pidiendo disculpas. Tenemos miedo a que nos pongan la etiqueta de “no seas viejo, papá”, “no seas vieja, mamá”, “no sean anticuados”, “no sean esto o no sean lo otro”. Y como tenemos miedo a estas palabras incurrimos en el error de la negociación.
Los jóvenes son responsables pero los adultos más. Porque los adultos son el todo y los jóvenes son las partes. Los padres son más importantes y más responsables en el trato y en el vínculo con sus hijos. ¡Nunca hay que permitir que se rompa!, aunque a veces nos lleve al sacrificio extremo.
Vamos a pedirle al Señor que nos haga ver con claridad la tarea y la misión formadora y evangelizadora de nuestra familia. ¡Hay que tener amor a Dios! ¡Hay que tener amor a la familia! ¡Hay que transmitir valores y respeto! ¡Hay que comunicarlo! ¡Hay que salir del mundo mediático y no esperar los resultados del “solamente por hoy”!
A nosotros, porque los adultos alguna vez fuimos niños, nuestros padres nos esperaron y nos tuvieron paciencia, pero también tuvieron firmeza en lo que nos decían. También nosotros tenemos que saber esperar a los demás: con paciencia, con sacrificio, pero a la vez con firmeza y con autoridad. Hay algo muy positivo: saber decir sí y saber decir no. Ambas afirmaciones son positivas cuando hay una verdadera familia.
Dios nos bendice y tenemos que estar agradecidos para que nuestra familia sea un lugar de encuentro, de amor, de respeto y de respeto por la vida, pero que también sea una familia abierta a la comunidad, abierta a la vida, abierta a los problemas, abierta a la cosa pública, abierta a la Iglesia.
Una familia no puede vivir en una campana de cristal, encerrándonos como muchas veces tenemos que hacer por miedo a que nos roben, o rompan una puerta y entren en casa sorpresivamente. En los valores, en los vínculos y en las relaciones interpersonales no debemos cerrarnos jamás. La oración, el amor en familia, Dios, el Evangelio, la iglesia y la existencia de los demás, son un horizonte extraordinario.
Yo no voy a decir que todo está bien. Hay muchas cosas que están mal. Pero Dios nos da fuerzas para poder vivirlas con gusto y con gusto seguir apostando con mi familia, con nuestras familias, por mi Iglesia, por nuestra Iglesia, por la presencia de la Iglesia en el mundo, para que Dios siempre diga algo a los demás. En un mensaje a los migrantes, hoy el Papa hablaba de “una sola familia humana”. La familia no se puede reducir. La familia se tiene que comunicar y abrir.
Vamos a pedir al Señor que esta Eucaristía abra nuestro corazón, disipe nuestros miedos, fortalezca nuestras debilidades y nos entusiasme para vivir con convicción la tarea que Dios nos ha confiado y que nosotros tenemos que cumplimentar.
Hacedores de personas, constructores de una nueva civilización, la familia tiene que vivir en valores. Una Iglesia que está abierta y que experimenta permanentemente la conversión personal y la conversión pastoral. Una Iglesia que está convencida y que no tiene miedo de anunciar a los demás que Jesucristo es el Señor.
Familia, cuna del amor y cuna de la vida, pidamos a la Virgen y a la Sagrada Familia que nos ayude a comenzar de nuevo y a construir lo que cada uno de nosotros tiene que hacer en el mundo, en su familia y en la Iglesia.
Que así sea.

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
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