RESUMEN DE LA AGENCIA INFORMATIVA PELOTA DE TRAPO




Los pibes de Bolivia

07/08/08

Por Oscar Taffetani


(APe).- En Yacuiba, niños y naranjas. Guagüitas, changos, pibitas que sostienen orgullosas su bolsita con cinco o seis naranjas, para ganarse la moneda del día, un boleto para seguir en este mundo.
Atrás, para quien viaja hacia el Norte, queda un país llamado Argentina, con un pueblito bautizado Salvador Mazza -el más norteño de todos-, que también tiene niños y naranjas, tiene ranchos y pobreza.
Mazza, médico de vocación y profesión, se rebeló contra la injusticia sanitaria, una de las muchas que todavía lastiman. Quería quemar los ranchos en donde anida la vinchuca, los ranchos de adobe en donde los chicos se hacen grandes con el Chagas a cuestas, como un pecado original.
Pero el profesor Mazza murió. Y siguieron los ranchos con vinchuca. Y siguieron los pibes a la vera del camino, esos pibes que zafan como pueden del Chagas, del dengue o del implacable cuentagotas del hambre.
¿Para qué dividir Profesor Mazza de Yacuiba? nos preguntamos. ¿Para qué separar La Quiaca de Villazón? Son el mismo país de hambre y esperanza. Son la pena y la furia. Son la misma, invencible belleza.
Esto lo habían visto nuestros padres. Monteagudo, por ejemplo (un pueblo de Bolivia lleva su nombre). O Warnes (una provincia y una ciudad bolivianas llevan su nombre).
Y también lo vio Ernesto Guevara. El Che quería hacer el foco guerrillero aquí, justo aquí, para extender la revolución de Bolivia a Chile, a la Argentina, a Brasil y el Paraguay.
Los gendarmes del Imperio se preocupan por la triple frontera. No saben nada. Aquí, en el Chaco boliviano, hay una quíntuple frontera. Aquí está la frontera total de América, con sus pueblos polvorientos y callados, y con pibes volvedores e invencibles, armados de naranjas.
Paisaje en movimiento
Llegando a Villamontes, más y más pibes: botijas, chiquilines, chatitos que asoman con sus bolsitas, sus canastas y su mirada expectante.
Para cruzar el Pilcomayo, el micro debe subir a las vías del tren. Ocurre que el único puente que quedó en pie, luego de las crecidas, es el puente ferroviario. Un puente sólido, construido por un Estado sólido, para un ferrocarril que ya no es.
Al pasar, saludamos a los inquilinos de la Oficina de Pontazgo, una rémora colonial, anclada en el tiempo. Lo que más vive y pelea en esta tierra brava -pensamos- son los pibes. Los pibes con sus naranjas. Los pibes de pies descalzos pescando sábalos en el río. Los pibes con su sonrisa.
Marchando a Santa Cruz de la Sierra, entre abras y montañas y arroyos, puede observarse el paisaje que hace cuatro décadas vio nacer y morir la guerrilla de Ñacahuazu. Lo dicen los carteles que orientan al turista: “usted está recorriendo la ruta del Che”.
Mapas, folletos, referencias históricas, algunas fosas desmoronadas y roídas por el tiempo, campesinos y campesinas eternos, hoy reciclados como guías turísticos, frasquitos de vidrio con etiquetas que dicen “Tierra y Sangre del Che”.
Pero lo importante, ya lo dijimos, son los niños. En Camiri, en Samaipata, en Lagunilla y La Higuera, en un recodo perdido de aquel Vado del Yeso, niños. En Puerto Mauricio, allí mismo, donde cayó Tania, niños.
Aquí, en la ruta del Che, Bolivia, irredento corazón de América, lo que mejor se mantiene, lo que vive y pelea, son los niños.
El mejor homenaje
La escuelita de La Higuera en la que fusilaron al Che es hoy un museo. Allí también hay afiches y souvenirs para turistas y caminantes.
Saliendo del museo, un colorido mural nos llama la atención. Dice “¡Yo sí Puedo!”. Es la consigna de la campaña nacional de alfabetización, campaña que el gobierno de Evo Morales desarrolla con apoyo y asistencia de Cuba.
“Vallegrande -nos dice un maestro- será en octubre de este año un municipio libre de analfabetismo. Ya tenemos 1.570 alfabetizados, y 406 están cursando. Cuando lleguemos a la meta, aquí, en La Higuera, funcionará el primer centro de pos-alfabetización...”
El Che no sospechó las resonancias que su solo nombre, a cuarenta años del combate, despertaría. Ni pensó que su imagen se vería alguna vez repetida hasta el cansancio en afiches, remeras y llaveros.

Pero cuando Vallegrande, Bolivia y esta arrasada frontera de América sean territorio libre de analfabetismo, nadie podrá quitarle al Che, ni a cada uno de los compañeros caídos, su victoria. Y los pibes de Bolivia, con sus padres, con sus abuelos y su memoria, le leerán y le escribirán el mejor de los homenajes.

Hambre del hambre

05/08/08

Por Miguel A. Semán y pienso, que si no hubiera nacido,otro pobre tomara este café.

César Vallejo. El pan nuestro.


(APe).- Para qué sirve esta comida de hoy si mañana extrañaremos el hambre, se pregunta Antonia, una mujer de La Oroya, mientras sus hijos juegan en medio de una nube de polvo envenenado. La tierra, en ese pedazo de planeta, se ve cada vez más desnutrida y sucia, y el cielo, para acompañarla, corre lento y de color ceniza. Los obreros de la Doe Run Co. en Perú saben que la gran chimenea de la fábrica ensucia el aire, ahoga los pastos y enferma el suelo. Saben que el viento, cuando sopla, deja semillas de plomo en los pulmones y acaba provocando fisuras irreversibles en el cuerpo y el alma. Y desde hace algún tiempo también saben que de los 788 chicos menores de siete años, evaluados por el Ministerio de Salud, sólo uno no estaba contaminado. El resto lleva consigo una carga tres veces mayor a los 10 microgramos de plomo por decilitro de sangre, el límite tolerable para el organismo humano. Para las estadísticas de la O.M.S. 120 millones de personas en el mundo están expuestas de manera excesiva al plomo, y de ellas el 99% vive en países en vías de desarrollo. El Complejo metalúrgico que pertenece a la productora más importante de América del Norte, da trabajo a 4.000 obreros y emite a diario al ambiente 1.000 toneladas de plomo y otros contaminantes como arsénico, cadmio y dióxido de azufre, lo que ubica a la ciudad en el quinto lugar entre las más contaminadas del planeta. En su artículo “Los niños del plomo” la periodista argentina Marina Walker Guevara describe con precisión el dilema de los habitantes de la ciudad donde nadie, por miedo a la desocupación, se atreve a preguntar por “los gases” y todos piensan que, a la larga, el malestar se les hará costumbre. El propio sindicato sale en defensa de la compañía cuando los peruanos la acusan de envenenarles la sangre, y tildan de traidores a los trabajadores que denuncian síntomas de contaminación. La defensa de lo propio a veces nos vuelve feroces, sobre todo cuando lo propio es tan poco que hasta nuestros huesos, como diría Vallejo, nos parecen ajenos. El año pasado, en el mes de diciembre, durante una huelga con cortes de rutas promovida por la unión metalúrgica, no contra la empresa sino para proteger la fuente de trabajo, murieron dos ancianos que quedaron atrapados durante dos días en la Carretera Central. Pese a las presiones, en abril de 2.008 una auditora independiente de origen alemán suspendió el certificado ambiental a la filial peruana de la Doe Run Co., y aunque esta suspensión no le impide trabajar, es un indicador formal de que la empresa no cumple con las normas de protección del ambiente. La misma empresa es, a la vez, el único sustento del pueblo y la causa de que los hijos de sus trabajadores cada vez coman menos. No por reducción del salario sino porque el plomo que tragan y respiran se asienta en sus estómagos y poquito a poco les va robando el hambre. Y el hambre, después de todo, también es un deseo, un deseo necesario y renovable; su ausencia, no su satisfacción, destruye tanto como una presencia desgarradora y constante. El incremento de la producción les ulcera el cielo, pero su caída desvanece los panes de la mesa. En la encrucijada final la miseria no admite dignidades y entre la pena de hoy y la tristeza segura de mañana, en La Oroya, nadie sabe con qué lágrimas quedarse.

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