RESUMEN DE LA AGENCIA INFORMATIVA PELOTA DE TRAPO


El olvido mata dos veces

03/04/08

Por Alberto Morlachetti

(APe).- Si el paisaje cuelga para los ricos de un marco de ventana, y sólo para ellos, lo ha firmado la mano magistral de Dios, escribía Walter Benjamin. Así sienten y piensan determinados grupos humanos, acopiadores de riquezas, siempre hegémonicos, siempre minoritarios, portadores de una suerte de propiedades “sustanciales”, inscriptas de una vez y para siempre en una especie de esencia biológica que los convierte en dominantes frente a colectivos sociales mayoritarios cuyos comportamientos discrepantes serán siempre inferiores, naturalizando el racismo a través de los tiempos.
El capitalismo como sistema es el lugar de los naufragios, no mira a la transformación del mundo, sino a su destrucción. Establece una suerte de profilaxis social sobre la amenaza que representan los pobres de bienes, los pobres de cuerpos. Ya Ingenieros a principios del Siglo XX centra su atención en la amenaza que representan y propone mecanismos para atenuar su potencial amenazante. “Se impone evitar que ciertos grupos sociales endosen a otros su población criminal; es indiscutible que cada Estado debe preocuparse para sanear su ambiente mediante la defensa social bien organizada y no descargando sobre otros sus bajos fondos degenerativos y antisociales”.
Señala especialmente a la población infanto-juvenil: “Urge cuidar la planta desde la semilla sin esperar que haya retoñado siniestramente”. En el mismo sentido, el Congreso Panamericano del Niño de 1916 reclama eugenesia instando a seleccionar las semillas para mejorar la raza ya que luego los niños serán “detritus sociales”.
-I-
La pasta base de cocaína o paco, no es una droga. Es peor que eso: “es el desecho de una droga”. Surge como residuo de las cocinas o laboratorios en los que se elabora la cocaína, emerge como un resultado de una industria que busca la forma de introducir en el mercado hasta sus desechos, que se mete en el cuerpo y en las almitas de los pibes y los destroza en barrios descartables, con poblaciones descartables, donde los pájaros se pudren en la mitad del vuelo.

Pudo ocurrir en cualquier lugar, pero ocurrió en Villa Urquiza, un barrio periférico al oeste de la ciudad de Córdoba, donde la comercialización se planifica domiciliando un puesto de paco cada dos manzanas. Habitado por hombres y mujeres de la ciénaga “que son como la propia turba del suelo formada con la podredumbre de los años muertos, de los vegetales que no pudieron serlo, de la gente que no pudo serlo”.
“Sólo en enero, diez chicos murieron por consumir paco en mi barrio”, dice Teresa Zamora, militante contra la droga y la pobreza, responsable de la Cooperativa de Carreros de Villa Urquiza quien pide que las nubecitas no metan viento porque las casas se vuelven pedacitos de cartón que se pegan como estrellas apagadas en el cielo cuando las pecha el viento.

Usureros de la tierra

01/04/08

Por Oscar Taffetani

(APe).- La palabra usura es de origen latino y tiene que ver con el uso del dinero y el crédito, y con el cobro de intereses por ese concepto. Para la doctrina cristiana (por lo menos, antes de sus últimas actualizaciones) el cobro de intereses y la obtención de ganancias por el uso del dinero son actos inmorales. Shakespeare puso en escena esa discusión, en la obra El Mercader de Venecia. Allí se refleja el conflicto entre el antiguo capitalismo mercantil y el naciente capitalismo financiero. Esa misma confrontación entre el productor (fuera campesino, artesano o comerciante) y el banquero, reapareció en los tiempos de la Revolución Francesa. Fue el médico François Quesnay, hijo de chacareros, quien echó a andar la llamada doctrina fisiocrática, que dividía las actividades humanas en "estériles" y "no-estériles", privilegiando la explotación de la tierra y los recursos naturales por sobre otro tipo de explotaciones. Entrado el siglo XX (sin obviar los aportes del pensamiento anarquista y socialista sobre el tema) un memorable poema de Ezra Pound volvió a fustigar al capitalismo financiero, por alejarse de la tierra y del auténtico espíritu de la creación humana. Sabemos cómo terminó esa historia: el capitalismo financiero, recuperado al fin de la segunda guerra mundial, enjauló al poeta Pound (literalmente) y sentó las bases de un poderoso organismo financiero llamado Fondo Monetario Internacional.
Pueblos echados a perder
La impericia (según algunos) o la soberbia (según otros) del gobierno de Cristina Kirchner al diseñar el sistema de retenciones a la producción agropecuaria, metió en la misma bolsa recaudatoria a corporaciones propietarias de cientos de miles de hectáreas con grandes y medianos terratenientes y con minifundistas del Nordeste, sin discriminación. Así, permitió que se uniera el grito de los auténticos chacareros y pequeños propietarios rurales con el aullido de los simples rentistas del agro y con los chillidos de los pooles y multinacionales exportadoras, que veían reducirse un poco (apenas un poco) sus colosales márgenes de ganancia. El cóctel desató un conflicto que no tiene miras de acabar, al que se agregan día tras día reivindicaciones y exigencias sectoriales, en un país-archipiélago (así lo llamó el economista Daniel Muchnik) en donde la agenda mediática va desplazándose de los muertos en las rutas a los heridos en las canchas de fútbol y a los magullados de la protesta rural, pero nunca se detiene en la cotidiana y lacerante realidad de la pobreza extrema, el hambre y la exclusión de cientos de miles de argentinos. Daba tristeza, por estos días, ver arremolinadas junto a los containers del Mercado Central a mujeres y niños dispuestos a comer las frutas y verduras que a causa del paro se habían echado a perder. El pueblo entero -usemos esa metáfora- se está echando a perder, ante la insensible mirada de la dirigencia política y empresaria.
La herencia malversada
Hay una historia -y también una mitología- construida a través de los siglos, acerca del campesinado, sus luchas y sus esperanzas. Una parte de esa historia nos toca de cerca. Los abuelos de muchos de nosotros, como se dice, bajaron de los barcos. Pero bajaron para quedarse, acotamos. Bajaron para arraigar. Ellos, nuestros abuelos, maldecían y escupían la tierra, lloraban sobre la tierra, copulaban con la tierra. Le daban todo y le pedían todo. Cuando los usureros de turno quisieron sacarles la tierra, entonces se levantaron, organizaron la huelga, marcharon. Así, dieron el Grito de Alcorta, en 1912. O cantaron el Himno Nacional en Colonia Winifreda, durante la década pasada, resistiendo a los desalojos. Claro que algunas cosas fueron cambiando en estos últimos años, y de eso da cuenta un reciente editorial del diario La Arena de La Pampa, que destaca que la mayoría de los propietarios de tierra de esa provincia han dejado en manos de terceros la explotación de los campos y se han convertido en simples rentistas agrarios. "Los pooles sojeros -dice la nota de La Arena- no consumen servicios ni productos ni mano de obra provincial y dejan así a la provincia sin el 'derrame' que la producción de soja, supuestamente, debería dejar si estuviera en manos de los productores..." Como se sabe, la fórmula que hizo el milagro económico de estos años es la soja transgénica combinada con un herbicida universal llamado glifosato. Y como también se sabe, las campañas dobles de soja, con siembra directa, agotan la tierra y la esterilizan, comprometiendo el futuro de las nuevas generaciones. Cuando haya pasado la era de la soja, esas provincias sojizadas quedarán como quedó el norte de Santa Fe tras el paso de La Forestal: sin su bosque, sin su diversidad biológica, sin el recurso renovable para sus habitantes. La tierra por la que lucharon nuestros abuelos no era sólo un medio de producción, enajenable, alquilable, descartable. La tierra, para ellos, era el principio y el fin de cada cosa; y era la única continuidad posible de la vida. Un mismo sentimiento (aunque negado por el discurso del poder) los unía con los habitantes originarios de este suelo. Por eso recelaban de los bancos, de los abogados y los escritorios, de esos lugares en donde se traman negociados y expropiaciones cuyas únicas víctimas son los trabajadores del campo. Ellos, nuestros abuelos (tal vez idealizados en el recuerdo, no importa) se hubieran cortado las manos antes que convertirse en rentistas del agro, en despreciables usureros de la tierra.


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