RESUMEN DE LA AGENCIA INFORMATIVA PELOTA DE TRAPO


Más violencia en Tres Arroyos

12/02/08

Por Oscar Taffetani

(APe).- Poco después del estallido de 2001, los fotógrafos Jorge Pousa y Rubén Pinella se dedicaron a registrar con sus cámaras los efectos de las privatizaciones y la desindustrialización en la economía y la sociedad de Tres Arroyos. Las fotos de Pousa y Pinella pueden verse en Abandonos, libro que no necesita palabras para denunciar la brutalidad y extrema violencia de una política económica que priorizó la “renta” por sobre el trabajo y la producción. “Los fotógrafos pasean sus lentes -leemos en el prólogo- como si registraran las ruinas de una civilización extinta, capturan imágenes como si estuvieran en una guerra...” Es que era, efectivamente, una guerra. Una guerra contra el pueblo; contra los padres que se quedaban sin trabajo y sin posibilidad de reinsertarse; contra las madres emigradas de las chacras a la ciudad, sin tarea ni oficio que cumplir; y contra los niños, que se criaban como podían, remando en el desamparo. Había en Tres Arroyos, hacia 2002, 36 comedores escolares, que ofrecían a 2.600 niños la que seguramente era su única comida diaria; había también 6 centros de contención (otros 400 niños) y dos jardines maternales (300 chicos más). Eso sin contar -como registraba un periódico local- los comedores creados por particulares o por asociaciones barriales. Pero, claro, los niños crecen. Y además de un plato de comida, necesitan un hogar, una escuela, un trabajo y un futuro. No un Futuro con mayúsculas, sino simplemente un futuro.
Hacia un Far West bonaerense
Leemos en los diarios de estos días que “pobladores de Tres Arroyos resolvieron organizarse con guardias armadas para hacer frente a la inseguridad reinante”. Al mismo tiempo -según la crónica- los vecinos están pidiendo juicio político y destitución para el juez de Garantías Rafael Oleaga, el de Menores Alberto Gallardo y el fiscal Carlos Lemblé. Se acusa a los magistrados de "facilitar la libertad de los delincuentes" y de "actuar en forma automática". “Entre los escapes de las motos, los ladridos de los perros y algún patrullero que pasa veloz levantando el polvo de las calles de tierra -narra un periodista porteño, dándole a la historia clima de western- en las esquinas o sobre los techos, los vecinos vigilan todo. Están conectados con celulares y empuñan revólveres y carabinas. Hasta el amanecer, algunos disparos sonarán en la oscuridad...” De aquellas causas, estos efectos Los nuevos hechos de violencia producidos en Tres Arroyos son verdaderamente lamentables: delincuentes que intentan saquear una vivienda a pocas horas del fallecimiento de su propietaria; un menor que ataca a puñaladas a una dermatóloga porque resiste al atraco en su propia casa; robo de las campanas de una iglesia, para vender el bronce, y así. Sin embargo, esta violencia es la última violencia. La otra violencia -ésa de la que nadie parece acordarse- sucedió pocos años antes. Y no fue menos destructiva, ni menos letal. Los campos del sur bonaerense fueron rematados y vendidos, y se concentraron en unos pocos consorcios y unos pocos propietarios. Pero nadie dijo nada. El tren, ese tren cerealero que hacía vivir a mucha gente de Tres Arroyos y los pueblos cercanos, fue desmantelado. Y nadie dijo nada. Las fábricas de silos, de herramientas de labranza y de artículos para el hogar, los molinos harineros y las fideeras, cerraron, sin que los bancos de fomento y crédito y sin que el gobierno bonaerense (en manos de los Duhalde, los Ruckauf, los Solá) hiciera algo para impedirlo. Ahora nos lamentamos -todos nos lamentamos- por los efectos del bombardeo privatizador de los ’90; por los silenciosos asesinatos cometidos en nombre de la modernización; por los crímenes transgénicos; por la desaparición forzada de trenes; por la tortura de ser padre y no poder alimentar a un hijo. Pero es tarde para lágrimas. Debió haber habido, después de tanto dolor, una reparación. Debió haber habido un plan de reconstrucción del tejido social rasgado. Y no lo hubo. Lo que sí hubo fue más y más concentración de la riqueza; y “planes” para los excluidos. Ahora, esa fórmula fracasa. Estalla en pedazos. Y hay guerra de pobres contra pobres. Y más dolor. Y violencia sobre violencia. ¿Queda alguna esperanza, para Tres Arroyos? Sí, claro. Queda la esperanza de que un día los gobernantes (y sus votantes) comprendan que esta violencia recogida hoy es la que ayer fue sembrada. Y comprendan que para sembrar una paz verdadera y definitiva, y para conquistar una vida que no sea un triste remedo de las leyendas del Far West, es necesario atacar las causas profundas del hambre, de la marginación social y el abandono, imperdonable, de la infancia.

El avance del sistema

11/02/08

Por Carlos del Frade

(APe).- A fines del siglo diecinueve, cuando se inició la conquista del Chaco, después del genocidio perpetrado contra el pueblo paraguayo a través de la guerra de la triple infamia impulsada por las burguesías de la Argentina, Brasil y Uruguay como tristes y macabros titiriteros del imperio inglés; los últimos pueblos libres del monte tupido y del quebrachal indómito decidieron defender su tierra al costo de sus propias vidas. En esos lugares de verdes infinitos y variados, tobas, matacos y chiriguanos encontraban todo lo necesario para alimentarse, crecer y soñar con construir una sociedad mejor para sus hijos. Aunque las estadísticas militares y de gendarmería son por demás de mezquinas y artificiales, antropólogos e historiadores del norte santafesino y del Chaco sostienen que la masacre se tragó a miles de habitantes originarios. Una sangría que se continuó con la llegada de La Forestal y otros capitales extranjeros que necesitaban de la docilidad del nativo y cuando no lo lograban no había nadie que castigara sus abusos. Pero las abuelas tobas, los abuelos matacos, los caciques de las comunidades que todavía resisten en el Chaco y que también se encuentran en ciudades del sur, como Rosario, suelen recordar aquellos tiempos en que la naturaleza les daba todo lo necesario para vivir y multiplicarse. No conocían el hambre ni tampoco la miseria. Las enfermedades no superaban las crónicas orales que llegaban de las generaciones anteriores. Esta es la historia que no solamente conocen los estudiosos de las antiguas comunidades sino que circulan entre los actuales habitantes de la región. La riqueza de la naturaleza hacía ricos a sus pueblos primeros. A principios del tercer milenio, después de distintas cacerías humanas que tenían como objetivo la explotación irracional de aquella riqueza natural, las consecuencias de tantos desarraigos hechos a imagen y semejanza del capital, explotan en los cuerpos de los empobrecidos de siempre, descendientes en quinta generación de las últimas familias libres del Chaco. Para colmo de males, la frontera agropecuaria acicateada por los más de mil pesos por tonelada que las multinacionales del cereal pagan por la soja, avanza arrasando lo poco que queda del monte y bosque naturales. La devastación de la naturaleza trae la devastación de los pueblos originales. Es casi una consigna del sistema que se repite en las diferentes latitudes del país de los argentinos. El actual gobernador del Chaco, Jorge Capitanich, ex menemista furibundo y hoy kirchnerista fanático, informó que en El Impenetrable, legendaria región de la provincia, la mayoría de las nenas y los nenes están desnutridos y que el mal de Chagas alcanza al cuarenta por ciento de la población. Abusando del lugar común, el gobernador dijo que “se trata de un problema de gravedad absoluta, con un efecto acumulativo por la falta de políticas de Estado adecuadas”, como quien por primera vez conoce la cuestión social de su propia provincia. Según los profesionales que participaron de la investigación dijeron que “parecía que hubiesen retrocedido 500 años”. En realidad el problema es al revés, son estos quinientos años de avance del sistema que desprecia la naturaleza y las mayorías los que han llevado a este presente. El no retroceso de la voracidad capitalista es el responsable de la miseria chaqueña. Ese es el avance que hay que detener, la marcha asesina de una sociedad manejada por y para muy pocos.
Fuente de datos:
Diario Norte - Chaco 08-02-08

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