EL VENDEDOR DE LA PLAZA BELGRANO

EL VENDEDOR DE LA PLAZA BELGRANO 
El hombre era corpulento, de estatura más bien baja, de ojos y bigotes grandes sobre una boca acostumbrada a decir palabras estudiadas, como quien recita un libreto bien estudiado de una obra teatral. Sus modales eran los adecuados para convencer a sus interlocutores y podía verlo por la tarde en la plaza Belgrano de Lanús Oeste donde desplegaba su arte de vendedor ambulante, según podía leerse en un permiso que alguna vez me mostró. 

Allí la escena se repetía siempre del mismo modo. Con tiza marcaba sobre el piso un rectángulo, que sería su imaginaria e improvisada plataforma de trabajo. En ella realizaba el despliegue de insólitos elementos para atraer la atención de los transeúntes, que de a poco, comenzaban a rodearlo. Entre tanto, una laucha albina recorría un cordel con un extremo sujetado a una botella y el otro, a la pata de un caballete que sostenía su misteriosa valija en la cual decía guardar un peligroso animal, pero que nunca mostró. En realidad, en ella solo había baratijas que luego ofrecía al público. Así lograba aumentar la curiosidad de los viandantes.
Su actividad en cercanías de las estaciones ferroviarias, no era casual, allí encontraba incrédulos que caían se su red y eso era fácil de comprobar viendo la cara de quienes lo rodeaban y obedecían en cada indicación que daba. ¨Por favor al lado de la línea y sin pisarla¨ y así lo hacían los presente. En esa respuesta a su pedido el hombre ya había ganado la voluntad de sus espectadores. Luego tres toques de silbato servían para indicar que el acto daría comienzo y, también, para alertar a sus grupines que se acercaran al lugar. Cuando lo conocí en el 90 él llevaba 20 años realizando esa tarea. El clima lograrlo era óptimo. Para corroborarlo nuestro personaje invita a todos a cerrarse el torno a la línea marcada en el piso. En forma automática lo hacen todos. Esa es clara señal que ya puede realizar su acto.
¿Quién me da mil australes por esta imagen de la virgen? Pregunta con voz potente al tiempo que muestra una medallita al público. ¨Yo señor responde uno de los presentes¨ pisando casi la última frase del singular personaje, quien en relación al billete le pregunta ¨Me lo da de corazón¨ y, al ser la respuesta afirmativa le dice sonriente ¨guarde la plata se la regalo ¨ y, seguidamente le entrega la referida medalla, para luego preguntarle ¿Usted fuma? Y, a al escuchar un claro ¨si¨ le entrega de regalo un encendedor que sin mirarlo, el supuesto beneficiario mete en su bolsillo, generando asombro entre e medio millar de personas que lo rodean. Claro, era un acto cientos de veces repetido. Luego, un par de hechos entusiasman a la gente que lo rodea. Luego que de su valija salían decenas de chucherías, de los bolsillos de los curiosos salían billetes a cambio de las mismas, esperando confiados a que se repitiera la escena que habían visto minutos antes. Pero eso no ocurría, ya que a su pregunta de que ¨me lo den de corazón? Y frente a una respuesta que no podía ser otra que sí, el hombre daba por concluida la ceremonia con un ¨que Dios los bendiga¨.
 Estafador, chanta o hábil vendedor, el calificativo correría por cuenta de quien fuera víctima de su propia curiosidad que fue la que le hizo gastar unos pesos de más. Lo cierto es que fue un personaje que en la década del noventa se lo veía con frecuencia en Lanús.

Sciosciagerardo@gmail.com

Comentarios

Seguidores