ELEGIR CON LIBERTAD Y SENTIDO CIVICO Y DEMOCRATICO

Elegir con libertad y sentido cívico y democrático
Avellaneda (Buenos Aires), 11 Ago. 11 (AICA)
Elecciones

El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, dijo que la fe en San Cayetano tiene que ayudar “a trabajar, no nos tiene que quitar las ganas de trabajar. Nos tiene que ayudar a que se pueda conseguir trabajo, porque el trabajo es un derecho; todos nosotros tenemos que trabajar y recuperar cosas que se han ido perdiendo por malas costumbres, o por cosas que no nos animan a defender nuestra dignidad”.

“¡Tantas cosas aprendimos de nuestros mayores!; tanta pobreza que había, pero cuánto esfuerzo, cuánta bondad y cuánto sacrificio había en nuestros mayores. También ahora hay mucho sacrificio, pero hay que darle sentido”, aseguró al presidir la misa en el santuario dedicado al patrono de la Providencia.
El prelado sostuvo que “el ser cristiano y ser fieles de San Cayetano nos tiene que dar fuerzas para que, cuando salgamos de acá, salgamos más comprometidos”, porque, afirmó, “el bien sigue siendo posible; podemos superar la injusticia; debemos amarnos y cuidarnos más entre nosotros; podemos y queremos hacer el bien; no vamos a sucumbir frente a las adversidades”.
“El próximo domingo, todos tenemos que elegir -en las votaciones primarias- para acercarnos a lo que queremos. Pensemos bien, elijamos bien, con un sentido cívico y democrático, con libertad, aquello que sea para el bien común y que no sea para cosas o privilegios individuales”, puntualizó.
Por último, monseñor Frassia señaló que “una persona creyente, cristiana, tiene que comprometerse en todos los ámbitos: en lo personal, en lo familiar, en lo social, en lo laboral, en el trato con los vecinos. Sabemos que la fe nos crea mayor responsabilidad. Si somos creyentes, más responsables tenemos que ser, porque tenemos más vida, más riesgo. Y porque tenemos más vida y más riesgo, tenemos que ser responsables y educar”.+
Texto completo de la homilía
SAN CAYETANO
Homilía monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellenada-Lanús, en la Fiesta de San Cayetano
(Parroquia y Santuario San Cayetano, 7 de agosto de 2011)

Queridos hermanos y hermanas:
Nosotros en la Iglesia veneramos a los santos y adoramos sólo a Cristo, porque es Dios. ¿Por qué veneramos a los santos? Porque la Iglesia los pone como ejemplo y como modelo. Por ejemplo ¿cómo vivió San Cayetano? Él vivió en una época muy difícil, pero amaba entrañablemente a Jesucristo, amó a la Iglesia y amó a los pobres, tanto que entregó su vida confiando extraordinariamente en la Providencia, es decir en Dios. Dios nunca le hizo faltar nada de lo que él necesitaba para sus pobres, para los enfermos por la peste, que en aquella época había en abundancia. También San Cayetano rogó por la paz, en esa lucha que había entre hermanos, entre españoles y napolitanos, de Italia del sur. Ofreció su corazón para que esos pueblos vivieran en paz.
Ahora nosotros, que somos cristianos, peregrinos que venimos a honrar a San Cayetano, tenemos que tratar de conocerlo un poco más e imitarlo un poco mejor. Pero ¿cómo vamos a hacerlo?
Tenemos que imitarlo porque queremos vivir como él: todo de Dios y todo para la gente. ¡También nosotros tenemos que vivir así!
¡Queremos vivir en paz!
¡Queremos vivir en plenitud!
¡Queremos estar cerca de Dios, porque lo necesitamos!
Dios nunca va a “competir” con los demás, pero Dios quiere estar con nosotros y nosotros queremos estar con Él. Por eso venimos, hacemos sacrificios, viajamos, esperamos horas, tomemos frío, estamos cansados; sin embargo hoy queremos cumplir con Dios y con San Cayetano.
Veamos la lectura de hoy: Cristo habla, está presente y le da una seguridad increíble a Pedro. Pedro confía en Cristo, camina sobre el agua, pero al ver la inmensa ola, se asusta y empieza a caerse.
Muchas veces nosotros también, que tenemos fe, creemos y seguimos a Jesús, al Señor. Hoy estamos acá y es una prueba evidente de que lo queremos seguir. Estamos acá por eso. Pero cuando volvemos a la vida cotidiana, a la vida diaria, empezamos a darnos cuenta de tantas dificultades o de tantos problemas; y a veces nos olvidamos que hay que ser buenos, o nos olvidamos que hay que ser fieles, o nos olvidamos de ser buenos hijos de Dios, o nos olvidamos de ser buenos hermanos entre nosotros.
También empezamos como a abandonarnos. Decimos “y bueno, qué le vamos a hacer, no se puede cambiar nada, y como no se puede cambiar nada, el mundo va a ser siempre así, entonces que siga así: que se mienta, que se digan las cosas por la mitad, que la gente haga lo que quiera, que sea individualista, egoísta, que cada uno siga su vida sin importarle a los demás y sin importarle nada de los demás.”
Nos resignamos; vivimos un poquito al día, sólo por hoy. Nos falta brillo, nos falta fuerza, nos falta sentido, nos falta convencimiento, y estamos como agobiados de tanto mal, de tanta inseguridad, de tanta violencia. ¡Y a veces tiramos la toalla! ¿Qué significa eso? ¡Nos cansamos! Y como estamos cansados, también nos abandonamos.
¡Jamás tirar la toalla!
¡Jamás bajar los brazos!
¡El creyente es una persona que tiene fe!, ¡y que Dios había en nosotros y podemos contar con Él, siempre!, ¡incluso hasta cuando las cosas sean totalmente oscuras!, ¡incluso hasta cuando las cosas son tremendamente imposibles de cambiar! ¡Nunca un creyente debe perder la esperanza y la confianza en Dios!
¡Ay si los demás aprendieran de la gente simple!
¡Ay si los demás aprendieran a darse cuenta que Dios no molesta!, ¡que nos anima y quiere que vivamos en este mundo como hijos suyos, como hermanos entre nosotros y en paz!
¡Ay si Dios tuviera más lugar en el corazón de otros!, ¡no habría corrupción!, ¡no habría injusticia!, ¡no habría mentiras!, ¡no habría falta de respeto del pobre y a los pobres!, ¡habría mucha mayor alegría!, ¡mucha mayor seguridad y trato entre todos nosotros!
Por eso, yo creo que venir aquí, a honrar a San Cayetano, es decirle gracias por su testimonio; ¡pero también nosotros queremos dar testimonio!, ¡también nosotros tenemos algo que escuchar!, ¡también nosotros tenemos algo que decir a los demás!
¡Tenemos que decir que la familia todavía existe! ¡Que existe papá, mamá, hijos, abuelos! ¡Existimos y tenemos que cuidar a nuestras familias!, ¡para que nuestras familias eduquen en valores! ¡Podemos ser pobres, pero no indignos! La pobreza no es una desgracia, la indignidad sí. Y perder valores es entrar en la indignidad.
No queremos perder valores; queremos cuidar a nuestra familia; queremos cuidar que el hombre sea hombre y que la mujer sea mujer; que la familia sea familia entre un hombre y una mujer; que los hijos sean los hijos; y nos estamos diciendo algo desatinado, estamos diciendo algo que tiene verdad: ¡cuidemos a nuestras familias!
No estamos eliminando a nadie, pero la afirmación de las cosas no es negación ni falta de respeto para con los demás. Todo el mundo debe ser considerado, pero no podemos llamar una cosa que no tiene sentido llamarla, como si fuera matrimonio o familia.
Luego hermanos, tenemos que reflejar la vida, la vida de todos. Tenemos que ser buenos y tenemos que trabajar, porque nuestra dignidad es la cultura del trabajo; nos tiene que ayudar a trabajar no nos tiene que quitar las ganas de trabajar. Nos tiene que ayudar a que se pueda conseguir trabajo, porque el trabajo es un derecho; todos nosotros tenemos que trabajar y recuperar cosas que se han ido perdiendo por malas costumbres, o por cosas que no nos animan a defender nuestra dignidad. ¡Tantas cosas aprendimos de nuestros mayores!; tanta pobreza que había, pero cuánto esfuerzo, cuánta bondad y cuánto sacrificio había en nuestros mayores. También ahora hay mucho sacrificio, pero hay que darle sentido.
Queridos hermanos, el ser cristiano y ser fieles, de San Cayetano, nos tiene que dar fuerzas para que, cuando salgamos de acá, salgamos más comprometidos. El bien sigue siendo posible; podemos superar la injusticia; debemos amarnos y cuidarnos más entre nosotros; podemos y queremos hacer el bien; no vamos a sucumbir frente a las adversidades.
El próximo domingo, todos tenemos que elegir -en las votaciones primarias- para acercarnos a lo que queremos. Pensemos bien, elijamos bien, con un sentido cívico y democrático, con libertad, aquello que sea para el bien común y que no sea para cosas o privilegios individuales.
Una persona creyente, cristiana, tiene que comprometerse en todos los ámbitos: en lo personal, en lo familiar, en lo social, en lo laboral, en el trato con los vecinos. Sabemos que la fe nos crea mayor responsabilidad. Si somos creyentes, más responsables tenemos que ser, porque tenemos más vida, más riesgo. Y porque tenemos más vida y más riesgo, tenemos que ser responsables y educar.
Alguna vez ya lo dije: antes, cuando un chico traía una nota mala de la maestra, el papá y la mamá se enojaban con el hijo porque traía una nota mala; si hoy sucede lo mismo la mamá y la abuela van a enojarse y pelearse con la maestra diciendo “¿por qué le puso una mala nota a la hija, o a la nieta?” ¡Así no se educa! ¡Se educa en la verdad y en el respeto! Muchas veces hacen las cosas o dicen cosas, sin evaluarlas, sin valorarlas.
Tenemos que tomar conciencia que nuestra fe es lo más grande que nosotros tenemos, pero eso no hace que nos crucemos de brazos. Nuestra fe nos da fuerzas para vivir con mayor dignidad humana, para vivir con plenitud cristiana. ¡En la fe, y en la Iglesia, no somos consumidores de bendiciones o de cosas mágicas, sino que venimos como hijos, como Pueblo de Dios, para recibir la bendición pero para que esa bendición se lleve afuera y se entregue a los demás hermanos!
¡La fe nos comunica más!
¡La fe nos responsabiliza mejor!
¡La fe nos vincula entre nosotros!
San Cayetano es el hombre que creyó en Dios, e hizo lo que tenía que hacer. Hoy nosotros, que creemos en Dios, también tenemos que comprometernos a que Dios ocupe el lugar más importante de nuestra vida y de nuestro corazón. Y que también lo podamos llevar a los demás
Estas cosas que parecen así nomás, son las cosas que dan gusto a la vida humana.
Tener fe nos humaniza.
Ser cristiano nos responsabiliza.
Pertenecer a la Iglesia, que es una dignidad, nos enorgullece. Es un regalo de Dios que tenemos que llevar con dignidad a todos los hombres. Y llevarlo a todos los pueblos, a toda nuestra gente.
Por eso venimos acá trayendo peticiones de otros; venimos por los hijos, por los nietos, por los que sufren, por los enfermos.
¡También venimos a agradecer por tantos regalos que Dios nos hizo a través de San Cayetano! ¡Venimos para fortalecernos, para seguir con mayor vigor, para tener sentido de nuestra vida, para no arrastrar la vida con un carrito, sino para vivir la vida con gozo y con dignidad! ¡También venimos para pedir por los otros!
Además venimos a pedir por nuestra patria; merecemos una patria mejor. La querida República Argentina, nuestra nación, es hermosa. La tierra y la gente. Tenemos que pedirle al Señor que nos ayude a mejorar la grandeza de nuestra patria; no sólo de los argentinos sino también de aquellos que habitan nuestro suelo.
Todas estas cosas, que son de los hombres, también son de Dios. Y todas las cosas que son de Dios tienen que estar metidas en las cosas de la vida y en las cosas de los hombres. La fe está unida a lo humano; y lo humano es enaltecido por la presencia de Dios, por la presencia de la fe.
Que San Cayetano nos ayude a vivir este milagro; el milagro de creer en Dios, de tener esperanza y de tratarnos un poco mejor entre nosotros, como hermanos.
Que la Virgen nos bendiga y que San Cayetano interceda por nosotros. Que así sea.

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
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