DOCE DIOCESIS RUMBO AL CONGRESO CATEQUISTICO NACIONAL

Doce diócesis rumbo al Congreso Catequístico Nacional
Avellaneda (Buenos Aires), 23 Ago. 11 (AICA)
Mons. Frassia junto al obispo de San Justo y al coadjutor de San Isidro

Casi 400 delegados de las 12 diócesis que componen la provincia eclesiástica de Buenos Aires, participaron del II Congreso Regional de Catequesis, que se realizó este fin de semana largo en el Colegio María Auxiliadora, de la ciudad bonaerense de Avellaneda.

El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, dio la bienvenida a los participantes y expresó: “No podemos negar que estamos en el corazón de la Iglesia y unidos espiritualmente a la Jornada mundial de Jóvenes reunidos con el Santo Padre en Madrid, vemos cómo la Iglesia palpita en todas partes. Tenemos que tener siempre un corazón universal, un corazón metido en cada realidad nuestra porque la Iglesia no tiene límites ni fronteras ya que donde está el Señor tenemos que estar todos nosotros”.
Estuvieron entre otros, monseñor Luis Guillermo Eichhorn, obispo de Morón y presidente de la Comisión Episcopal de Catequesis y Pastoral Bíblica, y los obispos Jorge Lugones, de Lomas de Zamora; Fernando Bargalló, de Merlo-Moreno; Baldomero Carlos Martini, de San Justo; monseñor Luis Fernández, obispo auxiliar de Buenos Aires y monseñor Oscar Vicente Ojea, obispo coadjutor de San Isidro.
“Tenemos que pedirle mucha fuerza al Señor para que nos podamos identificar, sabiendo que es Él quien lleva adelante la obra y quiere que nosotros tengamos el compromiso desde la fe, en una vida concreta y sobre todo esta actitud de disponibilidad y caridad”, agregó monseñor Frassia.
Asimismo, sostuvo que “todos nuestros hermanos tienen derecho a conocer a Jesucristo; la mesa a veces se debilita y tenemos que agrandarla para que haya más comensales y como la Iglesia tiene que estar donde está la gente, no tenemos que quedarnos encerrados en nosotros sino que tenemos que salir e ir a buscar con el testimonio que es ser Heraldo de Jesucristo con la fuerza del Espíritu Santo.”
Este encuentro regional es en preparación al III Congreso Catequístico Nacional por realizarse en 2012 en la diócesis de Morón.
Al referirse a este acontecimiento catequístico, monseñor Eichhorn indicó que “estamos viviendo una etapa nueva caminando hacia el Congreso Nacional de Catequesis y tenemos que celebrar con alegría nuestro ser cristiano, nuestro ser catequista; compartir este encuentro es el fuego que tenemos en el corazón: Jesús resucitado que nos llena con su espíritu.”
Frente al lema del encuentro, “anticipar la aurora: construir la esperanza”, el prelado moronense explicó que “el gran desafío de la iniciación cristiana, de la catequesis permanente, es plantear nuevos modelos, nuevas formas de transmitir la fe e iniciar una vida de fe; eso es lo que hoy en día tiene que conmocionarnos profundamente a nosotros; estamos en un mundo en que parece que todo se viene abajo, pero nosotros tenemos la fe, amamos a Jesús, sentimos su llamado”.
En tanto, el director diocesano de catequesis de la diócesis de Avellaneda-Lanús, presbítero Fabián Esparafita, dijo a Radio María -que cubrió el encuentro mediante flashes informativos- que “el compromiso asumido es sobre el llamado que los catequista recibieron y sobre todo por la misión que tenemos que cumplir”.+

Texto completo de la homilía
CONGRESO REGIONAL DE CATEQUESIS
Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el Congreso Regional de Catequesis (Colegio María Auxiliadora, 21 de agosto de 2011)
Queridos hermanos:
La confesión que Pedro hace a Jesús al reconocerlo como Mesías, como el Hijo de Dios, nos identifica a todos nosotros y nosotros tenemos que identificarnos con Pedro. Pero siempre la profesión de fe es respuesta a una iniciativa. Y la iniciativa es la Gracia de Dios. Es Dios quien nos habla primero, nos busca y nos sigue buscando.
Nos buscó al darnos la existencia humana, por el amor de Él y por el amor de nuestros padres. A ninguno de nosotros se nos consultó si queríamos nacer; vinimos a este mundo porque Dios nos dio la vida, nos la regaló. Luego fuimos creciendo, nos fuimos desarrollando y nos fuimos dando cuenta del misterio de nuestra existencia y de nuestra vida: la hemos recibido.
También hemos recibido el don de la fe en la Iglesia. Muchos de nosotros participamos en el misterio de Cristo, en el misterio de la Iglesia, quizás por la oración de una abuela, quizás por la enseñanza de una madre, quizás por una catequista, quizás porque alguien –una monja de clausura- ha rezado por nosotros y nosotros fuimos invitados, llamados y admitidos al misterio de la Iglesia. Por lo tanto, en la vida como en la Iglesia ¡todo es Gracia!, ¡y todo es Don de Dios! Somos llamados y Dios no se queda en el llamado de pocos; Dios quiere llamar a todos porque si no llamara a todos, Dios sería injusto, sería parcial. El llamado de Dios es universal y tiene un amor de predilección por todos y cada uno de nosotros.
Ahora bien, la confesión que hace Pedro es respuesta a la iniciativa de Dios. La confesión que nosotros hacemos en la Iglesia, también es respuesta a la iniciativa y a la Gracia de Dios. Por lo tanto, el primer acto de nuestro conocimiento y de nuestra voluntad, de nuestra vida, de nuestra pertenencia y participación a la Iglesia, es la confesión de fe. ¡Estamos en la Iglesia por nuestra fe, porque el Señor nos ha llamado!
En esto, misteriosamente, siempre tendrá que estar presente la gratuidad. No es mejor el de la primera hora, el de la segunda, el de la tercera, el de la cuarta o el de la última. Todos nosotros somos llamados y estamos respondiendo.
Pero esta dicha y esta Gracia, también tenemos que transmitirla a los demás. El discípulo tendrá que seguir más de cerca al Maestro. Se lo sigue, se lo mira y se lo imita. Así lo dijo San Agustín “seguirlo es imitarlo”. Todos nosotros, en la Iglesia, queremos seguir a Cristo que es nuestro Maestro. De allí que nuestro discipulado sea permanente, ¡siempre vamos a ser discípulos!
Y si alguna vez queremos ser maestros y grandes, recordemos que la grandeza del maestro y del grande es que siempre tenga vivo el ser discípulo. Porque si se olvida de ser discípulo será un pésimo maestro. El catequista que quiere seguir más de cerca al Maestro, también tendrá que ser siempre un auténtico discípulo.
El discípulo escucha la Palabra de Dios; sigue más de cerca los pasos del Señor; tendrá que escuchar atentamente para que después, responsablemente, pueda responder. El discípulo que escucha bien, responderá bien. Si no escucha bien, se va a equivocar en la respuesta. Un catequista tiene que ser un atento discípulo del Señor.
Aparecida nos habla de una conversión personal, y todos nosotros, como personas y mucho más como cristianos -acá va todo el Pueblo de Dios: bautizados, cristianos fieles, laicos, religiosos, religiosas, sacerdotes, obispo- si queremos servir al Señor tenemos que tener esa capacidad de conversión personal. Porque ante la luz, las tinieblas se disipan; ante la Gracia y la fuerza de Dios, siempre tiene que abrirse nuestro corazón.
Nunca vamos a terminar de agotar el misterio de Dios, porque es inagotable. Siempre vamos a tener apetito de Dios y siempre seremos buscadores de lo Absoluto, de lo Eterno, del Misterio que no tiene ocaso y que no tiene fin.
Esta conversión personal permanente también tiene que incidir en la cultura, en nuestra vida, en nuestras realidades eclesiales, en nuestra presencia en la Iglesia. Conversión personal sí, pero también una conversión pastoral para que tengamos la fuerza de Aquél que nos llama; que tengamos también la convicción de la entrega y de la disponibilidad.
Ayer se habló de dos palabras: audacia y fidelidad. Nosotros siempre tenemos que ser audaces para que Cristo, y el mensaje de Cristo, su doctrina y su conocimiento, su Persona y su enseñanza, a través de la Iglesia, a través del Evangelio, a través de la liturgia, a través de los mandamientos y de su propia persona, estén siempre presentes. Por eso se reclama y se le pide a un catequista que sea un administrador, que no enseñe doctrina propia sino que enseñe la doctrina de Cristo y de la Iglesia. Para eso ha sido llamado y para eso es enviado.
El riesgo, ante la responsabilidad, es tener miedo.
Es tan basto el desafío, son tan amplios los riesgos, que quizás no podamos cumplimentarlos. ¡No! Hay que confiar.
“En tu Nombre Señor, echo las redes”.
“En tu Nombre Señor, voy a hacer esto”.
“Tú me envías y yo voy a donde Tú me mandes.”
“Lo que Tú mandas o lo que Tú pides, siempre lo das y lo puedes pedir porque sé que lo das”, “y como lo das, lo puedo dar, lo puedo entregar”
Un discípulo no vive de memoria, o pone un casette o un cd. El discípulo es una persona que cree en el Señor y sabe que el Señor obra hasta en el silencio, hasta en la mirada, hasta en las actitudes, hasta en los comportamientos, hasta en la vida personal, en la vida privada y hasta en la vida pública, ya que no hay esquizofrenia ni división de conductas y realidades.
Hoy le tenemos que pedir al Señor que nos ayude a seguir confesando ¡que Jesucristo es el Señor!, que le queremos dar todo. Esa dicha que nosotros tenemos, porque Dios nos la comparte, también queremos denodadamente entregársela a los demás. ¡Por eso la Iglesia tiene que estar donde está el hombre!, ¡tiene que salir, tiene que buscar, tiene que llamar al niño, al adolescente, al joven, al adulto y al anciano! Ante cualquier realidad humana uno tiene que estar dispuesto a seguir trabajando por el Señor.
La paga la da Él; el gozo es trabajar por el Reino; no trabajamos por el sacerdote, ni por el obispo, ni por este, ni por aquel. ¡Trabajamos por el Señor en la Iglesia, junto al obispo, junto al sacerdote, junto a la comunidad, nos encomienda esta misión! pero esta misión la damos en comunidad y en comunión.
Recordamos a Pablo VI cuando decía que si hay un catequista, si hay un maestro, solo en medio del campo, en medio de una zona rural -como nosotros que tenemos “campos” en nuestra realidades donde hay quizás mucha gente pero también mucha ignorancia y demasiada hostilidad, donde uno se siente como David frente a Goliat- ¡nunca ese catequista va a estar solo, porque está toda la Iglesia!, está presente el Cuerpo Místico que es Cristo y la Iglesia, es la Iglesia y Cristo; y en su nombre seguimos echando las redes.
El gozo de ayer y el encuentro de hoy nos tienen que dar fuerzas para que podamos comunicar esto a los demás. Es necesario fortalecernos, pero también es necesario formar y seguir formando gente en la Iglesia. Despertar conciencia. Despertar compromisos. Llamar a otros. Invitar a otros. Cuestionar a otros. Ofrecer a otros lo que quizás otros hicieron una vez por nosotros. No lo olvidemos: alguien nos vino a buscar, que también nosotros vayamos a buscar a los demás.
Que este encuentro de la Región Buenos Aires, comprometa vitalmente a nuestras Iglesias Locales. Que nunca tengamos vergüenza de pertenecer a la Iglesia. ¡Es un honor ser católico! ¡Es un honor ser cristiano! ¡Es una alegría tener fe! ¡Y es un gozo poder comunicarlo a los demás! Ser sal de la tierra. Ser luz del mundo. Esa es nuestra identidad, nuestra pertenencia y nuestro servicio para el Reino de Dios.
El Evangelio hace cultura y transmite los derechos humanos, pero también los derechos divinos y que todo hombre tenga la posibilidad de conocer a Dios, de amarlo y sacarlo de la ignorancia. Quien no ama, ignora; y cuando uno ignora puede ser muy atrevido. El conocimiento de nuestra fe nos hace vivir como hijos de Dios y como hermanos entre nosotros; ya que formamos y somos parte de esta misma familia.
Que la Virgen nos ayude a decir que sí al Señor; y que San Pío X interceda por nosotros para que demos rienda suelta en nuestro interior y a nuestra alma, la fuerza de ser catequista que es lo mejor que el Señor nos hizo ser en la Iglesia.
Que así sea.
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
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