RESUMEN DE LA AGENCIA INFORMATIVA PELOTA DE TRAPO



Fin de fiesta
12/07/10

Por Silvana Melo
(APe).- El silencio siempre se impone cuando abren la boca los pueblos más postergados del mundo. La mano blanca tapa el grito sordo y multitudinario y la vieja Europa coloniza una vez más una tierra esclavizada que hoy, cuando el reflejo del oro se apaga inexorablemente, volverá a ver cómo mueren sus gentes en las calles.

Terminó la fiesta ajena en los pies del Africa negra, empujada hacia abajo por el Sahara, puesta a morir todos los días de su historia, a palos, a cadenas, a imposición brutal de la sangre blanca por sobre la raíz oscura y morruda del continente. Se acabó, señores, la fiesta de Europa sobre las venas negras contaminadas de HIV. Pobre hasta los huesos, hambrienta y des-dignificada el Africa de los sures los vio hacer las maletas, presurosamente, para que no quede un pie en esa tierra condenada cuando las luces fragorosas del Campeonato del Mundo se apaguen del todo y quede la oscuridad y las calles inseguras de la inequidad y el hambre que saldrán a buscarse la vida en las migajas que olvidó el Imperio.
Casi seis millones de personas VIH positivas -el 18.8% de la población adulta- afrontarán ya sin disfraces ni visitantes eufóricos y ciegos a cualquier tragedia, una realidad que se codea día tras día con la muerte. Sudáfrica debería destinar por año 1.500 millones de dólares a la prevención y el tratamiento del VIH - SIDA. Pero eligió gastar 4.000 millones en infraestructura para organizar el Gran Mundial de la Injusticia, cuando el oro se posó sobre una gran bandeja sostenida por la indigencia, la enfermedad y la esclavitud. El 60 por ciento de los hombres y mujeres que necesitan del tratamiento antirretroviral no pueden acceder a él. Los millones de hambrientos rasgarán con sus uñas los fantásticos estadios construidos para brillar durante treinta días. Y que desde hoy comienzan a ser apenas la osamenta de la apoteosis. El esqueleto de la gran mentira.
Durante el extraño mes en el que tres o cuatro ciudades de los pies del continente se vistieron de otras, se disfrazaron del oro mundial, se pusieron en los dedos las gemas prestadas de los ricos, 1400 personas se infectaron diariamente. Y otras mil murieron en las calles y en los hospitales devastados, agujereados por el sida.
Hay dos millones de niños huérfanos en Africa del Sur mientras se desmontan las gigantografías fracasadas de Messi y Ronaldo, las luces fulminantes de la parafernalia FIFA, los restaurantes armados de apuro que cerrarán a demolición ahora que volvió la vida llana. Niños y niñas, sin casa y sin padres, sometidos por redes de prostitución para saciar a los europeos eufóricos, volverán a dormir en esquinas sombrías acaso abrazando una vuvuzela muda. La única señal del Africa invasiva que aturdió a los visitantes con un sonido monocorde de ejército abejorro. Se le quejaron, amagaron con prohibirla. Pero el sonido constante quedó, como el lamento del continente sojuzgado que se colaba vivamente en la fiesta de los otros.
Más de trescientos mil chicos HIV positivos se suman a los dos millones de huérfanos y vulnerables que, se calcula, se elevarán a cinco millones en 2015 en un país en el que la esperanza de vida es de 50 años. El paso del planeta por esa tierra y la victoria europea no hizo más que exhibir brutalmente el abismo desproporcional entre uno y otro mundo.
Los niños en fragilidad están sometidos a un darwinismo atroz. Pocos de ellos pasarán las pruebas: el trauma, el estigma y la discriminación; el reducido acceso a apoyo psicosocial; ambientes inseguros; hacinamiento; la escasa posibilidad de llegar a la atención primaria de salud y la muerte de uno de cada 20 niños antes de cumplir cinco años por enfermedades evitables; la mala nutrición; el olvido casi total del Estado; el desempleo, el abuso, la violencia doméstica. La punición a la infancia por la osadía de atreverse a la vida.
La Sudáfrica que ignoró el triunfo europeo y la invasión de reyes y príncipes en los altos de la elite de Johannesburgo se reencuentra hoy con su cara más real -pero no de los reyes-: ser dueña de los niveles de inequidad más elevados del planeta. La mitad de la población -unos 25 millones- sobrevive con el 8 % del PNB. Casi todos son negros. El acceso privilegiado a la salud refleja, además, el legado del aparheid.
Un Mandela viejito, reducido a bronce y pura historia, se dio una vuelta ayer por el Soccer City en su silla de ruedas. Sonrió hacia todos y saludó con la mano. Los miles de millones de esclavos y muertos de la negritud colgaban de su diminuta figura. Minutos después los descendientes de quienes abrieron las puertas a la segregación racial perderían la otra conquista. Los boers estaban allí, como hace tres siglos. Anaranjados y blancos. Muy blancos. En la Sudáfrica negra que prestó sus galas al mundo y anoche apagó la luz y las pantallas gigantes para volver al olvido feroz de la historia.

Fuentes de datos:
Diarios Infancia Hoy, BBC Mundo, La Razón.es y Cobertura de la final del Mundial.

Elías
09/07/10

Por Claudia Rafael
(APe).- La noche suele ser peor porque hay que quedarse quieto. Ni correr ni saltar con las piernas abiertas para ver si bailotea la tierra del piso. A la noche hay que dormir. Taparse hasta la nariz para que el frío que se cuela por la rajadura esquinera -la que su madre intentó neutralizar con bollos de noticias viejas- no le hiele la frente. Cuando el sueño no viene mira la humedad del techo cruzado por tirantes que lo sostienen. Las manchas son el cuento que no le cuentan para dormir. Ahora son duendes altibajos. En cinco minutos, un ejército godo. Al rato, un león acechando a una cigüeña.

El problema es la tos. Que no se va nunca. “Ese catarro”, le dice la madre. Y la frazada, testigo inerme, va soltando hilachas a medida que los días y los meses pasan.
La historia de Elías, que alguna vez garabateó que el sueño más grande en la vida era “tener una casa con baño adentro”, es la de millones de rostros anónimos. Escritos con dolor en cada uno de los vericuetos de un país que dice festejarse libre de todo coloniaje. Rompedor de cadenas. Oíd mortales el llanto de los Elías de cabellos revueltos cuando las noches no tienen más que un matecocido aguachento.
La última encuesta de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina desnuda que, al menos, el 36 por ciento de las viviendas no tiene cloacas. Que el 20 por ciento no tiene acceso a las redes de gas. Que el 21 por ciento no tiene calles con pavimento y que el 27 por ciento vive en terrenos o calles inundables. Y la vida suele hundirse demasiadas veces en el fango.
Lejos, muy lejos de los senderos perdidos de oropeles y gloria Argentina festeja sus 200 años. Ajena a aquella independencia social, económica y política que buscaban los antiguos hacedores de la América Latina grande y profunda que murieron mayoritariamente asesinados o exiliados. Con la utopía deshaciéndose en pedazos.
La encuesta puso la mirada sobre la Argentina urbana actual en la que el 12 por ciento de los hogares y el 17 por ciento de la población viven en una casa a la que llaman “irregular”. Esa irregularidad manifiesta se traduce como vivienda en villa miseria, asentamiento popular sin regularización, ocupación de hecho de casas o edificios, conventillo u hotel de pensión pública.
Argentina contradictoria si las hay. Pujante y rica para algunos pocos. Paradójica y marginal para millones. Esta situación -dice el informe- es explicable “en el contexto de condiciones estructurales de pobreza y de ausencia de un plan real de construcción de viviendas populares para los sectores marginados”.
Desde 2003 a la fecha -sigue el estudio- “mejoró de manera significativa el porcentajes de hogares urbanos con acceso a agua corriente, red de gas, desagües pluviales, cloacas y calles pavimentadas, al mismo tiempo, casi sin variaciones, el 11% de los hogares no cuenta con un baño con retrete con descargada de agua, un 12% sufre hacinamiento (3 o más personas por dormitorio), un 16% experimenta riesgo alimentario (estimado en un 11% a partir de la Asignación Universal por Hijo), el 22% sufre de exclusión laboral severa (trabajos informales de indigencia o desempleo abierto), el 24% sufre riesgo de alto malestar psicológico y el 27% no logra tener un proyecto más allá del día a día”.
Hay vidas jugadas en cada percentil. Hay pibes arrastrados por ríos enteros de inequidad. La exclusión marca muerte y define territorios. Las estructuras habitacionales endebles y carentes de servicios abonan enfermedades transmitidas por el agua contaminada. Bebés y chicos pequeños suelen ser la presa preferida de las patologías infectocontagiosas.
La Argentina reluciente en contradicciones a los 200 años de su nacimiento, mira atónita cómo casi una de cada tres familias “resulta al menos prescindible a nivel económico y social”.
Desechables, prescindibles, eliminables. Una de cada tres familias. La tercera parte del total de las familias del país es considerada por el sistema como innecesaria. Ajena a los designios de una patria de utopías.
Mientras tanto, Elías se sigue durmiendo con la frazada deshilachada hasta la nariz. El frío se cuela. Pero también los brazos usurpadores de vida que lo consideran desechable.

Los príncipes y los mendigos
15/07/10

Por Alfredo Grande
(APe).- Ahora si: consolidada la democracia y consolidadas las rejas para protección de las ancianitas que podrían ser inadvertidamente pisoteadas por la multitud que aclama a sus representantes, el debate sobre el 82 % ha vuelto a los titulares. El tema, claro está, es de donde sale la guita. Sin embargo, el mayor problema no es de donde sale, sino adonde va. No soy economista, ni siquiera cuando voy de compras ya que me especializo en los peores productos y en los mas caros, pero es fácil pensar que las diferentes rutas del dinero están sin peaje para algunos destinos y colapsadas para otros destinos. Parto de un axioma: hay dinero, mucho dinero, claro que nunca demasiado dinero, pero suficiente dinero para sostener todas las asignaciones todas. El tema, como siempre, es solamente político.

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Antes de que llegue el frío
14/07/10
Por Oscar Taffetani
(APe).- Con excitación morbosa los medios anuncian que llega una ola de frío polar y la noticia se clava como un puñal en los oídos de los más pobres, de los desahuciados, de ésos que apenas tienen manera de abrigarse. Cuevas y agujeros, galerías del subte, locales y depósitos, lo más impensado puede convertirse en refugio de pibes o viejos sin casa. Hasta que se vaya el frío. O al menos, hasta que el sol preste unas horas de compañía.

Raleados ejércitos del trabajo marchan a su labor desde temprano. Con el rabillo del ojo, pasajeros y transeúntes ven los bultos, esos montones de trapos y papeles que dicen que allí abajo hay un ser humano. Tal vez un viejo. O un niño.

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