LO QUIERO YA!


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Lo quiero ya
Por Diego Guerra // 08 de marzo de 2009
Nada más fascista que un burgués impaciente: sobre el ejercicio del pensamiento como camino de tolerancia.
"¡Termínenla con los derechos humanos y las estupideces! ¡El que mata tiene que morir!"

Va a estar bueno Buenos Aires. Con Cristina, Cobos y vos. Con carteles amarillos y rostros luminosos que ocultan menos la falta de propuestas políticas que la falta de atención que al público le merecen, al menos lo suficiente como para que, a los pocos meses, éste se indigne violenta y masivamente por la aplicación de políticas que estaban ahí, a la vista de todo el mundo, en las agendas de los candidatos ganadores.
Roland Barthes decía que la era de la Fotografía es la era de las impaciencias: la fotografía, como imagen de la inmediatez, produce una relación impaciente con las cosas, una relación irreflexiva y del ya mismo que es una de las características de una vida moderna progresivamente acelerada. Si todo es cada vez más "ya", si todo lo [cada vez menos] sólido se desvanece [cada vez más rápido] en el aire, la reflexión serena a la que Marx decía que esta condición de la modernidad obliga a los hombres, también es algo que tiende a desaparecer.
Susana tenía razón en su descargo del día siguiente: no estaba hablando de implantar la pena de muerte, porque aun la aplicación de ésta implicaría –además de los debates y las instancias parlamentarias previas a su legalización– un juicio donde el sospechoso es inocente hasta que se pruebe lo contrario; la confrontación de pruebas, la demostración de su culpabilidad y la condena por parte de un juez. Y ella hablaba de una justicia mucho más sumaria, donde los derechos humanos y "las estupideces" (un "y" no acumulativo sino igualador) como las que acabo de nombrar y que garantizan un juicio mínimamente justo y eficiente, no obstaculicen el verdadero rol del aparato represivo: el juicio inapelable y sumario, la ejecución inmediata del sospechoso en plena calle, y a otra cosa. En lo único en que se equivoca Susana (qué bueno que volvamos a la vida de pueblo donde nos conocemos todos, ¿no? Susana, Cristina, Mauricio... ¡y yo que empezaba a sentirme sólo un número!) es en pensar que eso no se está haciendo. Es cierto, ella no pide la pena de muerte porque eso burocratizaría –convirtiéndola en una desabrida práctica legal– la sana costumbre de ese Llame ya policial que es el gatillo fácil
La fotografía vino a profundizar la función que las imágenes cumplían en la tradición occidental que se inicia en el Renacimiento: la generación y satisfacción –parcial– de un deseo de posesión de lo representado. Como apunta John Berger, la invención de la pintura al óleo, con su capacidad para reproducir las texturas y los detalles de los objetos, unida al desarrollo de la perspectiva y la función del cuadro como "ventana abierta al mundo", postularon un sistema de representación donde la realidad, en lo posible "entrara" en la obra de arte, que al volverse mercancía ofrece la seductora posibilidad de comprar, vender y coleccionar el mundo reproducido en escala: mujeres desnudas, pieles, joyas, paisajes y hombres. La fotografía se ubica al final (?) de un proceso de desarrollo de técnicas y lenguajes representativos destinados a perfeccionar esta ilusión a la vez que difundirla socialmente, acelerando los tiempos de producción de la imagen-mercancía y abaratando los costos. No por nada, los dos rubros que protagonizaron el boom comercial de la fotografía desde 1840 y permitieron su difusión mundial casi inmediata, fueron aquellos relacionados con las ansias de posesión del Otro: el retrato y los desnudos.
"¿A dónde querías llegar primero?" dispara un cartel en plena calle junto a la foto de un auto chocado y ensangrentado. La propuesta es efectista, impaciente, ya: si manejás rápido te pasa esto. Y uno dice "bueno, eso es un accidente y a mí no me va a pasar", y acelera y sigue. Si el aviso, tan contundente en su simpleza brutal y su omnipresencia –porque está por todos lados– cumpliera con su función, los accidentes de tránsito hubieran desaparecido de inmediato.
Pero a diferencia de la pintura, la fotografía postula una relación tal de inmediatez con el objeto registrado, que se produce un desfasaje entre la cualidad táctil de la imagen y la ilusión de posesión efectiva que ésta genera. Una foto –y más a medida que se pierde su calidad objetual en manos de la fotografía digital– se revela como insuficiente, porque el deseo que genera se proyecta al infinito y pide más y más. Por eso Sontag decía que "una fotografía implica que habrá otras". El desarrollo de internet –cuyo motor de expansión inicial fueron las páginas porno– es la realización más cabal de esta tendencia a la multiplicación, y al carácter cada vez más efímero de la posesión de la imagen: click, y a otra cosa. Quiero más. Lo quiero ya.
Y que terminen con las estupideces.

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