HOMILIA DE MONSEÑOR FRASSIA DURANTE LA CELEBRACION DE ORDENACION DIACONAL


Ordenación diaconal
Sebastián Calabrese y Leonardo Chimento
Catedral diocesana
20 de marzo 2010

Queridos sacerdotes, diáconos, seminaristas, Pueblo de Dios, hermanas, religiosas y familias:

Esta es una jornada muy especial para todos nosotros. Dos jóvenes seminaristas van a recibir el ministerio diaconal y quiero compartir con todos ustedes, con gozo y alegría, lo que Dios nos brinda. Dios sigue dirigiendo a nuestro pueblo, sigue dirigiendo a nuestra querida Iglesia diocesana de Avellaneda Lanús y por eso mi corazón se llena de alegría al saber que Dios nos sigue mirando. ¡Cuánta gracia hay y cuánto regalo de Dios! ¡Cuánta ternura de Dios!
Todo es gracia y todo nos supera enormemente, ampliamente y tenemos la certeza de Aquel, que es quien llama, y el que llama es el Señor. Nosotros con firmeza le hemos respondido, pero es Aquel, es El, quien nos llama; el Señor los llama a estar más de cerca y a ser los amigos del Señor. No los llama ni por sus condiciones, ni por sus actitudes, ni por sus bondades -que las tienen- sino que los llama porque El ha decidido ser amigo de ustedes. Los eligió y la fuerza de esa entrega no está en ustedes sino en la confianza del amor de Dios. Por eso hay que serle fiel a Dios, no por sus condiciones personales sino porque El los ha llamado y si El llama, da la gracia; si El llama, da su amistad; y si El pide es porque anteriormente lo da. Todo es gracia.
Al llamarlos, como El los llama, a seguirlo más de cerca, es fundamental la confianza; es fundamental saber que uno quiere ser amigo de Jesús; amigo en la palabra, amigo en la oración, amigo en lo personal, amigo en el seguimiento y amigo en la imitación. El los ha elegido y les dice “ustedes son mis amigos”, pero pone una condición: “si hacen los que yo les mando” La amistad con el Señor no sólo de palabra, no sólo funcional, no sólo es serlo, sino está fundamentalmente condicionada a si uno hace lo que El nos manda. Esta es la condición del amor.
A tal punto podemos decir que en la Iglesia, y en el mundo, no nos apoyamos en las buenas intenciones sino en la vida y en las obras. Y las obras, por si mismo, tienen elocuencia diaria. La vida, las obras, la entrega, la decisión y la motivación que Dios nos tiene. El los llama en un tiempo muy difícil, donde está todo convulsionado y donde todo, a veces, está organizado para deteriorar todo tipo de institucionalidad, comprendida también la Iglesia y su credibilidad.
El Señor llama y nosotros seguimos al Evangelio, que es lo que nos da la fuerza de la vocación y nos da la fuerza de cumplir con la misión. ¡No se dejen arrancar la esperanza del Evangelio, no la pierdan jamás! Pero también tengan el cuidado de no perderla porque ustedes tendrán que alimentar al pueblo de Dios.
Vuestra vida se compromete doblemente, se compromete con Dios y también se compromete con el pueblo de Dios. No arranquen la esperanza del Evangelio y no arranquen la esperanza del Evangelio de nuestro pueblo. Por lo tanto, si el Señor los llama, el Señor les da la gracia de la perseverancia y de la fidelidad.
En segundo lugar: la entrega es a través de vuestra vida y del cumplimiento de la misión; el diácono, en orden al sacerdocio ministerial, está unido al Obispo, también al presbiterio y fundamentalmente buscando más de cerca la voluntad de Dios a través del servicio, a través de la disponibilidad, a través de la mansedumbre y a través de la fortaleza.
Honrarán el nombre de Cristo, bautizarán en nombre de Cristo, acompañarán al asentimiento matrimonial en nombre de Cristo, llevarán la comunión al enfermo en nombre de Cristo, predicarán en nombre de Cristo, seguirán a Dios en nombre de Cristo. ¿Qué que quiere decir esto? Quiere decir que ustedes empiezan a ser representantes de la cabeza que es Cristo; el personaje y el protagonista principal de la Iglesia es Cristo, ¡no son ustedes! Ustedes serán cálidos, honestos, representantes del Señor, ¡pero sólo lo representan; y no serán jamás Dios!
Como lo representan, siempre tendrán la delicadeza y la atención de identificarse con Aquél que ustedes representan, Jesucristo. Todo el trabajo pastoral y ministerial será que la gente se acerque a ustedes para encontrase con Cristo.
El diácono también será el puente que une ambas realidades; el puente une los dos extremos, Dios y el Pueblo de Dios, pero siempre deberán seguir siendo puente. Yo decía en estos días que el puente, que es uno, para que se encuentren con Dios y para que Dios llegue a la gente, no cobra peaje, uno no saca tajada, uno sirve para que todo el mundo se encuentre con el Señor y por eso uno deberá seguir siendo siempre puente, discípulo del Señor.
Por eso vayan con mucha confianza; son jóvenes; deberán crecer; se tendrán que equivocar, pero acuérdense que la gracia de Dios no debe ser vana en ustedes; confíen, crean, encarnen y entréguense al Señor en esta Iglesia diocesana. A partir de hoy ustedes se incardinan a esta Iglesia particular de Avellaneda Lanús; ámenla, cuídenla, sírvanla y hónrenla, porque ya la Iglesia está bastante lastimada; cuiden el nombre de Dios y cuiden a su pueblo, el Pueblo de Dios.
Que la Virgen les de siempre esa docilidad del espíritu de seguir diciendo sí y seguir diciendo sí no solamente hoy, no quince días después, no tres años después, sino siempre. Porque nosotros sabemos en quien hemos puesto nuestra confianza. Cuantos más años tengan, más libres tendrán que ser; con mayor amor tendrán que dar mayor madurez y mayor humanidad. Los años no envejecen el espíritu, envejecerán el cuerpo -gracias Dios-, pero jamás el espíritu.
Que la Virgen María los haga vivir siempre frescos; sean hombres de gran fe; sean amigos de Cristo y sean servidores del pueblo que Dios les ha confiado.
Que San José -que ayer fue su fiesta- también los ayude a la madurez de la plenitud de la fe, a la madurez –créanme- de su corazón indiviso, de su silencio, pero también de su entrega; y que Santa Teresa de Ávila les haga dar siempre fuerza para tener pasión y amor por la iglesia.
Que así sea.

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