RESUMEN DE LA AGENCIA INFORMATIVA PELOTA DE TRAPO


Ni un pibe Menos
03/01/08
Por Alberto Morlachetti
(APe).- La Asociación de Padres y Tutores de Estudiantes de Corrientes (APTEC) concluyó su labor con números alarmantes: cinco de cada diez alumnos abandonó la escuela en la provincia de Corrientes en el año 2007, cifras obtenidas a partir de un trabajo de campo que hizo en las ciudades de Corrientes, Goya, Mercedes y Curuzú Cuatiá, del que participaron unas 400 personas entre directivos, maestros y padres.

¿No habrá por allí un río picado, capaz de confundir el timón oficial a fin de atracar, por lo menos en una costa desconocida e iniciar un día no programado? No, los funcionarios del gobierno, ante la herejía de su visibilidad, emiten comunicados negando las cifras que están al alcance de cualquier mirada. Pero el realismo de los soñadores nos condenó a “dudar de la gente de orden”. No hay tratados de límites entre el capitalismo brutal y la utopía contraria.
-I-
La escuela, hija privilegiada de la Ilustración moderna, ha ejercido y sigue ejerciendo un poderoso influjo etnocéntrico, organizando la escolarización, sembrando la vigilancia, dosificando la disciplina, administrando la represión, reforzando de manera machacona los procesos de socialización hacia una forma única de ser hombre o mujer, inscripto en el corazón de las pizarras.
Pero esta tendencia colonial de imponer un modelo de verdad y belleza mediante la delimitación de los contenidos y valores del curriculum así como la forma unilateral de transmitirlos, y el modo mecánico de exigir su aprendizaje, descubre a los países occidentales como paradigmas de civilización, como el modelo superior, presentado como un relato atemporal, cuando paradójicamente debieron transcurrir cuatro eras geológicas para que los seres humanos, a diferencia del bisabuelo pitecántropo, fueran capaces de cantar mejor que los pájaros y de morirse de amor.
Esa concepción homogénea del desarrollo humano que discrimina y desprecia las diferencias de cultura, de sexo, se desmorona ante las evidencias de la historia de la humanidad en los tiempos actuales, llena de catástrofes y hostilidades. “La política comienza con la denuncia de ese contrato tácito de adhesión al orden establecido que define la doxa (opinión) originaria; dicho de otra forma, la subversión política presupone una subversión cognitiva, una reconversión de la visión del mundo” dirá Bourdieu en 1985.
-II-
Estamos ante la presencia de los ungidos: los asesinos de la criatura humana, señalados por la gracia especial de los mercados. “Los ejecutores insomnes”, como diría Mutis, los que van a matar o mutilar como quien cumple con un rito necesario, amparados por el humo nocturno de las celebraciones bursátiles. Las autoridades que los representan son -sin embargo- incapaces de construir una abstracción que sostenga la esencia del hombre, acostumbrados a doblar la memoria y las esquinas buscando las calles oscuras de la luna. Pero siempre existirá un pedazo de coraje para poner delante de los estragos de la vida, lo que nos resta de esperanza, para dejar bien claro que somos de ahí, de enfrente, justo al lado, donde se ama y crea: el sueño que reparte compañeros a los hombres.

La distopía perfecta
03/01/08
Por Oscar Taffetani(APe).- En las distopías y oscuras visiones que cada tanto nos regalan los mejores escritores, suele darse la paradoja de que algunos organismos públicos cumplan con una misión opuesta a aquella para la que fueron creados.

Los bomberos de Farenheit 451 -por ejemplo- lejos de apagar incendios, los provocan. Y particularmente disfrutan quemando libros. El Ministerio de la Verdad de la novela 1984 era el lugar en donde se amasaban las mentiras que día tras día consumía la población. Los centros de salud de los regímenes estalinistas, tantas veces reflejados en autobiografías y novelas, eran campos de concentración de disidentes, en donde se los terminaba de enfermar y de neutralizar.
En la Argentina, sin remontarnos demasiado en el tiempo, podríamos hablar de las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social durante el sangriento reinado de José López Rega. Aquellos vehículos, identificados con una cruz en sus vidrios y haciendo sonar las sirenas, transportaban hacia la muerte a centenares de jóvenes rebeldes. También por aquellos años -según reveló el ex comisario Rodolfo Peregrino Fernández ante la CIDH de la OEA- la Brigada Antiexplosivos se ocupaba... de colocar explosivos.
Esta digresión viene a cuento del panorama que presentan dos fuerzas públicas de seguridad del Estado: la Gendarmería Nacional y la Prefectura Naval Argentina.
La Gendarmería, cuya misión, según la ley 12.367, es “contribuir decididamente a mantener la identidad nacional en áreas limítrofes y a preservar el territorio nacional y la intangibilidad del límite internacional”, ha sido equipada en los últimos años para la represión urbana.
Actualmente, esa fuerza patrulla fronteras que ya no son las fronteras nacionales, sino fronteras de clase, semejantes a las trazadas en tiempos de la nefasta doctrina de la seguridad interior “made in Washington”.
Un extravío parecido lo vive la Prefectura. Leemos en la página oficial de Internet de esa fuerza: “Prefectura es la Autoridad Marítima Argentina por antonomasia (...) su tradición histórica y funcional, inalterable a través del tiempo, la identifica como el órgano a través del cual el Estado ejerce la policía de seguridad de la navegación y de la seguridad y el orden público en las aguas de jurisdicción nacional y en los puertos...”
Sin embargo, un importante distrito urbano como es Puerto Madero, que ya no funciona como puerto y que ya ha quedado muy lejos de la costa del río de la Plata, sigue teniendo a la Prefectura como fuerza principal de seguridad, ordenando el tránsito y custodiando las propiedades de ese pudiente vecindario. También se ocupa, esa Prefectura seca, de controlar en tierra a los huelguistas de un Casino Flotante, como hemos visto por estos días.
Efectivos de Gendarmería -una policía de frontera- patrullan las villas del gran Buenos Aires, el gran Rosario y otras colmenas de la Argentina más pobre y dolorosa. Efectivos de la Prefectura -lejos del agua- controlan la circulación de calles que ya no son portuarias, en Puerto Madero.
Mientras tanto, en las fronteras argentinas del Noroeste, por donde se escapa sin control la riqueza minera del país, allí no hay efectivos de Gendarmería ni aduanas que funcionen. Y en el vasto mar continental argentino (debido, según dicen, a la falta de medios) también la riqueza ictícola y mineral del país se fuga jornada tras jornada, sin dejar rastros ni divisas.
La doctrina de la seguridad interior, luego traducida eufemísticamente como doctrina de la seguridad nacional, representaba ni más ni menos que eso: fronteras externas lábiles para llevarse las riquezas de un país, fronteras interiores duras e infranqueables para los pobres y los que se rebelan contra ese estado de las cosas.
Y la paradoja entre paradojas -ya no literaria, sino política- es que ya no haya sido necesario un golpe militar ni la abolición de las instituciones “democráticas” para lograrlo. Lo que se dice, una distopía perfecta.


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