RESUMEN DE LA AGENCIA INFORMATIVA PELOTA DE TRAPO

Jazmín o el rumbo de las palabras
10/07/08
Por Miguel A. Semán
-I-
(APe).- Hace poco entramos por el final en la vida de las dos mujeres que fueron a morir en un shopping de Quilmes. Hoy, todavía estamos en el largo “mientras tanto” de Jazmín. Tiene dos años y la vida intacta, tal como le ha sido dada, por delante.
Primero fueron las empresas privadas de medicina prepaga las que se negaron a afiliarla en nombre de la inmaculada libertad de contratación. Ejercieron sobre ella, de manera implacable, ese derecho de admitir y rechazar, como quien elige o descarta amigos, sin más razones que la propia conveniencia y el interés comercial.
Ahora es el Instituto de Seguridad Social de Neuquen, el organismo que en nombre del principio de solidaridad, intenta discriminarla. Ese principio, según los directivos del Instituto, se vería vulnerado si se obligara al resto de los afiliados a soportar la incorporación de una niña con síndrome de Down.
Uno cree que “solidaridad” es una palabra tibia y profunda como un abrazo. Pero el diccionario apenas nos dice: “Adhesión circunstancial a la empresa o a la obra de otros”. La definición es neutra, precisa, y hoy parece haber cambiado de sentido. Reversible según quién, cómo y cuándo, nos juega en contra y suena muy parecida, en sus efectos, al egoísmo más clásico y duro.
Cuando la rentabilidad y la libre empresa se apoderan del verbo para encarcelarlo en declaraciones de principios y contratos, terminan por cambiarle la dirección y el rumbo a las palabras, aún a las más compañeras y entrañables. Resulta que un buen día nos despertamos y en el momento de ir a usarlas descubrimos que ya no nos dicen lo que nos dijeron antes. Se han vuelto ajenas, lejanas, irreconocibles. Como si para nombrarlas tuviéramos que pagar peaje.
-II-
Ahora el caso está en la justicia. Una jueza de la provincia de Neuquen deberá determinar qué quiere decir “ser solidarios” y a partir de cuándo el ejercicio del derecho de elegir se convierte en un tajo en la carne del otro.
A nosotros, si no queremos volvernos anémicos y mudos no nos queda más remedio que empezar a recuperar palabras. Resignarlas es también entregar banderas, ilusiones y deseos. Es cuestión de decírnoslas, de escribirlas y enviarlas; de buscarlas en los viejos poemas de Vallejo, en Gelman o Huidobro para hacerles retomar el rumbo y volverlas otra vez aliadas nuestras.
Hoy, en un día de julio de 2008, todavía estamos en el “mientras tanto”. Hay muchos “mientras tantos” pendientes y no podemos dejar que se nos conviertan en finales trágicos. Vayamos entonces por lo nuestro. Avancemos palabra por palabra y digamos sin vergüenza que sin Jazmines no hay solidaridad creíble, ni diccionarios, ni empresas, ni mundo que valgan la pena.
Si no lo hacemos hoy mañana nos estaremos preguntando qué queremos decir cuando decimos amor. Si el pan será el pan. Abrazo el abrazo. Si el beso será un beso o una bala perdida.
Fuente de datos:Diario Río Negro On Line 04-07-08

Legados

08/07/08
Por Juan Disante
(APe).- ¿Cómo será el mundo dentro de 50 años? ¿Qué herencia dejaremos a nuestros hijos? Estas son las preguntas preocupantes que varios estudiosos se hacen acerca del vínculo intergeneracional que deberíamos respetar. En el mundo existente hasta la Segunda Guerra, se observaba con nitidez que las generaciones anteriores trabajaban con gran esfuerzo por las ulteriores. Era la historia de Florencio Sánchez en su obra “M’hijo el dotor”, en donde un remendón de zapatos que quiere que sus descendientes vivan en un mundo mejor, sacrifica su vida por ellos. Hoy se invirtió todo y, por lo contrario, parecería que las generaciones futuras están trabajando a favor de la actual. Todo tiene aspecto de que estuviéramos expropiando el futuro, porque los problemas más agudos, ligados a intereses actuales, se arrojan hacia delante, ni más ni menos que para aliviar los compromisos del presente. Enumeremos algunos de estos conflictos: hay un consumo irresponsable del tiempo, se transmiten a la generaciones futuras los residuos nucleares y los tóxicos industriales, se difiere la deuda pública, se ningunea la educación, se bastardea el sistema de jubilaciones, se invade con monocultivos de soja todo el planeta, se contamina con CO2 y clorados el medio ambiente, se favorecen las grandes concentraciones urbanas, no se regula la avidez financiera, a los jóvenes se les ajena su identidad a futuro, etc.
En el antiguo derecho romano, el Padre original estaba en el origen de toda supremacía y cada sucesor le debía pleitesía. El hijo poco podía decidir sobre sus propias circunstancias y su devenir estaba supeditado a esa sujeción patriarcal. Pero, este legado consular, se convirtió de círculo virtuoso en círculo vicioso. El imperio cayó.
Para la situación hereditaria actual, no se trata de la pecunia a repartir, sino de la intangibilidad global de un bio-planeta a recibir. Es cierto que a los jóvenes de hoy se les hace muy difícil luchar contra un Legado, que termina siendo una verdadera dictadura del Mandato, dado que, la mayor responsabilidad de la planificación del futuro está en manos de dos poderes omnímodos: el económico y el político.
“Pero, ¿es moralmente aceptable transmitir a nuestros descendientes problemas insolubles, o la cuestión de nuestra responsabilidad debe ser el centro de una 'ética de futuro'? La historia es el escenario de libertad para todas las generaciones, por eso nuestras decisiones deben estar abiertas a ratificaciones y revocaciones, dado que no podemos saber qué querrán los que vengan después. Los contratos mueren con quienes los han firmado. Debemos considerar a cada generación como a una Nación diferente con derecho a tener decisiones propias e instalar una justicia entre las generaciones que les permita la libertad de elegir”. (*)
Decía José Ortega y Gasset que “lo que diferencia al hombre del animal es que el hombre es un heredero y no un mero descendiente”. En muchas culturas esto se aplicó a rajatabla: no existe peor castigo que el desarraigo de la memoria. La desheredad dejaba sin apellido y sin pasado. La inversión de los valores actuales, con su colonización del futuro, deja sin porvenir a las generaciones entrantes.
Ya sabemos con absoluta certeza que a nuestros hijos y nietos, nuestro legado les resultará un pesado lastre. ¿Por qué no empezamos a arreglarlo?
(*) Daniel Innerarity, profesor de la Universidad de Zaragoza,
España.

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