Mons. Frassia invitó a poner en práctica las propuestas del Jubileo de la Misericordia
Viernes 14 Ago 2015 | 11:55 am
Mons. Rubén Frassia, con los rotarios de Avellaneda.
Avellaneda (Buenos Aires) (AICA): El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, participó de un encuentro de camaradería en el Rotary Club de Avellaneda. Allí reflexionó sobre las fiestas patronales de la Asunción de María y sobre el Jubileo de la Misericordia. El prelado pidió poner en práctica las propuestas del Papa para este tiempo que comenzará el 8 de diciembre: redescubrir las obras de misericordia, atender a los pobres, renovar el diálogo y promover el arrepentimiento de los mafiosos y corruptos.
El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, participó de un encuentro de camaradería en el Rotary Club de Avellaneda con motivo de las fiestas patronales de la Virgen de la Asunción, que se desarrollarán mañana 15 de agosto en la Plaza Alsina, frente a la iglesia mayor de esta jurisdicción eclesiástica.
En su discurso a los rotarios, monseñor Frassia reflexionó sobre el dogma de la Asunción de la Virgen María al Cielo. “El cuerpo tiene como destino el cielo. Pero el individualismo lleva al egoísmo y a la ruina. El hombre no es pura positividad, a causa del pecado original, del cual fue preservada la Virgen y por eso fue asumida al Cielo”, dijo el prelado.
Monseñor Frassia también habló del Jubileo de la Misericordia, que se iniciará el 8 de diciembre. Al respecto, explicó que la misericordia deber ser “el verdadero tejido conectivo de una sociedad que mejora, que trabaja junta, y que en ese plural incluye a todos”.
Reflexionando sobre el mensaje de convocatoria del Papa a este jubileo extraordinario, monseñor Frassia se detuvo en algunos acentos del texto: la Iglesia convoca a un arrepentimiento de los mafiosos y de los corruptos, la atención debida a los pobres, el imprescindible lazo entre misericordia y compasión, el “redescubrir” las obras de misericordia espirituales y corporales y la constante invitación al diálogo. “Tenemos que comenzar a ejecutarlos”, agregó.
Mirando a María, en vísperas de las fiestas patronales, monseñor Frassia invitó a recibir en la fe a Cristo, el Hijo de la Virgen, y “no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas”.
“María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios, comunión que si es auténtica se debe manifestar en nuestra unidad, en nuestro trabajar juntos, en nuestro permanecer juntos, en nuestro llegar juntos”, resumió el obispo.+
Texto completo del mensaje
Nuestra Señora de la Asunción
Mensaje de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en la cena con Rotary Club, en ocasión de las Fiestas Patronales Diocesanas (13 de agosto de 2014)
Sr. Presidente Raúl Eduardo Telesca
Miembros del Club
Como ya es tradición, cada año, nos reunimos para honrar a nuestra Patrona, la Virgen de la Asunción, en un encuentro de camaradería, como son, las ya clásicas, cenas del Rotary. Un año más, gracias por la invitación y es una alegría para el Obispo de esta Diócesis de Avellaneda-Lanús, compartir con ustedes, estas sencillas reflexiones.
El Señor presidente, al asumir su mandato, sostenía al final de su discurso: “Henry Ford decía “Llegar juntos es el principio. Mantenerse juntos, es el progreso, trabajar juntos es el éxito”. Esto llevado a un nivel ontológico es lo que sucede con el misterio Cristiano, Dios cuando elige revelarse lo hace desde la misma realidad de nuestro acontecer. Dios no se queda fuera de la historia: se encarna. Por eso toda la existencia del hombre, comprendida la muerte, tiene que ver con Dios, no hay un yo aislado, hay un nosotros. Cada año conmemoramos la Asunción de María al cielo. Completado el curso de su vida terrestre, dice la Bula de declaración del dogma, María fue asunta en cuerpo y alma al cielo. Dios junto con el hombre, el cuerpo tiene como destino el cielo, el nosotros es la clave para el progreso. El individualismo lleva al egoísmo y a la ruina. El motivo de esta dinámica de la encarnación es el amor, que como dice santo Tomás de Aquino, por sí se difunde, se comparte, une. El hombre no es pura positividad, a causa del pecado original, del cual fue preservada la Virgen, que por eso es asumida al cielo; el hombre a veces sucumbe a su inclinación al mal; pero Dios, a pesar de eso no lo abandona, tiene misericordia y le da ocasión de recomenzar. Dios sostiene que la fórmula es trabajar junto con el hombre, suponiendo su libertad, y cuando esta se inclina por lo negativo, debemos confiar en su misericordia y en la puerta que deja entreabierta, para reencontrar el camino del bien.
El Papa Francisco convocó desde el próximo 8 de diciembre un año para adentrarnos en el misterio de la misericordia. Para aceptar la misericordia del Señor y para aprender a darla, a compartirla.
Antiguamente para los Hebreos, el jubileo era un año declarado santo que caía cada 50 años, en el cual se debía restituir la igualdad a todos los hijos de Israel, ofreciendo nuevas posibilidades a las familias que habían perdido sus propiedades y por tanto la libertad personal. A los ricos, en vez, el año jubilar les recordaba que vendría el tiempo en que los esclavos israelitas, libres nuevamente como ellos, podrían reivindicar sus derechos. “La justicia, según la ley de Israel, consistía sobre todo en la protección de los débiles” (S. Juan Pablo II Tertio milenio adveniente nº 13)
La Iglesia católica ha iniciado la tradición del Año Santo con el Papa Bonifacio VIII, en el 1300. Bonifacio VIII había previsto un jubileo cada siglo. Desde 1475 –para permitir a cada generación vivir al menos un Año Santo- el jubileo fue puesto con el rito de cada 25 años. Un jubileo extraordinario, en vez, viene convocado en ocasiones de un acontecimiento de particular importancia. El Papa Francisco vio esta particular importancia y convocó uno.
Es difícil solo imaginar un impacto emocionalmente más fuerte que aquél provocado por la decisión del papa Francisco de convocar un año Jubilar extraordinario dedicado a la misericordia. Y, ya próximos a comenzarlo, el próximo 8 de diciembre, la próxima solemnidad de María santísima, que es precepto, es difícil pensar en un hecho comentado con más énfasis que este, por parte sobre todo de la prensa laica.
Es así que casi sin darnos cuenta el discurso de la y sobre la misericordia entró, y continúa todavía en la trama de nuestros días, en la perspectiva, deseada, que llegue a ser el verdadero tejido conectivo de una sociedad que mejora, que trabaja junta, y que en ese plural incluye a todos. Encontramos en la Bula “El rostro de la misericordia” una cantera de provocaciones y de sugestiones, que ojalá no queden en la superficialidad de una novedad vacía.
Al punto que, de cualquier modo, dejando de lado la insistencia sobre la presunta novedad del Jubileo “que se podrá celebrar en todas las diócesis” (en realidad esto sucede desde el Jubileo extraordinario de 1983), se puede comprender bien el detenerse en los comentarios sobre algunos acentos puestos en el texto del Papa: el arrepentimiento de los mafiosos y de los corruptos, la atención siempre debida a los pobres, el imprescindible lazo entre misericordia y compasión, el “redescubrir” las obras de misericordia espirituales y corporales, la constante invitación al diálogo. Fijando de tal modo la relación entre la misericordia, “clave de bóveda” que debe sostener la vida de la Iglesia, y el posible, y esperado “contagio” que la difunda. Es decir debemos dejar de expresar buenos deseos y tenemos que comenzar a ejecutarlos.
Se puede decir, que el mismo santo Padre, nos estimula a leer en esta clave de “arquitectura” el documento que nos ha regalado para la ocasión. Hay todavía algo, en este urgente y apremiante llamado a redescubrir la misericordia de Dios, un reclamo, que precede y atraviesa toda su visión, y que inviste a cada creyente con una responsabilidad directa e imprescindible, y que el Papa ha puesto casi al inicio de la Bula, cuando, en el número tres, escribe que “hay momentos en los cuales de manera todavía más fuerte estamos llamados a tener fija la mirada sobre la misericordia para volvernos signos eficaces del obrar del Padre”.
Es la exhortación a aquella cotidianidad, al ejercicio de lo que podríamos llamar “la misericordia de la puerta de al lado” sin la cual nada, del discurso de Francisco, se desarrolla. Porque más allá de todas las cosas dichas y de las bellas, y ojalá también justas, palabras sobre el jubileo, si como cristianos no queremos engañar la provocación del Papa, es indispensable que la misericordia que hoy nos viene ofrecida, como ocasión irrepetible para descubrir, vuelva al estilo de cada día, se encarne, la podamos poner por obra juntos: en la familia, en el barrio, en el tráfico, en el trabajo, en la política, en fin, en la sociedad y en toda nuestra vida.
Esto no es posible si el cemento que sostiene la clave de bóveda no es parte viva de esa estructura. Y ninguna sociedad podrá regenerarse en el signo de la misericordia si los creyentes no saben contagiarla de verdad en su círculo, en el lugar donde interactúan en la realidad. “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”, ha escrito el Papa en la primera línea de la Bula. Aquél Padre que tuvo compasión del hombre y, a través del Hijo, lo envolvió en su misericordia para salvarlo. Hoy, nos dice el papa Francisco, el rostro de la misericordia debe ser nuestro rostro, el de cada uno de nosotros. Aquella cara que vemos cada día en el espejo, y en la cual el que nos encuentra debe poder reconocer la fuerza revolucionaria (en un sentido real, no ideológico de la palabra) del amor de Dios, que cambia todas las cosas.
Queridos amigos, estamos hablando de la Misericordia y de María pero, en cierto sentido, también estamos hablando de nosotros, de cada uno de nosotros: también nosotros somos destinatarios del inmenso amor que Dios reservó ciertamente, de una manera absolutamente única e irrepetible, a María. En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios, comunión que si es auténtica se debe manifestar en nuestra unidad, en nuestro trabajar juntos, en nuestro permanecer juntos, en nuestro llegar juntos. Hoy se habla mucho de un mundo mejor, que todos anhelan: sería nuestra esperanza. No sabemos, no sé si este mundo mejor vendrá y cuándo vendrá. Lo seguro es que un mundo que se aleja de Dios no se hace mejor, sino peor, decía el papa emérito, Benedicto XVI. Sólo la presencia de Dios puede garantizar también un mundo bueno. Pero dejemos esto. Una cosa, una esperanza es segura: Dios nos aguarda, nos espera; no vamos al vacío; él nos espera. Dios nos espera y, al ir al otro mundo, nos espera la bondad de la Madre, encontramos a los nuestros, encontramos el Amor eterno. Dios nos espera: esta es nuestra gran alegría y la gran esperanza que nace precisamente de esta fiesta. María nos visita, y es la alegría de nuestra vida, y la alegría es esperanza. Esta esperanza y saber trabajar y permanecer juntos es lo que les deseo a ustedes, y que ese trabajar juntos, en el plural involucre a toda la sociedad, para que esta comience a ser un mundo mejor.
Muchas gracias.
Mons. Rubén O. Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
Avellaneda, 13 de agosto de 2015
Viernes 14 Ago 2015 | 11:55 am
Mons. Rubén Frassia, con los rotarios de Avellaneda.
Avellaneda (Buenos Aires) (AICA): El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, participó de un encuentro de camaradería en el Rotary Club de Avellaneda. Allí reflexionó sobre las fiestas patronales de la Asunción de María y sobre el Jubileo de la Misericordia. El prelado pidió poner en práctica las propuestas del Papa para este tiempo que comenzará el 8 de diciembre: redescubrir las obras de misericordia, atender a los pobres, renovar el diálogo y promover el arrepentimiento de los mafiosos y corruptos.
El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, participó de un encuentro de camaradería en el Rotary Club de Avellaneda con motivo de las fiestas patronales de la Virgen de la Asunción, que se desarrollarán mañana 15 de agosto en la Plaza Alsina, frente a la iglesia mayor de esta jurisdicción eclesiástica.
En su discurso a los rotarios, monseñor Frassia reflexionó sobre el dogma de la Asunción de la Virgen María al Cielo. “El cuerpo tiene como destino el cielo. Pero el individualismo lleva al egoísmo y a la ruina. El hombre no es pura positividad, a causa del pecado original, del cual fue preservada la Virgen y por eso fue asumida al Cielo”, dijo el prelado.
Monseñor Frassia también habló del Jubileo de la Misericordia, que se iniciará el 8 de diciembre. Al respecto, explicó que la misericordia deber ser “el verdadero tejido conectivo de una sociedad que mejora, que trabaja junta, y que en ese plural incluye a todos”.
Reflexionando sobre el mensaje de convocatoria del Papa a este jubileo extraordinario, monseñor Frassia se detuvo en algunos acentos del texto: la Iglesia convoca a un arrepentimiento de los mafiosos y de los corruptos, la atención debida a los pobres, el imprescindible lazo entre misericordia y compasión, el “redescubrir” las obras de misericordia espirituales y corporales y la constante invitación al diálogo. “Tenemos que comenzar a ejecutarlos”, agregó.
Mirando a María, en vísperas de las fiestas patronales, monseñor Frassia invitó a recibir en la fe a Cristo, el Hijo de la Virgen, y “no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas”.
“María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios, comunión que si es auténtica se debe manifestar en nuestra unidad, en nuestro trabajar juntos, en nuestro permanecer juntos, en nuestro llegar juntos”, resumió el obispo.+
Texto completo del mensaje
Nuestra Señora de la Asunción
Mensaje de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en la cena con Rotary Club, en ocasión de las Fiestas Patronales Diocesanas (13 de agosto de 2014)
Sr. Presidente Raúl Eduardo Telesca
Miembros del Club
Como ya es tradición, cada año, nos reunimos para honrar a nuestra Patrona, la Virgen de la Asunción, en un encuentro de camaradería, como son, las ya clásicas, cenas del Rotary. Un año más, gracias por la invitación y es una alegría para el Obispo de esta Diócesis de Avellaneda-Lanús, compartir con ustedes, estas sencillas reflexiones.
El Señor presidente, al asumir su mandato, sostenía al final de su discurso: “Henry Ford decía “Llegar juntos es el principio. Mantenerse juntos, es el progreso, trabajar juntos es el éxito”. Esto llevado a un nivel ontológico es lo que sucede con el misterio Cristiano, Dios cuando elige revelarse lo hace desde la misma realidad de nuestro acontecer. Dios no se queda fuera de la historia: se encarna. Por eso toda la existencia del hombre, comprendida la muerte, tiene que ver con Dios, no hay un yo aislado, hay un nosotros. Cada año conmemoramos la Asunción de María al cielo. Completado el curso de su vida terrestre, dice la Bula de declaración del dogma, María fue asunta en cuerpo y alma al cielo. Dios junto con el hombre, el cuerpo tiene como destino el cielo, el nosotros es la clave para el progreso. El individualismo lleva al egoísmo y a la ruina. El motivo de esta dinámica de la encarnación es el amor, que como dice santo Tomás de Aquino, por sí se difunde, se comparte, une. El hombre no es pura positividad, a causa del pecado original, del cual fue preservada la Virgen, que por eso es asumida al cielo; el hombre a veces sucumbe a su inclinación al mal; pero Dios, a pesar de eso no lo abandona, tiene misericordia y le da ocasión de recomenzar. Dios sostiene que la fórmula es trabajar junto con el hombre, suponiendo su libertad, y cuando esta se inclina por lo negativo, debemos confiar en su misericordia y en la puerta que deja entreabierta, para reencontrar el camino del bien.
El Papa Francisco convocó desde el próximo 8 de diciembre un año para adentrarnos en el misterio de la misericordia. Para aceptar la misericordia del Señor y para aprender a darla, a compartirla.
Antiguamente para los Hebreos, el jubileo era un año declarado santo que caía cada 50 años, en el cual se debía restituir la igualdad a todos los hijos de Israel, ofreciendo nuevas posibilidades a las familias que habían perdido sus propiedades y por tanto la libertad personal. A los ricos, en vez, el año jubilar les recordaba que vendría el tiempo en que los esclavos israelitas, libres nuevamente como ellos, podrían reivindicar sus derechos. “La justicia, según la ley de Israel, consistía sobre todo en la protección de los débiles” (S. Juan Pablo II Tertio milenio adveniente nº 13)
La Iglesia católica ha iniciado la tradición del Año Santo con el Papa Bonifacio VIII, en el 1300. Bonifacio VIII había previsto un jubileo cada siglo. Desde 1475 –para permitir a cada generación vivir al menos un Año Santo- el jubileo fue puesto con el rito de cada 25 años. Un jubileo extraordinario, en vez, viene convocado en ocasiones de un acontecimiento de particular importancia. El Papa Francisco vio esta particular importancia y convocó uno.
Es difícil solo imaginar un impacto emocionalmente más fuerte que aquél provocado por la decisión del papa Francisco de convocar un año Jubilar extraordinario dedicado a la misericordia. Y, ya próximos a comenzarlo, el próximo 8 de diciembre, la próxima solemnidad de María santísima, que es precepto, es difícil pensar en un hecho comentado con más énfasis que este, por parte sobre todo de la prensa laica.
Es así que casi sin darnos cuenta el discurso de la y sobre la misericordia entró, y continúa todavía en la trama de nuestros días, en la perspectiva, deseada, que llegue a ser el verdadero tejido conectivo de una sociedad que mejora, que trabaja junta, y que en ese plural incluye a todos. Encontramos en la Bula “El rostro de la misericordia” una cantera de provocaciones y de sugestiones, que ojalá no queden en la superficialidad de una novedad vacía.
Al punto que, de cualquier modo, dejando de lado la insistencia sobre la presunta novedad del Jubileo “que se podrá celebrar en todas las diócesis” (en realidad esto sucede desde el Jubileo extraordinario de 1983), se puede comprender bien el detenerse en los comentarios sobre algunos acentos puestos en el texto del Papa: el arrepentimiento de los mafiosos y de los corruptos, la atención siempre debida a los pobres, el imprescindible lazo entre misericordia y compasión, el “redescubrir” las obras de misericordia espirituales y corporales, la constante invitación al diálogo. Fijando de tal modo la relación entre la misericordia, “clave de bóveda” que debe sostener la vida de la Iglesia, y el posible, y esperado “contagio” que la difunda. Es decir debemos dejar de expresar buenos deseos y tenemos que comenzar a ejecutarlos.
Se puede decir, que el mismo santo Padre, nos estimula a leer en esta clave de “arquitectura” el documento que nos ha regalado para la ocasión. Hay todavía algo, en este urgente y apremiante llamado a redescubrir la misericordia de Dios, un reclamo, que precede y atraviesa toda su visión, y que inviste a cada creyente con una responsabilidad directa e imprescindible, y que el Papa ha puesto casi al inicio de la Bula, cuando, en el número tres, escribe que “hay momentos en los cuales de manera todavía más fuerte estamos llamados a tener fija la mirada sobre la misericordia para volvernos signos eficaces del obrar del Padre”.
Es la exhortación a aquella cotidianidad, al ejercicio de lo que podríamos llamar “la misericordia de la puerta de al lado” sin la cual nada, del discurso de Francisco, se desarrolla. Porque más allá de todas las cosas dichas y de las bellas, y ojalá también justas, palabras sobre el jubileo, si como cristianos no queremos engañar la provocación del Papa, es indispensable que la misericordia que hoy nos viene ofrecida, como ocasión irrepetible para descubrir, vuelva al estilo de cada día, se encarne, la podamos poner por obra juntos: en la familia, en el barrio, en el tráfico, en el trabajo, en la política, en fin, en la sociedad y en toda nuestra vida.
Esto no es posible si el cemento que sostiene la clave de bóveda no es parte viva de esa estructura. Y ninguna sociedad podrá regenerarse en el signo de la misericordia si los creyentes no saben contagiarla de verdad en su círculo, en el lugar donde interactúan en la realidad. “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”, ha escrito el Papa en la primera línea de la Bula. Aquél Padre que tuvo compasión del hombre y, a través del Hijo, lo envolvió en su misericordia para salvarlo. Hoy, nos dice el papa Francisco, el rostro de la misericordia debe ser nuestro rostro, el de cada uno de nosotros. Aquella cara que vemos cada día en el espejo, y en la cual el que nos encuentra debe poder reconocer la fuerza revolucionaria (en un sentido real, no ideológico de la palabra) del amor de Dios, que cambia todas las cosas.
Queridos amigos, estamos hablando de la Misericordia y de María pero, en cierto sentido, también estamos hablando de nosotros, de cada uno de nosotros: también nosotros somos destinatarios del inmenso amor que Dios reservó ciertamente, de una manera absolutamente única e irrepetible, a María. En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios, comunión que si es auténtica se debe manifestar en nuestra unidad, en nuestro trabajar juntos, en nuestro permanecer juntos, en nuestro llegar juntos. Hoy se habla mucho de un mundo mejor, que todos anhelan: sería nuestra esperanza. No sabemos, no sé si este mundo mejor vendrá y cuándo vendrá. Lo seguro es que un mundo que se aleja de Dios no se hace mejor, sino peor, decía el papa emérito, Benedicto XVI. Sólo la presencia de Dios puede garantizar también un mundo bueno. Pero dejemos esto. Una cosa, una esperanza es segura: Dios nos aguarda, nos espera; no vamos al vacío; él nos espera. Dios nos espera y, al ir al otro mundo, nos espera la bondad de la Madre, encontramos a los nuestros, encontramos el Amor eterno. Dios nos espera: esta es nuestra gran alegría y la gran esperanza que nace precisamente de esta fiesta. María nos visita, y es la alegría de nuestra vida, y la alegría es esperanza. Esta esperanza y saber trabajar y permanecer juntos es lo que les deseo a ustedes, y que ese trabajar juntos, en el plural involucre a toda la sociedad, para que esta comience a ser un mundo mejor.
Muchas gracias.
Mons. Rubén O. Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
Avellaneda, 13 de agosto de 2015
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