RESUMEN DE LA AGENCIA INFORMATIVA PELOTA DE TRAPO



Ritos de iniciación
28/04/10

Por Claudia Rafael

(APe).- Quién sabe cuántas puertas habría golpeado antes de decidir entrar a la Escuela de Policía Juan Vucetich para conseguir un trabajo. La única certeza es que jamás antes imaginó las pruebas que debería atravesar como cadete. Bastaron pocos días para que terminara internado en el San Juan de Dios, de La Plata, con 19 años, un hijo muy pequeño y una historia como mochila de la que no le será fácil desprenderse.

Unas pocas horas sirvieron a Carlos Ferreira para saber de qué se trataba. El padre poco después relataría que “había quedado en una guardia desde las 12 de la noche y tuvo que proceder en un supuesto intento de fuga de una persona que, cuando la redujo, resultó ser un oficial que en el forcejeo se había lastimado la cabeza contra un marco. A partir de ese momento le empezaron a pegar palazos, le hincaron agujas en la mano y lo tuvieron desde las 2 de la mañana hasta las 2 de la tarde dentro de una piscina helada sin poder hacer pie. Le tiraban piedras para que las juntara en el fondo”.
Doce largas horas que sólo tuvieron fin porque –según contó Jorge Ferreira- estaba llegando el gobernador Daniel Scioli para participar de un almuerzo en la Escuela. “Lo retiran del agua semidesmayado y cuando se recupera lo siguen bailando porque no quiso firmar la baja”. Pero no sería ese el final. De ahí en más, contó que lo obligaron a recorrer cuatro kilómetros de rodillas.
Roberto Cipriano García, del Comité provincial contra la Tortura, dijo luego de visitarlo que el chico “estaba destruido, no paraba de llorar e incluso en un momento se desvaneció. Nosotros vimos hematomas que se estaban borrando y hay que tener en cuenta que después del agua helada es difícil que se noten los hematomas. Por eso no me llama la atención que por parte de la Justicia y la institución policial intenten encubrir el asunto. De hecho, le pidieron que no hiciera la denuncia”.
La Policía Bonaerense tiene en la actualidad uno 52.000 integrantes. Y muchos, aunque luego los gane el silencio o terminen aceptando cuáles son las reglas de juego para permanecer en la Policía, vivieron en algún momento historias parecidas a la de Carlos.
En marzo de 2005 y después de 16 días en terapia intensiva, murió César Eduardo Torres, un cabo de la policía correntina de 26 años. Su padre, Ramón Torres, denunció entonces que su hijo y otros cinco compañeros terminaron internados después de un entrenamiento que se extendió durante el día y la noche. Los termómetros marcaban 36 grados y tenían absolutamente prohibido tomar agua. César tuvo “daños cerebrales y renales” y no vivió para contarlo.
Dos años más tarde, 17 jóvenes de la Escuela de Cadetes de la Policía Federal terminaron internados en el Hospital Churruca. Era febrero y acababan de volver de las vacaciones de verano. La madre de uno de los chicos, de entre 19 y 22 años, denunció luego que ni bien llegaron “los pusieron a hacer ejercicios físicos bajo un calor infernal. Hacían más de 30 grados pero en el pavimento la temperatura alcanzaba los 50 grados”. Estaban todos deshidratados y uno, incluso, tuvo un preinfarto.
En 2008 la crónica de un periodista de la radio Valle Viejo desnudaba que cinco cadetes de la policía catamarqueña terminaron internados en el hospital San Juan Bautista después de un “baile” en plena siesta y con 40 grados de calor. Insolados y con distintos grados de deshidratación.
Historias como las de Carlos son infinitas. El desafío, sin embargo, es preguntarse qué es lo que hay detrás de todas ellas. Alejandra Vallespir en su libro “La policía que supimos conseguir” plantea que “cuando se habla de la policía hay que aclarar de cuál policía hablamos: si hablamos de la policía `buena` o de la policía `mala`. Como si estuviésemos refiriéndonos a una institución y su alter ego, como si fuese el mellizo rebelde y burro del prolijo y aplicado”.
Porque además, es necesario interrogarse cuál es el camino que cada una de las víctimas policiales de la propia policía embocarán, si permanecen en la fuerza, una vez que pasen al territorio concreto de la calle a bordo de un patrullero.
“Son carne de comisaría y no se comportan como aprendieron en los textos teóricos de la clase sino según el comportamiento de sus compañeros. Se trata de `formar parte de` y por lo tanto de hacer todo lo necesario para seguir perteneciendo”, suele decir un docente de derechos humanos de una de las subsedes de la Vucetich.
Lo que vivió Carlos hace apenas unos días no es más que uno de los tradicionales ritos de iniciación propios no sólo de la policía sino de cualquiera de las fuerzas de seguridad. Los mismos ritos a los que fue sometido Omar Carrasco en 1994 que directamente condujeron al final del servicio militar obligatorio. Ritos que el etnógrafo alemán Arnold Van Gennep definió como “aquellas secuencias ceremoniales que acompañan el cambio de una situación a otra y que permiten a los individuos atravesar las situaciones trágicas de la vida a partir de una serie de acciones reglamentadas socialmente”. Ritos que empiezan con un primer estadío de “separación”, en que el iniciado es “extraído de su condición anterior y se lo prepara para otra nueva”; el “margen” en que está a mitad de camino entre los dos mundos y, finalmente la “agregación”, que es cuando “el iniciado entra de lleno en su nuevo estado”. En esta última etapa, si sobrevive y permanece, estará listo para cumplir con todas las reglas represivas de la fuerza y en condiciones de ponerlas en marcha sobre todos los vulnerados de la historia.

Inmigrantes: una breve reflexión
27/04/10

Por Oscar Taffetani
(APe).- Sonya Levien, abogada norteamericana de origen ruso, a quien la crisis de los ’30 transformó en guionista de la Fox, escribió el libreto para una memorable versión de El jorobado de Nôtre Dame, pelìcula dirigida por Wilhelm Dieterle (otro inmigrante, éste de origen alemán) que Hollywood distribuyó por el mundo en 1939, es decir el mismo año en que las SA y las SS hitlerianas se disponían a conquistar Europa y a consumar el exterminio y diáspora de millones de personas.

En la escena inaugural de aquel film, una multitud empobrecida y famélica pretende entrar a la ciudadela de París momentos antes de que se cierren las puertas. Un soldado cierra el paso a un gitano y le recuerda que tienen prioridad los que han llegado antes. El gitano le responde: “Todos estamos de paso, amigo. Unos llegaron antes. Otros llegamos después”.
La sencilla respuesta tiene una profundidad admirable. No es casual que haya salido de la pluma de una escritora inmigrante, pensamos. Todos estamos de paso, como dice el gitano. Y haber llegado antes o después no significa nada.
Declaración de guerra
Las antiguas familias de los Estados Unidos, descendientes de los primeros colonos, gustaban llamarse WASP (White Anglo Saxon Protestant). Ser blanco, anglosajón y protestante era la fórmula para llegar a un puesto de gobierno. Los irlandeses, predominantemente católicos, eran segregados y enviados a hacer los peores trabajos, en las minas y en el campo. Con el tiempo, esos católicos blancos fueron ganando su lugar, a la vez que aliándose con grupos negros en la batalla de los derechos civiles.
Detrás de los irlandeses, subieron en las escala los italianos (eso puede verse muy claro en la saga fílmica de El Padrino). Más tarde, los griegos y los polacos, y así.
La colectividad japonesa se tropezó en su ascenso social con Pearl Harbour (allí fueron demonizados y se convirtieron en enemigo interno). Avanzado el siglo XX, debieron ceder el lugar a los indochinos (saldo de la guerra de Vietnam) y también a los chinos, que aunque habían arraigado en la Costa Oeste, desde el siglo XIX, recién ganaron reconocimiento en estas últimas décadas, cuando China se perfiló para ser la gran factoría del mundo globalizado.
La población negra, de remoto origen africano, debió sufrir distintas formas de la “solución final” al estilo blanco, desde los modos directos y violentos del Ku-Klux-Klan hasta la compra de tierras en Africa para devolver las familias “a su origen” (así nació Monrovia y después la Liberia actual).
Paralelamente, desde mediados del siglo XX, los Estados Unidos fueron incorporando cientos de miles de hispanos y latinos a su población. Trabajadores golondrina mexicanos, emigrados políticos o económicos del Caribe y Centroamérica, en síntesis, una mayoría silenciosa con mucha fuerza de trabajo para entregar, pero inevitablemente muda en el reclamo de sus derechos y en la defensa de su dignidad.
La situación cambió notablemente a la vuelta del siglo. Hoy, la segunda y la tercera generación de hispanos han impuesto su presencia económica y cultural en los Estados Unidos, llevando a referentes de su comunidad a puestos clave de la administración.
Sin embargo, para una parte del Establishment, los nuevos inmigrantes, los nuevos trabajadores golondrina y los nuevos indocumentados (cuya masa se calcula en once millones) representan una amenaza. Son un país en las sombras; una nación de pobres e indocumentados que no existen para el Estado y que generan en la “informalidad” sus propias redes y su propia organización. Por eso los legisladores de Arizona, tomando la delantera, les han declarado la guerra mediante la Ley de Inmigración conocida como SB 1070. El instrumento permite a la policía arrestar a indocumentados sólo por tener una apariencia peligrosa o presumir que podrían cometer algún delito, habilitando una vía rápida de deportación al país de origen. La Coalición Nacional del Clero Latino y el Fondo de Dirigentes Cristianos para la Defensa Legal, entre otras organizaciones civiles, ya comenzaron a preparar los amparos judiciales. Cuentan con el apoyo de 30.000 iglesias evangélicas de todo el país y con la firma de 300 pastores hispanos del Estado de Arizona.
No obstante, el futuro es incierto, en un Estado que ha convalidado la construcción de un vergonzoso Muro en la frontera con México, como si ambos países no estuvieran unidos territorial y culturalmente, desde hace siglos.
Una única raza, humana
El equipo de expertos al que la Unesco encargó, a principios de los ’50, la elaboración del árbol de la raza humana, concluyó veinte años después su investigación, con un informe que debería leerse y estudiarse en todas las escuelas del mundo. Las sentencias del informe quitan legitimidad y fundamento a cualquier acto de discriminación de los seres humanos en razón de su color de piel o su apariencia. “Todos los hombres de la actualidad –leemos- pertenecen a la misma especie y descienden del mismo tronco. La división de la especie humana en razas es en parte convencional y en parte arbitraria, y no implica ninguna jerarquización, en absoluto. El conocimiento biológico actual no permite imputar los logros culturales a las diferencias en el potencial genético, sino que sólo deberían atribuirse a la historia cultural de los distintos pueblos”.
Lo que no dice el informe de la Unesco sobre las razas (aunque se infiere) es que el racismo, tanto el de ayer como el de hoy, es sólo una máscara para tapar los privilegios y los intereses económicos de algún determinado grupo social.
Actualmente, gran parte de la dirigencia planetaria promueve, o bien tolera, la construcción de muros, de muros burdos o inteligentes, hechos de alambre o de hormigón, altos o bajos, con el único propósito de segregar, de separar a ésos que llegaron antes de los que llegaron después, al niño que duerme tibio en su cuna de aquel que lo hace (no menos tibio) en una caja de cartón.
Pero todos -como lo recordó el gitano de aquella película- estamos de paso. Y la historia sigue siendo, felizmente, el caudaloso, cambiante e impredecible río de Heráclito.

Invisibles
26/04/10

Por Silvana Melo
(APe).- La Argentina de los doscientos años baja del tren con las maletas llenas de desigualdades. Con amargo gesto mira para atrás y se encoge de hombros ante los sueños de los pioneros. Ante quienes, doscientos años después, no puede ocultar el hambre criminal de los niños. Con recursos que se esfuman por cañerías montadas históricamente para la dominación y el entierro solemne de las utopías.

El gobierno de la Provincia de Buenos Aires no paga las becas a los hogares convivenciales y centros de día desde el año pasado. En esta decisión terrible e inexplicable se va la vida de miles de chicos castigados desde el vientre y puestos a la deriva del padecimiento, caigan donde caigan en su constante naufragio. Pero el Gobierno Nacional quitó 144 millones de pesos que, en el presupuesto, estaban destinados a provincias y municipios. Y los destinó a la financiación del fútbol por televisión. El gran escenario virtual no incluye a los pibes desterrados. El Estado los ha hecho invisibles. Y gran parte de la sociedad, también.

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