RESUMEN DE LA AGENCIA INFORMATIVA PELOTA DE TRAPO


No habrá paz en Villa Azul
28/11/07
Por Oscar Taffetani
(APe).- El domingo 25 de noviembre, los sumariantes de la comisaría segunda de Quilmes, provincia de Buenos Aires, no se ponían de acuerdo: “¿es un homicidio doloso o un homicidio culposo?” La carátula provisoria que estamparon fue “Homicidio”. Así se abrió el expediente. El martes 27, los diarios publicaron que una niña de 13 años, de Villa Azul, había muerto en un hospital de Almirante Brown, tras una agonía de tres días, por haber recibido descargas de un alambre electrificado, al intentar liberar a un hermanito de 9 que había quedado atrapado por el mismo alambre. Los chicos habían ido a comprar figuritas a un kiosco, una noche de tormenta. El más pequeño, Iván, para no pisar el lodo de la vereda, se tomó del alambre de una casa, y quedó pegado. Su hermanita Aldana lo rescató, pero sufrió la peor descarga. El dueño de la casa de Bernal cercada con alambre electrificado -se publicó en los diarios- había sido víctima de varios robos. Así intentaron atenuar su responsabilidad criminal. Los vecinos de Villa Azul -barrio precario donde vivía Aldana- cortaron en la mañana del lunes las dos manos del Acceso Sudeste, una ruta importante del sur bonaerense. Estaban indignados y tristes. Levantaban una foto de Aldana y un improvisado cartel reclamando “Justicia”. La mamá de la niña (que fue testigo y víctima, ya que ella también sufrió una descarga al querer liberar a su hija) no paraba de llorar. “¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo alguien puede poner un alambre electrificado en un lugar por el que pasan todos, sin que la empresa de luz, ni la policía ni la municipalidad le diga nada?” Son preguntas sin respuesta, dirigidas a un Estado que consiente la ley de la selva, una ley donde los únicos que ganan son las fieras.
Iluminados y atormentados
El 25 de mayo de 1910, la Catedral metropolitana, el Cabildo, la Casa Rosada y otros importantes edificios públicos de Buenos Aires brillaron con lamparitas incandescentes provistas por la Empresa de Luz y Tracción del Río de la Plata, siguiendo el diseño del joven ingeniero Jorge Newbery. En la República del Centenario, aunque la mayoría de los hogares argentinos no podía aún disfrutar de la iluminación eléctrica, la gente se contentaba con ver brillar esos grandes edificios públicos, en la quietud de la noche. Llegada la década del ’30, cuando todavía grandes sectores de la población argentina carecían de energía eléctrica, el comisario Leopoldo “Polo” Lugones (hijo del escritor) comenzó a utilizar la electricidad para atormentar a presos políticos. Lugones bautizó el invento “picana eléctrica”, asimilándolo a la picana manual (una caña con punta) que se usaba para espolear los bueyes en tiempos de la Colonia. Durante la última dictadura argentina, miles de detenidos políticos fueron torturados, a veces hasta la muerte, usando electricidad. Y aún en estos días que corren, aunque las organizaciones de derechos humanos estén alertas -según se denunció- continúa la práctica de atormentar a los detenidos usando electricidad. Los productores agropecuarios también han descubierto las ventajas del alambre electrificado. El ingeniero argentino Fernando Pereda, por ejemplo, patentó el sistema denominado “pastoreo frontal”, que disciplina al ganado vacuno utilizando un alambre electrificado de bajo voltaje, que disuade al animal de comer ciertas pasturas y lo conduce a otras. Sería inconcebible hoy una ciudad sin redes de electricidad. Sin embargo, en esta Argentina “de contrastes” (ése es el eufemismo en boga), todavía un servicio esencial como la luz eléctrica está vedado a una parte de la población. En las villas o los asentamientos precarios, aunque algunas casas tienen medidores, lo común es estar colgado. Así, se disfruta “sin permiso”, se disfruta ilegalmente, de un bien que debería estar garantizado para todos, lo mismo que el agua y que el pan, lo mismo que la escuela y la salud.
Réquiem para Aldana
Aldana no pudo ejercer sus derechos humanos. Ella era sólo una ciudadana de Villa Azul, una vecina de Villa Itatí, en el Triángulo de Bernal, sobre el Acceso Sudeste. Y eso, como todo el mundo sabe, no alcanza para vivir. El propietario de esa “casa de concentración”, de esa “vivienda electrificada”, nos imaginamos, tal vez tenga hijos. Y esos hijos, probablemente, crecerán sabiendo que un alambre letal divide su mundo del otro mundo, del mundo de Aldana y de Iván. No importa la belleza de la niña asesinada. No importa su alegría. Ella nació al otro lado del alambre. Nació en Villa Azul. Nació en un lugar en donde no hubo (y tal vez no haya nunca) paz.

Los padres de la violencia
26/11/07
Por Carlos del Frade
(APe).- Los techos de las escuelas se caen a pedazos sobre las cabezas de los pibes. Las maestras saben que la mayoría de sus alumnos vienen de hogares en donde el trabajo es una rareza, una melancolía del tiempo de los abuelos. También reconocen los trabajadores de la educación que desde muy chicos, las bandas de los barrios los reclutan como soldados en sus incursiones cotidianas. O son testigos, desesperados e impotentes, de los silencios quebrados por llantos que explotan a borbotones que denuncian golpes y violaciones repetidas por esta pedagogía de la cobardía que hace descargar la furia contra la carne de la misma carne, la sangre de la misma sangre, contra el más cercano, contra el débil más próximo. Eso también surge entre los pupitres, las mesas, los mapas descoloridos y las ventanas arrasadas que no protegen ni en invierno ni a fin de año. Pibas y pibes atravesados por la violencia. Porque es allí en la escuela donde aparecen las consecuencias de un saqueo que continúa aunque haya ilusión de que algo cambiará a favor de los que son más.Nenas y nenes son los territorios en los que explota la violencia que el sistema descarga de arriba hacia abajo y ellos, esas chicas y esos chicos, la expresan a su manera. Por eso habrá que parar la pelota cuando se escucha hablar de violencia en las escuelas. De analizar el contexto, las historias y el nivel de compromiso político de los actores que participan de las llamadas comunidades educativas. Porque de eso también se trata, de reconstruir el rol de la maestra y del maestro como primeros dirigentes políticos de la sociedad. Porque son los que deben enfrentar las desmesuradas agresiones del poder contra los chicos y eso impone un compromiso social y político, una clara ideología de complicidad o una posición crítica de resistencia. Fue en la capital de la hermosa provincia de Entre Ríos, en la escuela “Gregoria Pérez”, en la ciudad de Paraná, que un grupo de padres descargó su impotencia contra siete alumnos a los que calificaron de “incontrolables”. Apuntaron en su denuncia que "hay un nene de 11 años que es corpulento, está bajo tratamiento psiquiátrico, medicado y el conjunto que está trabajando con él nos indicó que no saben si está tomando la medicación y si ésta es la que le produce una reacción nerviosa". Una madre aseguró que uno de estos chicos "se pelea con todos y tiene golpes estratégicos: se les sube a los chicos sobre la panza y les pega la cabeza contra la pared... Tiene que ser tratado como un chico con problemas específicos y que se lo aparte del grupo. Ya que durante todo el año se intentó incorporarlo pero no se puede hablar con el niño ni con la madre". La directora de la escuela, Teresa Tiengo, aseguró que este año "ha sido bastante complicado en cuanto a la conducta de los niños, y hay uno que es bastante compulsivo e hiperactivo y trata de lastimar a los demás". Para ella la decisión es tratar de mantenerlos “tranquilos”. Una extraña definición de lo que necesita un chico. Quizás el problema de la violencia en Paraná supere largamente la realidad de los siete alumnos de la “Gregoria Pérez”; quizás la solución esté en lograr una sociedad con justicia y no una momentánea “tranquilidad”. Estos siete chicos entrerrianos son consecuencia de otra violencia cuyos verdaderos padres no están en sus casas sino en los lugares del privilegio que, mientras tanto, están muy tranquilos gozando de su anonimato e impunidad.

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