TRES DESEOS NO ALCANZAN


Por Dante López Foresi

Los años parecen pasar con la misma frecuencia que nuestros sueños inconclusos. No es casualidad aquello de “renovar los sueños” que se nos invita a hacer toda vez que llegan las fiestas navideñas. Pero a no confundir: una cosa son los sueños y otra muy distinta las ambiciones, sobre todo las de consumo y poder. Pobres de aquellos que solo mal aprendieron que la felicidad y estatus son sinónimos. Miden el afecto en divisas. Y su realización personal en plazos fijos o inmuebles.

Quien así piensa, jamás llega a disfrutar –incluso- los bienes materiales conseguidos con esfuerzo. Y lo que es peor, llega a considerar que “el sueño” de ver crecer feliz a un hijo es lo mismo que “la ambición” de “poder” comprarle el MP3 o el I-Pod. La navidad es –de por sí- un episodio culturalmente contradictorio en esta parte del planeta. Confuso para los chicos. Y para nosotros también.

En la entrada de los paseos de compras (a los que denominamos “shoppings”) vemos a Papá Noel (a quien llamamos “Santa Claus”) vestido con ropas exageradamente abrigadas mientras la temperatura ambiente ronda los 40 grados. Eso ya es inexplicable para el mundo interno infantil ¿Y para el nuestro? Lo que es peor es que los niños ven a sus padres entre decenas de otros padres y madres en jugueterías y casas de ropa “compitiendo” a ver “quien ama más a su hijo”. El mensaje que reciben los pibes es: “cuanto más gasto, más te amo”. Triste y patético en un adulto. Dramático en la formación valorativa de un niño.

Simultáneamente, comerciantes que cobran mucho más cara la ropa infantil (aunque su costo en materiales y diseño sea infinitamente menor que la de adultos) se aprovechan de esa cultura impuesta del afecto paterno mensurable en dinero. La misma cultura que hace morir de calor a Papá Noel. Y al llegar la medianoche, la verdad suele imponerse más en lo que se calla que en lo que se dice. En esos tres deseos que por tradición pedimos con los ojos bien cerrados. Allí, padres e hijos y los dueños de varias generaciones se demostrarán a si mismos y hablándoles a sus conciencias si la escala de valores que construyeron es realmente la que “soñaban”.

Proponemos cambiar la tradición, aunque más no sea un poquito así. Convengamos en enseñarles a los chicos que para que se cumplan los deseos hay que decirlos en voz alta y ante todos los comensales ¿De acuerdo? En primer lugar, veremos cuantos adultos nos atreveremos a confesar los propios. Si los más chicos mencionan los suyos y los notamos demasiado consumistas, a no alarmarse tanto. Recordémonos a nosotros mismos de pibes, y veremos colmados nuestros deseos de Tiki-Taka, pelotas número 5 y muñecas.

Si algún chico pedía por la paz en el mundo, nuestros padres se preocupaban y nos mandaban a terapia. Ah no...en esa época los psicólogos no estaban de moda. Lamentablemente. Pero si los que son consumistas son los deseos de los adultos, el replanteo deberá ser más profundo y la ceremonia navideña tendrá una utilidad real y concreta. Ahora sí, a terapia, pero los grandes. Lo más deseable sería que abuelos, padres e hijos lleguemos a coincidir en los tres deseos más dignos: paz, pan y trabajo.

Parece demagógico, pero representan sueños y valores realmente concretos. Podemos darnos permiso para agregar un cuarto sueño: Libertad ¿Y otro? Sabiduría. Ya que estamos ¿puede ser otro más? ¿Y otro? Si...todos los que quiera. Esta navidad rompamos el mito que nos limita a tres deseos. A tres sueños solamente. Pidamos todos los deseos que se nos antojen y llenemos este comienzo de año de sueños (no de ambiciones). En definitiva, seamos felices...que tenemos derecho.
Felices Fiestas le desea

AGENCIA EL VIGIA

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