ESPECIAL: VISITA DEL "CORAZON SACERDOTAL" DE SAN JUAN MARIA VIANNEY
Las Sagradas Reliquias de San Juan María Vianney estuvieron en el Monasterio Santa Teresita del Niño Jesus, el carmelo argentino, (Ezeiza 3054, Capital Federal), donde las religiosas rezan por los sacerdotes, los seminaristas y las vocaciones sacerdotales y religiosas. A las 10.00 hs, del pasado 6 de noviembre, ingresó el Corazón Sacerdotal y luego de venerarlo pasó por el interior del monasterio y a las 13.00 hrs. Mons Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda Lanús y Mons. Raul Martin, obispo auxiliar de Bs.As., y vicario episcopal de la zona de Devoto, con 22 sacerdotes, concelebraron la Santa Misa acompañados de una gran cantidad de fieles que colmaron la Capilla carmelita.
Esta es la homilía de Mons. Frassia
Queridas hermanas, queridos sacerdotes, querido Señor Obispo, queridos fieles: es algo extraordinario tanta gracia que Dios nos regala, al permitirnos hoy concentrar nuestra atención en el corazón del Santo Cura de Ars. El corazón es lo que dice de una persona, lo más íntimo. Y de este hombre, sacerdote, lo más íntimo que tenemos es su corazón.
Tenemos la dicha de recibirlo aquí en nuestro país, la dicha de saber que este es el año sacerdotal y, como pueblo de Dios, todos estamos interesados en algo tan central y fundamental como es la fidelidad, la perseverancia de nuestros sacerdotes. Son ellos quienes nos traen a Cristo. El Cura de Ars decía que es el hombre que con dos palabras trae el cielo a la tierra a través de la Eucaristía.
El sacerdote nos inicia en la vida cristiana.
El sacerdote, en nombre del Obispo, nos da el Espíritu Santo, nos confirma.
El sacerdote perdona nuestros pecados.
El sacerdote nos da la Eucaristía, nos da a Cristo.
El sacerdote nos bendice cuando estamos enfermos o debilitados por los años y nos fortalece con la bendición de Cristo y con la oración de la Iglesia.
El sacerdote nos acompaña y acompaña a aquellos en la unión esponsal o matrimonial.
Todo lo que el sacerdote es y hace es un don de Dios. Es un regalo de Dios, porque ninguno de nosotros tiene méritos propios, sino que Dios nos lo concede por gracia y por gracia tendremos que vivirlo siempre. El discípulo tendrá que ser maestro, pero el maestro tendrá que ser siempre discípulo. Y nosotros, siempre en nuestro sacerdocio, en nuestra vida sacerdotal, siempre tenemos por gracia el don de Dios.
El Santo Cura de Ars nos enseña que, como pueblo de Dios, tenemos que pensar las cosas que son importantes. El vivió en una época muy difícil. Ustedes saben que nació tres años antes de la Revolución Francesa y la Iglesia de Francia, fue una Iglesia perseguida. Muchos sacerdotes, obispos, religiosos, también carmelitas, dieron la vida por el Señor incluso, como era común en aquellos días, en la guillotina. Fue un momento difícil y la Iglesia contestó como pudo. Y contestó a través de lo que significan los abuelos, las abuelas que enseñaban a sus hijos y a sus nietos la catequesis. Por eso la demora en tantos años de la Confirmación, porque no abundaban sacerdotes en aquella época.
El Santo Cura, cuando fue ordenado sacerdote y entró en Ars, -una pequeña aldea, cercana a Lyon, con 230 habitantes y alrededor de 40 familias, que hacía años que no tenía sacerdote, que había sufrido el castigo, el deterioro de lo que es estar en contra de la Iglesia y en contra del Señor-, encontró a un chiquito y le preguntó: “¿donde queda Ars?”; el chico le señala el pueblo y el Santo Cura le dice: “¡Muy bien! Me has enseñado el camino a Ars pero yo te voy a enseñar el camino al cielo”. Cuando murió el Santo Cura de Ars, me dijo hoy el Padre Karlo, que 5 días después murió ese niño, ya anciano, siguiéndolo también en el camino al cielo.
El nos enseña que tenemos que aprender de nuevo. Aprender a vivir de las cosas importantes, de las cosas esenciales, de lo que vale la pena, de aquello que no pasa. Porque todas las cosas pasan: dinero, placer, poder, fama, honores, lo que queramos en la vida. ¡Pero lo que no pasa es Dios y lo que no pasa es el cielo y tampoco lo que no pasa es el infierno!; como las dos realidades que nosotros tenemos que tener muy en cuenta para vivir acá y ahora lo que vamos a vivir allá en el cielo.
Dicho de otra manera, se amasa acá lo que vamos a vivir allá y tenemos que preguntarnos: ¿qué cosas queremos amasar?; ¿cuál es el camino que vamos a seguir?; ¿cuáles son los pasos que tenemos que dar?; ¿dónde queremos ir?; ¿por dónde andamos en nuestra vida? Si uno tiene claro el fin, va a saber poner los medios; pero si no tiene claro el fin, los medios cada vez serán más confundidos. La finalidad define y ayuda a poner los medios.
¿Queremos ir al cielo?
¿Creemos en el cielo?
¿Creemos en la vida eterna?
¿Tenemos fe en el Señor?
¿Lo amamos?
¿Lo seguimos?
¿Sabemos que Él nos salva?
¿Sabemos que Él nos da la vida?
¿Que Él quiere nuestro bien?
En nuestra mano tenemos la posibilidad de hacer el bien y evitar el mal o evitar el bien y hacer el mal. ¿Qué camino vamos a decidir? El Cura de Ars dijo algunas cosas que son muy simples pero que tenemos que también hacer caso hoy, ya que tenemos tanto honor de su visita.
¡La oración!
¡La oración hermanos! Volver a rezar para quedarnos en Dios. La oración que da ganas de hacer la voluntad de Dios. Quien no reza no tiene ganas de hacer la voluntad de Dios. Como que la oración nos convence, como que la oración nos susurra, como que la oración nos da más fortaleza para saber qué cosas tenemos que hacer y buscar siempre el bien. Entonces tenemos que rezar. Y rezar más y mejor. Quien reza conoce. Quien no reza permanece en la ignorancia.
¡Y luego los sacramentos!
Los sacramentos que pone el Señor en la Iglesia y que cada uno de ellos nos ayuda a ser alcanzados por Cristo y alcanzar a Cristo. Cada sacramento tiene su significado y su importancia. Si recibes a Cristo en la comunión, tienes que recibirlo primero a Cristo en la confesión. Porque si no lo recibes a Cristo en la confesión, ¿cómo pretendes recibir a Cristo en la comunión? ¡Coherencia!
¡Coherencia de vida y coherencia de espíritu!
Así haremos que el sacerdote sea lo más importante que tenemos en la Iglesia. No para ser obsecuentes con ellos, pero es la gracia que Dios les ha dado en sus manos. Le ha dado tal poder, tal bendición, que no se las va a quitar jamás. Pero para que esa bendición siga siendo eficaz y muy profunda, el sacerdote tiene que ser siempre ¡el hombre de Dios para los hombres! Hoy venimos a pedir al corazón del Santo Cura, que nos ayude y que interceda por nosotros para que seamos los hombres de Dios; para que podamos ser el hombre para los hombres, el sacerdote para los hombres. Pero si no somos de Dios, ni siquiera vamos a servir a los hombres. El sacerdocio es un regalo que Dios nos da y que Él pondrá las exigencias que querrá poner en nuestra vida.
No nos hicimos sacerdotes para servirnos, no.
No nos hicimos sacerdotes para ser importantes, no.
No nos hicimos sacerdotes para perfeccionarnos, no.
Nos hicimos sacerdotes para que Cristo esté en nosotros y para que Cristo ame a través de nuestro ministerio y de nuestro sacerdocio. Por eso donde te manden vos tenés que ir. Lo que te pidan, vos tenés que hacer. Sos importante en la medida que es Dios quien te envía y es Dios quien te da la gracia para pedir lo que te pida. Habría que hacer un minuto de silencio profundo y cada uno escuche un poquito más, un poquito mejor.
Los tiempos de ayer eran difíciles y los tiempos de hoy me parece que son más aún. Hay mas persecución, pero mas invisible. Antes se conocía al enemigo; hoy el enemigo se diluye por doquier; en cualquier lugar y en cualquier conversación uno lo puede dejar entrar como amigo, siendo enemigo. Hoy es más sutil la tentación.
Pidámosle entonces al Cura de Ars que nos de claridad. Claridad en nuestra finalidad y claridad en los medios que nosotros tenemos que poner en cada día.
Que el Santo Cura de Ars interceda ante Dios por nuestra Iglesia, por nuestro sacerdocio y por cada uno de nosotros sabiendo que, si hacemos la voluntad de Dios, es el mejor bien que podemos lograr en nuestra vida. Con Dios se gana, sin Dios todo se pierde.
Que así sea.
Las Sagradas Reliquias de San Juan María Vianney estuvieron en el Monasterio Santa Teresita del Niño Jesus, el carmelo argentino, (Ezeiza 3054, Capital Federal), donde las religiosas rezan por los sacerdotes, los seminaristas y las vocaciones sacerdotales y religiosas. A las 10.00 hs, del pasado 6 de noviembre, ingresó el Corazón Sacerdotal y luego de venerarlo pasó por el interior del monasterio y a las 13.00 hrs. Mons Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda Lanús y Mons. Raul Martin, obispo auxiliar de Bs.As., y vicario episcopal de la zona de Devoto, con 22 sacerdotes, concelebraron la Santa Misa acompañados de una gran cantidad de fieles que colmaron la Capilla carmelita.
Esta es la homilía de Mons. Frassia
Queridas hermanas, queridos sacerdotes, querido Señor Obispo, queridos fieles: es algo extraordinario tanta gracia que Dios nos regala, al permitirnos hoy concentrar nuestra atención en el corazón del Santo Cura de Ars. El corazón es lo que dice de una persona, lo más íntimo. Y de este hombre, sacerdote, lo más íntimo que tenemos es su corazón.
Tenemos la dicha de recibirlo aquí en nuestro país, la dicha de saber que este es el año sacerdotal y, como pueblo de Dios, todos estamos interesados en algo tan central y fundamental como es la fidelidad, la perseverancia de nuestros sacerdotes. Son ellos quienes nos traen a Cristo. El Cura de Ars decía que es el hombre que con dos palabras trae el cielo a la tierra a través de la Eucaristía.
El sacerdote nos inicia en la vida cristiana.
El sacerdote, en nombre del Obispo, nos da el Espíritu Santo, nos confirma.
El sacerdote perdona nuestros pecados.
El sacerdote nos da la Eucaristía, nos da a Cristo.
El sacerdote nos bendice cuando estamos enfermos o debilitados por los años y nos fortalece con la bendición de Cristo y con la oración de la Iglesia.
El sacerdote nos acompaña y acompaña a aquellos en la unión esponsal o matrimonial.
Todo lo que el sacerdote es y hace es un don de Dios. Es un regalo de Dios, porque ninguno de nosotros tiene méritos propios, sino que Dios nos lo concede por gracia y por gracia tendremos que vivirlo siempre. El discípulo tendrá que ser maestro, pero el maestro tendrá que ser siempre discípulo. Y nosotros, siempre en nuestro sacerdocio, en nuestra vida sacerdotal, siempre tenemos por gracia el don de Dios.
El Santo Cura de Ars nos enseña que, como pueblo de Dios, tenemos que pensar las cosas que son importantes. El vivió en una época muy difícil. Ustedes saben que nació tres años antes de la Revolución Francesa y la Iglesia de Francia, fue una Iglesia perseguida. Muchos sacerdotes, obispos, religiosos, también carmelitas, dieron la vida por el Señor incluso, como era común en aquellos días, en la guillotina. Fue un momento difícil y la Iglesia contestó como pudo. Y contestó a través de lo que significan los abuelos, las abuelas que enseñaban a sus hijos y a sus nietos la catequesis. Por eso la demora en tantos años de la Confirmación, porque no abundaban sacerdotes en aquella época.
El Santo Cura, cuando fue ordenado sacerdote y entró en Ars, -una pequeña aldea, cercana a Lyon, con 230 habitantes y alrededor de 40 familias, que hacía años que no tenía sacerdote, que había sufrido el castigo, el deterioro de lo que es estar en contra de la Iglesia y en contra del Señor-, encontró a un chiquito y le preguntó: “¿donde queda Ars?”; el chico le señala el pueblo y el Santo Cura le dice: “¡Muy bien! Me has enseñado el camino a Ars pero yo te voy a enseñar el camino al cielo”. Cuando murió el Santo Cura de Ars, me dijo hoy el Padre Karlo, que 5 días después murió ese niño, ya anciano, siguiéndolo también en el camino al cielo.
El nos enseña que tenemos que aprender de nuevo. Aprender a vivir de las cosas importantes, de las cosas esenciales, de lo que vale la pena, de aquello que no pasa. Porque todas las cosas pasan: dinero, placer, poder, fama, honores, lo que queramos en la vida. ¡Pero lo que no pasa es Dios y lo que no pasa es el cielo y tampoco lo que no pasa es el infierno!; como las dos realidades que nosotros tenemos que tener muy en cuenta para vivir acá y ahora lo que vamos a vivir allá en el cielo.
Dicho de otra manera, se amasa acá lo que vamos a vivir allá y tenemos que preguntarnos: ¿qué cosas queremos amasar?; ¿cuál es el camino que vamos a seguir?; ¿cuáles son los pasos que tenemos que dar?; ¿dónde queremos ir?; ¿por dónde andamos en nuestra vida? Si uno tiene claro el fin, va a saber poner los medios; pero si no tiene claro el fin, los medios cada vez serán más confundidos. La finalidad define y ayuda a poner los medios.
¿Queremos ir al cielo?
¿Creemos en el cielo?
¿Creemos en la vida eterna?
¿Tenemos fe en el Señor?
¿Lo amamos?
¿Lo seguimos?
¿Sabemos que Él nos salva?
¿Sabemos que Él nos da la vida?
¿Que Él quiere nuestro bien?
En nuestra mano tenemos la posibilidad de hacer el bien y evitar el mal o evitar el bien y hacer el mal. ¿Qué camino vamos a decidir? El Cura de Ars dijo algunas cosas que son muy simples pero que tenemos que también hacer caso hoy, ya que tenemos tanto honor de su visita.
¡La oración!
¡La oración hermanos! Volver a rezar para quedarnos en Dios. La oración que da ganas de hacer la voluntad de Dios. Quien no reza no tiene ganas de hacer la voluntad de Dios. Como que la oración nos convence, como que la oración nos susurra, como que la oración nos da más fortaleza para saber qué cosas tenemos que hacer y buscar siempre el bien. Entonces tenemos que rezar. Y rezar más y mejor. Quien reza conoce. Quien no reza permanece en la ignorancia.
¡Y luego los sacramentos!
Los sacramentos que pone el Señor en la Iglesia y que cada uno de ellos nos ayuda a ser alcanzados por Cristo y alcanzar a Cristo. Cada sacramento tiene su significado y su importancia. Si recibes a Cristo en la comunión, tienes que recibirlo primero a Cristo en la confesión. Porque si no lo recibes a Cristo en la confesión, ¿cómo pretendes recibir a Cristo en la comunión? ¡Coherencia!
¡Coherencia de vida y coherencia de espíritu!
Así haremos que el sacerdote sea lo más importante que tenemos en la Iglesia. No para ser obsecuentes con ellos, pero es la gracia que Dios les ha dado en sus manos. Le ha dado tal poder, tal bendición, que no se las va a quitar jamás. Pero para que esa bendición siga siendo eficaz y muy profunda, el sacerdote tiene que ser siempre ¡el hombre de Dios para los hombres! Hoy venimos a pedir al corazón del Santo Cura, que nos ayude y que interceda por nosotros para que seamos los hombres de Dios; para que podamos ser el hombre para los hombres, el sacerdote para los hombres. Pero si no somos de Dios, ni siquiera vamos a servir a los hombres. El sacerdocio es un regalo que Dios nos da y que Él pondrá las exigencias que querrá poner en nuestra vida.
No nos hicimos sacerdotes para servirnos, no.
No nos hicimos sacerdotes para ser importantes, no.
No nos hicimos sacerdotes para perfeccionarnos, no.
Nos hicimos sacerdotes para que Cristo esté en nosotros y para que Cristo ame a través de nuestro ministerio y de nuestro sacerdocio. Por eso donde te manden vos tenés que ir. Lo que te pidan, vos tenés que hacer. Sos importante en la medida que es Dios quien te envía y es Dios quien te da la gracia para pedir lo que te pida. Habría que hacer un minuto de silencio profundo y cada uno escuche un poquito más, un poquito mejor.
Los tiempos de ayer eran difíciles y los tiempos de hoy me parece que son más aún. Hay mas persecución, pero mas invisible. Antes se conocía al enemigo; hoy el enemigo se diluye por doquier; en cualquier lugar y en cualquier conversación uno lo puede dejar entrar como amigo, siendo enemigo. Hoy es más sutil la tentación.
Pidámosle entonces al Cura de Ars que nos de claridad. Claridad en nuestra finalidad y claridad en los medios que nosotros tenemos que poner en cada día.
Que el Santo Cura de Ars interceda ante Dios por nuestra Iglesia, por nuestro sacerdocio y por cada uno de nosotros sabiendo que, si hacemos la voluntad de Dios, es el mejor bien que podemos lograr en nuestra vida. Con Dios se gana, sin Dios todo se pierde.
Que así sea.
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