Resplandor de una mente sin recuerdos
18/05/10
Por Miguel A. Semán
(APe).- Stornelli, fiscal de la Nación, aterrizó en la provincia de Buenos Aires con chapa de duro. Una vieja promesa lo convirtió en titular del tantas veces doblado y desdoblado ministerio de seguridad bonaerense. Hace unos días lo acaban de despedir, pero por supuesto, no lo espera la intemperie de la desocupación, sino otra seguridad, la del despacho con sillón de fiscal que supo reservarse. Desde allí, dentro de poco, volverá a pararse ante las cámaras, regenerado por el olvido, y volverá a decirnos cómo deben hacerse las cosas que él no supo hacer.
Cuando apareció en la provincia daba la impresión de no tener idea de dónde quedaba la ciudad de La Plata, y con el correr de los días lo fue confirmando. Más allá del caso Pomar, que según los diarios desencadenó el principio del fin, durante su gestión desató varias polémicas, algunas de ellas absurdas. Como la que sostuvo con Arslanián, camarista respetable, pero también ministro de Solá que quiso convertir en cárceles las fábricas cerradas, tal vez para meter adentro a los hijos de los desocupados. La polémica entre ambos funcionarios, desde ya, no podía tener otro objeto que dirimir quién de los dos había fracasado con más éxito en las mismas funciones.
Resultó extraño que mientras el gobernador Scioli no cesaba en su campaña por podarle años a la inimputabilidad de los menores como fórmula mágica para acabar con la delincuencia, Stornelli denunciaba a los policías de la provincia por reclutar de las villas a esos mismos menores para delinquir.
Tal vez lo más significativo de la gestión del ex ministro, además de la denuncia de que la policía reclutaba menores pobres para delinquir, haya sido su propuesta de restaurar la vigencia del régimen contravencional en la provincia de Buenos Aires. La idea, en apariencia novedosa, consistía en penalizar la vagancia, la mendicidad, el merodeo, la ebriedad y los disturbios provocados por patotas. De esta manera, arguyó, se iba a devolver a la policía, “que recluta menores para delinquir”, el dominio de las veredas y el poder de selección en las esquinas.
La propuesta recibió críticas de oficialistas y opositores por anacrónica, retrógada, autoritaria y todo lo que pueda decirse hoy en día sobre cualquier iniciativa por el estilo. Se dijo que la legislatura no iba a aprobar semejante vetustez, pero en realidad el proyecto Stornelli naufragó en las aguas poco profundas de su propia intrascendencia.
No era necesario. El régimen contravencional que se decía difunto, gozaba de excelente salud, y no en virtud de resurrecciones o curas milagrosas, simplemente, porque nuestras santas contravenciones han estado vigentes, sin interrupción, no sólo desde 1973, año de la sanción del decreto ley 8031, sino desde siempre, desde que la provincia es provincia y la pampa es húmeda.
Sólo la amnesia sucesiva y acumulada de gobernadores, ministros, secretarios y legisladores puede motivar un debate sobre la sanción de leyes que ya existen o la desaparición de otras que no han existido nunca. ¿Cómo esperar, entonces, que algún día la legislatura trate la derogación del decreto ley 8031/73, regulatorio del régimen contravencional, si quienes deberían hacerlo lo creen derogado y se oponen a su exhumación?
Los que sí saben de la vigencia de leyes y decretos, aunque ignoren su número y los códigos donde se ocultan, son los que los sufren. Los que viven afuera porque la diferencia entre casa y calle es más delgada que las paredes de cartón que las separan. Los que no tienen más remedio que sentarse en la vereda vestidos de vagabundos, mendigos o ladrones, y ven pasar la vida con ilusiones robadas. Los que fuman paco y usurpan umbrales. Los que se emborrachan en las plazas y no saben volver. Las prostitutas tristes. Los travestis pobres. Los descolocados de siempre a los que el ex ministro no supo ver, y si algún día los vio ya ha empezado a olvidarlos en ese eterno resplandor de las mentes sin recuerdos.
Una razón (criminal) de Estado
19/05/10
Por Oscar Taffetani
(APe).- Cables de agencias internacionales nos informan del asesinato de doce personas (entre ellas, tres adolescentes) en San Pablo, Brasil, los pasados 9 y 10 de mayo. Para una megalópolis donde se registran casi cuarenta homicidios diarios, la noticia no es relevante. Sin embargo, el hecho de que se haya fusilado a mansalva a seis indigentes que dormían bajo un puente, una noche, y a seis habitantes de un asentamiento precario, otra noche, habla de un plan sistemático de exterminio y de la existencia de un grupo operativo con las mismas características de los escuadrones de la muerte que tanto dolor y terror sembraron en la región, las últimas décadas.
Los tiempos de los tribunales -se sabe- son más lentos que los tiempos del crimen. Por eso, suele darse la terrible coincidencia de que en el mismo momento en que se hace pública la liberación de policías y civiles involucrados en matanzas, vuelven a producirse matanzas que tienen el mismo sello, incrementando el terror y el sentimiento de indefensión de las futuras víctimas. Ya es hora de preguntarse si la difusión (muchas veces, pormenorizada y morbosa) de las masacres, no es parte del mismo dispositivo de terror.
El somatén y el escuadrón
Había en Cataluña, desde tiempos muy remotos, una suerte de milicia popular de autodefensa llamada so-emetent (porque emitían algún sonido especial, con un cuerno o una campana, para convocarse). Los grandes propietarios rurales del siglo XIX reflotaron esa clase de formación, a la que bautizaron Sometent Armat (somatén armado), pero la orientaron hacia el asesinato de anarquistas y militantes populares, contando siempre con la complicidad de las altas jerarquías del Estado. Por eso, tanto la Primera como la Segunda República derogaron el somatén y lo prohibieron en todo el territorio. Debió llegar al poder el genocida Francisco Franco para que esa variante del terrorismo de Estado fuera nuevamente ejercitada. Recién al cabo de tres décadas, muerto Franco, las Cortes españolas decidieron eliminar y prohibir el somatén.
Pero los matones a sueldo y las bandas parapoliciales -acotemos- no han sido sólo una realidad europea. También han sido una lacra para América, desde los mismos comienzos de la protesta social. No obstante, fue en los años ‘60 y ’70 -tiempo de golpes de Estado y de cruzadas anticomunistas- cuando cobraron su forma más aleve y sangrienta.
Las dictaduras militares brasileñas, por ejemplo, combatieron a distintos movimientos y grupos insurgentes valiéndose de los llamados escuadrones de la muerte, integrados por sicarios que reclutaban en el mundo del hampa y el crimen organizado. Así fue asesinada en São Bento, 1973, junto con el hijo que llevaba en su vientre, la joven militante Soledad Barrett, nieta del escritor anarquista Rafael Barret (que había llegado a América, justamente, escapando del somatén español). En 1995, al crearse en Brasil la Comisión Especial de Reconocimiento de los Muertos y Desaparecidos Políticos, pudo investigarse el supuesto enfrentamiento en el que habían muerto Soledad y cinco de sus compañeros, verificando que en realidad los habían secuestrado, torturado y asesinado, como a tantos otros en esa larga noche.
Enemigo se busca
El Instituto Brasileño de Geografía y Estadística reveló en 1990 que el 63% de los niños de 9 a 12 años que habían muerto en ese país, el año anterior, habían sido asesinados. Un registro de esa misma época contabilizó -sólo para Río de Janeiro- 445 niños y adolescentes eliminados sin piedad.
En esa década, especialmente a partir de la llamada Matanza de la Candelaria (cuando policías militares dispararon contra niños que dormían en la recova de una iglesia, matando a ocho), comenzó a tomar fuerza un movimiento de denuncia y condena de esos crímenes. Pero las ilusiones pronto volvieron a caerse: sólo uno de los asesinos confesos de la Candelaria fue condenado a prisión, en 1997, con perspectiva de ser liberado en el corto plazo.
En 2007, una investigación ordenada por el Gobierno federal logró desbaratar en el estado de Pernambuco a un escuadrón de la muerte que integraban hacendados, empresarios y policías. “Ese grupo -declaró el comisario Pontes, a cargo del operativo- era una sociedad anónima de homicidios. Mataba en promedio a cuatro personas por semana. Eran crímenes por encargo y a veces por pequeñas venganzas".
Un documento publicado hace poco por el Centro de Articulación de Poblaciones Marginadas confirmó que más de mil menores de entre 15 y 17 años, en su mayoría varones, mueren por año en Río de Janeiro, de manera violenta. "Para gran parte de la población -leemos en el documento- el exterminio es una forma legítima de hacer justicia contra personas consideradas sospechosas por ser jóvenes, negras y pobres. Ellos entienden que favelado es sinónimo de criminal, salvo que demuestre lo contrario”.
Sería erróneo comparar la insurgencia política y social de los años ’60
-en Brasil, en la Argentina o cualquier otro escenario- con el estallido de pobreza y marginalidad que sufren hoy las ciudades de la región. No obstante, si atendemos a las semejanzas, veremos que en ambos casos hay un Estado que se subordina a los intereses del gran capital -ya sea nativo o trasnacional- y que se vale de escuadrones de la muerte (es decir, de la ilegalidad y el terror) para neutralizar o exterminar al “enemigo” de turno.
El presidente Lula da Silva y su posible sucesora (la economista Dilma Rousseff, sobreviviente de la guerrilla y la militancia clandestina de los ’60) son al parecer los rostros de un nuevo Brasil, un Brasil que ya lidera el bloque regional y que se dispone a jugar un papel protagónico en las décadas que vienen. Hay además, en la agenda internacional brasileña, eventos como el Mundial de Fútbol 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016, que implicarán un flujo adicional de inversiones y negocios. ¿Representan los meninhos y filhos da rua, los indocumentados de las favelas, esos ángeles fieramente humanos, una amenaza para la nueva economía y la nueva política? ¿Está decretada ya su muerte? ¿Han sido borrados de la cartografía del Imperio?
Un ímpetu positivista (a contrapelo de la historia) bordó en la bandera de la república brasileña el lema Orden y Progreso, dejando de lado la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad (molestas consignas de una burguesía en ascenso). Pero en los morros y favelas, luchando contra la adversidad y contra toda razón criminal de Estado, los pibes del Brasil dibujan, sin prisa y sin pausa, otra bandera. Vencerán.
Los sambenitos de Villegas
17/05/10
Por Silvana Melo
(APe).- Los niños y las niñas de esta patria enclavada en los sures del mundo están expuestos en la vidriera pública del señalamiento por delante de la que pasan los adultos y las adultas a colgarles sus propios sambenitos sociales, culturales y sistémicos.
Una nena de 14 años puesta a protagonizar una relación sexual con tres hombres, filmado el horror por uno de ellos y difundido después a través de teléfonos celulares, correos electrónicos y sitios web es estremecedor por pura ruindad, por pura vileza. Y es, definitivamente, un delito por propio peso. Sin ninguna otra consideración lateral.
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Síndrome del bicentenario
20/05/10
Por Alfredo Grande
(APe).- Alguna vez alguien dijo que el pez por la boca muere. No me queda claro si eso incluye a otras especies, incluyendo al pingüino. Una de las mayores paradojas del democratismo de estado de estos tiempos es que toda la oposición toda, se empeña en potabilizar a todo el kirchnerismo todo. Y que todo el kirchnerismo todo, se empeña en sostener un mecanismo que denominaré Síndrome del Bicentenario. Si kirchnerismo es igual a Bicentenario, no faltará que vea a Cornelio Saavedra parecido a Cobos y el perfil de Mariano Moreno con la grandeza del Calafate. Dije y sostengo que el kirchnerismo es una catástrofe cultural, un avance político y un progreso económico. Pero cuando se festeja el des endeudamiento, la caída de los ideales libertarios es sin anestesia y sin red.
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Si desea enviarnos un mensaje, puede hacerlo a
agenciapelota@pelotadetrapo.org.ar
18/05/10
Por Miguel A. Semán
(APe).- Stornelli, fiscal de la Nación, aterrizó en la provincia de Buenos Aires con chapa de duro. Una vieja promesa lo convirtió en titular del tantas veces doblado y desdoblado ministerio de seguridad bonaerense. Hace unos días lo acaban de despedir, pero por supuesto, no lo espera la intemperie de la desocupación, sino otra seguridad, la del despacho con sillón de fiscal que supo reservarse. Desde allí, dentro de poco, volverá a pararse ante las cámaras, regenerado por el olvido, y volverá a decirnos cómo deben hacerse las cosas que él no supo hacer.
Cuando apareció en la provincia daba la impresión de no tener idea de dónde quedaba la ciudad de La Plata, y con el correr de los días lo fue confirmando. Más allá del caso Pomar, que según los diarios desencadenó el principio del fin, durante su gestión desató varias polémicas, algunas de ellas absurdas. Como la que sostuvo con Arslanián, camarista respetable, pero también ministro de Solá que quiso convertir en cárceles las fábricas cerradas, tal vez para meter adentro a los hijos de los desocupados. La polémica entre ambos funcionarios, desde ya, no podía tener otro objeto que dirimir quién de los dos había fracasado con más éxito en las mismas funciones.
Resultó extraño que mientras el gobernador Scioli no cesaba en su campaña por podarle años a la inimputabilidad de los menores como fórmula mágica para acabar con la delincuencia, Stornelli denunciaba a los policías de la provincia por reclutar de las villas a esos mismos menores para delinquir.
Tal vez lo más significativo de la gestión del ex ministro, además de la denuncia de que la policía reclutaba menores pobres para delinquir, haya sido su propuesta de restaurar la vigencia del régimen contravencional en la provincia de Buenos Aires. La idea, en apariencia novedosa, consistía en penalizar la vagancia, la mendicidad, el merodeo, la ebriedad y los disturbios provocados por patotas. De esta manera, arguyó, se iba a devolver a la policía, “que recluta menores para delinquir”, el dominio de las veredas y el poder de selección en las esquinas.
La propuesta recibió críticas de oficialistas y opositores por anacrónica, retrógada, autoritaria y todo lo que pueda decirse hoy en día sobre cualquier iniciativa por el estilo. Se dijo que la legislatura no iba a aprobar semejante vetustez, pero en realidad el proyecto Stornelli naufragó en las aguas poco profundas de su propia intrascendencia.
No era necesario. El régimen contravencional que se decía difunto, gozaba de excelente salud, y no en virtud de resurrecciones o curas milagrosas, simplemente, porque nuestras santas contravenciones han estado vigentes, sin interrupción, no sólo desde 1973, año de la sanción del decreto ley 8031, sino desde siempre, desde que la provincia es provincia y la pampa es húmeda.
Sólo la amnesia sucesiva y acumulada de gobernadores, ministros, secretarios y legisladores puede motivar un debate sobre la sanción de leyes que ya existen o la desaparición de otras que no han existido nunca. ¿Cómo esperar, entonces, que algún día la legislatura trate la derogación del decreto ley 8031/73, regulatorio del régimen contravencional, si quienes deberían hacerlo lo creen derogado y se oponen a su exhumación?
Los que sí saben de la vigencia de leyes y decretos, aunque ignoren su número y los códigos donde se ocultan, son los que los sufren. Los que viven afuera porque la diferencia entre casa y calle es más delgada que las paredes de cartón que las separan. Los que no tienen más remedio que sentarse en la vereda vestidos de vagabundos, mendigos o ladrones, y ven pasar la vida con ilusiones robadas. Los que fuman paco y usurpan umbrales. Los que se emborrachan en las plazas y no saben volver. Las prostitutas tristes. Los travestis pobres. Los descolocados de siempre a los que el ex ministro no supo ver, y si algún día los vio ya ha empezado a olvidarlos en ese eterno resplandor de las mentes sin recuerdos.
Una razón (criminal) de Estado
19/05/10
Por Oscar Taffetani
(APe).- Cables de agencias internacionales nos informan del asesinato de doce personas (entre ellas, tres adolescentes) en San Pablo, Brasil, los pasados 9 y 10 de mayo. Para una megalópolis donde se registran casi cuarenta homicidios diarios, la noticia no es relevante. Sin embargo, el hecho de que se haya fusilado a mansalva a seis indigentes que dormían bajo un puente, una noche, y a seis habitantes de un asentamiento precario, otra noche, habla de un plan sistemático de exterminio y de la existencia de un grupo operativo con las mismas características de los escuadrones de la muerte que tanto dolor y terror sembraron en la región, las últimas décadas.
Los tiempos de los tribunales -se sabe- son más lentos que los tiempos del crimen. Por eso, suele darse la terrible coincidencia de que en el mismo momento en que se hace pública la liberación de policías y civiles involucrados en matanzas, vuelven a producirse matanzas que tienen el mismo sello, incrementando el terror y el sentimiento de indefensión de las futuras víctimas. Ya es hora de preguntarse si la difusión (muchas veces, pormenorizada y morbosa) de las masacres, no es parte del mismo dispositivo de terror.
El somatén y el escuadrón
Había en Cataluña, desde tiempos muy remotos, una suerte de milicia popular de autodefensa llamada so-emetent (porque emitían algún sonido especial, con un cuerno o una campana, para convocarse). Los grandes propietarios rurales del siglo XIX reflotaron esa clase de formación, a la que bautizaron Sometent Armat (somatén armado), pero la orientaron hacia el asesinato de anarquistas y militantes populares, contando siempre con la complicidad de las altas jerarquías del Estado. Por eso, tanto la Primera como la Segunda República derogaron el somatén y lo prohibieron en todo el territorio. Debió llegar al poder el genocida Francisco Franco para que esa variante del terrorismo de Estado fuera nuevamente ejercitada. Recién al cabo de tres décadas, muerto Franco, las Cortes españolas decidieron eliminar y prohibir el somatén.
Pero los matones a sueldo y las bandas parapoliciales -acotemos- no han sido sólo una realidad europea. También han sido una lacra para América, desde los mismos comienzos de la protesta social. No obstante, fue en los años ‘60 y ’70 -tiempo de golpes de Estado y de cruzadas anticomunistas- cuando cobraron su forma más aleve y sangrienta.
Las dictaduras militares brasileñas, por ejemplo, combatieron a distintos movimientos y grupos insurgentes valiéndose de los llamados escuadrones de la muerte, integrados por sicarios que reclutaban en el mundo del hampa y el crimen organizado. Así fue asesinada en São Bento, 1973, junto con el hijo que llevaba en su vientre, la joven militante Soledad Barrett, nieta del escritor anarquista Rafael Barret (que había llegado a América, justamente, escapando del somatén español). En 1995, al crearse en Brasil la Comisión Especial de Reconocimiento de los Muertos y Desaparecidos Políticos, pudo investigarse el supuesto enfrentamiento en el que habían muerto Soledad y cinco de sus compañeros, verificando que en realidad los habían secuestrado, torturado y asesinado, como a tantos otros en esa larga noche.
Enemigo se busca
El Instituto Brasileño de Geografía y Estadística reveló en 1990 que el 63% de los niños de 9 a 12 años que habían muerto en ese país, el año anterior, habían sido asesinados. Un registro de esa misma época contabilizó -sólo para Río de Janeiro- 445 niños y adolescentes eliminados sin piedad.
En esa década, especialmente a partir de la llamada Matanza de la Candelaria (cuando policías militares dispararon contra niños que dormían en la recova de una iglesia, matando a ocho), comenzó a tomar fuerza un movimiento de denuncia y condena de esos crímenes. Pero las ilusiones pronto volvieron a caerse: sólo uno de los asesinos confesos de la Candelaria fue condenado a prisión, en 1997, con perspectiva de ser liberado en el corto plazo.
En 2007, una investigación ordenada por el Gobierno federal logró desbaratar en el estado de Pernambuco a un escuadrón de la muerte que integraban hacendados, empresarios y policías. “Ese grupo -declaró el comisario Pontes, a cargo del operativo- era una sociedad anónima de homicidios. Mataba en promedio a cuatro personas por semana. Eran crímenes por encargo y a veces por pequeñas venganzas".
Un documento publicado hace poco por el Centro de Articulación de Poblaciones Marginadas confirmó que más de mil menores de entre 15 y 17 años, en su mayoría varones, mueren por año en Río de Janeiro, de manera violenta. "Para gran parte de la población -leemos en el documento- el exterminio es una forma legítima de hacer justicia contra personas consideradas sospechosas por ser jóvenes, negras y pobres. Ellos entienden que favelado es sinónimo de criminal, salvo que demuestre lo contrario”.
Sería erróneo comparar la insurgencia política y social de los años ’60
-en Brasil, en la Argentina o cualquier otro escenario- con el estallido de pobreza y marginalidad que sufren hoy las ciudades de la región. No obstante, si atendemos a las semejanzas, veremos que en ambos casos hay un Estado que se subordina a los intereses del gran capital -ya sea nativo o trasnacional- y que se vale de escuadrones de la muerte (es decir, de la ilegalidad y el terror) para neutralizar o exterminar al “enemigo” de turno.
El presidente Lula da Silva y su posible sucesora (la economista Dilma Rousseff, sobreviviente de la guerrilla y la militancia clandestina de los ’60) son al parecer los rostros de un nuevo Brasil, un Brasil que ya lidera el bloque regional y que se dispone a jugar un papel protagónico en las décadas que vienen. Hay además, en la agenda internacional brasileña, eventos como el Mundial de Fútbol 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016, que implicarán un flujo adicional de inversiones y negocios. ¿Representan los meninhos y filhos da rua, los indocumentados de las favelas, esos ángeles fieramente humanos, una amenaza para la nueva economía y la nueva política? ¿Está decretada ya su muerte? ¿Han sido borrados de la cartografía del Imperio?
Un ímpetu positivista (a contrapelo de la historia) bordó en la bandera de la república brasileña el lema Orden y Progreso, dejando de lado la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad (molestas consignas de una burguesía en ascenso). Pero en los morros y favelas, luchando contra la adversidad y contra toda razón criminal de Estado, los pibes del Brasil dibujan, sin prisa y sin pausa, otra bandera. Vencerán.
Los sambenitos de Villegas
17/05/10
Por Silvana Melo
(APe).- Los niños y las niñas de esta patria enclavada en los sures del mundo están expuestos en la vidriera pública del señalamiento por delante de la que pasan los adultos y las adultas a colgarles sus propios sambenitos sociales, culturales y sistémicos.
Una nena de 14 años puesta a protagonizar una relación sexual con tres hombres, filmado el horror por uno de ellos y difundido después a través de teléfonos celulares, correos electrónicos y sitios web es estremecedor por pura ruindad, por pura vileza. Y es, definitivamente, un delito por propio peso. Sin ninguna otra consideración lateral.
Ver nota completa en sitio original
Síndrome del bicentenario
20/05/10
Por Alfredo Grande
(APe).- Alguna vez alguien dijo que el pez por la boca muere. No me queda claro si eso incluye a otras especies, incluyendo al pingüino. Una de las mayores paradojas del democratismo de estado de estos tiempos es que toda la oposición toda, se empeña en potabilizar a todo el kirchnerismo todo. Y que todo el kirchnerismo todo, se empeña en sostener un mecanismo que denominaré Síndrome del Bicentenario. Si kirchnerismo es igual a Bicentenario, no faltará que vea a Cornelio Saavedra parecido a Cobos y el perfil de Mariano Moreno con la grandeza del Calafate. Dije y sostengo que el kirchnerismo es una catástrofe cultural, un avance político y un progreso económico. Pero cuando se festeja el des endeudamiento, la caída de los ideales libertarios es sin anestesia y sin red.
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