RESUMEN DE LA AGENCIA INFORMATIVA PELOTA DE TRAPO

El mundo que negaron a Pixote

01/12/10
Por Oscar Taffetani
(APe).- "Creo que la operación es un éxito”, dijo el presidente Lula. “Obviamente, no terminó: apenas ha comenzado. Les pido mucha tranquilidad, porque venceremos esta guerra". Se refería a la ofensiva militar lanzada esta última semana contra Comando Vermelho, Terceiro Comando Puro, Amigos dos Amigos y otras organizaciones criminales con base en las favelas de Río y San Pablo, así como en las grandes cárceles del país.
 
La campaña para instalar UPP (Unidades de Policía Pacificadora) en 40 de las 1.000 favelas existentes comenzó hace algunos meses, aunque ganó repercusión cuando atacó auténticas ciudadelas narco como son Alemão y La Rocinha, en Río de Janeiro. La aparición de modernos tanques de guerra abriéndose paso entre los ranchos y casuchas de los morros nos trajo el recuerdo de aquellas guerras desparejas libradas a mediados del siglo XX en defensa del “mundo libre”, en escenarios tan distantes como Indochina, el Africa o América central. No obstante, las réplicas del ejército narco, utilizando misiles tierra-tierra y tierra-aire, nos devolvieron a este presente bastante más complejo (y no menos horroroso) que aquel pasado.
La elección de lanzar la ofensiva en las últimas semanas de 2010 obedece a dos condicionantes muy precisos: Lula no podía hacerlo antes del balotaje electoral del 31 de octubre, porque habría perjudicado a la candidata de su partido, Dilma Rousseff. Y no era conveniente, para la estabilidad política de la Presidenta electa lanzarla después de su asunción, en enero de 2011. En cuanto al mediano plazo político, recordemos que Brasil será sede del Mundial de Fútbol 2014 y de los Juegos Olímpicos 2016, y es dable pensar que estos operativos de recuperación del control militar en las grandes ciudades obedece a la expectativa comercial y económica que el Estado brasileño y las grandes empresas depositan en ambos eventos.
La ley del más débil
En su film Pixote, la ley del más débil, el realizador argentino Héctor Babenco narra la historia de un pibe de la vida real llamado Fernando Ramos da Silva y apodado Pixote, que de la cárcel a cielo abierto de las calles es llevado a las cárceles con techo, para que termine de conocer allí las peores formas de la humillación, la corrupción y el crimen.
Fernando, en la película de Babenco, hacía de sí mismo. Por eso su actuación fue perfecta. Pero al ganarse fama de actor fue invitado a mudarse a Río y quisieron convertirlo en estrella de teleteatro. El intento fracasó porque Pixote no sabía leer ni escribir. El hambre de los primeros años, además, había estragado su memoria, y no conseguía retener los diálogos del guión ni concentrarse en el papel. Finalmente, la productora de TV lo despidió y no tuvo otra chance de vida que volver al barrio Diadema donde había nacido, a vender droga en las calles.
Un escuadrón policial, completando en la vida real la historia de Pixote, entró a su casa y lo acribilló a balazos, en 1989. Tenía apenas 19 años. Tres de sus hermanos cayeron también bajo las balas policiales.
Pixote, igual que decenas de miles de pibes de las favelas brasileñas, no tuvo más opciones que el delito y el crimen para sobrevivir. Nacer fue el primer delito, ya que no había lugar en el mundo para él. Y abrir los ojos para encontrar a su madre desquiciada y a sus hermanos con ruido en las tripas fue el primer crimen. No debió haber nacido. No debió haber visto eso. Y el castigo policial (o parapolicial) por ese delito y ese crimen nunca cometidos, le llegó antes que el pan, antes que el juego y las caricias.
A través de los medios, funcionarios gubernamentales dicen que los trabajadores y personas decentes de las favelas son rehenes del narcotráfico. También persuaden a la población de que en toda guerra mueren inocentes y que esta cuota de sangre -la de los operativos- habrá que pagarla si quieren que Brasil celebre en paz el próximo Mundial de Fútbol y las próximas Olimpíadas. Pero no está Pixote en ese discurso. No hay ninguna palabra o promesa dedicada a él. Sólo las balas.
Un rastro imperceptible
Decíamos en una nota publicada por esta misma Agencia (El espejo de La Rocinha, 15/05/03): “Dos décadas después, vemos que La Rocinha ha crecido. Es un Estado dentro del Estado. Tiene sus propias leyes, sus códigos, sus autoridades. Produce, vende y exporta cocaína, marihuana y heroína, propia y de terceros. Tiene sus responsables del orden interno, como cualquier Estado, y también sus ‘cancilleres’ y ‘embajadores’. El Estado más grande, con capital en Brasilia, ése que la dejó crecer deformada, monstruosa, terrible, ése que vio la ventaja de dejar crecer sola a La Rocinha, hoy se asusta de su tamaño y su poder. Quisiera entonces, en un rapto de furia, utilizar a sus fuerzas armadas para irrumbir en las ‘zonas liberadas’, pero se tropieza con la policía, que obedece no al Gobernador ni al Presidente, sino ‘a quien le paga el sueldo’…”
Siete años pasaron y hoy las condiciones para una ofensiva militar contra el Estado narco, en Brasil, parece que están dadas. Sin embargo, somos totalmente escépticos de que se acabe el negocio de la droga, en Brasil y en el mundo. El capitalismo sólo persigue un norte que es la ganancia, al menor costo posible. Ésa es su máquina de triturar pueblos y esperanzas.
Por eso, en esta hora, aunque no suene políticamente correcto, pensamos en Pixote: rehén de rehenes; nuda vida; carne y sangre humana sacrificada en el altar de la ganancia. En él pensamos.
Cuando llegue 2014 y un septuagenario astro del fútbol, o tal vez un ex presidente, o por qué no una presidenta en ejercicio, den el puntapié de arranque del Mundial; o cuando en 2016 una niña rubia y un niño moreno corten juntos, entre sonrisas y aplausos, la cinta inaugural de los Juegos, sólo un imperceptible rastro vermelho, rojo como la sangre, recordará en los morros de la cidade maravilhosa tantas vidas a contrapelo, tantos Pixotes que no fueron ni serán invitados a la fiesta.

Cinco siglos igual
29/11/10
Por Silvana Melo
(APe).- La lucha por una tierra donde pisar firme. Donde nacer, sobrevivir apenas, morir temprano. Pero la tierra propia, donde echar semilla y que crezca la brizna como un sueño y después la hoja, el fruto, el alimento y otra vez el ciclo inexorable de la vida. Soledad sobre ruinas, sangre en el trigo rojo y amarillo, manantial del veneno, escudo, heridas. Cinco siglos igual.

Casi el 60 por ciento de los pobladores de Formosa viven bajo la línea de la pobreza o la indigencia.

Gildo Insfran gobierna desde 1995 una de las tierras más castigadas por la miseria. Entre Chaco y Formosa se amontonan los tobas. Los qom -hombres- como prefieren llamarse por pura dignidad, por esa pura dignidad por la que se sostienen en pie a pesar de la desnutrición, la tuberculosis, la sífilis, la carencia de atención sanitaria -si no fuera por los chamanes ya se habrían extinguido para tranquilidad de los buitres de la tierra ajena-, por esa pura dignidad es que rechazan el tová que le asestaron los conquistadores porque los veían frentones a esos seres extraños a los que descubrieron. Y que se rapaban el cuero cabelludo en la zona frontal cuando moría un ser querido.

Donde se acaba el país, allá arriba, está Formosa. Y los qom, seis mil familias empujadas a su propia frontera en las cinco mil hectáreas que ocupan desde la historia inmemorial. Que son propias por origen, por preexistencia, por ancestros. Los quince años de Insfran, justicialista de cualquier gobierno -típica supervivencia aluvional de cucaracha de los gobernadores feudales argentinos- no fueron diferentes de los cinco siglos que la incluyen. Porque son cinco siglos igual. Rodeados de plantaciones de algodón que no les pertenecen. Empujados por límites cada vez más cercanos. Tal vez un día terminen abrazándose amontonaditos en una celda de selva de dos por dos, infectándose juntos de chagas y saqueos. Si no los mata antes la policía.

Es la tierra lo que los muere. Es la tierra lo que les sacan. Es su riqueza en la miseria más atroz. Es la voracidad por los algodonales y los sojales y el dedo índice humedecido que cuenta los billetes.

En octubre de 1947 cientos de hombres y mujeres fueron masacrados por la gendarmería. Los mismos que se empeñan en conservar su lengua en una tierra donde los médicos sólo hablan la propia y jamás entienden que se están muriendo y en la escuela les enseñan a Pizarro y a Saavedra en español y ellos sólo quieren ser qom, encerrados en La Primavera, donde Roberto López se prepara a ser sólo huesitos en su tumba hasta donde lo derrotó una bala de la policía.

Es la tierra. La tierra madre y cobijadora. La tierra que les pertenece. Es la identidad, esa marca a fuego en la piel ajada que todavía sopla furias de todos los tiempos. La que les quieren arrebatar, una vez más, cinco siglos igual.

Por eso cortaron la ruta. Para ser visibles una vez en la historia. Como todos los excluidos de la Argentina. Impedir el paso para decir estamos aquí, somos, nos nombramos como comunidad, como hombres y mujeres. Como niños rotos y con el futuro talado. Aquí estamos, con techos de hojas de palma. Pero vivos.

La policía desalojó a machetazos, a palos, a tiros el corte de la ruta 86. Roberto López quedó en el camino. Tenía 52 años. Gente de más de 60, con los ojos semicerrados por la atávica resignación tiene ahora los brazos azules, las piernas con círculos morados, los huesos rotos. No sólo es el hambre, la sequía impiadosa, el agua podrida, el hospital en otro mundo, la panza tomada por la gastroenteritis. También los golpes. La marca aviesa, ruin, de los golpes.

Fue una decisión política, dice el Gobierno Nacional, no reprimir la protesta social. Pero ellos no son de acá. Serán, tal vez, de todos los tiempos. O de ninguno. Son originarios que pretenden quedarse en paz donde viven desde hace 520 años. Cinco siglos igual. Son distintos, hablan distinto, creen distinto, se mueren distinto. Su corte de una ruta no es igual que otros cortes de una ruta.

Son pobres, otros, ajenos, morenos, pertinaces en una cultura que ya no existe. Que fue atropellada por la soja, los alambrados, la invasión terrateniente, el estado ciego y cómplice, el Insfran que gobierna desde hace quince años una de las provincias más condenadas del país, el silencio de los que gobiernan y de los que quieren gobernar.

No hay multitudes ni discursos opositores ni despliegues mediáticos que pongan el ojo en La Primavera. Como insisten en llamarse, porfiados aunque les venga el invierno porque así son los qom con su tierra, aun cuando los tiraron en las celdas y el agua caliente de a baldes impedía que durmieran. Les quemaron los ranchos. Una bala atravesó a un policía que quedó muerto en las banquinas ya rojas de la ruta. Ellos preguntan qué bala. Pocos imaginan a los qom con armas de fuego. Pocos imaginan a los qom arrebatando la vida cuando sólo desean vivir la propia en paz, pisando su vieja tierra de lombrices y verdores.

"Cayó una lágrima muy grande acá en la comunidad", dice Dalmacio y en su palabra cae el chaparrón diluvial de todas las lágrimas de la historia. En asamblea decidieron que no van a bajar el reclamo por la tierra.

Una lágrima muy grande cae de cualquier cielo. Corre por la ruta 86, omo un río torrentoso.

La justicia, la policía, el gobernador Gildo Insfran de los quince años. Ninguno de ellos podrá a balazos con una lágrima.
 
Otro cólera es posible

02/12/10
Por Alfredo Grande
(APe).- En los viejos tiempos, leía en los diarios la “crónica policial”. Siempre pensé que eran situaciones con intervención policial, pero que en realidad eran cuestiones sociales, económicas, vinculares. La realidad de Haití debería estar en una sección denominada “crónicas del exterminio”. Terremoto, cólera son apenas formas encubridoras de designar aquello que la culta razón occidental no puede admitir. No son necesarios los grotescos mails que wikileaks desparramó por el mundo para aceptar que nada es como se nos dice y que, una vez mas, el escándalo es la cara visible de la hipocresía. Sin embargo, para aquellos que trabajamos en una escala acotada, diríamos cuasi vecinal, es difícil de creer que se pueda sostener, y durante décadas, algo que llamaré la “dimensión criminal de la paradoja”. La hipocresía es una paradoja de consorcio. De pueblo chico. De pudores, mentiras, engaños, declaraciones pías, escondidas flatulencias. Pero la paradoja es una Razón de Estado.
 
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La deuda que no se paga

30/11/10
Por Claudia Rafael
(APe).- En Salta hay miles, decenas de miles, centenares de miles de acreedores que el estado federal no atisba. Salta sufre el default interno al que históricamente fue condenada. “Un 40 por ciento de los alumnos debe recibir un almuerzo o desayuno en la escuela. Unos 15.000 niños asisten sólo a los comedores que tienen apoyo del Gobierno. Cerca de 40.000 chicos están dentro de un programa alimentario que otorga un monto mensual de 50 pesos. El 11,4 por ciento de los chicos de uno a cinco años tiene déficit

nutricional”, dice El Tribuno, aferrándose a cifras estrictamente oficiales. Desempleo, inflación, pobreza, caen como condenas del cielo sobre los niños de la Salta linda, los niños que dependen de la memoria estatal para comer. A los acreedores externos se les paga sin concesiones. Una deuda injusta, multiplicada por intereses usurarios, ahogada la república por las manos de los prestamistas en el cuello.
Si los acreedores internos pudieran cobrar intereses, deberían crecer las fábricas como hongos, las mesas repletas como flores, para pagar la deuda al Club de los Excluidos.
 
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