Eutanasia
13/09/07
Por Alberto Morlachetti
(APE).- Esparta practicaba una rígida eugenesia -palabra derivada del griego ‘bien nacido’ o ‘buena reproducción’. Nada más nacer, el niño espartano era examinado por una comisión de ancianos en el "Lesjé" ("Pórtico"), para determinar si era hermoso y bien formado. En caso contrario se le consideraba una boca inútil y una carga para la ciudad. En consecuencia, se le conducía al "Apótetas" (lugar de abandono), al pie del monte Taigeto, donde se le arrojaba a un barranco. Dura pedagogía la eutanasia (término que proviene de "eu" -verdadero- y "thánatos" -muerte-) de niñas y niños considerados no aptos para la vida.
-I-
Nadie escuchó el sermón caliente del último viento. Quizás tampoco al doctor Eduardo Gómez Ponce -director del Centro de Atención Primaria de Villa Amalia, una zona de trabajadores humildes al sur de la capital tucumana- donde hace pocos días denunció a los medios de comunicación que se ocultan los datos de la desnutrición infantil en la provincia. Sostuvo que "el sistema está practicando eutanasia con los excluidos", al hacer referencia a dos casos de niños desnutridos -arrojados a los barrancos del monte espartano- dados de alta en hospitales públicos que fueron a morir en sus viviendas de humilde condición, donde el hambre merodea los congelados perros del invierno. Uno de ellos es el caso de Brian Villa y el otro el de una bebé del barrio Olleros, un asentamiento precario al sur de la capital.
-II-
De la utopía democrática sólo queda la ilusión publicitaria, es decir, "el grado cero de la Idea". El sistema aparece despojado de sus máscaras para los "niños pobres" o "mal nacidos" obligados a dar un salto mortal para mantenerse con vida, es el signo característico de esta sociedad cruel y monstruosa que, sin embargo, otorga en el drama espacio a la esperanza.
Es tiempo de borrar un sistema que les arrebata a los niños la tiza de los dedos. Descubrir un jardín donde somos posibles todavía escribía Olga Orozco. Donde volvamos a erigir la casa y bordemos la historia. Se hace hora y ya no hay tiempo de escribir de nuevo tantas vidas. ¿Sino en qué pájaros cantarán las ramas?
Fuente de datos:Diario Esto Es Tucumán 09-09-07
Corrupción de menores
11/09/07
Por Oscar Taffetani
(APE).- “Era cartonera y ahora es modelo”, tituló el diario Infobae. “Daniela Cott pasaba sus días entre cartones, botellas y otros desechos -cuenta la crónica- hasta que una tarde, mientras trabajaba junto a su tía y a su hermanito menor, la vio un representante de Haru Models y le propuso formar parte de la agencia de modelos, como si fuera un cuento de hadas...” “Yo decía que caminar por una pasarela o sacarse fotos no es tan difícil... y ahora que estoy acá es muy difícil... aunque es más fácil que cartonear”, expresó Daniela con franqueza proletaria, en un reportaje televisivo. Hasta ahí, el cuento de hadas que la TV necesita para cautivar a la audiencia, una audiencia de chicos y chicas y mamás y papás que al atardecer, cuando el sol se va a dormir y se despierta la tele, asisten al show de los que bailan por un sueño, patinan por un sueño o se ganan una plaza en esa casa panóptica llamada “Gran Hermano”, para que su buena estrella o la varita mágica de un productor los catapulten a cinco minutos de fama y dinero. María Elena Walsh, en un memorable artículo publicado en años militares, decía que preparar a las niñas para que sean flacuchentas “Barbies” de las pasarelas o Cenicientas que esperan a su “príncipe azul” o a su empresario, configura un auténtico acto de corrupción de menores. Y la escritora no responsabilizaba sólo al mundo del espectáculo y la TV por ese crimen que se comete a la vista de todos, sino a la escuela (que ya por entonces estaba contaminada) y a la familia (entidad que, como anticipó Cooper en los ’60, ha comenzado su lento camino a la extinción).
Sueños de Daniela
Daniela Cott tiene 16 años y seguramente, como tantos pibes y pibas que sobreviven gracias al cirujeo y de juntar papel y cartón, tuvo que dejar la escuela. Y ahora que un contratista de la moda la “rescató”, no sabemos si va a querer volver a la escuela (¿para qué? se preguntaría). Tampoco sabemos si será capaz, cuando mejore su cuadro socioeconómico, de volver al barrio donde vivía, para echarle una mano a las chicas y chicos que no tuvieron su suerte (ese privilegio -la lealtad a la clase- le ha estado reservado en la historia a muy pocos seres humanos. Evita Duarte fue un caso paradigmático) Y no sabemos qué hará Daniela Cott porque, a decir verdad, los periodistas que entrevistan a este tipo de “celebrities” no hacen preguntas molestas. No le preguntan a la chica, por ejemplo, cuál era su antiguo Sueño. Su verdadero Sueño. En otros tiempos, para los hijos de la pobreza, destacarse en el boxeo, en el fútbol o en algún deporte, era un pasaje hacia la “salvación”, tanto propia como de la familia. Actualmente, ese camino se ha vuelto más difícil e improbable. Porque la desnutrición forma cuerpos débiles y detiene el desarrollo neuronal y cerebral. Y entonces, los pibes castigados por el hambre se pierden. Se pierden para el sueño chiquito (el de salvarse solos, gracias a un golpe de suerte) y se pierden también para el Sueño grande: el de la redención social, el de salvarse con todos.
Lecturas recomendadas
En su excelente filme Prêt-à-Porter, el maestro Robert Altmann mostró esa dictadura inmisericorde de la Moda y ese mundo de apariencias en donde una aspirante a modelo debe poder simular elegancia, simular desenfado, simular inteligencia y simular la madurez que no tiene para aprobar el examen y conseguir que la dejen pasar los modelitos de la temporada. También existen, en ese mundo, el acoso sexual y el reclutamiento de jóvenes para distintas variantes de la prostitución (las denuncias y testimonios, al respecto, abundan). Porque las “Lolitas”, niñas fatales de quince años o menos, a las que alientan día tras día las revistas de moda, la televisión y a veces hasta sus mismos padres, poco tienen que ver con aquella niña autodestructiva y desdichada de la novela de Nabokov, y sí mucho con niñas que son convertidas en fetiches, a las que se les borra su pasado, sus raíces y su identidad; niñas a las que se vuelve a etiquetar, cual si fueran mercancías. “Ay, la costurerita que dio aquel mal paso”, condenaba Evaristo Carriego en el Novecientos. “¡Y qué tonta si no lo daba!”, le replicaba Álvaro Yunque, unos años después. ¿Leerán a Carriego las chicas de Haru Models? ¿Y a Yunque? ¿Les pasarán a las nuevas modelos, en las agencias, la película de Altmann? ¿Dejarán a las nuevas Lolitas y las nuevas Barbies leer el artículo “Corrupción de menores”, de María Elena Walsh? No. Seguro que no. El sistema sólo les cuenta, de mil maneras posibles, la historia de Cenicienta. Como para que se la crean.
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