RESUMEN DE LA AGENCIA INFORMATIVA PELOTA DE TRAPO


El mar y otros derechos de la infancia
27/05/10

Por Oscar Taffetani

(APe).- Cualquier casa, cualquier barrio y cualquier ciudad del planeta es capaz de contarnos su historia, si es que estamos dispuestos a escucharla. Del mismo modo, una casa, un barrio y una ciudad podrían revelarnos un país entero, un continente, y hasta la completa evolución del género humano, grado por grado y edad por edad. Sólo es necesaria la voluntad de leer, de oír, de mirar y de dar palabras y sentido a ese pasado, para que se convierta en memoria viva de la tribu.

Tomemos, por ejemplo, Mar del Plata, bellísima ciudad de la costa bonaerense conocida como La Biarritz del Sur, La Perla del Atlántico y La Ciudad Feliz. Si estudiamos sus capas geológicas, hallaremos que junto a las puntas, los cabos y mogotes que registraron los adelantados españoles en el siglo XVI, hoy se alzan las torres de los hoteles y emprendimientos turísticos. En esa misma piedra de Mar del Plata que ornamenta los frentes de los chalets, podemos encontrar huellas de amonites y caracolas de millones de años. Y en los acantilados y barrancas poblados de grafitis e inscripciones de los enamorados, es posible hallar los restos de un taller lítico o de un fogón en el que entibiaron sus manos los primitivos marplatenses, hace ocho o diez mil años.
Cuando Mar del Plata se convirtió en ciudad balnearia de las clases más acomodadas de la Argentina (usemos un eufemismo, para no romper el hechizo), las damas patricias decidieron establecer una suerte de apartheid con los pescadores genoveses y los inmigrantes pobres (en su mayoría italianos) que se querían establecer. Así fue creada, al otro lado del arroyo y hacia el sur, la primera Banquina de Pescadores, el primer Barrio de Pescadores y otros ghettos que la historia iría después confundiendo y disolviendo, para bien de esa comunidad.
En la segunda mitad de los ’40, fruto del aguinaldo justicialista, de las vacaciones pagas y la hotelería gremial, surgió el llamado turismo social, por el que decenas de miles de familias trabajadoras conocieron esa rareza oligárquica llamada tiempo libre, y sus hijos se dieron el gusto de ponerse una malla y pegarse los primeros chapuzones en aguas atlánticas. Aunque, sobre todo, se dieron el gusto de conocer el mar.
Dos décadas después, se produjo el boom inmobiliario de Mar del Plata, con una tasa de construcción edilicia superior a cualquiera del país. La clase media ampliada, en aquellos tiempos de bonanza, podía permitirse el lujo del departamento o la casa propia de veraneo, en la Ciudad Feliz. Además de la construcción, a lo largo de veinte años, la ciudad fue un polo para industrias del ramo alimenticio y textil, dando oportunidades de radicación a innumerables familias de otras provincias argentinas.
Todo esto es historia conocida, y la reseñamos al solo efecto de mostrar que Mar del Plata, como cualquier joven ciudad del país -y ni hablar de las que son antiguas- tiene un sedimento histórico que permanece. Y tiene además (aunque suene metafísico) un destino.
Vieja y nueva pobreza
La desaceleración y el estancamiento económico de fines de los ’70 produjeron desempleo y aumento de la pobreza. Sin embargo, Mar del Plata no conocía las villas miseria ni los asentamientos precarios hasta entrados los ’90. Fueron las quiebras y los cierres de fábricas y talleres, así como la privatización de las grandes empresas del Estado, lo que produjo desempleo, éxodo de los jóvenes y nuevas migraciones desde los pueblos cercanos (muchos de ellos, liquidados por el desmantelamiento del ferrocarril).
Todavía no ha podido recuperarse la Feliz de aquel golpe asestado cuando terminaba el siglo XX. La pobreza estructural, la nueva pobreza y un desempleo que se mantiene desde hace un lustro en los dos dígitos, sumadas a la des-escolarización de niños y jóvenes y al crecimiento inevitable de las mafias y el crimen organizado, oscurecen su futuro.
Aquella barrera invisible y aquel apartheid de ricos y pobres que casi había desaparecido al promediar el siglo XX, volvieron a surgir en los últimos tiempos, dividiendo social y económicamente la geografía de la ciudad.
Mientras el casco céntrico y el litoral conforman lo que podría llamarse ciudad-hotel, una meca turística que desborda de paseantes en las temporadas y puentes de fin de semana, el grueso de la población estable marplatense (hoy estimada en 700 mil habitantes) se distribuye en el Gran Mar del Plata, un conurbano que crece en distintas direcciones (a razón de cinco familias por día), y muestra la misma fisonomía de miseria y desamparo que otras grandes ciudades argentinas.
Santa Rosa del Mar, Newbery, Libertad, Parque Peña, Don Emilio, La Heras, Parque Palermo, San Jorge, La Herradura, Barrio Autódromo, Barrio Hipódromo. Uno podría pensar que se trata de nuevos complejos veraniegos y residenciales de Mar del Plata. Pero en realidad, son los enclaves dramáticos de la nueva pobreza. Aunque los bañe el sol cada mañana, representan la cara oscura de la Feliz. En esas barriadas y ranchos –cuentan los compañeros marplatenses- hay niños que nunca han visto el mar.
Una deuda impostergable
Trabajadores del Estado, trabajadores sociales, militantes de base y referentes de distintas organizaciones, que son integrantes o simpatizantes del Movimiento Chicos del Pueblo, convocan a una Marcha en Mar del Plata, este viernes 28 de mayo.
En medio de los fastos del Bicentenario, entre los desfiles, los fuegos artificiales y las deslumbrantes puestas en escena, hay quienes les recuerdan a los gobernantes –y también a los felices y a los satisfechos- que existe una deuda impostergable con la infancia.
Los niños de Mar del Plata, como todos los niños de la patria, tienen derecho al pan y las caricias. Tienen derecho a crecer en un país con justicia. Y tienen también el derecho –poético, filosófico, inalienable- al mar.

Los mundos de María
21/05/10
Por Claudia Rafael

(APe).- El semáforo parece ser su lugar en el mundo por largas horas. La María tiene el andar lento. Casi como si estuviera luchando con ese cuerpo robusto y la hilera de pibes a cuestas. Tiene el cabello corto y despeinado. Se la suele ver hasta entrada la noche en el mismo y eterno semáforo. Estirando la mano como para pedir al mundo alguna moneda que sume para sostener la casita de bloques, que se inunda a la más mínima lluvia. Carlos, el marido, cartonea mientras tanto tratando de bucear entre la basura que el mundo incluido va dejando a su paso. Ella dice que a veces, cuando llueve un poco de buena suerte, junta hasta 20 pesos. Otras, la vida le muestra la mueca más áspera y vuelve sin nada, pateando las 30 cuadras que la separan del chaperío, en el barrio Lourdes.

Tiene cinco chicos. Evelyn, de 9 cuenta que juega a las escondidas todo el tiempo. ¿De qué males se esconderá buscando hacerle zancadillas a la oscuridad que la vida le pone de sopetón frente a sus ojos a cada rato? Brisa, de 7 mira con los ojos bien abiertos y dibuja en la tierra de la calle mientras que los otros tres todavía andan correteando la vida con pañales que aguantan más horas de las debidas. No hay forma, si no.
Está cansada de que le digan que las garrafas subsidiadas cuestan 18 ó 20 pesos. Lo que olvidan de decirle es que siempre los cupos son insuficientes y casi nunca se consiguen.
La vida le cambió, sí. Cómo negarlo. Desde que cobró por primera vez la asignación por hijo las cosas les fueron mejor a la María y al Carlos. Pero llega el frío y ya los críos no pueden andar más correteando sin los pañales y la garrafa dura menos y la noche llega tan pronto que las horas en el semáforo se le diluyen.
El economista Claudio Lozano habla de una Canasta Básica Alimentaria de 1100 pesos y una Canasta Básica Total de 1900. Cómo hacen millones de Marías y de Carlos para sumar pesito tras pesito esos 1100. Menos aún los 1900 que resultan cifras impensables y desconocidas. La vida no se mide de esa manera en las barriadas. La vida se mide por día.
Claro que los 1100 de la CBA se pueblan de polentas y fideos, de arroces y harinas que llenan las pancitas de torta frita o de panes que duran mientras duran para mojar en el mate cocido que alarga las esperanzas y disimula el hambre vieja. “Diga que ellos me comen en el comedor de la escuela”, dice la María. Pero claro. Todo tiene límite. Hay semanas en que dos días seguidos de paro o un feriado demasiado largo para la vida de los márgenes aprietan los estómagos. No hay derechos ni bicentenarios que la contengan. Hay otros mundos ajenos a su mundo. Su universo está en su ventana tapada con lona negra. En puerta de tela raída y en un colchón delgado para los pibes. Ese es su universo y no otro. No entran en su mundo los hombres que hablan de ella sin saber qué dioses la descobijan de la buena fortuna. Esa que haría que alguna vez pudiera sentarse ante una mesa rebosante de riquezas: algún trozo de carne, un plato de verduras y frutas de color de arcoiris. Por su puerta jamás pasan esos señores que diseñan o cuestionan los diseños para los días de los Marías y los Carlos. Y menos aún esos otros que hablan en su nombre. Jamás sabrá, por ejemplo, que hay un señor que se llama Ernesto Sanz que dijo que “la asignación universal por hijo se está yendo por la canaleta de dos cuestiones que el gobierno no sólo que no las ve sino que muchos de sus aliados intendentes de conurbano lo tapan, el juego y la droga”. ¿Le importaría más, acaso, si le dijeran que ese señor hace leyes en su nombre y que dirige los destinos de la Unión Cívica Radical?
Tal vez si lo supiera, lo miraría con ojos de desprecio. Le diría “no en mi nombre”. O lo invitaría a sentarse a su mesa. A ir con ella al semáforo por un par de días, no más. Con un par de días basta para entender. O lo llevaría a la oficina del Anses a quejarse con ella de las demoras en la asignación. O a lo mejor le ofrecería el baño que no es porque en ciertos barrios el excusado es la única realidad cotidiana.
Quizás le contaría que el único juego de su casa es el de Evelyn, Brisa y los otros tres cachorros. Y que la salvación llega sólo cuando escucha al del medio lanzar el grito de piedra libre para todos al que le encantaría aferrarse pero nunca, nunca llega.

Altares y camiones
26/05/10

Por Carlos del Frade

Las noticias aparecen en las secciones policiales de la provincia de Santa Fe, en cuya geografía están asentadas las compañías internacionales.

Dice la información que “un camionero que transportaba soja murió (en estos días), y una cantidad no precisada de estos trabajadores habría fallecido en los últimos años por intoxicación con pesticidas, según denuncias de la Federación de Transportadores Rurales Argentinos y de entidades ambientalistas. Las muertes se habrían producido porque, para abaratar costos, en vez de bajar la carga para fumigarla, se aplica el tóxico en el interior del camión. La Federación responsabiliza a las firmas exportadoras, entre ellas Cargill, Louis Dreyfus, Bunge & Born, ADM, Nidera, Toepfer y Terminal 6. El representante de una entidad ambientalista agregó que el procedimiento de echar el tóxico adentro del camión es de uso generalizado en puertos de exportación, incluso en Quequén y Bahía Blanca”, sostienen los medios de comunicación regionales.

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El Movimiento Nacional de los
Chicos del Pueblo
Marcha el viernes 28 de mayo.

Nos encontramos a las 14.30 horas en el Monumento a San Martín, Luro y Mitre.
Por amor a nuestros niños

Si desea enviarnos un mensaje, puede hacerlo a
agenciapelota@pelotadetrapo.org.ar

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